2 Crónicas

Segundo Libro de las Crónicas

2 Crónicas - Segundo Libro de las Crónicas

La sección «2 Crónicas» del Libro Histórico de la Biblia es una de las partes más ricas y detalladas del Antiguo Testamento. Este libro, también conocido como «Segundo Libro de las Crónicas», relata la historia del pueblo de Israel desde la coronación del rey Salomón hasta la cautividad en Babilonia.

A lo largo de sus capítulos, «Crónicas 2» presenta una gran cantidad de detalles sobre la vida y las acciones de los reyes de Israel y Judá, así como sobre los ritos y ceremonias religiosas que se llevaban a cabo en el Templo de Jerusalén. También se destacan las genealogías y linajes de las tribus de Israel, lo que proporciona una visión detallada de la estructura social y política de aquellos tiempos.

El libro se divide en dos partes principales: la primera (capítulos 1-9) describe el reinado de Salomón, su sabiduría, su construcción del templo y su apostasía. La segunda (capítulos 10-36) relata la historia de los reyes de Judá y de Israel, desde la división del reino hasta la caída de ambos ante los imperios asirio y babilónico. El libro termina con un breve epílogo que anuncia el decreto de Ciro, rey de Persia, que permite a los judíos regresar a su tierra y reconstruir el templo.

En definitiva, «Crónicas 2» es un libro fundamental para entender la historia y la cultura del pueblo de Israel, así como para reflexionar sobre temas universales como la fe, la obediencia y la importancia de mantener nuestra conexión con la divinidad. En esta sección de «Sagrada Escritura«, exploraremos en detalle las historias y enseñanzas que se encuentran en este libro, y analizaremos su relevancia y significado para nuestra vida en la actualidad.

1 Salomón le pide sabiduría a Dios (1 R 3.3-15).

1 Salomón, el hijo de David, se convirtió en un rey muy poderoso, gracias a la ayuda de Dios.

2-6 En aquellos días, el santuario en donde el pueblo se reunía para adorar a Dios estaba en Gabaón. Ese santuario había sido construido en el desierto por Moisés, el servidor de Dios. En ese santuario estaba el altar de bronce que hizo Besalel, hijo de Urí y nieto de Hur. El cofre del pacto de Dios no estaba allí porque David se lo había llevado desde Quiriat-jearim hasta Jerusalén; allí lo había puesto en una carpa que él mismo había preparado. Un día, Salomón mandó llamar a todos los jefes del ejército, a los jefes del gobierno y a todos los jefes de las familias y de las tribus. Cuando todos llegaron, se fue con ellos al santuario de Gabaón a adorar a Dios. Allí Salomón le presentó a Dios mil ofrendas quemadas sobre el altar de bronce.

7 Esa noche, Dios se le apareció a Salomón y le dijo: —Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré.

8-10 Salomón le respondió: —Mi Dios, tú fuiste muy bueno con mi padre David, y a mí me has puesto a reinar en su lugar. Ser rey de un pueblo tan numeroso que no se puede contar, es muy difícil. Por eso, ahora te ruego que cumplas lo que le prometiste a mi padre. ¡Dame sabiduría e inteligencia para que pueda gobernar a un pueblo tan grande como el tuyo! Porque sin tu ayuda, nadie es capaz de hacerlo.

11 Entonces Dios le respondió a Salomón: —Lo normal hubiera sido que me pidieras mucho dinero, poder y fama; o que te permitiera vivir por muchos años y destruyera a todos tus enemigos. Sin embargo, has pedido sabiduría e inteligencia para reinar sobre mi pueblo.

12 Por eso, te concedo tu deseo, y además te haré el rey más rico, poderoso y famoso que haya existido. Nadie podrá igualarte jamás.

13 Después de esto, Salomón salió del santuario y partió de Gabaón hacia Jerusalén, donde reinó sobre todo Israel.

Las riquezas de Salomón (1 R 10.26-29; 2 Cr 9.25-28).

14 Salomón reunió mil cuatrocientos carros y doce mil jinetes. Algunos estaban en los cuarteles de carros de guerra, y otros formaban su guardia personal en Jerusalén.

15 Era tan rico que en Jerusalén había plata y oro por todas partes, y abundaban los árboles de madera fina, como los árboles comunes en la llanura.

16-17 Los comerciantes de la corte compraban en Egipto y Cilicia los caballos para Salomón. El precio de un carro comprado en Egipto era de seiscientas monedas de plata, y el de un caballo, ciento cincuenta. El rey Salomón acumuló en Jerusalén grandes cantidades de plata, y sembró tantos árboles de cedro que llegaron a ser tan comunes como las flores del campo. ¡Hasta los reyes hititas y sirios compraban sus carros y caballos a los comerciantes de la corte de Salomón!

2 Salomón le pide ayuda al rey Hiram (1 R 5.1-18; 7.13-14).

1 Salomón se propuso construir un templo para Dios, y también un palacio para él mismo.

2-18 Por ello le envió este mensaje a Hiram, rey de Tiro: Yo sé que tú le enviaste madera de cedro a David, mi padre, para que construyera su palacio. Ahora te pido que me ayudes. Voy a construirle un templo a mi Dios, para que el pueblo le lleve allí todas las ofrendas que él nos pide para cada día, y para cada sábado, y durante las fiestas de la luna nueva y para las otras fiestas que él nos ha pedido celebrar. Como nuestro Dios es más poderoso que todos los dioses, deseo construirle un templo que sea grandioso. Claro que no es posible hacer un templo para que él viva allí. ¡Hasta el cielo, que es enorme, resulta pequeño para él! Sin embargo, aunque sé que no lo merezco, le construiré un templo para quemar incienso en su honor. Por eso te pido que me envíes a alguien que sepa hacer finos trabajos en oro, plata, bronce y hierro, y también en telas de color púrpura, rojo y morado. Que además sepa hacer grabados y pueda trabajar con los expertos que servían a mi padre David, y que ahora están a mi servicio en Judá y en Jerusalén. Como tus servidores son expertos para cortar madera del Líbano, mándame de allí maderas finas. Y puesto que el templo que construiré será grande y maravilloso, y necesitaré muchísima madera, enviaré a mis servidores para que les ayuden a los tuyos. Yo, por mi parte, te daré nueve mil toneladas de trigo, y también de cebada; y cuatrocientos cuarenta mil litros de vino, y la misma cantidad de aceite, para alimentar a los leñadores que corten la madera. Entonces Hiram rey de Tiro, le envió a Salomón una carta con este mensaje: Dios ama a su pueblo, y por eso le ha concedido que tú seas su rey. ¡Bendito sea el Dios de Israel, creador de todo lo que existe, porque le dio al rey David un hijo sabio, lleno de prudencia e inteligencia, el cual construirá un templo para Dios y un palacio real! Tal como me lo has pedido, te envío a un hombre que, por cierto, es hijo de una mujer de la tribu de Dan y de un fenicio de la ciudad de Tiro. Se llama Hiram-abí; es muy sabio e inteligente, y trabaja de manera excelente en todo lo que requieres hacer. Él trabajará junto con los mejores artesanos que servían a tu padre David, y con los que ahora te sirven. Nosotros somos tus servidores. Envíanos el trigo, la cebada, el aceite y el vino que has prometido, y mientras eso nos llega, cortaremos en el Líbano todas las maderas finas que necesites. Luego las transportaremos por mar, en forma de balsas, hasta Jope. De allí, tú te encargarás de que sean llevadas a Jerusalén. Aunque David ya había contado a todos los extranjeros que vivían en Israel, Salomón hizo otro censo de ellos, y contaron un total de ciento cincuenta y tres mil seiscientos. Entre ellos distribuyó el trabajo de esta manera: Tres mil seiscientos eran capataces que supervisaban el trabajo; ochenta mil hombres cortaban piedras de la montaña, y setenta mil las cargaban.

3 Salomón construye el templo (1 R 6.1-38).

1-2 El día dos del mes de Ziv[a], cuando ya tenía cuatro años de reinar, Salomón dio la orden para que empezaran a construir el templo de Dios en Jerusalén. Lo construyeron en el lugar que David había elegido, es decir, en el terreno de Ornán el jebuseo, que está en el monte Moria, porque allí Dios se le había aparecido a David.

3 Éstas son las medidas del templo de Dios, según lo diseñó Salomón: Los cimientos medían veintisiete metros de largo por nueve de ancho.

4 El pórtico de la entrada medía lo mismo que el ancho del templo: nueve metros de largo y nueve de alto. Salomón recubrió de oro fino el interior del pórtico.

5-7 Las vigas, las entradas, las paredes y las puertas de la parte interior del edificio principal estaban cubiertas con tablas de pino que, a su vez, estaban recubiertas de oro finísimo. Sobre el oro grabaron palmeras y cadenas, y colocaron adornos con piedras preciosas. Sobre las paredes estaban grabadas figuras de querubines.

8-14 El Lugar Santísimo medía lo mismo que el ancho del templo: nueve metros de largo y nueve de ancho. Para recubrirlo usaron cerca de veinte mil kilos de oro fino. Cada clavo era de oro y pesaba un poco más de medio kilo. Dentro del Lugar Santísimo pusieron dos querubines totalmente recubiertos de oro. Los querubines estaban de pie; sus caras miraban hacia la entrada, y sus alas extendidas medían en total nueve metros, que era todo el ancho del Lugar Santísimo. Cada querubín tocaba con un ala una pared del lugar, y con la otra, tocaba la punta del ala del otro querubín. La cortina que separaba el Lugar Santísimo estaba hecha de lino fino tejido con lana morada, azul y roja; sobre ella bordaron figuras de querubines. Los cuartos de la parte superior del templo también estaban recubiertos de oro.

Las dos columnas (1 R 7.15-22).

15-17 Salomón mandó hacer dos columnas de casi dieciséis metros de altura, y las colocó a la derecha y a la izquierda de la entrada del templo. Sobre cada columna puso un adorno de dos metros veinticinco centímetros de alto. Cada adorno estaba decorado con figuras en forma de cadena, de las cuales colgaban cien figuras con forma de manzana. A la columna de la derecha Salomón la llamó Jaquín, y a la de la izquierda Bóaz.

4 Muebles y utensilios del templo (1 R 7.23-51).

1 Salomón también mandó hacer un altar de bronce de nueve metros de largo por nueve de ancho, y cuatro y medio de alto.

2 Después fabricó un enorme tanque para el agua. Era redondo, y de un borde al otro medía cuatro metros. Su altura era de dos metros y veinticinco centímetros, y su circunferencia era de trece metros y medio.

3 Decoró todo el borde con figuras de toros. Cada cuarenta y cinco centímetros había diez toros.

4 El tanque estaba sobre doce toros de bronce. Tres de estos toros miraban al norte, tres al sur, tres al este y tres al oeste, de modo que sus patas traseras quedaban hacia adentro.

5 Las paredes del tanque eran de ocho centímetros de grueso. Su borde se parecía a una flor de lirio abierta. En el tanque cabían cuarenta y cuatro mil litros de agua.

6-10 Salomón también hizo diez recipientes para lavar todo lo que se usaba para las ofrendas quemadas. Cinco recipientes estaban en el lado sur del templo, y cinco en el lado norte. Hizo también diez candelabros de oro, como Dios lo había ordenado, y los puso en el templo; cinco en el lado sur, y cinco en el lado norte. Además hizo diez mesas, que también colocó en el templo; cinco en el lado sur, y cinco en el lado norte. Hizo también cien tazones de oro. Además, Salomón mandó construir el patio de los sacerdotes y el patio principal, cada uno con sus puertas, las cuales recubrió de bronce.

11 Hiram también hizo las ollas, las palas y las vasijas. Así terminó todo el trabajo que hizo para el templo de Dios, por encargo del rey Salomón.

12 Éstos son todos los trabajos que realizó: las dos columnas, la parte superior de cada columna, las dos decoraciones en la parte superior de las columnas,

13 y las cuatrocientas figuras de esas decoraciones.

14 También hizo las diez bases y los recipientes que iban sobre ellas,

15 el gran tanque para el agua y los doce toros que lo sostenían,

16 y las ollas, palas y vasijas. Todo lo que Hiram hizo para el templo de Dios a pedido del rey Salomón era de bronce pulido.

17 Los utensilios de bronce los hicieron en moldes de arena, en la región del Jordán, entre Sucot y Saretán.

18 Salomón no pidió que pesaran los utensilios de bronce porque eran muchos.

19-22 Salomón también mandó hacer todos los utensilios que había en el templo de Dios. Los de oro puro eran: el altar, la mesa de los panes para Dios, los diez candelabros del Lugar Santísimo, las figuras de flores, las lámparas, las tenazas, las copas, las tijeras para cortar mechas, las vasijas, los cucharones, los incensarios, las bisagras de las puertas del Lugar Santísimo, ylas bisagras de la puerta de la entrada principal del edificio.

5

1 De este modo se terminaron todos los trabajos que Salomón mandó hacer para el templo de Dios. Después llevó todos los utensilios de oro y de plata que su padre David había dedicado para Dios, y los guardó en el lugar donde estaban los tesoros del templo de Dios.

Salomón lleva el cofre del pacto al templo (1 R 8.1-9).

2 El rey Salomón se reunió con los líderes de Israel, los jefes de las tribus y la gente más importante de las familias israelitas. Salomón quería que todos estuvieran presentes cuando se llevara el cofre del pacto de Dios desde la parte antigua de Jerusalén hasta el templo.

3 Esto ocurrió en la fiesta de las enramadas, que se celebra en el mes de Etanim[b].

4-5 Cuando llegaron todos los representantes de Israel, los sacerdotes y sus ayudantes tomaron el cofre y se lo llevaron al templo. También llevaron el santuario y todos los utensilios dedicados al culto.

6 El rey Salomón y todos los israelitas allí reunidos se pararon frente al cofre, y le ofrecieron a Dios muchos toros y ovejas.

7 Después los sacerdotes llevaron el cofre del pacto de Dios hasta el fondo del templo, donde estaba el Lugar Santísimo, y lo pusieron bajo las alas de los dos grandes querubines.

8 Las alas extendidas de los querubines cubrían el cofre y las varas que servían para trasladarlo.

9 Estas varas eran tan largas que sus puntas se veían desde el Lugar Santo, que estaba frente al Lugar Santísimo. Sin embargo, no podían verse desde afuera del templo. Así se quedaron hasta el día en que se escribió este relato.

10 Lo único que había en el cofre eran las dos tablas de piedra con las leyes del pacto. Esas leyes se las había dado Dios a los israelitas cuando salieron de Egipto. Moisés las había puesto en el cofre cuando estuvo en el monte Horeb.

Dios llena el templo con su presencia (1 R 8.10-11).

11-13 Todos los sacerdotes allí presentes, sin importar el grupo al que pertenecían, habían cumplido con la ceremonia de preparación para poder presentarse ante Dios. Por su parte, los cantores se ubicaron al lado este del altar. Todos estaban de pie y vestidos de lino fino. Entre ellos estaban Asaf, Hemán y Jedutún, con sus hijos y familiares. Todos ellos tocaban platillos, arpas y otros instrumentos de cuerdas. Junto a ellos había ciento veinte sacerdotes que tocaban las trompetas. Todos juntos alababan y daban gracias a Dios con el canto que dice: Alaben a Dios, porque él es bueno, y nunca dejará de amarnos. Cuando los sacerdotes salieron del Lugar Santo, una nube llenó todo el templo. Era la presencia de Dios,

14 y por eso los sacerdotes ya no pudieron quedarse para celebrar el culto.

6 Salomón ora a Dios (1 R 8.12-53).

1 Entonces Salomón dijo: Dios mío, tú siempre has vivido en la espesa nube que acompaña al santuario.

2 Pero ahora, te he construido una casa, para que vivas allí para siempre.

3 Luego el rey se dio vuelta y miró a todo el pueblo de Israel, que se había reunido y estaba de pie. Entonces los bendijo.

4 Y exclamó: Bendito sea el Dios de Israel, que ha cumplido lo que le prometió a mi padre, pues le dijo:

5 «Desde que saqué de Egipto a mi pueblo, no he elegido ninguna ciudad de las tribus de Israel para que se construya en ella mi templo. Tampoco elegí a ningún hombre para que fuera el gobernante de Israel, mi pueblo.

6 Sin embargo, ahora he elegido a Jerusalén como mi lugar de residencia, y te elegí a ti, David, para que gobiernes a mi pueblo Israel».

7 Mi padre deseaba construir un templo para adorar a nuestro Dios.

8 Sin embargo, Dios le dijo: «Haces bien en querer construirme una casa.

9 Pero no serás tú quien la construya, sino uno de tus hijos».

10 Dios cumplió su promesa. Ahora yo soy el rey de Israel, en lugar de mi padre, y he construido una casa para nuestro Dios.

11 Además, he preparado un lugar para colocar allí el cofre del pacto que Dios hizo con nosotros.

12-13 Luego Salomón subió sobre una plataforma de bronce que había construido en medio del patio del templo. Esa plataforma medía dos metros veinticinco centímetros de largo y de ancho, y un metro treinta y cinco centímetros de alto. Entonces, a la vista de todo el pueblo, Salomón se puso de rodillas delante del altar de Dios, y levantando sus manos al cielo

14 dijo: Dios de Israel, ni en el cielo ni en la tierra hay otro que se compare a ti. Tú cumples tu pacto y amas profundamente a los que te obedecen de corazón.

15-16 Dios de Israel, hoy has cumplido una de tus promesas a mi padre. Ahora cumple también la promesa que le hiciste, de que sus descendientes reinarían siempre en Israel, si seguían su ejemplo.

17 Por eso, Dios nuestro, cumple las promesas que le hiciste a mi padre.

18 Dios mío, ni el cielo ni la tierra son suficientes para ti, mucho menos esta casa que te he construido.

19-21 Pero de todos modos te pido que escuches mi oración: Cuida de esta casa de día y de noche, pues tú mismo has dicho que vivirás en ella. Cuando estemos lejos de Jerusalén y oremos en dirección a tu templo, escucha desde el cielo nuestras oraciones, y perdónanos.

22 Si alguien perjudica a otra persona, y delante del altar de este templo jura que no lo hizo,

23 escucha desde el cielo y castígalo. Examínanos, y castiga al que resulte culpable, pero deja libre al inocente.

