Las 95 tesis de Martín Lutero

TESIS DE LUTERO

Las tesis de Lutero

Las 95 tesis de Martín Lutero

Las 95 tesis de Martín Lutero: El detonante de la Reforma Protestante

Hace casi 500 años, en octubre de 1517, el monje agustino Martín Lutero publicó sus famosas 95 tesis, desafiando las prácticas de la Iglesia Católica Romana de la época. Este acontecimiento sería el detonante que daría inicio a la Reforma Protestante, uno de los eventos más trascendentales de la historia occidental.

Las 95 tesis de Lutero representaban una crítica frontal a la venta de indulgencias, una práctica muy extendida en la Iglesia Católica en la que se ofrecía el perdón de los pecados a cambio de dinero. Lutero denunció esta práctica como una corrupción y una distorsión del verdadero mensaje del Evangelio.

En sus 95 tesis, Lutero argumentaba que la salvación no se conseguía a través del pago de indulgencias, sino por la fe y la gracia de Dios. Cuestionaba abiertamente el poder del Papa para perdonar los pecados y afirmaba que la Biblia, y no la autoridad de la Iglesia, debía ser la fuente última de la doctrina cristiana.

La publicación de estas tesis fue un acto de gran valentía y una severa crítica a la jerarquía eclesiástica de la época. Lutero no buscaba fundar una nueva iglesia, sino reformar la ya existente. Sin embargo, sus ideas rápidamente se extendieron por todo el Sacro Imperio Romano Germánico y más allá, desafiando los cimientos de la Iglesia Católica.

La reacción del Vaticano no se hizo esperar. En 1520, el Papa León X condenó los escritos de Lutero y le exigió que se retractara, pero él se negó. Esto llevó a su excomunión en 1521, lo que consolidó la ruptura definitiva entre Lutero y la Iglesia Católica.

Las 95 tesis de Martín Lutero marcaron el comienzo de un proceso de cambio religioso, político y social que transformaría radicalmente el panorama europeo. La Reforma Protestante que Lutero inició daría lugar a la creación de las iglesias luteranas y eventualmente a otras denominaciones protestantes, alterando para siempre el panorama religioso de Occidente.


Las 95 tesis de Martín Lutero

Por amor a la verdad y el deseo de sacarla a la luz, las siguientes proposiciones serán discutidas en Wittenberg, bajo la presidencia del Reverendo Padre Martín Lutero, Maestro de Artes y de Sagrada Escritura, y Profesor Ordinario en esta última disciplina y en este mismo lugar. Por lo tanto, pide que aquellos que no pueden estar presentes y debatir oralmente con nosotros, aunque ausentes, puedan hacerlo por carta.

En el Nombre nuestro Señor Jesucristo. Amén.