24-25 Si tu pueblo Israel llega a pecar contra ti, y en castigo sus enemigos se lo llevan prisionero, perdónalo y tráelo de nuevo a este país que tú les diste a sus antepasados. Perdónalos, siempre y cuando vengan a tu templo y se arrepientan de haberte ofendido.

26 Si llegamos a pecar contra ti, y en castigo deja de llover por mucho tiempo, perdónanos, siempre y cuando oremos en este lugar y nos arrepintamos de haberte ofendido.

27 Escúchanos desde el cielo, y perdónanos. Enséñanos a vivir haciendo lo bueno, y mándanos de nuevo la lluvia que nos quitaste.

28-30 Si en este país nos llegara a faltar la comida, o nos atacaran enfermedades, o plagas de hongos, langostas o pulgón, escúchanos cuando oremos a ti. Y si los enemigos nos rodean, o atacan a alguna de las ciudades de Israel, escúchanos cuando oremos a ti. Y cuando en medio de este sufrimiento alguno de nosotros, o todo el pueblo de Israel, levante las manos hacia este templo y ore a ti, escúchanos siempre desde el cielo, que es en donde vives, y perdónanos. Examínanos, y danos lo que cada uno de nosotros se merezca. Sólo tú nos conoces de verdad.

31 Así que te serviremos y te obedeceremos durante toda nuestra vida en esta tierra que nos diste.

32-33 Cuando los extranjeros sepan en su país lo grande y poderoso que eres, y vengan a orar a este templo, escúchalos desde el cielo, que es tu casa. Dales todo lo que te pidan, para que todos los pueblos del mundo te conozcan y te obedezcan, como lo hace tu pueblo Israel. Así sabrán que este templo lo construí para adorarte.

34 Si tu pueblo va a la guerra, y desde allí donde lo envíes ora a ti mirando hacia tu amada ciudad de Jerusalén, y hacia este templo,

35 escucha desde el cielo sus oraciones y ruegos, y ayúdalo.

36 Dios mío, todos somos pecadores, y si tu pueblo llega a pecar contra ti, a lo mejor te vas a enojar tanto que lo entregarás a sus enemigos, y ellos se llevarán a tu pueblo a otro lugar, lejano o cercano.

37-38 Pero si allí donde estén prisioneros, tu pueblo se acerca a ti de nuevo, con toda sinceridad, atiéndelo. Si reconoce que ha pecado y actuado mal, y te lo dice, óyelo. Si tu pueblo ora a ti y te ruega, mirando hacia este país que le diste a sus antepasados, hacia esta ciudad de Jerusalén, y hacia este templo,

39 escucha desde el cielo sus oraciones y ruegos, y ayúdalo; perdónale a tu pueblo todos los pecados que haya cometido contra ti.

40 Dios mío, míranos y escucha las oraciones que se hagan en este lugar.

41 Y ahora, mi Dios, ¡ven con el cofre de tu pacto, que es símbolo de tu poder, al templo donde vivirás para siempre! ¡Tus sacerdotes, Dios mío, llevarán tu salvación a todos! ¡Los que siempre te obedecen gozarán de prosperidad!

42 Dios mío, no niegues tu apoyo al rey que has elegido; acuérdate de la obediencia de David, tu servidor.

7 Consagración del templo

1 En cuanto Salomón terminó de orar, cayó fuego del cielo y quemó por completo las ofrendas y los sacrificios. Luego, la presencia misma de Dios llenó el templo,

2 y por eso los sacerdotes ya no pudieron entrar en él.

3 Cuando todos los israelitas vieron descender el fuego y la presencia de Dios sobre el templo, se arrodillaron y se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente; y adoraron a Dios y le dieron gracias, diciendo una y otra vez: Dios es bueno, y nunca deja de amarnos.

4-5 Después, el rey, junto con todo el pueblo, dedicó el templo a Dios, y sacrificó en su honor veintidós mil toros y ciento veinte mil ovejas.

6 Todo el pueblo estaba de pie. Los sacerdotes estaban en sus lugares y tocaban las trompetas; los levitas tocaban los instrumentos musicales que David había fabricado para dar gracias a Dios, y cantaban el canto que dice: Dios nunca deja de amarnos.

7 Salomón dedicó a Dios el centro del patio que está frente al templo, porque allí ofreció los sacrificios para pedir el perdón de Dios. No los pudo presentar en el altar de bronce que había mandado hacer, pues no cabían allí.

8-9 En esa ocasión, Salomón celebró delante de Dios la fiesta de las enramadas, y una gran cantidad de israelitas de todas partes del país asistió a la fiesta. En total la celebración duró catorce días; siete para la dedicación del altar, y siete para la fiesta de las enramadas. Al final celebraron un culto especial de adoración.

10 El día veintitrés del mes de Etanim[c], el rey despidió al pueblo. Ellos se fueron a sus casas muy contentos por todo lo bueno que Dios había sido con su servidor David, con Salomón y con su pueblo Israel.

Dios hace un pacto con Salomón (1 R 9.1-9).

11 Cuando Salomón terminó exitosamente todo lo que había planeado hacer en el templo de Dios y en su palacio,

12-16 Dios se le apareció una noche y le dijo: He escuchado tu oración, y he elegido este templo para que en él me ofrezcan sacrificios; siempre viviré en él, y lo cuidaré y amaré. Todo el tiempo estaré atento y escucharé las oraciones que aquí se hagan. Si ustedes me desobedecen, no les enviaré lluvia, y les enviaré saltamontes para que devoren sus cosechas, o les enviaré una enfermedad. Pero si mi pueblo se humilla, y ora y me busca, y si al mismo tiempo abandona su mala conducta, yo escucharé en el cielo su oración, perdonaré sus pecados y los haré prosperar de nuevo.

17-18 En cuanto a ti, Salomón, si te comportas bien y me obedeces en todo, Israel siempre tendrá como rey un descendiente tuyo. Así también se lo prometí a tu padre; compórtate como él lo hizo.

19 Pero si tú no me obedeces, sino que sirves y adoras a otros dioses,

20 entonces expulsaré a Israel de la tierra que le he dado. Abandonaré el templo que había elegido para que me adoraran, y todas las naciones se burlarán de tu pueblo.

21 Este templo no será más que un montón de ruinas, y todos los que pasen junto a él se asombrarán y se burlarán, diciendo: «¿Por qué Dios ha hecho esto con Israel y con este templo?».

22 Y se les contestará: «Porque Israel abandonó a su Dios, quien lo había sacado de Egipto. Su pueblo adoró y obedeció a otros dioses. Por eso Dios ha traído todo este mal sobre ellos».

8 Otras actividades de Salomón (1 R 9.10-28).

1-10 Salomón tardó veinte años en construir el templo de Dios y su palacio. Además, conquistó el poblado de Hamat, en la región de Sobá. También reconstruyó las ciudades que el rey Hiram le entregó, y se las dio a los israelitas para que vivieran allí. Salomón obligó a trabajar a todos los descendientes de los amorreos, hititas, ferezeos, heveos y jebuseos que habían quedado en el país y que los israelitas dejaron con vida. Ellos siguieron trabajando como esclavos hasta el día en que esto se escribió. Pero a los israelitas no los obligó a trabajar como esclavos, sino que ellos eran soldados, oficiales, jefes, capitanes, jinetes y conductores de carros de guerra. Salomón tenía doscientos cincuenta capataces a cargo de los trabajos, y ellos dirigían a los trabajadores en todo lo que tenían que hacer. Ellos construyeron todo lo que el rey quiso edificar en Jerusalén, en el Líbano y en todo su territorio. Éstas son algunas de las obras que realizaron: El templo de Dios. El palacio del rey. La ciudad de Tadmor en el desierto. Las ciudades de Hamat, que al igual que muchas otras, usaba Salomón para guardar alimentos. Bet-horón de arriba, y Bet-horón de abajo. Las ciudades fortificadas con muros, puertas y barras. El poblado de Baalat. Las ciudades en donde Salomón guardaba los carros de combate. Los cuarteles de caballería.

11 Salomón sabía que todos los lugares en donde había estado el cofre del pacto de Dios eran sagrados; por ello, no quiso que su esposa, que era hija del rey de Egipto, viviera en el mismo palacio en el que el rey David había vivido. Entonces le construyó un palacio en otro lugar, para que allí viviera.

12-16 Desde el día en que pusieron los cimientos del templo, hasta que se terminó la construcción, Salomón presentaba ofrendas quemadas en honor a Dios. Las presentaba sobre el altar que había construido frente a la entrada del templo. Salomón siempre obedeció lo que Moisés había ordenado en cuanto a las ofrendas. Por eso, presentaba las ofrendas diarias, las de los sábados, las mensuales, y las de las tres grandes fiestas anuales: la fiesta de los panes sin levadura, la fiesta de la cosecha y la fiesta de las enramadas. Salomón obedeció fielmente lo que su padre le había dicho en cuanto al culto. Por eso hizo un horario de trabajo para los sacerdotes y sus ayudantes, quienes se encargaban de la alabanza. También hizo horarios de trabajo para los que cuidaban las entradas del templo y para los tesoreros. Todos ellos cumplieron con su deber.

17 Luego, el rey Salomón fue a la ciudad de Esión-guéber, que estaba a la orilla del mar, cerca de Elat, en el territorio de Edom.

18 A ese lugar le envió el rey Hiram, por medio de sus servidores, barcos con muy buenos marineros. Estos hombres fueron a la región de Ofir junto con los servidores de Salomón, y de allí le llevaron a Salomón quince mil kilos de oro.

9 La reina de Sabá visita a Salomón (1 R 10.1-13).

1 Cuando la reina de Sabá escuchó hablar de lo famoso que era Salomón, decidió ir a visitarlo. Ella quería hacerle preguntas difíciles para ver si era tan sabio como decían. Llegó a Jerusalén acompañada de sus consejeros, y con camellos cargados de perfumes y gran cantidad de oro y piedras preciosas. Cuando se encontró con Salomón, ella le hizo todas las preguntas que había preparado.

2 ¡Y Salomón contestó todas ellas! No hubo nada que no pudiera explicarle.

3-4 La reina quedó maravillada al ver lo sabio que era Salomón. También tuvo tiempo para admirar la hermosura del palacio, la rica comida que servían a la mesa, los asientos que ocupaban los asistentes, el aspecto y la ropa de todos los sirvientes, y en especial la de los que servían el vino al rey. Y al ver todos los animales que el rey daba como ofrenda en el templo de Dios, se asombró

5 y le dijo al rey: Todo lo que escuché en mi país acerca de lo que has hecho, y de lo sabio que eres, es cierto.

6 Yo no lo creía, pero ahora lo he visto con mis propios ojos, y sé que es verdad. En realidad, no me habían contado ni siquiera la mitad. ¡Eres más sabio y rico de lo que yo había escuchado!

7 ¡Qué felices deben ser tus esposas! ¡Y qué contentos deben estar todos tus servidores, pues siempre cuentan con tus sabios consejos!

8 ¡Bendito sea tu Dios, a quien le agradó tu conducta y te hizo rey de Israel, para que reines en su nombre y gobiernes con justicia! No hay duda, ¡Dios ama a Israel, y su pueblo permanecerá por siempre!

9-11 Después la reina de Sabá le dio a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro, y gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Además, los barcos de Hiram y los de Israel, que habían traído desde Ofir el oro para Salomón, trajeron de allá gran cantidad de madera de sándalo y piedras preciosas. Con esa madera el rey hizo barandas para el templo de Dios y para el palacio. También hizo para los músicos arpas y liras. Nunca antes se había visto algo así en el territorio de Judá.

12 El rey Salomón le dio a la reina de Sabá todo lo que ella le pidió, lo cual fue mucho más de lo que ella le había traído. Después ella volvió a su país con sus consejeros.

Sabiduría y riqueza de Salomón (1 R 10.14-25; 2 Cr 1.14-17).

13 Cada año el rey Salomón recibía alrededor de veintidós mil kilos de oro,

14 sin contar los impuestos que le pagaban los comerciantes, y el oro y la plata que todos los reyes de Arabia y los gobernantes del país le daban.

15-16 Salomón mandó hacer doscientos escudos grandes, y trescientos escudos pequeños, y los puso en el palacio llamado Bosque del Líbano. Cada uno de los escudos grandes pesaba seis kilos de oro, y los pequeños pesaban un poco más de tres kilos.

17 También mandó hacer un trono grande de marfil, recubierto de oro puro.

18 El trono estaba sobre una base de oro y tenía dos brazos. Al lado de cada brazo había un león de pie. El trono tenía seis escalones,

19 y en ambos lados de cada escalón había también un león de pie. ¡Ningún otro rey tenía un trono tan hermoso!

20 Todas las copas del rey, y todos los platos del palacio Bosque del Líbano eran de oro puro. No había nada de plata, porque en aquella época no la consideraban de mucho valor.

21 Los barcos del rey Salomón y los del rey Hiram viajaban juntos, y cada tres años traían de Tarsis oro, plata, marfil, monos y pavos reales.

22 El rey Salomón era más sabio y más rico que todos los reyes de esa región.

23 Todos los reyes de la tierra querían verlo y escuchar la sabiduría que Dios le había dado,

24 así que cada año le llevaban regalos de oro y plata, ropas, perfumes, caballos y mulas.

Salomón comercia con carros y caballos (1 R 10.26-29; 2 Cr 1.14-17).

25 Salomón tenía un ejército tan grande que tuvo que construir cuatro mil cuarteles en Jerusalén y en otras ciudades, para guardar sus caballos y carros de combate, y para albergar a sus doce mil jinetes.

26 Salomón llegó a ser tan poderoso que puso bajo su dominio a todos los reyes del este, desde el río Éufrates; a los reyes del oeste, hasta la tierra de los filisteos; y a los reyes del sur, hasta la frontera con Egipto.

27 El rey Salomón acumuló en Jerusalén grandes cantidades de plata, y sembró tantos árboles de cedro que llegaron a ser tan comunes como las flores del campo.

28 Además, los caballos de Salomón eran comprados en Egipto y en otros países.

Muerte de Salomón (1 R 11.41-43).

29-30 Salomón fue rey de Israel cuarenta y tres años, y todo ese tiempo vivió en Jerusalén. Todo lo que hizo, de principio a fin, está escrito en los siguientes libros: La historia del profeta Natán, La profecía de Ahías, el de Siló, y Los mensajes del profeta Iddo acerca de Jeroboam hijo de Nabat.

31 Cuando Salomón murió, lo enterraron en la Ciudad de David, su padre, y en su lugar reinó su hijo Roboam.

10 Israel se divide en dos reinos (1 R 12.1-24).

1 Roboam fue a Siquem, pues todo el pueblo de Israel había ido allá para nombrarlo rey.

2-3 Pero las tribus del norte de Israel mandaron a llamar a Jeroboam, que se había quedado a vivir en Egipto, para escapar de Salomón. Así fue como la noticia llegó a sus oídos. Cuando Jeroboam llegó, él y los hombres de las tribus del norte fueron a hablar con Roboam y le dijeron:

4 —Tu padre fue muy duro con nosotros. Si tú nos tratas mejor, nos pondremos a tu servicio.

5 Roboam les contestó: —Váyanse y vengan a verme de nuevo dentro de tres días. Así que la gente se fue.

6 Entonces el rey Roboam les preguntó a sus consejeros qué debía hacer; como estos consejeros también habían ayudado a su padre Salomón, les preguntó: —¿Qué puedo contestarle a esta gente?

7 Ellos le dijeron: —Si te pones al servicio del pueblo y lo tratas bien, el pueblo te servirá por siempre.

8 Pero Roboam no les hizo caso. En vez de eso, les pidió consejo a los muchachos que habían crecido con él y que estaban a su servicio.

9 Les dijo: —Esta gente quiere que yo la trate mejor que mi padre. ¿Ustedes qué opinan?

10 Ellos le contestaron: —Diles que si tu padre fue duro con ellos, tú lo serás más.

11 Si tu padre los trató mal, tú los tratarás peor. Si tu padre los azotaba con correas, tú lo harás con látigos de puntas de hierro.

12 Después de tres días, Jeroboam y los hombres de las tribus del norte fueron a ver de nuevo a Roboam, como él les había pedido.

13 El rey les habló con dureza. No hizo caso a los consejeros,

14 sino a los muchachos, y les dijo: —Mi padre fue duro con ustedes, pero yo lo seré más todavía. Mi padre los azotó con correas, pero yo lo haré con látigos de puntas de hierro.

15 Así que el rey no hizo lo que el pueblo le pidió. Y es que Dios así lo había planeado, para cumplir lo que le había prometido a Jeroboam hijo de Nabat. El profeta Ahías de Siló le había dicho a Jeroboam que Dios le quitaría al hijo de Salomón diez tribus de su reino, y se las daría a él.

16 Cuando todos vieron que el rey no les había hecho caso, le dijeron: ¡No tenemos nada que ver con David, el hijo de Jesé! ¡No queremos que su familia reine sobre nosotros! ¡Volvamos a nuestras casas, israelitas! ¡Que la familia de David reine sobre su propia tribu! Así que los israelitas se fueron a sus casas.

17 Pero Roboam reinó sobre los israelitas que vivían en las ciudades de Judá.

18 Luego Roboam envió a Adoram, el encargado del trabajo obligatorio, a hablar con los demás israelitas, pero ellos lo mataron a pedradas. Entonces el rey Roboam subió rápidamente a su carro y escapó a la ciudad de Jerusalén.

19 Así fue como las tribus del norte de Israel se rebelaron y no quisieron que la familia de David reinara sobre ellas; y así fue hasta el día en que esto se escribió.

11

1 Cuando Roboam llegó a Jerusalén, reunió a ciento ochenta mil soldados que eligió de entre todas las familias de Judá y de la tribu de Benjamín, para luchar contra las demás tribus y recuperar el poder sobre todo Israel.

2 Pero Dios habló con Semaías, un hombre que amaba y respetaba a Dios, y le dijo:

3 Debes darle a Roboam, y a todos los de la tribu de Judá y de Benjamín, este mensaje:

4 «Dios no quiere que haya guerra contra las demás tribus de Israel, pues ellos son sus parientes. Vuelvan a sus casas, pues es una orden de Dios». Al escuchar este mensaje, todos regresaron a sus casas y no atacaron a Jeroboam.

Roboam protege sus ciudades

5-12 Roboam se quedó a vivir en Jerusalén, y logró mantener bajo su control las ciudades de las tribus de Judá y de Benjamín. Pudo hacerlo porque protegió y fortaleció algunas ciudades hasta el punto de convertirlas en fortalezas. Además de construir fuertes murallas alrededor de ellas, puso en cada ciudad a jefes del ejército, y los armó con escudos y lanzas. Además, almacenó en las ciudades suficiente comida, aceite y vino. Éstas son las ciudades que reforzó: Belén, Etam, Tecoa, Bet-sur, Socó, Adulam, Gat, Maresá, Zif, Adoraim, Laquis, Azecá, Sorá, Aialón yHebrón.

Los sacerdotes y levitas se unen a Roboam

13-15 Jeroboam hizo altares para que la gente adorara a los ídolos y toros que él había fabricado. También nombró sus propios sacerdotes, y él y sus hijos expulsaron a los sacerdotes que servían a Dios. Por esa razón, los sacerdotes y levitas de todo Israel dejaron sus tierras y posesiones, y se unieron a Roboam. Se quedaron a vivir en Jerusalén y en el territorio de Judá.

16 Con ellos, llegaron a Jerusalén israelitas de todas las tribus. Era gente que con toda sinceridad quería adorar al Dios de Israel, el Dios de sus antepasados.

17 Durante tres años, toda esta gente le dio su apoyo a Roboam hijo de Salomón, y así fortalecieron el reino de Judá, siguiendo el buen ejemplo de David y Salomón.

La familia de Roboam

18 Roboam se casó con Mahalat, que era hija de Jerimot y Abihail. Jerimot era hijo de David, y Abihail era hija de Eliab y nieta de Jesé.

19 Roboam y Mahalat tuvieron tres hijos: Jehús, Semarías, Záham.

20 Roboam también se casó con Maacá hija de Absalón, y tuvo cuatro hijos: Abiam, Atai, Ziza, Selomit.

21 Roboam tuvo dieciocho esposas y sesenta mujeres, con las cuales tuvo veintiocho hijos y sesenta hijas. Como Roboam amaba a Maacá más que a todas sus mujeres,

22 y quería que su hijo Abiam fuera el rey, lo nombró jefe de todos sus hermanos.

23 Pero también fue astuto, y envió a sus demás hijos a vivir en diferentes partes del territorio de Judá y de Benjamín. Los nombró jefes de las ciudades que había transformado en fortalezas, y les dio provisiones en abundancia y muchas esposas.

12 El rey de Egipto conquista Judá (1 R 14.21-31).

1-9 En cuanto Roboam se dio cuenta de que su reino era firme y poderoso, él y todo el pueblo de Israel dejaron de obedecer la ley de Dios. Por esa razón, cuando Roboam cumplió cinco años en el reinado, Dios permitió que Sisac, rey de Egipto, conquistara a los israelitas. Sisac tenía un ejército de mil doscientos carros de combate y sesenta mil jinetes; además, venían con él soldados libios, suquienos y etíopes, en tal cantidad que no se podían contar. El rey de Egipto fue conquistando, una tras otra, las ciudades y fortalezas de Judá, y finalmente llegó hasta Jerusalén. Los principales jefes de Judá se habían reunido allí con Roboam, y fue entonces cuando el profeta Semaías les dijo: Éste es el mensaje de Dios para ustedes: «Como se olvidaron de mí, ahora yo los abandono y los dejo bajo el poder de Sisac». Entonces los jefes y el rey reconocieron con humildad su maldad y confesaron: ¡El castigo de Dios es justo! Cuando Dios se dio cuenta de que habían reconocido con humildad su pecado, les mandó este mensaje por medio de Semaías: Ustedes han sido humildes al reconocer su pecado, y por eso no dejaré que Sisac destruya por completo Jerusalén. En poco tiempo los liberaré de su poder. Sin embargo, para que sepan cuán diferente es servirme a mí, que servir a los reyes de este mundo, serán servidores del rey de Egipto. Entonces Sisac atacó y conquistó a Jerusalén. Se llevó todos los tesoros del templo de Dios y del palacio real, incluyendo los escudos de oro que había hecho Salomón.

10 Luego Roboam hizo escudos de bronce en lugar de los de oro, y los puso al cuidado de los oficiales que vigilaban la entrada de su palacio.

11 Cada vez que el rey iba al templo, los vigilantes llevaban los escudos. Cuando regresaban, los ponían de nuevo en el cuartel.

12 Sin embargo, como Roboam se había humillado, Dios no permitió que Jerusalén fuera totalmente destruida, pues aún había algo bueno en Judá.

13 De hecho, Roboam recuperó su poder y siguió reinando en Jerusalén, que era la ciudad que Dios había elegido de entre todas las tribus de Israel, para vivir en ella. Roboam tenía cuarenta y un años de edad cuando comenzó a reinar, y su reinado duró diecisiete años. Su madre se llamaba Naamá, y era amonita.

14 Pero su conducta fue mala, pues no obedeció a Dios con sinceridad.

Muerte de Roboam

15-16 Roboam y Jeroboam siempre estuvieron en guerra. La historia de Roboam, de principio a fin, está escrita en estos libros: Las historias del profeta Semaías y Los mensajes del profeta Iddo.

17 Cuando Roboam murió, lo enterraron en la Ciudad de David, en la tumba de sus antepasados. Su hijo Abiam reinó en su lugar.

13 Abiam, rey de Judá (1 R 15.1-8).

1 Abiam comenzó a reinar cuando Jeroboam tenía ya dieciocho años de gobernar en Israel.

2 La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró tres años. Su madre se llamaba Micaías y era hija de Uriel de Guibeá. Y también hubo guerra entre Abiam y Jeroboam.

3 Abiam eligió para la batalla a cuatrocientos mil soldados de los más valientes. Por su parte, Jeroboam eligió para la batalla a ochocientos mil valientes soldados.

4 Cuando estaba a punto de comenzar la batalla, Abiam subió a la parte más alta de Semaraim, que está en la montaña de Efraín, y gritó: ¡Jeroboam! ¡Soldados de Israel! ¡Escúchenme!

5 ¿Acaso no recuerdan que Dios hizo un pacto con David y sus descendientes, y les prometió que ellos reinarían sobre Israel por siempre?

6 Sin embargo, tú, Jeroboam, que no eras más que un sirviente de Salomón, te pusiste en su contra.

7 Te has rodeado de un grupo de malvados, buenos para nada. Son los mismos que mal aconsejaron a Roboam, el hijo de Salomón, y como él era muy joven e indeciso, no pudo enfrentarse a ellos.

8 Dios reina en Israel por medio de los descendientes de David. Pero ahora ustedes creen que podrán vencer a nuestro Dios. Confían en que son muchísimos, y creen que les ayudarán sus dioses, ¡esos toros de oro que Jeroboam les hizo!, creen que podrán vencer a nuestro Dios.

9 Además, ustedes han expulsado a los sacerdotes y a sus ayudantes, a los cuales Dios había elegido, ¡y han nombrado a sus propios sacerdotes! Se están comportando como los pueblos que no conocen al Dios verdadero: nombran como sacerdote de esos dioses falsos a cualquier fulano que traiga como ofrenda un ternero y siete carneros.

10 Nosotros, al contrario, adoramos a nuestro Dios, y no lo hemos traicionado. Nuestros sacerdotes son los descendientes de Aarón, y sus ayudantes son de la tribu de Leví, a quienes Dios eligió para que le sirvieran.

11 Tal y como Dios lo mandó, cada mañana y cada tarde ellos le presentan sacrificios e incienso; todas las tardes van a la mesa que ha sido preparada para la adoración, y colocan en ella el pan ofrecido a Dios, y encienden las lámparas del candelabro de oro. ¡Nada de esto hacen ustedes!

12 Yo les advierto que nuestro capitán es Dios, y que sus sacerdotes están listos para tocar sus trompetas y dar la señal de guerra. Ustedes no podrán ganarnos, así que les aconsejo no pelear contra el Dios de sus antepasados.

13-14 Mientras Abiam hablaba, Jeroboam envió una parte de su ejército para que atacara por detrás al ejército de Abiam. Cuando los de Judá se dieron cuenta de que los iban a atacar por el frente y por detrás, le rogaron a Dios que los ayudara. Entonces los sacerdotes tocaron las trompetas,

15-19 y cuando el ejército de Judá lanzó el grito de guerra, Dios permitió que Abiam y sus hombres derrotaran a Jeroboam. Todo el ejército de Jeroboam salió huyendo de los hombres de Judá, quienes los persiguieron. Los de Judá lograron matar a quinientos mil de los mejores soldados de Jeroboam, y recuperaron las ciudades de Betel, Jesaná y Efraín, junto con las aldeas que las rodeaban. Ese día, el ejército de Judá obtuvo una gran victoria porque confiaron en el Dios de sus antepasados. Por el contrario, los de Jeroboam sufrieron una gran derrota.

20 Mientras Abiam fue rey, Jeroboam nunca recobró su poder. Un día, Dios hirió a Jeroboam, y éste murió.

21 Por su parte, Abiam llegó a ser muy poderoso. Tuvo catorce esposas, veintidós hijos y dieciséis hijas.

22 El resto de la historia de Abiam, y sus acciones y sus palabras, está escrito en el Comentario del profeta Iddo.

14 Asá, rey de Judá (1 R 15.9-12).

1-5 Cuando Abiam murió, lo enterraron en la Ciudad de David. Asá, su hijo, reinó en su lugar, y en esa época Dios le permitió al pueblo disfrutar de diez años de paz. Asá obedeció a Dios en todo, y mandó quitar de todas las ciudades de Judá los pequeños templos de las colinas, en los que el pueblo adoraba a dioses falsos; hizo pedazos los ídolos y las imágenes de la diosa Astarté. Además, le ordenó a toda la gente de Judá que adorara al Dios de sus antepasados y que siempre obedeciera su ley.

6-7 Asá aprovechó que había paz, y le dijo al pueblo: Dios nos ha permitido estar en paz con nuestros enemigos, pues hemos vuelto a obedecer sus mandamientos. ¡Ahora es el momento de reforzar la seguridad de nuestras ciudades! Vamos a construir murallas alrededor de ellas, y torres y puertas con buenos seguros. El pueblo estuvo de acuerdo, y logró fortalecer las ciudades con gran éxito.

Guerra de Asá contra Zérah

8-9 Tiempo después, Zérah, que era de Etiopía, le declaró la guerra a Judá. Al frente de un ejército muy numeroso y de trescientos carros de combate, llegó hasta Maresá, muy cerca de Jerusalén. Aunque Asá tenía un ejército de valientes soldados armados con escudos y lanzas, eran apenas trescientos mil soldados de la tribu de Judá, y doscientos ochenta mil de la tribu de Benjamín.

10 Sin embargo, Asá decidió enfrentarse a Zérah y a su ejército, y colocó a sus hombres en posición para la batalla en el valle de Sefata, que está muy cerca de Maresá.

11 Luego oró a Dios, diciendo: Dios nuestro, nos hemos atrevido a pelear contra este ejército tan grande, porque confiamos en ti y queremos honrarte. No hay nadie como tú para ayudar al débil y liberarlo del poderoso. Por eso te rogamos que nos ayudes. ¡Tú eres nuestro Dios! ¡Sabemos que nadie te puede vencer!

12-13 Y efectivamente, Dios y su ejército acabaron con los etíopes. Zérah y su ejército salieron huyendo, pero los hombres de Judá los persiguieron hasta Guerar, y los mataron a todos sin dejar un solo etíope vivo. Luego se apoderaron de todas sus pertenencias.

14 Al ver esto, la gente de los poblados cercanos a Guerar tuvo mucho miedo de Dios. Y el ejército de Judá se aprovechó de eso para quitarle a esa gente sus abundantes riquezas.

15 Atacaron también los campamentos donde había ganado, y se apoderaron de muchísimas ovejas y camellos. Finalmente volvieron a Jerusalén.

15 Asá es fiel a Dios (1 R 15.11-15).

1-6 El espíritu de Dios le dio al profeta Azarías hijo de Oded un mensaje para el rey Asá, el cual decía: ¡Tú, Asá, y ustedes, tribus de Judá y de Benjamín, pongan atención! Hace mucho tiempo, Israel había dejado de adorar al Dios verdadero, y no tuvo sacerdotes que le enseñasen su ley. En esos días, Dios castigaba a los pueblos con toda clase de angustias. Por todas partes, la gente vivía con mucha inseguridad y temor. Había guerras entre los pueblos y entre las ciudades; nadie estaba tranquilo. Aun así, cuando nuestra gente estaba angustiada, se arrepentía y se acercaba a nuestro Dios. Él siempre los recibía. Por eso ahora les digo: Si ustedes le son fieles, él estará siempre con ustedes; cuando lo necesiten, podrán encontrarlo; pero si ustedes lo abandonan, él también los abandonará.

7 ¡Sean valientes, no dejen de obedecer a Dios, y él les dará su recompensa!

8 Cuando Asá escuchó al profeta, tuvo el valor de destruir los horribles ídolos que había en todo el territorio de Judá y de Benjamín, y en las ciudades que había conquistado en la montaña de Efraín. Al mismo tiempo, reparó el altar de Dios que estaba frente a la entrada del templo.

9 Después Asá mandó llamar a toda la gente de las tribus de Judá y de Benjamín. Y como en su territorio vivían muchos de las tribus de Efraín, de Manasés y de Simeón, también ellos respondieron al llamado del rey. Éstos se habían unido a Asá porque se dieron cuenta de que Dios lo ayudaba en todo.

10 El mes de Siván[d] del año quince del reinado de Asá llegaron todos a Jerusalén,

11 y ese día le ofrendaron a Dios setecientas reses y siete mil ovejas, que antes le habían quitado a sus enemigos.

12-15 Fue entonces cuando hicieron un pacto y juraron en voz alta que con toda sinceridad se esforzarían en obedecer solamente al Dios de sus antepasados. También prometieron que quien no lo hiciera sería condenado a muerte, sin importar su edad o sexo. Cuando terminaron el juramento, todo el pueblo de Judá se llenó de alegría. Festejaron con gritos de gozo y música de trompetas y cuernos, pues Dios los había aceptado. Y como Dios vio que el pueblo había sido sincero, los bendijo y les permitió vivir en paz con todos los pueblos vecinos.

16 Asá le quitó a su abuela Maacá su autoridad de reina madre, porque ella había hecho una imagen de la diosa Astarté. El rey Asá destruyó esa imagen y la quemó en el arroyo de Cedrón.

17 Y aunque no todos los pequeños templos de las colinas se destruyeron, Asá fue fiel a Dios durante toda su vida.

18 También llevó al templo todos los objetos de oro y plata que tanto él como su padre le habían prometido a Dios.

19 Y no hubo guerras hasta el año treinta y cinco del reinado de Asá.

16 Guerra entre Asá y Baasá (1 R 15.16-22).

1 Pero al año siguiente, Baasá, el rey de Israel, fue a atacar a Asá, rey de Judá[e], y lo primero que hizo fue conquistar la ciudad de Ramá. Enseguida comenzó a convertir a esa ciudad en una fortaleza, y puso en ella soldados, porque desde allí podía impedir que cualquiera entrara o saliera del territorio gobernado por Asá.

2 Entonces Asá tomó toda la plata y el oro que había en los tesoros del templo y del palacio del rey, y se los envió a Ben-hadad, rey de Siria, que vivía en la ciudad de Damasco. Además le envió este mensaje:

3 Hagamos un pacto tú y yo, como lo hicieron tu padre y el mío. Yo te envío plata y oro a cambio de que rompas el pacto que hiciste con Baasá, para que deje de atacarme.

4 Ben-hadad estuvo de acuerdo y envió a los jefes de su ejército a pelear contra las ciudades de Israel. Así conquistó las ciudades de Iión, Dan, Abel-maim, y todas las ciudades de Neftalí en las que se almacenaban alimentos.

5 Cuando el rey Baasá se enteró de esto, dejó de fortificar Ramá.

6 Entonces el rey Asá le ordenó a todos los de Judá que se llevaran las piedras y la madera que Baasá había usado para fortificar la ciudad de Ramá. Con ese material, el rey Asá fortaleció las ciudades de Gueba y Mispá.

Los pecados de Asá

7-9 Pero en esos días el profeta Hananí fue a hablar con Asá, rey de Judá, y lo reprendió así: Nuestro Dios vigila todo el mundo, y siempre está dispuesto a ayudar a quienes lo obedecen y confían en él. Acuérdate de que, gracias a tu confianza en Dios, pudiste derrotar a los etíopes y a los libios, a pesar de que ellos tenían un ejército mucho más poderoso que el tuyo. Sin embargo, ahora pusiste tu confianza en el rey de Siria y no en tu Dios; por eso, nunca podrás vencer al ejército sirio. Fuiste muy tonto, y ahora vivirás en guerra toda tu vida.

10 Al oír esto, Asá se enojó tanto contra el profeta que lo encerró en la cárcel. También maltrató con crueldad a varios de los habitantes de la ciudad.

Muerte de Asá (1 R 15.23-24).

11 La historia de Asá, de principio a fin, está escrita en el libro de la historia de los reyes de Judá y de Israel.

12 A los treinta y nueve años de su reinado, Asá enfermó gravemente de los pies. Sin embargo, tuvo más confianza en los médicos que en la ayuda que Dios podía brindarle.

13 En el año cuarenta y uno de su reinado, Asá murió.

14 Lo pusieron sobre una camilla, con toda clase de perfumes. Luego encendieron en su honor una gran hoguera, y lo enterraron en la tumba que él mismo había mandado hacer en la Ciudad de David, donde estaban enterrados sus antepasados.

17 Josafat, rey de Judá

1-9 En lugar de Asá reinó su hijo Josafat. Dios ayudó a Josafat porque se comportó como antes lo había hecho David, su antepasado. Josafat no adoró a las imágenes del dios Baal; además tuvo el valor de quitar, de todo el territorio de Judá, los pequeños templos de las colinas, que se usaban para adorar ídolos, y destruyó las imágenes de la diosa Astarté. Josafat obedeció a Dios, al igual que su padre, pues no siguió el ejemplo de los reyes de Israel. Por el contrario, cuando ya llevaba tres años de gobernar, envió a los oficiales más importantes de su reino a enseñar la ley de Dios a todo el pueblo. Y ellos así lo hicieron: recorrieron todas las ciudades de Judá enseñando acerca del libro de la Ley. Éstos son los nombres de los oficiales que envió el rey: Ben-hail, Abdías, Zacarías, Natanael, Micaías. Con ellos iban los siguientes ayudantes de los sacerdotes: Semaías, Netanías, Zebadías, Asael, Semiramot, Jonatán, Adonías, Tobías, Tobadonías. También los acompañaban los sacerdotes Elisamá y Joram. En respuesta, Dios le permitió al rey Josafat tener bajo su control a todo su reino, y logró fortalecer sus ciudades para resistir cualquier ataque de Israel. El rey puso jefes del ejército y tropas en todo el territorio de Judá y en sus ciudades fortificadas, y en las ciudades que Asá había conquistado en el territorio de Efraín. Además, toda la gente de Judá le hacía regalos. Por eso Josafat llegó a ser muy rico y estimado.

10 Y como todos los países vecinos de Judá le tenían miedo a Dios, no se atrevían a pelear contra Josafat.

11 Por el contrario, para estar en paz con Josafat, algunos de los filisteos le llevaban plata y otros regalos. De la misma manera, los árabes le llevaron siete mil setecientos carneros y la misma cantidad de chivos.

12 Josafat se hacía cada vez más poderoso; construyó en el territorio de Judá fortalezas y ciudades para almacenar alimentos,

13 y llegó a poseer muchas propiedades en las ciudades de Judá. Además, tenía en Jerusalén una guardia de soldados muy valientes.

14 Ésta es la lista de los jefes de esos soldados, de acuerdo a la tribu a la que pertenecían. De la tribu de Judá: Adná, jefe principal de trescientos mil soldados.

15 Johanán, jefe de doscientos ochenta mil soldados.

16 Amasías hijo de Zicrí, que servía voluntariamente a Dios, jefe de doscientos mil soldados.

17 De la tribu de Benjamín: Eliadá, jefe de doscientos mil hombres armados con arcos y escudos.

18 Jozabad, jefe de ciento ochenta mil hombres listos para la guerra.

19 Todos estos hombres estaban bajo las órdenes del rey, al igual que los valientes soldados que el rey había enviado a proteger las fortalezas y ciudades por todo el territorio de Judá.

18 Micaías anuncia que Ahab será vencido (1 R 22.1-28).

1-3 Josafat llegó a ser muy rico y poderoso. Se casó con una hija de Ahab, quien en ese momento era rey de Israel y vivía en Samaria. Pasados algunos años, Josafat fue a visitar a Ahab. Para celebrar la visita de Josafat y sus acompañantes, Ahab mandó matar muchas ovejas y reses. Luego Ahab trató de convencer a Josafat de que atacaran juntos la ciudad de Ramot, en la región de Galaad. Esa ciudad pertenecía al rey de Siria. Ahab le dijo a Josafat: —¿Me ayudarías a quitarle al rey de Siria la ciudad de Ramot de Galaad? Josafat le contestó: —Tú y yo somos del mismo pueblo. Así que mi ejército y mis caballos están a tu disposición.

4 Pero antes de ir a luchar, averigua si Dios está de acuerdo.

5 Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, que eran alrededor de cuatrocientos, y les preguntó: —¿Debo atacar a Ramot de Galaad para recuperarla? Los profetas contestaron: —Atácala, porque Dios te la va a entregar.

6 Pero Josafat dijo: —¿No hay por acá otro profeta de Dios al que le podamos consultar?

7 El rey de Israel le respondió: —Hay un profeta al que podemos consultar. Se llama Micaías, y es hijo de Imlá. Pero yo lo odio porque nunca me anuncia cosas buenas, sino siempre cosas malas. Josafat le dijo: —No digas eso.

8 Entonces el rey de Israel llamó a un oficial y le dijo: —Trae pronto a Micaías hijo de Imlá.

9 Ahab y Josafat llevaban puestos sus trajes reales y estaban sentados sobre sus tronos en un lugar alto, a la entrada de Samaria. En ese lugar se le quitaba la cáscara al trigo. Delante de ellos estaban todos los profetas dando mensajes.

10 Sedequías hijo de Quenaaná, se había hecho unos cuernos de hierro, y con ellos en la mano gritaba: Dios ha dicho que con estos cuernos Ahab atacará a los sirios hasta destruirlos.

11 Todos los profetas anunciaban lo mismo, y le decían a Ahab: Ataca a Ramot de Galaad, porque vas a triunfar. Dios va a darte la ciudad.

12 Mientras tanto, el oficial que había ido a buscar a Micaías, le dijo a éste: —Todos los profetas han anunciado que el rey Ahab vencerá. Habla tú como ellos y anuncia al rey algo bueno.

13 Pero Micaías le contestó: —Juro por Dios que sólo diré lo que Dios me diga.

14 Cuando Micaías se presentó delante del rey, éste le preguntó: —Micaías, ¿debo atacar a Ramot de Galaad? Micaías le respondió: —Atácala y triunfarás. Dios te entregará la ciudad.

15 Pero el rey le dijo: —¿Cuántas veces te he rogado que me digas la verdad de parte de Dios?

16 Micaías contestó: —Veo a todo el pueblo de Israel desparramado por las montañas. Andan como las ovejas, cuando no tienen pastor. Dios dijo que no tienen quién los dirija. Que cada uno vuelva tranquilo a su hogar.

17 Entonces Ahab le dijo a Josafat: —¿No te dije que Micaías no me iba a anunciar nada bueno?

18 Micaías dijo: —No debiste decir eso. Ahora escucha el mensaje que Dios te envía. Yo vi a Dios sentado sobre su trono. Todos los ángeles del cielo estaban de pie, unos a la derecha y otros a la izquierda.

19 Entonces Dios preguntó quién iría a convencer a Ahab de que atacara a Ramot de Galaad y fuera vencido ahí. Unos decían una cosa, mientras que otros decían otra.

20 Pero un espíritu vino delante de Dios y dijo que él iría a convencer a Ahab.

21-22 Dios le preguntó cómo iba a hacerlo. El espíritu dijo que haría que los profetas dijeran mentiras. Dios le permitió ir y hacer que los profetas dijeran mentiras, para convencer a Ahab. Así que Dios ha decidido que en esta batalla seas derrotado.

23 Entonces Sedequías hijo de Quenaaná se acercó, le dio a Micaías una bofetada en la cara y le dijo: —¿Cómo te atreves a decir que el espíritu de Dios me ha abandonado, y que te ha hablado a ti?

24 Y Micaías le contestó: —Cuando se cumpla lo que dije, te darás cuenta de que he dicho la verdad, y tendrás que esconderte donde puedas.

25 El rey de Israel ordenó: —¡Llévense preso a Micaías! Entréguenlo a Amón, el gobernador de la ciudad, y a mi hijo Joás.

26 Díganles que lo pongan en la cárcel, y que no le den más que pan y agua hasta que yo regrese sano y salvo de la batalla.

27 Micaías dijo: —Si tú regresas sano y salvo, significará que Dios no ha hablado por medio de mí. Después, dirigiéndose a todos, agregó: —¡Tengan en cuenta lo que he dicho!

Los sirios vencen a Ahab (1 R 22.29-40).

28 Ahab y Josafat fueron a atacar Ramot de Galaad.

29 Ahab le dijo a Josafat: Yo me voy a disfrazar para ir a la batalla, pero tú puedes usar tu propia ropa. Así que el rey de Israel se disfrazó y fue a luchar.

30 El rey de Siria había dado esta orden a los treinta y dos capitanes de sus carros de combate: ¡Ataquen sólo al rey de Israel!

31-32 Cuando los capitanes vieron a Josafat dijeron: Seguramente él es el rey de Israel. Así que lo rodearon para atacarlo, pero Josafat gritó pidiendo ayuda. Y Dios lo ayudó, pues hizo que los capitanes de los carros de combate se dieran cuenta de que no era Ahab, y así dejaran de perseguirlo.

33 Pero un soldado tiró con su arco una flecha al azar e hirió a Ahab. La flecha le entró por uno de los huecos de su armadura. Entonces el rey le dijo al soldado que manejaba su carro: Da la vuelta y sácame del campo de batalla, porque estoy malherido.

34 Ese día la batalla fue muy dura. Algunos soldados mantuvieron en pie al rey en su carro de combate, para que se enfrentara a los sirios, pero murió al caer la tarde.

19 El profeta Jehú reprende a Josafat

1 Por el contrario, Josafat, rey de Judá, regresó sano y salvo a su palacio en Jerusalén.

2 Entonces el profeta Jehú hijo de Hananí, salió a recibirlo y le reclamó: ¿Por qué ayudaste a un malvado, y te hiciste amigo de gente que odia a Dios? Dios está muy enojado contigo.

3 Sin embargo, a Dios le agrada que hayas destruido en todo el país las imágenes de Astarté, y que lo ames con sinceridad.

Josafat habla a su pueblo y nombra jueces

4-5 Aunque Josafat vivía en Jerusalén, recorría todo su territorio visitando cada una de sus ciudades; hablaba con la gente y hacía que se arrepintiera y adorara al Dios de sus antepasados. Al mismo tiempo, iba nombrando jueces en todas las ciudades de Judá, las cuales había convertido en fortalezas.

6-7 A estos jueces les decía: Ustedes serán los representantes de la justicia de Dios, no de la justicia humana. Por eso deben ser muy cuidadosos al cumplir con su deber. Respeten siempre a Dios, y recuerden que él no acepta las injusticias; él no verá bien que ustedes favorezcan más a una persona que a otra, o que le den la razón a alguien a cambio de dinero. Dios los ayudará a ser justos en todo lo que hagan.

8 En la ciudad de Jerusalén, Josafat eligió a algunos de los sacerdotes y de sus ayudantes, así como a algunos jefes de familia de Israel, para que sirvieran como jueces y resolvieran los problemas que tuviera la gente.

9 A ellos les dio las siguientes instrucciones: Para que ustedes cumplan con su trabajo como Dios manda, es necesario que siempre obedezcan a Dios, y hagan su trabajo con honestidad.

10 Ustedes deben enseñarles a sus compatriotas a obedecer todo lo que Dios ha ordenado, ya sea que se trate de un asesinato, o de cualquier otro tipo de problema. Díganle a la gente que no ofenda a Dios, para que él no los castigue. Sigan ustedes mi consejo, y no tendrán de qué arrepentirse.

11 Como jefe de ustedes he puesto a Amarías, el jefe de los sacerdotes; él los guiará en todos los asuntos que tengan que ver con Dios. Zebadías, hijo de Ismael y jefe de la tribu de Judá, los ayudará a resolver los asuntos que tengan que ver con el bienestar del reino. Los ayudantes de los sacerdotes los ayudarán en lo que ustedes pidan. ¡Dios los ayudará a hacer el bien! ¡Sean valientes, y manos a la obra!

20 Josafat vence a Moab y a Amón

1 Después de esto, los moabitas, los amonitas, y parte de los meunitas, se unieron para atacar a Josafat.

2 Los mensajeros de Josafat le dieron aviso, diciéndole: ¡Un ejército muy numeroso viene a atacarte! Partió de Edom, del otro lado del Mar Muerto, y ya está muy cerca, en la ciudad de En-gadi.

3 Josafat, lleno de miedo, buscó la ayuda de Dios, y para mostrar su angustia le pidió a todo su pueblo que no comiera.

4-5 De todas las ciudades de Judá llegó gente a Jerusalén para pedir la ayuda de Dios. Al ver a la multitud, Josafat se puso de pie, frente al patio nuevo que está en la entrada del templo de Dios,

6 y oró así: Dios de nuestros antepasados, ¡tú estás en los cielos, y dominas a todas las naciones de la tierra! ¡La fuerza y el poder te pertenecen! ¡Nadie puede vencerte!

7 Dios nuestro, tú expulsaste a los pueblos que antes vivían en este territorio, y nos lo diste a nosotros, que somos descendientes de tu amigo Abraham.

8 Éste ha sido nuestro país, y en él edificamos un templo para honrarte; allí hicimos esta oración:

9 «Si en alguna ocasión nos castigas con toda clase de males, y en medio de nuestras angustias venimos a buscarte a este templo, escúchanos y ayúdanos».

10-11 Cuando nuestros antepasados salieron de Egipto, tú no les permitiste entrar al territorio de Amón, Moab y Seír, sino que les mandaste que fueran por otro camino. Así evitaste que ellos destruyeran a esos pueblos. Pero ahora los ejércitos de esa gente nos están atacando, y nos quieren echar del territorio que tú nos diste.

12 Dios nuestro, ¡castígalos! Nosotros no podemos hacerle frente a un ejército tan grande. ¡Ni siquiera sabemos qué hacer! Por eso nos dirigimos a ti en busca de ayuda.

13 Todo el pueblo de Judá, hombres, mujeres y niños, estaba de pie en el templo de Dios.

14 Allí también se encontraba uno de los ayudantes de los sacerdotes, llamado Jahaziel hijo de Zacarías. Éstos son los antepasados de Jahaziel: Asaf, Matanías, Jeiel, Benaías, Zacarías. De pronto, el espíritu de Dios le dio este mensaje a Jahaziel,

15-17 quien dijo: ¡Rey Josafat, y todos los que viven en Judá y en Jerusalén, escuchen bien esto! Dios dice que él peleará contra ese ejército tan numeroso, así que no se alarmen ni tengan miedo. El día de mañana, ellos subirán por la cuesta de Sis; ustedes salgan a encontrarlos donde termina el río que está frente al desierto de Jeruel. Pero no los ataquen; más bien quédense quietos allí, y sean testigos de cómo Dios peleará contra ellos.

18 Entonces Josafat se puso de rodillas, hasta tocar el suelo con la frente, y todos los que estaban con él también se arrodillaron ante Dios y lo adoraron.

19 Mientras tanto, los descendientes de Quehat y de Coré, de la tribu de Leví, se pusieron de pie, alzaron su voz y empezaron a cantar alabanzas a Dios.

20 Al día siguiente, se levantaron muy temprano y se prepararon para ir hacia el desierto de Tecoa. Cuando iban saliendo de Jerusalén, Josafat se puso de pie y les dijo: Escúchenme con atención, todos los que viven en Jerusalén y en Judá: Confíen en nuestro Dios, y en sus profetas; si lo hacen, todo saldrá bien; ¡nada nos sucederá!

21 Luego Josafat se puso de acuerdo con el pueblo, y eligió a varios cantores para que marcharan al frente del ejército, y fueran cantando y alabando a Dios con el himno que dice: Den gracias a Dios, porque él nunca deja de amarnos. Los cantores marcharon, vestidos con sus trajes especiales,

22-23 y en cuanto empezaron a cantar, Dios confundió a los enemigos de Judá. Fue tal la confusión, que los amonitas y los moabitas atacaron a los de Seír, hasta que acabaron con todos. Luego, los amonitas y los moabitas se pelearon entre ellos, y acabaron matándose unos a otros. Así fue como cayeron derrotados.

24-25 Cuando el ejército de Judá llegó hasta el punto desde el cual se ve el desierto, sólo vieron un montón de cadáveres regados por todos lados. ¡No quedó nadie con vida! Entonces Josafat y su ejército fueron a apoderarse de las pertenencias de sus enemigos. Encontraron gran cantidad de alimentos, ropa y utensilios valiosos; era tanto lo que había, que pasaron tres días recogiéndolo todo, y ni aun así pudieron llevárselo.

26 Al cuarto día se reunieron en un valle para bendecir a Dios. Por eso, hasta el día en que se escribió esta historia, a ese lugar se le conoce como Valle de Bendición.

27 Y como Dios les había dado una gran alegría por la derrota de sus enemigos, todos los hombres de Judá y de Jerusalén regresaron muy felices a Jerusalén, bajo el mando de Josafat.

28 Al llegar, se dirigieron al templo de Dios tocando arpas, instrumentos de cuerdas y trompetas.

29 Cuando los demás pueblos de la región se enteraron de que Dios mismo había peleado contra los enemigos de Israel, tuvieron mucho miedo

30 y ya no se atrevieron a pelear contra Israel. Desde entonces, el reinado de Josafat gozó de mucha tranquilidad.

Resumen del reinado de Josafat (1 R 22.41-50).

31 Josafat tenía treinta y cinco años de edad cuando fue nombrado rey, y reinó en Jerusalén veinticinco años. Su madre se llamaba Azubá, y era hija de Silhí.

32 Josafat se comportó siempre bien, y obedeció a Dios en todo, así como lo había hecho su padre Asá.

33 Sin embargo, Josafat no destruyó los pequeños templos que había en las colinas, donde se adoraba a otros dioses, pues no todos amaban a Dios con sinceridad.

34-37 A pesar de que Ocozías, rey de Israel, era un hombre malvado, Josafat también se unió a él, y juntos construyeron barcos en el puerto de Esión-guéber, para enviarlos a Tarsis. Fue entonces cuando Eliézer hijo de Dodavahu, de la ciudad de Maresá, le dio a Josafat este mensaje de parte de Dios: A Dios no le agradó que te unieras a Ocozías, y por eso destruirá los barcos que has construido. Y así sucedió; los barcos se hundieron y no pudieron partir hacia Tarsis. La historia de Josafat, de principio a fin, está escrita en Las historias de Jehú hijo de Hananí, que son parte del libro de la historia de los reyes de Israel.

21

1 Cuando Josafat murió, lo enterraron en la tumba de sus antepasados, que está en la Ciudad de David. Joram, su hijo, reinó en su lugar.

Joram, rey de Judá (2 R 8.16-24).

2 Josafat, rey de Judá, tuvo siete hijos: Joram, Azarías, Jehiel, Zacarías, Azarías, Micael, Sefatías.

3 Joram era el mayor de todos, y por eso le correspondía ser el rey. Al resto de sus hermanos su padre les dio como regalo mucho oro y plata, y objetos de gran valor. Además, los nombró gobernadores de varias ciudades fortificadas en Judá.

4 Sin embargo, cuando Joram tuvo control total del reino, se aseguró de que nadie se lo quitara, y mandó matar a todos sus hermanos y también a algunos de los líderes más importantes del país.

5 Joram tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró ocho años.

6 Joram desobedeció a Dios, al igual que los otros reyes de Israel, y en especial los de la familia de Ahab, porque se casó con la hija de Ahab.

7 A pesar de eso, Dios no quiso destruir a Joram, pues le había prometido a David que su familia siempre reinaría.

8 Durante el reinado de Joram, el país de Edom se rebeló contra Judá. Los edomitas ya no querían seguir bajo el dominio de Judá, y por eso nombraron su propio rey;

9 luego fueron y rodearon con su ejército a Joram y a su gente. Joram, por su parte, se levantó de noche, llamó a los jefes del ejército, preparó los carros de combate, y atacó a los de Edom.

10 Pero Joram y su gente perdieron la batalla, y hasta el momento en que esto se escribió, Judá no pudo volver a dominar a los edomitas. Y como Joram había dejado de obedecer y honrar a Dios, en esos días también la gente de Libná se rebeló contra Judá.

11 Por si fuera poco, Joram construyó altares en las colinas de Judá, para que la gente de Jerusalén adorara a dioses falsos. Joram hizo que todo el pueblo de Judá se alejara de Dios.

El profeta Elías reprende a Joram

12 El profeta Elías le envió a Joram una carta que decía: Nuestro Dios, a quien tu antepasado David adoró, te envía el siguiente mensaje: «Me he dado cuenta de que, en lugar de seguir el buen ejemplo de tu padre Josafat, o el de Asá, rey de Judá,

13 has seguido el mal ejemplo de los reyes de Israel. Te has comportado como Ahab; por tu culpa todos los habitantes de Judá y de Jerusalén aman a otros dioses. Y para colmo, ordenaste que mataran a tus hermanos, que eran mejores que tú».

14 Por eso, Dios castigará duramente a tu pueblo, a tus hijos y a tus mujeres; además, perderás todas las riquezas que has acumulado.

15 Y a ti te vendrá una enfermedad tan grave, que sufrirás terribles dolores de estómago por el resto de tu vida, hasta que se te salgan los intestinos.

16 Y así sucedió. Dios hizo que los filisteos y los árabes, vecinos de los etíopes, odiaran a Joram,

17 por lo cual se levantaron en guerra e invadieron Judá. Se apoderaron de todas las riquezas que el rey Joram tenía en su palacio, y también se llevaron como prisioneros a sus hijos y a sus mujeres. Solamente le dejaron a Joacaz, su hijo menor.

18 Después de esto, Dios castigó a Joram con una enfermedad en el estómago, que no tenía curación.

19 Su sufrimiento duró dos largos años, y era tan grave su estado, que finalmente se le salieron los intestinos. Murió en medio de terribles dolores. En su funeral, el pueblo no le hizo grandes honores, pues no encendieron en su memoria una gran hoguera, como lo habían hecho con reyes anteriores.

20 Joram tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró ocho años. Y aunque lo enterraron en la Ciudad de David, nadie se lamentó por su muerte ni lo pusieron junto a las tumbas de los reyes.

22 Ocozías, un mal rey de Judá (2 R 8.25-29).

1-2 Los que ayudaron a los árabes en su ataque contra Judá, mataron a todos los hijos de Joram, excepto al menor de ellos, que se llamaba Ocozías. Por esa razón, la gente de Jerusalén lo nombró rey. La madre de Ocozías se llamaba Atalía y era nieta de Omrí. Ocozías tenía cuarenta y dos años de edad cuando comenzó a reinar en Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró sólo un año.

3-4 Tras la muerte de su padre, Ocozías siguió los consejos de su madre y de sus parientes, los descendientes de Ahab. Pero sus consejos llevaron a este rey al fracaso, pues Ocozías desobedeció a Dios.

5-6 Por ejemplo, siguiendo los consejos de sus parientes, Ocozías se unió a Joram, el rey de Israel, para luchar en contra de Hazael rey de Siria. Pelearon en Ramot de Galaad, y durante la batalla Joram resultó herido, por lo que tuvo que regresar a Jezreel para que le curaran las heridas. Luego Ocozías fue a Jezreel a visitarlo.

Jehú mata a Ocozías (2 R 9.27-29).

7-8 Dios había decidido que Ocozías muriera durante aquella visita a Joram, y ya había elegido a Jehú hijo de Nimsí, para que matara a toda la familia de Ahab. Y así sucedió; Jehú encontró a los jefes principales de Judá y a los ayudantes de Ocozías, que eran familiares de éste, y los mató. Ocozías había salido con Joram para encontrarse con Jehú, pero al enterarse de lo que Jehú había hecho,

9 huyó y se escondió en Samaria. Sin embargo, los hombres de Jehú lo atraparon, lo llevaron preso ante Jehú, y lo mataron. Como Ocozías había sido nieto de Josafat, que había servido a Dios con toda sinceridad, decidieron enterrarlo. Después de esto ya no hubo en la familia de Ocozías nadie que pudiera ser rey en Judá.

Atalía, reina de Judá (2 R 11.1-20).

10 Cuando Atalía, la madre de Ocozías, se enteró de que su hijo había muerto, mandó matar a toda la familia del rey.

11-12 Pero Joseba, que era hija del rey Joram, hermana de Ocozías y esposa del sacerdote Joiadá, tomó a Joás, que era uno de los hijos de Ocozías, y lo escondió con su niñera en el dormitorio. Así escapó Joás de la muerte, y durante seis años estuvo escondido con su niñera en el templo de Dios. Mientras tanto, Atalía reinaba en el país.

23 Rebelión de Joiadá contra Atalía

1-3 Al séptimo año, Joiadá se armó de valor y mandó llamar a estos capitanes del ejército: Azarías hijo de Jeroham, Ismael hijo de Johanán, Azarías hijo de Obed, Maaseías hijo de Adaías, Elisafat hijo de Zicrí. Ellos, a su vez, fueron por todo el territorio y las ciudades de Judá, y reunieron a los ayudantes de los sacerdotes y a los jefes de las familias de Israel, para que fueran con ellos a Jerusalén. Cuando llegaron, todos los que se habían reunido hicieron un pacto con Joás en el templo de Dios. Joiadá les dijo: ¡Miren, éste es el hijo de Ocozías, nuestro antiguo rey! Como Dios le prometió a David que sus descendientes serían reyes, él es quien debe reinar ahora.

4 Por eso quiero que tres grupos de sacerdotes y sus ayudantes hagan guardia el sábado: Un grupo vigilará las entradas del templo,

5 otro cuidará el palacio, y el otro vigilará la entrada de los cimientos. El resto de ustedes estará en los patios del templo de Dios.

6 Solamente los sacerdotes y sus ayudantes entrarán al templo, pues ellos se han preparado para hacerlo. Todos los demás vigilarán afuera, pues así lo ha ordenado Dios.

7 Los ayudantes de los sacerdotes serán guardaespaldas del rey Joás; cada uno deberá tener sus armas en la mano, listo para matar a cualquiera que trate de entrar en el palacio. Deben proteger al rey en todo momento y en cualquier lugar a donde él vaya.

8 Los ayudantes de los sacerdotes y toda la gente de Judá hicieron lo que les ordenó el sacerdote Joiadá. Y como él no dejó que volvieran a sus casas los que terminaban su turno, los capitanes tenían a su disposición a todos sus hombres, estuvieran o no de guardia el sábado.

9 Luego el sacerdote les dio a los capitanes las lanzas y los escudos grandes y pequeños, que habían sido del rey David y que estaban en el templo.

10 Desde la parte sur hasta la parte norte del templo, y alrededor del altar, todo el ejército, armas en mano, protegía al rey.

11 Entonces Joiadá sacó a Joás, le puso la corona y le dio un documento con instrucciones para gobernar. Después, Joiadá y sus hijos derramaron aceite sobre su cabeza y así lo nombraron rey. Todos gritaron: ¡Viva el rey!

12 Cuando Atalía escuchó que la gente hacía mucho alboroto y aclamaba al rey, fue al templo.

13 Allí vio a Joás de pie, junto a la columna de la entrada. A su lado estaban los capitanes y los músicos; la gente, llena de alegría, tocaba las trompetas, y los cantores, con sus instrumentos musicales, dirigían al pueblo, que también tocaba trompetas con gran alegría. Entonces Atalía rompió su ropa y gritó: ¡Traición! ¡Traición!

14 El sacerdote Joiadá les ordenó a los capitanes del ejército: ¡No la maten en el templo! ¡Mátenla afuera, y también a cualquiera que la defienda!

15 Así que luego de tomarla presa, la sacaron por el portón del establo, la llevaron al palacio y allí la mataron.

Joiadá hace cambios

16 Después Joiadá les pidió al rey y al pueblo que se apoyaran mutuamente. También les pidió que se mantuvieran fieles a Dios.

17 Entonces todos fueron al templo de Baal y lo derribaron, y destruyeron los altares y los ídolos. En cuanto al sacerdote de Baal, que se llamaba Matán, lo mataron frente a los altares.

18 Joiadá puso soldados bajo las órdenes de los sacerdotes y sus ayudantes, para que vigilaran el templo de Dios. Tiempo atrás, David había organizado a los sacerdotes y a sus ayudantes para que, siguiendo las instrucciones de Moisés, presentaran ofrendas en honor de Dios entre cantos de alegría.

19 Además, Joiadá puso vigilantes en las entradas del templo de Dios, para que sólo dejaran entrar a quien se hubiera preparado debidamente.

20 Luego, reunió a los capitanes, a la gente importante, a los gobernadores y al resto del pueblo, y entre todos llevaron al rey desde el templo hasta el palacio, entrando por el portón superior. Allí lo sentaron sobre el trono,

21 y todo el pueblo hizo fiesta. Después de la muerte de Atalía, la ciudad vivió tranquila.

24 Joás es rey de Judá (2 R 12.1-21).

1 Joás tenía siete años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cuarenta años. Su madre era de Beerseba, y se llamaba Sibiá.

2 Mientras vivió el sacerdote Joiadá, Joás obedeció a Dios en todo.

3 Se casó con dos mujeres que Joiadá eligió para él, y tuvo muchos hijos e hijas.

4 Un día, Joás decidió reparar el templo de Dios;

5 reunió a los sacerdotes y a los ayudantes de éstos y les dijo: Es urgente que vayan por todas las ciudades de Judá y recojan las ofrendas que el pueblo debe dar cada año, para así reparar el templo. ¡Háganlo de inmediato! Sin embargo, los ayudantes de los sacerdotes no le dieron importancia a la orden del rey.

6 Entonces Joás mandó llamar a Joiadá, jefe de los sacerdotes, y le reclamó: ¿Por qué no has enviado a tus ayudantes a recorrer Judá y Jerusalén, para que recolecten la contribución que Moisés y los israelitas acordaron dar para el templo?

7 Recuerda que los hijos de la malvada Atalía robaron muchas cosas del templo de Dios, y que hasta se llevaron nuestros utensilios para adorar a sus dioses falsos.

8 Entonces, el rey mandó hacer un cofre para que lo pusieran en la entrada del templo de Dios.

9 Luego le anunció a toda la gente de Judá y Jerusalén que debían traerle a Dios la contribución que Moisés había ordenado cuando estaban en el desierto.

10 Al oír esto, todos los jefes del país, y el pueblo en general, se alegraron y llevaron sus ofrendas al cofre hasta llenarlo.

11 Cada día, los ayudantes de los sacerdotes llevaban el cofre a los asistentes del rey. Cuando éstos veían que había mucho dinero, le avisaban al secretario del rey y al asistente del jefe de los sacerdotes para que lo vaciaran. Luego, volvían a colocar el cofre a la entrada del templo; de esa manera, lograron juntar una gran cantidad de dinero.

12 El rey y Joiadá le daban el dinero a los encargados de las reparaciones del templo, y éstos les pagaban a los albañiles y carpinteros, y a los que trabajaban el hierro y el bronce para reparar el templo de Dios.

13 De esta manera, todos trabajaron, y la obra avanzó, hasta que repararon por completo el templo de Dios.

14 Cuando terminaron, le regresaron al rey y a Joiadá el dinero que había sobrado. Con él hicieron utensilios de oro y plata para usarlos en el culto del templo. Y así, mientras Joiadá vivió, se presentaron en el templo sacrificios en honor de Dios.

15 Pero Joiadá envejeció, y al llegar a los ciento treinta años de edad, murió.

16 Y como le había servido bien al pueblo de Israel, a Dios y a su templo, lo sepultaron en la Ciudad de David, en el cementerio de los reyes.

Joás se aleja de Dios

17 Después de la muerte de Joiadá, los jefes de Judá fueron a rendirle homenaje al rey. Ellos empezaron a darle malos consejos,

18 y muy pronto el rey y ellos se olvidaron del templo de Dios, y volvieron a adorar las imágenes de Astarté y otros dioses falsos. Esto hizo que Dios se enojara mucho contra Judá y Jerusalén.

19 Sin embargo, Dios les dio una oportunidad y les envió profetas. Ellos les advirtieron del mal que estaban haciendo, para que volvieran a obedecer a Dios. Pero nadie hizo caso.

20 Entonces el espíritu de Dios le dio un mensaje a Zacarías, hijo del sacerdote Joiadá. Él fue, se subió a una tarima, y le dijo al pueblo: Así dice Dios: «¡Ustedes se han buscado su propia ruina, por haber desobedecido mi ley! ¡Por haberme abandonado, ahora yo los abandono a ustedes!».

21-22 El rey Joás se olvidó del amor que Joiadá siempre le tuvo, y cuando el pueblo quiso deshacerse de Zacarías, él mismo dio la orden de que lo mataran en el patio del templo de Dios. Cuando Zacarías estaba a punto de morir, dijo: ¡Que Dios los castigue por hacerme esto!

Muerte de Joás

23-24 Y así sucedió. Un año después, Dios castigó a Joás al permitir que una pequeña parte del ejército sirio derrotara a su gran ejército. Los sirios invadieron Judá y Jerusalén, mataron a todos los jefes del país, y después de robar las pertenencias del pueblo, las enviaron al rey de Siria.

25-26 A Joás lo dejaron gravemente herido; y en cuanto los sirios se retiraron, sus ayudantes, Zabad el amonita y Jozabad el moabita, se vengaron del asesinato de Zacarías y mataron a Joás en su propia cama. Luego lo enterraron en la Ciudad de David, pero no en el cementerio de los reyes.

27 La historia de los hijos de Joás, las muchas profecías que se dijeron contra él, y la manera en que reparó el templo de Dios, están escritas en el Comentario del libro de los reyes. Amasías, su hijo, reinó en su lugar.

25 Amasías, rey de Judá (2 R 14.1-20).

1 Amasías tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró veintinueve años. Su madre era de Jerusalén y se llamaba Joadán.

2 Amasías obedeció a Dios, aunque no lo hizo con sinceridad.

3 Cuando Amasías llegó a ser un rey muy poderoso, mató a todos los que habían asesinado a su padre.

4 Pero no mató a los hijos de los asesinos, sino que obedeció la ley de Moisés que dice: Los padres no deben morir por culpa de sus hijos, ni los hijos deben morir por culpa de sus padres. Cada persona debe morir por su propio pecado.

Amasías derrota a Edom

5 Amasías planeaba atacar a los habitantes de Edom, por lo que mandó llamar a todos los hombres mayores de veinte años que pertenecían a las tribus de Judá y de Benjamín. Los organizó de acuerdo a sus familias, y los puso bajo las órdenes de los jefes del ejército. Eligió un total de trescientos mil de los mejores soldados, muy hábiles en el uso de lanzas y escudos.

6-7 Además, contrató a cien mil valientes soldados del reino de Israel, que pertenecían a la tribu de Efraín, y les pagó tres mil trescientos kilos de plata. Sin embargo, un profeta le trajo este mensaje al rey: —Dios no te ayudará si usas a esos soldados de Israel.

8 Dios es el que concede la victoria o castiga con la derrota; si tú insistes en reforzar tu ejército con la ayuda de ellos, Dios hará que tus enemigos te derroten.

9 Pero Amasías le respondió: —Si les pido que se vayan, no recuperaré los tres mil trescientos kilos de plata que les di. El profeta le aseguró: —Dios te dará mucho más que eso.

10-13 Entonces Amasías mandó de regreso a los soldados de la tribu de Efraín. Ellos se enojaron muchísimo, y en su camino de regreso invadieron las ciudades de Judá, desde Samaria hasta Bet-horón; mataron como a tres mil personas, y se llevaron todas sus pertenencias. Luego regresaron a sus casas. Mientras tanto, Amasías se llenó de valor, y acompañado de su ejército fue al Valle de la Sal y mató a diez mil hombres de Edom. A otros diez mil se los llevaron presos a la cima de una roca alta, y desde allí los echaron abajo. Todos murieron estrellados contra el suelo.

14 Luego Amasías regresó a Jerusalén, y como se llevó consigo varias imágenes de dioses falsos, comenzó a adorarlos y a quemar incienso en su honor.

15 Dios se enojó mucho con Amasías, y envió un profeta con este mensaje para él: ¿Cómo es posible que ahora adores a dioses que no pudieron vencerte a ti cuando atacaste al pueblo que los adoraba?

16 Todavía estaba hablando el profeta, cuando el rey lo interrumpió diciendo: —¡No necesito de tus consejos! ¡Cállate o te mueres! Por último, el profeta le dijo: —A pesar de lo que has hecho, no quieres escucharme. No hay duda de que Dios te ha abandonado, y de que va a destruirte.

17 Después de consultar a sus consejeros, Amasías le envió un mensaje a Joás, rey de Israel, en el que le declaraba la guerra.

18 Joás le contestó a Amasías: Una vez un pequeño arbusto le mandó a decir a un gran árbol: «Dale tu hija a mi hijo, para que sea su esposa». Pero una fiera del Líbano pasó y aplastó al arbusto.

19 No hay duda de que has vencido a Edom, y eso hace que te sientas orgulloso. Mejor alégrate en tu triunfo y quédate tranquilo en tu casa. No provoques un desastre, ni para ti ni para Judá.

20 Amasías no le hizo caso a Joás, y como había adorado a los dioses de Edom, Dios decidió castigarlo y permitió que sus enemigos lo derrotaran.

21 El rey Joás no tuvo más remedio que enfrentarse a Amasías en Bet-semes, que está en el territorio de Judá,

22 y los soldados de Joás derrotaron a los de Amasías, quienes huyeron a sus casas.

23 Luego de capturar a Amasías, Joás fue a Jerusalén, y allí derribó ciento ochenta metros de la muralla de la ciudad, desde el Portón de Efraín hasta el Portón de la Esquina.

24 Se apoderó de todo el oro, la plata y los objetos que había en el templo de Dios bajo el cuidado de Obed-edom, y también se adueñó de los tesoros del palacio. Tomó luego varios prisioneros y regresó a Samaria.

25 Amasías, rey de Judá, vivió quince años más que Joás, rey de Israel.

26 Todo lo que hizo Amasías está escrito en el libro de la historia de los reyes de Judá.

27 Algunos hombres planearon matar a Amasías en la ciudad de Jerusalén, porque él se había olvidado de Dios. Entonces Amasías escapó a la ciudad de Laquis, pero lo persiguieron, y allí lo mataron.

28 Su cuerpo fue cargado sobre un caballo y llevado a Jerusalén, la Ciudad de David, donde lo sepultaron en la tumba de sus antepasados.

26 Ozías, rey de Judá (2 R 14.21-22; 15.1-7).

1-3 Después de la muerte de Amasías, su hijo Ozías, a quien también llamaban Azarías, fue nombrado rey por todo el pueblo de Judá. Ozías tenía sólo dieciséis años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cincuenta y dos años. Su madre era de Jerusalén, y se llamaba Jecolías. Ozías reconstruyó la ciudad de Elat y la volvió a hacer parte de Judá.

4 Él obedeció a Dios en todo, al igual que su padre Amasías.

5 El profeta Zacarías le enseñó a Ozías a respetar y amar a Dios; mientras el profeta vivió, Ozías obedeció a Dios, y por eso Dios lo hizo prosperar.

6 Ozías se declaró en guerra contra los filisteos, y derribó las murallas de las ciudades de Gat, Jabnia y Asdod. En la ciudad de Asdod, así como en otras partes del territorio filisteo, Ozías construyó ciudades para su pueblo.

7 Dios no sólo ayudó a Ozías a derrotar a los filisteos; también lo ayudó a vencer a los árabes que vivían en Gur-baal, y también a los meunitas.

8 ¡Hasta los amonitas le pagaban impuestos a Ozías! Ozías llegó a ser muy poderoso, y su fama llegó hasta las fronteras de Egipto.

9 Fortaleció la ciudad de Jerusalén y construyó varias torres: una sobre el Portón de la Esquina, otra sobre el Portón del Valle, y una más sobre la Esquina.

10 Además, cavó muchos pozos y construyó torres[f] en el desierto, pues tenía mucho ganado, tanto en el desierto como en la llanura. A Ozías le gustaba mucho cultivar la tierra; por eso tenía muchos campesinos que cultivaban los campos y viñedos, tanto en la región montañosa como en sus huertas.

11-15 El ejército de Ozías era muy poderoso, pues tenía un gran número de soldados, estaba bien organizado y tenía las mejores armas. El comandante Hananías les ordenó al secretario Jehiel y al asistente Maasías que hicieran una lista de los soldados. Según esa lista, el ejército estaba organizado en varios grupos militares, y contaba con dos mil seiscientos jefes de familias al mando de trescientos siete mil quinientos soldados poderosos y valientes. Todos ellos estaban armados con escudos, lanzas, cascos, armaduras, arcos y hondas que Ozías mandó hacer. Además, Ozías les ordenó a los hombres más inteligentes de su reino construir máquinas que pudieran disparar flechas y piedras grandes. Ellos las construyeron y las colocaron en las torres y en las esquinas de la muralla de Jerusalén. Dios hizo tan poderoso a Ozías que su fama se extendió por todas partes.

Ozías desobedece a Dios

16 Ozías llegó a tener tanta fama y poder que se volvió orgulloso, y fue precisamente su orgullo lo que causó su ruina. Llegó a tal punto su orgullo que un día entró en el templo y quiso quemar incienso en el altar, lo cual Dios permitía sólo a los sacerdotes.

17 Pero entonces entró el sacerdote Azarías, junto con ochenta sacerdotes más, y con mucho valor

18 se le enfrentaron al rey y le dijeron: Solamente nosotros los sacerdotes podemos quemar el incienso, pues somos descendientes de Aarón y para eso nos eligió Dios. Usted no puede hacerlo, aunque sea el rey, así que ¡salga de inmediato!, pues ha ofendido a Dios, y él lo humillará.

19 Ozías estaba de pie, junto al altar, y a punto de quemar el incienso. Al oír a los sacerdotes, se enojó contra ellos, pero de inmediato, y ante la mirada de todos, su frente se llenó de lepra.

20 Entonces los sacerdotes lo sacaron rápidamente del templo, y hasta el mismo rey se apresuró a salir, pues sabía que Dios lo había castigado.

21 Hasta el día de su muerte, el rey Ozías fue un leproso, y por eso tuvo que vivir en un cuarto separado del resto del palacio. Ni siquiera podía ir al templo de Dios. Por eso su hijo Jotam se encargó de gobernar al pueblo.

22 Toda la historia de Ozías está escrita en el libro del profeta Isaías hijo de Amós.

23 Cuando Ozías murió, lo enterraron en la tumba de sus antepasados, cerca del cementerio de los reyes, pero no fue enterrado en la tumba de los reyes porque había muerto de lepra. Luego Jotam, su hijo, reinó en su lugar.

27 Jotam, rey de Judá (2 R 15.32-38).

1 Jotam tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dieciséis años. Su madre se llamaba Jerusá, hija de Sadoc.

2 Jotam obedeció a Dios en todo, y aunque siguió el ejemplo de su padre Ozías, no se atrevió nunca a quemar incienso en el templo. Sin embargo, permitió que la gente siguiera adorando a dioses falsos.

3 Jotam hizo construir el portón superior del templo de Dios y se dedicó a la construcción de la muralla del monte Ófel.

4 Además, construyó ciudades en la zona montañosa de Judá, y torres y fortalezas en los bosques.

5 Derrotó en batalla al rey de los amonitas, y durante tres años seguidos los amonitas le pagaron un impuesto anual de tres mil trescientos kilos de plata, mil toneladas de trigo y mil toneladas de cebada.

6 Y como Jotam se comportó como a Dios le agrada, llegó a ser muy poderoso.

7 La historia de Jotam y de sus batallas, y la manera en que vivió, está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá.

8 Jotam tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dieciséis años.

9 Cuando Jotam murió, lo enterraron en la Ciudad de David; Ahaz, su hijo, reinó en su lugar.

28 Ahaz, rey de Judá (2 R 16.1-20).

1 Ahaz tenía veinte años de edad cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dieciséis años. Pero Ahaz no obedeció a Dios, como sí lo había hecho el rey David.

2 Al contrario, Ahaz siguió el mal ejemplo de los reyes de Israel, pues hizo imágenes de dioses falsos,

3 y en su honor quemó incienso en el valle de Ben-hinom. ¡Incluso quemó a sus hijos y los ofreció en sacrificio! Ésa era la vergonzosa costumbre de los países que Dios había echado lejos de los israelitas.

4 Ahaz mismo ofrecía sacrificios y quemaba incienso tanto en las colinas como debajo de los árboles en donde se adoraba a los dioses falsos.

5-6 Por esta terrible desobediencia, Dios permitió que el rey de Siria conquistara Judá y se llevara muchos prisioneros a Damasco. También Dios dejó que el rey de Israel los derrotara y matara a mucha gente. En un solo día, Pécah hijo de Remalías mató a ciento veinte mil hombres valientes de Judá.

7 Un soldado de la tribu de Efraín, que se llamaba Zicrí, mató a Maaseías, el hijo del rey. También mató a Azricam, que era el jefe del palacio, y a Elcaná, que era el asistente del rey con mayor autoridad en el reino.

8 Contando a las mujeres y a los niños, los soldados de Israel se llevaron prisioneras a doscientas mil personas de Judá; además, les quitaron muchísimas cosas y se las llevaron a Samaria.

9 Cuando el ejército de Israel estaba a punto de entrar en Samaria, un profeta de Dios llamado Oded, le salió al frente y dijo: El Dios de sus antepasados está muy enojado contra los de Judá, y por eso ustedes han podido conquistarlos. Sin embargo, han sido tan crueles y violentos con ellos, que ahora Dios les va a pedir cuentas a ustedes.

10 ¿Les parece poco lo que han hecho, que todavía quieren hacer que la gente de Judá y Jerusalén sean sus esclavos y esclavas? ¿No les parece que ya han pecado bastante contra su Dios?

11 ¡Escúchenme! Estos prisioneros son sus parientes; ¡déjenlos libres, antes de que Dios los castigue a ustedes!

12 Azarías hijo de Johanán, Berequías hijo de Mesilemot, Ezequías hijo de Salum y Amasá hijo de Hadlai, eran los jefes de la tribu de Efraín. Al oír al profeta Obed, se volvieron a los soldados

13 y les dijeron: No permitiremos que metan a estos prisioneros en la ciudad; lo que ustedes quieren hacer aumentará nuestras faltas ante Dios, que ya de por sí son muchas, y Dios nos castigará duramente.

14 Entonces los soldados reaccionaron, y delante de aquellos cuatro jefes y de todo el pueblo reunido, dejaron libres a los prisioneros y devolvieron todo lo que habían tomado.

15 Luego los cuatro jefes se encargaron de atender a los prisioneros. Tomaron la ropa y las sandalias, y se las devolvieron a los prisioneros que estaban desnudos. Todos recibieron ropa, comida y bebida, y algunos fueron curados de sus heridas con aceite. Finalmente, montaron en burros a todos los que no podían caminar, y los llevaron a Jericó, donde los entregaron a sus parientes. Después de eso regresaron a Samaria.

16-21 Ahaz siguió desobedeciendo a Dios, y dejó que la maldad creciera en Judá. Por eso Dios volvió a castigar a los de Judá, y permitió que otra vez los edomitas los derrotaran y se llevaran a muchos prisioneros. También dejó que los filisteos los atacaran, y que se apoderaran de las ciudades que estaban en la llanura y en el desierto del sur; entre ellas estaban las ciudades de Bet-semes, Aialón y Guederot, y también las ciudades de Socó, Timná y Guimzó, junto con los pueblos que las rodeaban. Entonces Ahaz le pidió ayuda a Tiglat-piléser, que era el rey de Asiria. Incluso le envió como regalo todos los objetos de valor que encontró en el templo de Dios, en su palacio y en las casas de los principales jefes del pueblo. Sin embargo, el rey de Asiria, lejos de apoyarlo, también lo atacó y lo puso en una situación aún más difícil.

22 A pesar de haber sufrido tanto, el rey Ahaz fue aún más desobediente.

23 Llegó al extremo de presentarle sacrificios a los dioses falsos de Damasco, pues pensaba que si esos dioses habían ayudado a los reyes de Siria a vencerlo, también lo ayudarían a él si los adoraba. Pero eso, en vez de ayudarlo, provocó su ruina y la de todo el reino.

24-25 Dios se enojó muchísimo con Ahaz, porque había destrozado los utensilios del templo de Dios, y había mandado a cerrar las puertas del templo. También había construido altares en todas las esquinas de Jerusalén y en las colinas de Judá, para adorar a dioses falsos.

26 Toda la historia de Ahaz, lo que hizo y la manera en que vivió, está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá.

27 Cuando Ahaz murió, lo enterraron en Jerusalén, la Ciudad de David, junto a la tumba de sus antepasados, pero no lo quisieron poner en el cementerio de los reyes de Israel. Ezequías, su hijo, reinó en su lugar.

29 Ezequías, rey de Judá (2 R 18.1-3).

1 Ezequías tenía veinticinco años de edad cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró veintinueve años. Su madre se llamaba Abí, era hija de Zacarías.

2 Ezequías obedeció a Dios, tal como lo había hecho el rey David.

3 En el mes de Abib[g], del primer año de su reinado, Ezequías ordenó que las puertas del templo se abrieran y fueran reparadas.

4 Después reunió a los sacerdotes y a sus ayudantes en el patio que estaba al este del templo,

5 y les dijo: Escúchenme con atención: Es urgente que ustedes se preparen para honrar al Dios de sus antepasados y que preparen también su templo. Saquen de allí todo lo que a Dios no le agrada.

6 Nuestros antepasados dejaron de adorar a Dios y abandonaron su templo. Desobedecieron a nuestro Dios,

7 pues cerraron las puertas de su templo y dejaron de adorarlo; apagaron las lámparas, dejaron de quemar incienso y no volvieron a presentar ofrendas en su honor.

8 Por eso Dios castigó a los habitantes de Judá y de Jerusalén. Fue tan terrible el castigo, que no salíamos de nuestro asombro.

9 Nuestros padres murieron en batalla, y nuestros enemigos se llevaron prisioneros a nuestros hijos, hijas y esposas.

10 Pero si hacemos un pacto con nuestro Dios, podremos volver a agradarle.

11 Dios los ha elegido a ustedes para que estén siempre a su servicio, y para que lo adoren. Por eso ahora les pido, amigos míos, que no sean perezosos y cumplan con su deber.

Los levitas preparan el templo

12 Ésta es la lista de los ayudantes de los sacerdotes que respondieron al llamado del rey: De los descendientes de Quehat: Máhat hijo de Amasai, Joel hijo de Azarías. De los descendientes de Merarí: Quis hijo de Abdí, Azarías hijo de Jehaleel. De los descendientes de Guersón: Joah hijo de Zimá, Edén hijo de Joah.

13 De los descendientes de Elisafán: Simrí, Jehiel. De los descendientes de Asaf: Zacarías, Matanías.

14 De los descendientes de Hemán: Jehiel, Simí. De los descendientes de Jedutún: Semaías, Uziel.

15-17 El día primero, del mes de Abib[h], todos ellos obedecieron al rey, siguiendo las instrucciones de la ley de Dios. De inmediato reunieron a sus parientes, y todos se prepararon para adorar a Dios. Luego los sacerdotes entraron en el templo para prepararlo. Encontraron muchos objetos que no agradaban a Dios, y los sacaron al patio del templo para que los ayudantes los tiraran al arroyo llamado Cedrón. Tardaron ocho días en preparar la parte de afuera del templo, y otros ocho, para preparar el interior. El día dieciséis del mes de Abib terminaron de hacer todo esto.

18 Luego fueron al palacio del rey Ezequías, y le dijeron: Ya terminamos de purificar el templo, incluyendo el altar de los sacrificios, la mesa de los panes y todos los utensilios.

19 También hemos preparado y colocado ante el altar todos los utensilios que desechó el rey Ahaz cuando desobedeció a Dios.

20 Al día siguiente, muy temprano, el rey Ezequías reunió a los jefes más importantes de la ciudad y se fue con ellos al templo de Dios.

21 Llevaron como ofrendas siete toros, siete carneros y siete corderos. También llevaron siete cabritos para pedir perdón a Dios por los pecados de la familia del rey, por los pecados del pueblo de Judá, y para hacer del templo un lugar aceptable para Dios. El rey entregó los animales a los sacerdotes descendientes de Aarón, para que los sacrificaran sobre el altar de Dios.

22 Y así lo hicieron los sacerdotes. Luego, con la sangre de los animales rociaron el altar.

23-24 Como el rey les había ordenado que presentaran la ofrenda para el perdón del pecado de todo el pueblo, los sacerdotes tomaron los cabritos y le pidieron al rey y a los que estaban reunidos con él, que pusieran las manos sobre los animales. Entonces los sacerdotes mataron a los cabritos y derramaron su sangre sobre el altar.

25-28 Mucho tiempo atrás, Dios les había indicado a David y a los profetas Gad y Natán, que los ayudantes de los sacerdotes debían adorarle con música. Entonces Ezequías les ordenó que se pusieran de pie en el templo de Dios, mientras que los sacerdotes tocaban las trompetas. Por eso, en cuanto Ezequías dio la orden de que los sacerdotes empezaran a presentar los sacrificios, sus ayudantes comenzaron a tocar los platillos y las arpas, y otros instrumentos de cuerdas. Mientras terminaban de presentar los sacrificios, el pueblo adoraba a Dios de rodillas, el coro cantaba y los demás sacerdotes tocaban las trompetas.

29 Al terminar, el rey y todos los que estaban con él también se arrodillaron y adoraron a Dios.

30 Entonces Ezequías y los principales jefes del pueblo ordenaron a los ayudantes de los sacerdotes que le cantaran a Dios los salmos de David y del profeta Asaf. Ellos obedecieron y cantaron con mucha alegría, y al final también se arrodillaron y adoraron a Dios.

31 Después de esto, Ezequías animó a la gente para que también llevaran al templo de Dios sacrificios y ofrendas de gratitud, como señal de que se habían comprometido a obedecer a Dios. Y todo el pueblo le llevó a Dios, con toda sinceridad, sacrificios y ofrendas de gratitud.

32 Ésta fue la cantidad de animales que presentaron para honrar a Dios: setenta toros, cien carneros, y doscientos corderos.

33 Además, presentaron como ofrenda un total de seiscientas reses y tres mil ovejas, para pedirle a Dios su bendición.

34-35 Cuando Ezequías les ordenó a los ayudantes de los sacerdotes que se prepararan para adorar a Dios, ellos lo hicieron de inmediato; pero los sacerdotes no lo hicieron así. Por eso, y como no había suficientes sacerdotes para ofrecer los sacrificios, sus ayudantes, que eran de la misma tribu, tuvieron que ayudarlos. Así fue como se volvió a rendir culto a Dios en el templo.

36 Y como Dios los había ayudado para que hicieran todo esto rápidamente, Ezequías y todo el pueblo se llenaron de alegría.

30 Ezequías celebra la Pascua

1-5 La fiesta de la Pascua no pudo celebrarse en el primer mes del año, como Dios lo había ordenado, porque no se habían preparado todos los sacerdotes que se necesitaban para ofrecer los sacrificios. Entonces el rey Ezequías consultó a los jefes más importantes y a toda la gente de Jerusalén, para ver si les parecía bien celebrar la Pascua en el mes de Ziv[i] de ese año. Y todos estuvieron de acuerdo. Además, Ezequías mandó una invitación escrita a todos los israelitas; es decir, a los de Judá y a los de Israel, y también a los de la tribu de Efraín y de Manasés. Y así, todo israelita quedó invitado para celebrar la Pascua en el templo de Dios en Jerusalén.

6-10 Los mensajeros fueron entonces por todo el territorio llevando el siguiente mensaje escrito, de parte del rey y de los jefes más importantes: Israelitas, sólo ustedes han quedado con vida después del ataque de los reyes de Asiria. Dejen de comportarse con la misma maldad de sus antepasados. ¡Ya es tiempo de que vuelvan a obedecer a Dios! Vuelvan a hacer un pacto con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; vengan al templo que él mismo eligió para vivir allí por siempre, y adórenlo. Si lo hacen, Dios dejará de estar enojado con ustedes, y volverá a aceptarlos. No sean tercos como sus antepasados, que por ser infieles a Dios fueron castigados con la derrota ante sus enemigos. Ustedes saben que digo la verdad. Si ustedes vuelven a obedecer a Dios, él hará que sus enemigos dejen en libertad a los israelitas que fueron llevados prisioneros. Nuestro Dios es bueno y muy amoroso; si lo buscan, no los rechazará. Al oír este mensaje, la mayoría de la gente se reía y se burlaba de los mensajeros,

11 aunque hubo algunos de las tribus de Aser, Manasés y Zabulón que se arrepintieron y fueron a Jerusalén.

12 Además, Dios hizo que la gente de Judá sintiera el deseo de obedecer la orden que Dios mismo les había dado por medio del rey y de los principales jefes.

13 Así fue como, en el mes de Ziv, se reunió en Jerusalén una gran cantidad de israelitas para celebrar la fiesta de los panes sin levadura.

14 Lo primero que hicieron fue quitar todos los altares, y los lugares para quemar incienso a los falsos dioses que adoraban en Jerusalén, y tirarlos en el arroyo Cedrón.

15-17 El día catorce del mes de Ziv empezó la celebración de la Pascua. Como muchos no habían cumplido con la ceremonia de preparación, no pudieron matar el cordero de la Pascua y dedicárselo a Dios. Por eso, los ayudantes de los sacerdotes tuvieron que hacerlo en representación de toda esa gente. Muchos de los sacerdotes y sus ayudantes se sintieron avergonzados por no haberse preparado para la Pascua, y entonces fueron y lo hicieron de inmediato, y presentaron en el templo de Dios las ofrendas indicadas. Luego de esto pudieron hacer su trabajo, siguiendo las instrucciones de la ley de Moisés. Los ayudantes de los sacerdotes sacrificaban los corderos, les pasaban la sangre a los sacerdotes, y éstos la derramaban sobre el altar.

18 Muchos de los que pertenecían a las tribus de Efraín, de Manasés, de Isacar y de Zabulón no se habían preparado para la Pascua, pero de todos modos participaron de la comida de la fiesta. Entonces Ezequías le pidió a Dios que los perdonara. Le dijo: Dios, tú eres bueno, y por eso te pido que perdones a todos estos,

19 que no han cumplido con la ceremonia de preparación; ellos han venido a adorarte con toda sinceridad, porque saben que tú eres el Dios de sus antepasados.

20 Dios escuchó la oración de Ezequías y perdonó a esa gente.

21-22 Y por siete días, en un ambiente de mucha alegría, todos en Jerusalén celebraron la fiesta de los panes sin levadura. Cada día participaban de la comida, presentaban ofrendas para pedir el perdón de sus pecados, y le daban gracias a Dios. Por su parte, los sacerdotes y sus ayudantes alababan a Dios acompañados por sus instrumentos musicales. Al ver esto, Ezequías felicitó a todos los ayudantes de los sacerdotes por la manera en que habían adorado a Dios.

23-24 Y a toda la gente que se había reunido, Ezequías le regaló mil toros y siete mil ovejas; lo mismo hicieron los principales jefes: le regalaron al pueblo mil toros y diez mil ovejas. Muchísimos sacerdotes hicieron la ceremonia de preparación para servir a Dios. Era tanta la alegría de todos los que se habían reunido, que decidieron seguir celebrando la fiesta otros siete días.

25 Todos estaban llenos de felicidad: la gente de Judá, los sacerdotes, sus ayudantes, la gente de Israel, y los extranjeros que venían del territorio de Israel y de Judá.

26 Desde los días del rey Salomón hijo de David, no se había celebrado en Jerusalén una fiesta tan llena de alegría.

27 Los sacerdotes y sus ayudantes se pusieron de pie, y le pidieron a Dios que bendijera a su pueblo. Dios escuchó su petición desde su casa en el cielo, y bendijo al pueblo.

31

1 Cuando terminó la celebración, todos los israelitas fueron a las ciudades de Judá, y a los territorios de las tribus de Benjamín, Efraín y Manasés, y destrozaron las imágenes que la gente adoraba. También destruyeron las imágenes de la diosa Astarté, y los pequeños templos de las colinas. No descansaron hasta acabar con todo eso. Luego regresaron a sus ciudades, cada uno a su hogar.

Ofrendas para los sacerdotes y sus ayudantes

2 Después Ezequías organizó en grupos a los sacerdotes y a sus ayudantes, de acuerdo al turno y al trabajo que les tocaba hacer. Unos presentaban las ofrendas para agradar a Dios o para pedir perdón por los pecados. Otros daban gracias y alababan a Dios, y otros servían como vigilantes de las entradas del templo.

3 El rey tomó de su propio ganado los animales para hacer los sacrificios que Dios ordena en su ley: las ofrendas de la mañana y las de la tarde que se presentaban todos los días de la semana, las ofrendas de los sábados, las de cada mes, y las que se ofrecen a Dios en las fiestas de cada año.

4 Luego el rey le pidió a la gente que vivía en Jerusalén, que también diera ofrendas para que los sacerdotes y sus ayudantes tuvieran todo lo necesario para vivir, y así ellos pudieran dedicarse por completo a servir a Dios como él lo ordena.

5 En cuanto los israelitas se enteraron de la petición del rey, dieron en abundancia de lo mejor que tenían: de su cosecha de trigo, vino, aceite y miel, y de todo lo que habían recogido de sus campos. También entregaron la décima parte de todo lo que tenían, que resultó ser una gran cantidad de cosas.

6-7 Era el mes de Siván[j], cuando la gente de Israel y de Judá empezó a llevar a Jerusalén la décima parte de sus reses, de sus ovejas y de lo que habían apartado para Dios. Después de cuatro meses dejaron de guardar y acomodar sus ofrendas.

8 Cuando Ezequías y los principales jefes vieron esa gran cantidad de ofrendas, bendijeron a Dios y a su pueblo Israel.

9 Entonces Ezequías les pidió a los sacerdotes y a sus ayudantes que le informaran sobre lo que se estaba haciendo con esas ofrendas.

10 Azarías, que era el jefe de los sacerdotes, y descendiente de Sadoc, le respondió: Dios ha bendecido a su pueblo, y es tanto lo que desde el principio han traído al templo, que no nos ha faltado comida; por el contrario, ha sobrado mucho.

11 Entonces Ezequías mandó que prepararan las bodegas del templo de Dios,

12 y allí guardaron todos los diezmos y ofrendas que la gente había traído. Para cuidar de todo eso, nombraron a Conanías y a su hermano Simí, que eran ayudantes de los sacerdotes.

13 Bajo sus órdenes estaban los vigilantes, que también fueron nombrados por el rey y por Azarías, que era el jefe principal del templo de Dios. Sus nombres eran: Jehiel, Azazías, Náhat, Asael, Jerimot, Jozabad, Eliel, Ismaquías, Máhat, Benaías.

14-19 Coré hijo de Imná, de la tribu de Leví, tenía a su cargo la vigilancia de la entrada este del templo, y era el responsable de cuidar las ofrendas que la gente daba voluntariamente a Dios. También se encargaba de repartirlas entre los sacerdotes y sus ayudantes. Coré tenía seis ayudantes que, con toda honradez, repartían las ofrendas entre los sacerdotes y los ayudantes que vivían en las ciudades y campos de pastoreo del territorio de Judá. Los sacerdotes que recibían esa ayuda debían ser descendientes de Aarón, y los ayudantes debían estar en la lista oficial de ayudantes al servicio de Dios. Éstos eran los seis ayudantes: Edén, Minjamín, Jesús, Semaías, Amarías, Secanías. La repartición se hacía de la siguiente manera: en un libro estaban escritos los nombres de todos los sacerdotes y los ayudantes mayores de tres años. La lista de los sacerdotes seguía el orden de la familia a la que pertenecían, y la lista de los ayudantes tenía una sección con todos aquellos mayores de veinte años, según el turno y el trabajo que hacían. Como éstos estaban totalmente dedicados a servir a Dios, en el libro también estaban registrados los nombres de todos sus familiares, es decir, de sus esposas, hijos e hijas. Y así, todos los sacerdotes y levitas que iban al templo para cumplir con sus trabajos diarios, según el turno y trabajo que les tocaba hacer, recibían la parte que les correspondía.

20-21 Ezequías tuvo éxito en la organización del trabajo del templo, porque todo lo hizo con el único deseo de agradar a Dios, y porque siempre actuó de acuerdo con su ley. Por eso Dios consideró que todo lo que Ezequías hizo en el territorio de Judá, lo había hecho con sinceridad.

32 Senaquerib ataca Judá (2 R 18.13 —19.37; Is 36— 37).

1 Después de que Ezequías hizo todo esto, con lo que demostró su obediencia y fidelidad a Dios, vino Senaquerib, rey de Asiria, e invadió el territorio de Judá. Y aunque las ciudades tenían murallas, las rodeó para conquistarlas.

2 Cuando Ezequías se dio cuenta de que Senaquerib había decidido atacar también a Jerusalén,

3 reunió a los principales jefes del pueblo y a sus soldados más valientes, y les propuso tapar los pozos que estaban fuera de la ciudad. De esa manera los asirios no tendrían agua para beber. Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo,

4 y de inmediato reunieron a mucha gente para tapar todos los pozos, y cortar el paso del río que cruzaba la ciudad. Así, cuando el rey de Asiria llegara, no tendría suficiente agua.

5 Luego, Ezequías cobró animo y mandó reparar la muralla de la ciudad. Construyó torres sobre ella, y también edificó otra muralla exterior. Además, fortaleció el relleno de tierra del lado este de la Ciudad de David, y fabricó una gran cantidad de lanzas y escudos.

6 Luego puso a los jefes del ejército al mando del pueblo, y los reunió en el patio principal que estaba frente a la entrada de la ciudad para darles ánimo. Les dijo:

7 ¡Tengan confianza y sean valientes! ¡No se desanimen ni les tengan miedo al rey de Asiria y a su gran ejército! Nosotros somos más poderosos.

8 El rey de Asiria confía en su ejército; pero nosotros tenemos a Dios de nuestra parte, y él peleará por nosotros. Al oír al rey, el pueblo cobró valor.

9 Mientras Senaquerib, rey de Asiria, atacaba con todas sus tropas la ciudad de Laquis, envió mensajeros a Jerusalén para que dieran este mensaje a Ezequías y a toda la gente de Judá:

10 ¿Cómo pueden estar tan tranquilos? ¡Los tengo rodeados con mi ejército! ¿A qué se atienen?

11 ¿No será que Ezequías los ha engañado al decirles que su Dios los librará de mi poder? Lo único que Ezequías hará es matarlos de hambre y de sed.

12 ¿No cometió Ezequías el error de quitar los altares donde adoraban a Dios? ¿No fue él quien les ordenó que solamente lo adoraran en un altar?

13 ¿Acaso no se han enterado de lo que yo y mis antepasados hemos hecho con todas las naciones? ¡Ningún dios ha podido detenernos!

14-15 ¿Qué les hace pensar que su Dios sí podrá hacerlo? Si ninguno de esos dioses pudo librar a su pueblo de mi poder, ¡mucho menos podrá hacerlo el Dios de ustedes! ¡No se dejen engañar por Ezequías!

16 Estos y muchos insultos más lanzaron los mensajeros del rey de Asiria contra Dios y contra su servidor Ezequías.

17-18 Los insultaban a gritos y en el idioma de Judá, para meterles miedo a los que estaban en la muralla de Jerusalén. Pensaban que así sería más fácil conquistar la ciudad. Además, Senaquerib escribió cartas en las que también insultaba al Dios de Israel. En ellas decía: Si los dioses de las demás naciones no pudieron librarlas de mi poder, mucho menos podrá el Dios de Ezequías librar a su pueblo.

19 Senaquerib y sus mensajeros pensaban que Dios era como los dioses de las naciones de la tierra, que son fabricados por los hombres.

20 Ante esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amós, clamaron a Dios y le pidieron ayuda.

21 En respuesta, Dios envió un ángel que mató a los valientes soldados y jefes del ejército del rey de Asiria. A Senaquerib no le quedó más remedio que regresar a su país lleno de vergüenza. Y cuando entró al templo de su dios, sus propios hijos lo mataron.

22 Así fue como Dios libró a Ezequías y a los habitantes de Jerusalén del poder de Senaquerib, rey de Asiria. También los libró del poder de todos sus enemigos, y les permitió vivir en paz con los pueblos vecinos.

23 En agradecimiento por todo eso, muchos llevaron a Jerusalén ofrendas para Dios, y valiosos regalos para el rey Ezequías. Desde ese día, el rey se hizo muy famoso en todas las naciones.

Ezequías se enferma gravemente (2 R 20.1-11; Is 38.1-22).

24 En esos días, Ezequías se puso tan enfermo que estaba a punto de morirse. Sin embargo, le pidió a Dios que lo sanara, y Dios le dio una señal de que así lo haría.

25 Pero Ezequías fue tan orgulloso que no le dio gracias a Dios por su ayuda. Entonces Dios se enojó tanto que decidió castigar a Ezequías, y también a todos los de Judá y de Jerusalén.

26 Sin embargo, Ezequías y los que vivían en Jerusalén se arrepintieron de su orgullo. Así, mientras Ezequías estuvo con vida, Dios dejó en paz a los habitantes de Judá y de Jerusalén.

Las riquezas de Ezequías

27-29 Dios permitió que Ezequías llegara a tener grandes riquezas y honores. Y fue tanto lo que llegó a poseer, que se construyó lugares para guardar las enormes cantidades que tenía de oro, plata, piedras preciosas, perfumes, escudos y objetos valiosos. También construyó bodegas para almacenar los cereales, el vino y el aceite. Ordenó construir establos para las muchas clases de ganado que tenía, y también hizo corrales para los rebaños. Además, ordenó construir varias ciudades.

30 Ezequías también mandó tapar el paso del agua que salía del pozo de Guihón, y luego hizo construir un canal para llevar el agua hasta el lado oeste de la Ciudad de David. Todo lo que Ezequías hizo tuvo éxito.

Ezequías recibe a los enviados de Babilonia (2 R 20.12-19; Is 39.1-8).

31 En cierta ocasión, los líderes de Babilonia enviaron gente para averiguar lo que había pasado con Ezequías y la señal que Dios le había dado. Entonces Dios dejó que Ezequías atendiera ese asunto por sí mismo, pues quería saber si lo respetaba y obedecía.

Muerte de Ezequías (2 R 20.20-21).

32 La historia de Ezequías y de cómo obedeció a Dios, está escrita en el libro del profeta Isaías hijo de Amós, y en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá.

33 Cuando Ezequías murió, lo enterraron en el cementerio de los reyes, en una tumba especial para los reyes más respetados por el pueblo. Toda la gente de Judá, y los que vivían en Jerusalén, hicieron un gran funeral en su honor. Manasés, su hijo, reinó en su lugar.

33 Manasés, rey de Judá (2 R 21.1-18).

1 Manasés comenzó a reinar a los doce años. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cincuenta y cinco años.

2 Manasés no obedeció a Dios, pues practicó las costumbres vergonzosas de las naciones que Dios había expulsado del territorio de los israelitas.

3 Reconstruyó los pequeños templos que su padre Ezequías había destruido, hizo imágenes de la diosa Astarté y edificó altares para adorar a Baal, y adoró a todos los astros del cielo.

4-5 Manasés construyó altares para esos astros en los patios del templo de Dios, aun cuando Dios había dicho que ese templo sería su casa en Jerusalén por siempre.

6-7 Puso la imagen de un ídolo en el templo de Dios, practicó la hechicería y la brujería, y se hizo amigo de brujos y espiritistas. También hizo quemar a su hijo como un sacrificio en el valle de Ben-hinom. Su comportamiento fue tan malo, que Dios se enojó mucho. Dios les había dicho a David y a su hijo Salomón: De todas las ciudades de Israel, he elegido a Jerusalén, para poner allí mi templo y vivir en él para siempre.

8 Si los israelitas obedecen todos los mandamientos que le di a Moisés, no los expulsaré del país que les he dado.

9 Pero los israelitas no obedecieron a Dios, y Manasés les enseñó a cometer peores pecados que los que habían cometido las naciones que Dios había destruido cuando los israelitas llegaron a la región.

10 Dios les hizo ver a Manasés y a su pueblo que estaban equivocados, pero ellos no le hicieron caso.

Castigo y arrepentimiento de Manasés

11 Entonces Dios hizo que los jefes del ejército del rey de Asiria atacaran a los israelitas. Los asirios apresaron a Manasés y lo humillaron, pues le pusieron un gancho en la nariz, lo ataron con cadenas de bronce y se lo llevaron prisionero a Babilonia.

12 Allí, mientras sufría tal humillación, Manasés le rogó a Dios que lo perdonara. Se humilló tanto delante del Dios de sus antepasados,

13 que Dios escuchó su oración y lo perdonó. Además, le permitió volver a Jerusalén para reinar sobre Judá. Sólo así pudo Manasés comprender que su Dios era el Dios verdadero.

Manasés hace cambios

14 Después de esto, Manasés construyó una muralla más alta alrededor de la Ciudad de David. Ésta empezaba al oeste de Guihón, pasaba por el arroyo y llegaba al Portón del Pescado, y finalmente rodeaba el monte Ófel. Luego puso a los jefes de su ejército en todas las ciudades de Judá que tenían murallas.

15 También quitó los dioses extranjeros y el ídolo que había puesto en el templo de Dios. Además, destruyó todos los altares que había construido en Jerusalén y en el cerro donde estaba el templo, y los arrojó fuera de la ciudad.

16 Manasés restauró el altar de Dios, y presentó ofrendas para pedir perdón y dar gracias a Dios. Finalmente, le ordenó a toda la gente de Judá que solamente adorara y sirviera al Dios de Israel.

17 El pueblo obedeció a Manasés, presentando ofrendas a su Dios, aunque también siguieron haciéndolo en los pequeños templos de las colinas.

Muerte de Manasés

18-19 La historia de Manasés está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel, y en la Historia de los profetas. Allí se puede leer acerca de su oración y la respuesta que Dios le dio, y también acerca de sus pecados y su desobediencia. Allí aparece la lista de los pequeños templos de las colinas, en donde edificó altares y puso imágenes de Astarté y de ídolos, y allí se narra también cómo adoró Manasés a esos ídolos, y cuáles fueron los mensajes que recibió de Dios por medio de los profetas.

20 Cuando Manasés murió, lo enterraron en el jardín de su palacio. Su hijo Amón reinó en su lugar.

Amón, rey de Judá (2 R 21.19-26).

21 Amón tenía veintidós años cuando comenzó a reinar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dos años.

22 Amón no obedeció a Dios, sino que siguió el mal ejemplo de su padre Manasés, pues adoró a los ídolos que su padre había fabricado, y les ofreció sacrificios.

23 Pero Amón no se humilló ante Dios, como lo había hecho Manasés, sino que se comportó peor aún.

24 Un día sus servidores se rebelaron contra él y lo mataron en su palacio.

25 Luego el pueblo mató a esos servidores de Amón, y puso como rey a su hijo Josías.

34 Josías, rey de Judá (2 R 22.1-2).

1 Josías comenzó a reinar a los ocho años. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró treinta y un años.

2 Josías obedeció a Dios en todo, pues siguió fielmente el ejemplo de su antepasado David.

3-7 A la edad de dieciséis años, el rey Josías empezó a obedecer al Dios de su antepasado David. Cuatro años después, comenzó a quitar los altares en los que el pueblo adoraba al dios Baal. También quitó las imágenes de la diosa Astarté, las imágenes y los ídolos que había por todo el territorio de Judá y en Jerusalén. Josías ordenó que destruyeran todo eso hasta hacerlo polvo, y que luego esparcieran el polvo sobre las tumbas de quienes habían ofrecido sacrificios en ellos. Después mandó quemar los huesos de los sacerdotes de esos dioses, y los quemaron sobre los altares que ellos mismos habían usado para quemar incienso. Al terminar, también destruyeron esos altares. Esto mismo hizo Josías en todo Israel y Judá, y no sólo en las ciudades, sino también en los poblados cercanos.

Se encuentra el libro de la Ley (2 R 22.3 —233).

8 Después, a los dieciocho años de su reinado, Josías le ordenó a Safán hijo de Asalías, a Amasías, gobernador de la ciudad, y a su secretario Joah hijo de Joacaz, que repararan el templo de Dios.

9 Ellos fueron a ver a Hilquías, el jefe de los sacerdotes, y le entregaron el dinero que había en el templo de Dios. Ese dinero era el que los vigilantes de las entradas del templo habían recogido entre la gente de las tribus de Manasés, Efraín y Benjamín, y también entre la gente de Judá y de Jerusalén, y el resto del territorio israelita.

10 El dinero fue entregado después a los encargados de la construcción del templo para que pagaran

11 a los carpinteros y a los constructores. Con ese mismo dinero compraron la madera y las piedras que necesitaban para las reparaciones. El templo estaba en ruinas, porque los reyes de Judá lo habían descuidado.

12 Los encargados de la construcción del templo eran hombres honestos, dirigidos por los siguientes ayudantes de los sacerdotes: Jáhat, Abdías, Zacarías, Mesulam. Los dos primeros eran descendientes de Merarí, y los otros dos, descendientes de Quehat. Los ayudantes de los sacerdotes

13 vigilaban el trabajo de los cargadores, y dirigían a todos los obreros, sin importar el trabajo que realizaran. Algunos ayudantes de los sacerdotes eran muy buenos músicos, y otros eran secretarios, inspectores o vigilantes de las entradas del templo.

14 En el momento en que estaban sacando el dinero del templo, el sacerdote Hilquías encontró el libro de la Ley de Dios, que había sido dada por medio de Moisés.

15 Entonces Hilquías le dijo al secretario Safán: ¡Encontré el libro de la Ley en el templo de Dios! Y se lo dio.

16 Safán le llevó el libro al rey, junto con este informe: Tus ayudantes están haciendo todo lo que les encargaste:

17 Juntaron el dinero que había en el templo, y se lo dieron a los encargados de la construcción.

18 Además, el sacerdote Hilquías encontró un libro y me lo entregó. Entonces Safán se lo leyó al rey.

19 Y cuando el rey escuchó lo que decía el libro de la Ley, rompió su ropa en señal de tristeza.

20 Después les dio esta orden a Hilquías, a Ahicam hijo de Safán, a Abdón hijo de Micaías, al secretario Safán y a su ayudante personal Asaías:

21 Vayan a consultar a Dios, para que sepamos qué debemos hacer en cuanto a lo que dice este libro. ¡Dios debe estar furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron lo que está escrito aquí!

22 Ellos fueron a ver a la profetisa Huldá, que vivía en el Segundo Barrio de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salum hijo de Ticvá y nieto de Harhás. Salum era el encargado de cuidar la ropa del rey. Cuando la consultaron,

23-25 Huldá les contestó: El rey Josías debe enterarse del desastre que el Dios de Israel va a mandar sobre este lugar y sus habitantes. Así lo dice el libro que le han leído al rey. Dios está muy enojado, pues lo han abandonado para adorar a otros dioses. ¡Ya no los perdonará más!

26-28 Pero díganle al rey que Dios ha visto su arrepentimiento y humildad, y que sabe lo preocupado que está por el castigo que se anuncia en el libro. Como el rey ha prestado atención a todo eso, Dios no enviará este castigo por ahora. Dejará que el rey muera en paz y sea enterrado en la tumba de sus antepasados. Luego el pueblo recibirá el castigo que se merece. Los mensajeros fueron a contarle al rey lo que había dicho Dios por medio de la profetisa Huldá.

29-30 Entonces el rey mandó a llamar a los líderes de Judá y de Jerusalén, para que se reunieran en el templo con él. A la cita acudieron todos los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y sus ayudantes. Toda la nación, desde el más joven hasta el más viejo, fue al templo. Allí, el rey les leyó lo que decía el libro del pacto que habían encontrado.

31 Después se puso de pie, junto a una columna, y se comprometió a obedecer siempre todos los mandamientos de Dios, y a cumplir fielmente el pacto que estaba escrito en el libro.

32 Luego hizo que todos los que estaban allí presentes, y que eran de Jerusalén y de la tribu de Benjamín, se comprometieran a obedecer ese pacto. Y ellos cumplieron el pacto del Dios de sus antepasados.

33 Josías destruyó todos los odiosos ídolos que había en el país, y les ordenó a los israelitas que adoraran solamente al Dios de Israel. Mientras Josías vivió, su pueblo obedeció al Dios de sus antepasados.

35 Josías celebra la Pascua (2 R 23.21-26).

1 El día catorce del mes de Abib[k], Josías ordenó dar inicio a la celebración de la Pascua en Jerusalén, sacrificando el cordero de la fiesta.

2 A los sacerdotes los organizó de acuerdo a sus tareas, y los animó para que hicieran bien su trabajo en el templo de Dios.

3 A los ayudantes de los sacerdotes que se dedicaban a la enseñanza de la ley de Dios, les ordenó lo siguiente: Ya no es necesario que transporten de un lugar a otro el cofre del pacto de Dios. Pónganlo en el templo que el rey Salomón construyó. De ahora en adelante trabajarán en el templo, al servicio de su Dios y su pueblo Israel.

4 Sigan las instrucciones que el rey David y su hijo Salomón nos dieron, y organícense de acuerdo a sus familias y a sus turnos de trabajo.

5 Así, un grupo de ayudantes de cada familia tendrá su oportunidad de servir en el templo. Cada grupo representará a las demás familias israelitas.

6 Cumplan con la ceremonia de preparación y sacrifiquen el cordero de la Pascua, para que así sus compatriotas tengan todo lo necesario para celebrar la fiesta, tal y como Dios lo ordenó por medio de Moisés.

7 Entonces Josías les dio a todos los que estaban allí treinta mil animales de su propio ganado, para que celebraran la Pascua. Entre los animales iban corderos y cabritos, además de otros tres mil novillos que también ofreció.

8 Al ver esto, los asistentes del rey también regalaron animales, para que el pueblo, los sacerdotes y sus ayudantes celebraran la Pascua. Además, Hilquías, Zacarías y Jehiel, que eran los asistentes del rey y estaban a cargo del templo de Dios, les dieron a los sacerdotes dos mil seiscientos corderos y trescientos novillos.

9 Conanías y sus hermanos Semaías y Natanael, así como Hasabías, Jehiel y Jozabad, jefes de los ayudantes de los sacerdotes, dieron cinco mil corderos y quinientos novillos.

10 Una vez que los sacerdotes estuvieron listos y sus ayudantes se organizaron por grupos, de acuerdo a las órdenes del rey, empezaron la celebración de la Pascua.

11-13 Los sacerdotes sacrificaron los animales de la Pascua y rociaron el altar con la sangre. Los ayudantes les quitaron la piel a los animales, y les sacaron la grasa para darle a cada familia la parte que le correspondía quemar ante Dios. Luego asaron los animales para la fiesta, y el resto de las ofrendas de Dios las cocinaron en ollas, calderos y sartenes. Todo eso lo repartieron entre la gente del pueblo, y así cumplieron con lo que había ordenado Moisés.

14-15 Los ayudantes de los sacerdotes no sólo tuvieron que cocinar su propia parte, sino también la que les tocó a todos aquellos que estuvieron muy ocupados como para hacerlo por sí mismos. Los sacerdotes, por ejemplo, estuvieron ocupados hasta el anochecer, presentando la grasa y las ofrendas que fueron quemadas. Los cantores estuvieron ocupados siguiendo las indicaciones que habían dejado David, Asaf, Hemán y Jedutún, el profeta del rey. Y los encargados de vigilar las entradas del templo tampoco pudieron dejar su puesto.

16 Así fue como organizaron todo lo que se necesitó para celebrar la Pascua, y para quemar sobre el altar las ofrendas presentadas a Dios. Todo se hizo según las instrucciones del rey Josías.

17 Durante siete días, los israelitas celebraron la fiesta de la Pascua y de los panes sin levadura.

18-19 Cuando Josías cumplió dieciocho años de gobernar, tanto él como los sacerdotes y el pueblo celebraron la Pascua en Jerusalén. Nunca antes se había festejado la Pascua de esa manera; ni en la época en que gobernó el profeta Samuel, ni en la época de los reyes que gobernaron Israel antes de Josías.

La muerte de Josías (2 R 23.28-30).

20 Mucho tiempo después de que Josías reparara el templo, Necao, rey de Egipto, salió en plan de guerra hacia Carquemis, junto al río Éufrates. Josías pensó que Necao quería atacarlo;

21 pero Necao envió mensajeros a decirle: No tengo nada contra ti, rey de Judá. No he salido a pelear contra ti, sino contra una nación enemiga. Además, Dios me ha ordenado hacer esto con prontitud. No te opongas a los planes de Dios, porque él podría destruirte.

22 Pero Josías no se dio cuenta de que Dios le estaba hablando por medio de Necao. Así que se puso su armadura y fue a pelear contra Necao en el valle de Meguido.

23 En medio de la batalla, una flecha alcanzó al rey Josías, y sus ayudantes lo sacaron del campo, pues estaba herido de muerte.

24 Lo sacaron del carro de combate en el que estaba, lo pasaron a otro de sus carros, y lo llevaron a Jerusalén. Sin embargo, poco después murió. Lo enterraron junto a la tumba de sus antepasados, y todos en Judá y Jerusalén lamentaron en gran manera la muerte de Josías.

25 Jeremías compuso un canto que expresaba su gran tristeza por la muerte de Josías. Lo mismo hicieron los cantores y cantoras; y hasta el momento en que esto se escribió, era costumbre en Israel recordar a Josías con esas canciones tan tristes. La letra de estas canciones está escrita en el Libro de las lamentaciones.

26-27 La historia de Josías está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá. En ese libro se puede leer acerca de todo lo que hizo Josías, y de cómo obedeció la ley de Dios.

36 Joacaz, rey de Judá (2 R 23.31-34).

1-2 El pueblo eligió a Joacaz para que reinara en lugar de Josías, su padre. Joacaz tenía veintitrés años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, pero su reinado sólo duró tres meses,

3-4 pues el rey de Egipto no le permitió gobernar, y se lo llevó prisionero. Este rey obligó a todo el país a pagar un impuesto de treinta y tres kilos de oro y tres mil trescientos kilos de plata. Luego nombró a Eliaquim como rey de Judá en Jerusalén, que era la capital. Eliaquim era hermano de Joacaz, pero el rey de Egipto le cambió el nombre, y le llamó Joacín.

Joacín, rey de Judá (2 R 23.35 —247).

5 Joacín tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró once años. Joacín no obedeció a Dios.

6 Nabucodonosor, rey de Babilonia, peleó contra él, lo encadenó y se lo llevó prisionero a Babilonia.

7 También se llevó con él una parte de los utensilios del templo de Dios, y los puso en el templo de su dios en Babilonia.

8 La historia de Joacín narra su terrible comportamiento, y está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá. Joaquín, su hijo, reinó en su lugar.

Joaquín, rey de Judá (2 R 24.8-17).

9 Joaquín tenía ocho años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado sólo duró tres meses y diez días. Joaquín no obedeció a Dios.

10 En la primavera de ese año, el rey Nabucodonosor ordenó que llevaran a Joaquín preso a Babilonia. En su lugar, Nabucodonosor nombró como rey de Judá a Sedequías, que era hermano de Joaquín. También se llevaron a Babilonia los utensilios de más valor que había en el templo de Dios.

Sedequías, rey de Judá

11 Sedequías tenía veintiún años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró once años.

12 Sedequías no obedeció a Dios, ni le hizo caso al profeta Jeremías cuando éste le dio mensajes de parte de Dios.

13 Fue muy orgulloso y terco; nunca quiso arrepentirse ni obedecer al Dios de Israel. Sedequías fue tan rebelde que tampoco obedeció al rey Nabucodonosor ni cumplió con el juramento que le había hecho.

14 De la misma manera se comportaron los principales sacerdotes y el pueblo. Traicionaron a Dios en gran manera, pues siguieron las odiosas costumbres de los países que adoraban dioses falsos. También se comportaron de manera terrible en el templo de Dios, el cual había sido dedicado a su adoración.

15 A pesar de eso, Dios amó a su pueblo y a su templo, y les envió muchos mensajeros para llamarles la atención.

16 Pero la gente siempre se burlaba de los mensajeros de Dios y de los profetas, y no les hacían caso. Y así siguieron hasta que Dios ya no aguantó más y, muy enojado, decidió castigarlos.

Dios castiga a su pueblo (2 R 25.8-21; Jer 39.8-10; 52.12-30).

17 Dios hizo que Nabucodonosor atacara Jerusalén y la derrotara. El rey Nabucodonosor mató a los jóvenes en el templo, y luego mató a muchos de los habitantes de Jerusalén, sin importar si eran hombres o mujeres, niños o ancianos.

18 Nabucodonosor se llevó a Babilonia todos los utensilios y tesoros del templo de Dios. También se apoderó de los tesoros del rey y de sus asistentes.

19 Luego derribó la muralla de Jerusalén, les prendió fuego al templo de Dios y a los palacios, y destruyó todos los objetos de valor.

20 Los israelitas que quedaron con vida fueron llevados presos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus descendientes. Así permanecieron, hasta que el reino de Persia se convirtió en un país poderoso y conquistó Babilonia.

21 Así fue como se cumplió lo que Dios había anunciado por medio del profeta Jeremías. El territorio de Judá quedó abandonado setenta años, y sólo así pudo disfrutar de paz.

El emperador Ciro permite el regreso a Jerusalén (Esd 1.1-4).

22-23 En el primer año del gobierno de Ciro, rey de Persia, este rey dio la siguiente orden a todos los habitantes de su reino: El Dios de los cielos, que es dueño de todo, me hizo rey de todas las naciones, y me encargó que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en la región de Judá. Por tanto, todos los que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén. ¡Y que Dios los ayude! Ciro, rey de PersiaCon esta orden se cumplió la promesa que Dios había hecho por medio del profeta Jeremías.


Notas de 2 Crónicas

[a] 2 Crónicas 3:1 Ziv: Segundo mes del calendario lunar judío. En nuestro calendario solar corresponde al período que va de mediados de abril a mediados de mayo. <<

[b] 2 Crónicas 5:3 Etanim: Séptimo mes del calendario lunar judío. En nuestro calendario solar corresponde al período que va de mediados de septiembre a mediados de octubre. <<

[c] 2 Crónicas 7:10 Etanim. Véase nota en 5.3. <<

[d] 2 Crónicas 15:10 Siván: Tercer mes del calendario lunar judío. En nuestro calendario solar corresponde al período que va de mediados de mayo a mediados de junio. <<

[e] 2 Crónicas 16:1 Judá: En esta época el territorio de Israel estaba dividido en dos reinos: el de Israel, al norte, y el de Judá, al sur. <<

[f] 2 Crónicas 26:10 Las torres servían para vigilar, para almacenar granos y para el hospedaje de los agricultores. <<

[g] 2 Crónicas 29:3 Abib: Primer mes del calendario lunar judío. En nuestro calendario solar corresponde al período que va de mediados de marzo a mediados de abril. <<

[h] 2 Crónicas 29:15 Abib. Véase nota en 29.3. <<

[i] 2 Crónicas 30:1 Ziv. Véase nota en 3.1-2. <<

[j] 2 Crónicas 31:6 Siván. Véase nota en 15.10. <<

[k] 2 Crónicas 35:1 Abib. Véase nota en 29.3. <<

🔊 Formato Audio extraído de librivox – Bible (Reina Valera) 14: Segundo Libro de Crónicas


Reflexiones sobre el libro 2 Crónicas

El libro de las Crónicas 2 es el último libro del Antiguo Testamento de la Biblia. Es una obra histórica que narra los acontecimientos desde el reinado de Salomón hasta el exilio de Judá en Babilonia. El autor de este libro es desconocido, pero se cree que fue escrito por un levita o un sacerdote que vivió después del regreso del exilio, alrededor del siglo V a.C.

El propósito de este libro es mostrar la fidelidad de Dios a su pueblo, a pesar de sus infidelidades y pecados. El autor enfatiza el papel de la dinastía davídica, la importancia del templo y la alianza, y la esperanza mesiánica. También destaca el valor de la genealogía, la cronología y las estadísticas, como medios para preservar la identidad y la memoria del pueblo de Dios.

El libro de las Crónicas 2 es una fuente valiosa para conocer la historia y la teología del Antiguo Testamento. Nos invita a reflexionar sobre el plan de Dios para su pueblo, su soberanía sobre la historia y su misericordia hacia los pecadores arrepentidos. También nos anima a confiar en sus promesas y a obedecer sus mandamientos.

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