  1. Nuestro Señor y Maestro Jesucristo, cuando dijo «haced penitencia», quería que toda la vida de los creyentes fuera arrepentimiento.
  2. Esta palabra no puede ser entendida como la penitencia sacramental, es decir, la confesión y la satisfacción, que es administrada por los sacerdotes.
  3. Sin embargo, no sólo significa el arrepentimiento interior; No, no hay arrepentimiento interior sino obran exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
  4. Por lo tanto, la pena del pecado continúa mientras perdure el odio a sí mismo. Porque éste es el verdadero arrepentimiento interior, y continúa hasta nuestra entrada en el reino de los cielos.
  5. El papa no tiene la intención de remitir, y no puede remitir ninguna penalidad que no sea la que él ha impuesto ya sea por su propia autoridad o por la de los Cánones.
  6. El papa no puede remitir ninguna culpa, sino declarando que ha sido remitida por Dios y asintiendo a la remisión de Dios; Aunque, ciertamente, puede conceder la remisión en los casos reservados a su juicio. Si se desprecia su derecho a conceder la remisión en tales casos, la culpa seguiría siendo totalmente imperdonable.
  7. Dios no remite la culpa a nadie a quien no humilla antes, y somete lo al sacerdote, Su vicario.
  8. Los cánones penitenciales se imponen sólo a los vivos y, según ellos, nada debe imponerse a los moribundos.
  9. Por lo tanto, el Espíritu Santo en el papa es amable con nosotros, porque en sus decretos siempre hace excepción y nos beneficia en caso de muerte y necesidad.
  10. Ignorantes y perversos son los hechos de aquellos sacerdotes que, en el caso de los moribundos, reservan penitencias canónicas para el purgatorio.
  11. Este cambio de la pena canónica a la pena del purgatorio es evidentemente una de las cizañas que fueron sembradas mientras los obispos dormían.
  12. En épocas anteriores las penas canónicas se impusieron no después, sino antes de la absolución, como pruebas de la verdadera contrición.
  13. Los moribundos son liberados por la muerte de todas las penas; Ya están muertos a las reglas canónicas, y tienen derecho a ser liberados de ellos.
  14. La salud imperfecta (del alma), es decir, el amor imperfecto, de los moribundos trae consigo, por necesidad, gran temor; Y cuanto menor es el amor, mayor es el temor.
  15. Este temor y horror es suficiente por sí solo (para no decir nada de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, ya que está muy cerca del horror de la desesperación.
  16. El infierno, el purgatorio y el cielo parecen diferir como la desesperación, la causa de la desesperación, y la seguridad de la salvación.
  17. Con las almas en el purgatorio parece necesario que el horror crezca menos y que el amor aumente.
  18. No parece probado, ya sea por razón o por Escritura, que estas almas estén fuera del estado de mérito, es decir, de amor creciente.
  19. Una vez más, no parece probado que las almas en el purgatorio, o al menos algunas de ellas, tengan total certeza de su propia bienaventuranza, aunque nosotros podamos estar bastante seguros de ello.
  20. Por tanto, cuando el papa habla de “remisión plenaria de todas las penas”, no significa simplemente el indulgenciade “todas ellas”, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
  21. En consecuencia, yerran los predicadores de las indulgencias, pues dicen que por las indulgencias del papa un hombre es liberado de todo castigo, y salvado.
  22. Así pues, el papa no remite ninguna pena a las almas en el purgatorio que, según los cánones, habrían tenido que pagar en esta vida.
  23. Si es posible conceder a cualquiera la remisión de todas las penas, esta remisión sólo puede concederse a los más perfectos, es decir, a los pocos.
  24. Esto necesita, por lo tanto, que la mayor parte de la gente sea engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de la pena.
  25. El poder que el papa tiene, en general, sobre el purgatorio, es igual que el poder que cualquier obispo o cura tiene, de una manera especial, dentro de su propia diócesis o parroquia.
  26. El papa hace bien cuando concede la remisión a las almas (en el purgatorio), no por el poder de las llaves (que él no posee), sino por vía de la intercesión.
  27. Doctrina de hombre la que dice que tan pronto como una moneda entra en la caja de dinero, el alma sale volando (del purgatorio).
  28. Es cierto que cuando la moneda entra en la caja de dinero, la ganancia y la avaricia pueden aumentar, pero el resultado de la intercesión de la Iglesia está solamente en el poder de Dios.
  29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
  30. Nadie está seguro de que su propia contrición es sincera; Mucho menos de que él haya la remisión completa.
  31. Raro como es el hombre que es verdaderamente penitente, es también el hombre que verdaderamente compra indulgencias, es decir, tales hombres son los más raros.
  32. Serán condenados eternamente, junto con sus maestros, los que se creen seguros de su salvación porque tienen cartas de indulgencia.
  33. Los hombres deben estar en guardia contra los que dicen que el indulgencia del papa es ese inestimable don de Dios por el cual el hombre se reconcilia con Él.
  34. Porque estas “gracias del indulgencia” sólo conciernen a las penas de la satisfacción sacramental, y éstas son nombradas por el hombre.
  35. No predican doctrina cristiana los que enseñan que no es necesaria la contrición en aquellos que tienen la intención de comprar almas fuera del purgatorio o para comprar confessionalia.
  36. Todo cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión total de pena y culpa, incluso sin cartas de indulgencia.
  37. Todo cristiano verdadero, ya sea vivo o muerto, tiene parte en todas las bendiciones de Cristo y de la Iglesia; Y esto le es concedido por Dios, incluso sin cartas de indulgencia.
  38. Sin embargo, la remisión y la participación [en las bendiciones de la Iglesia] que son concedidas por el papa no son en modo alguno despreciables, ya que son, como he dicho, la declaración de remisión divina.
  39. Es muy difícil, incluso para los teólogos más afanosos, al mismo tiempo, recomendar al pueblo la abundancia de indulgencias y la verdadera contrición.
  40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero los indulgencias liberales sólo relajan las penas y hacen que sean odiados, o por lo menos, proveen una ocasión para odiarlos.
  41. Los indulgencias apostólicos deben ser predicados con cautela, la gente puede pensar falsamente que son preferibles a otras buenas obras de amor.
  42. Se debe enseñar a los cristianos que el papa no pretende que la compra de indulgencias sea comparada en modo alguno con las obras de misericordia.
  43. Se debe enseñar a los cristianos que quien da a los pobres o presta a los necesitados hace un trabajo mejor que comprar el indulgencia.
  44. Porque el amor crece por obras de amor, y el hombre se hace mejor; Pero por indulgencias el hombre no crece mejor, sólo más libre de pena.
  45. A los cristianos se les debe enseñar que el que ve a un hombre necesitado, y sin atenderle, da su dinero para comprar el indulgencia, no compra las indulgencias del papa, sino la indignación de Dios.
  46. Se debe enseñar a los cristianos que a menos que tengan más de lo que necesitan, están obligados a retener lo que es necesario para sus propias familias, y de ninguna manera a desperdiciarlo con indulgencias.
  47. Se debe enseñar a los cristianos que la compra de indulgencias es una cuestión de libre albedrío, y no de mandamiento.
  48. Se debe enseñar a los cristianos que el papa, al conceder indulgencias, necesita, y por lo tanto desea, su devota oración por él, más que el dinero que traen.
  49. A los cristianos se les debe enseñar que los indulgencias del papa son útiles, si no ponen su confianza en ellos; pero totalmente perjudiciales, si a través de ellos pierden el temor de Dios.
  50. Se debe enseñar a los cristianos que si el papa conociera las exigencias de los predicadores de indulgencia, preferiría que la Basílica de San Pedro se convirtiera en cenizas, que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
  51. A los cristianos se les debe enseñar que sería el deseo del papa, como es su deber, dar de su propio dinero a muchos de aquellos de quienes algunos vendedores de indulgencias ganan dinero, a pesar de que la iglesia de San Pedro podría tener que ser vendida.
  52. La seguridad de la salvación por medio de las cartas de indulgencia es vana, aunque el comisario, aunque el propio papa, pusieran su alma como prenda.
  53. Son enemigos de Cristo y del papa, quienes para que las indulgencias puedan ser predicadas, silencian completamente la Palabra de Dios en algunas Iglesias.
  54. Se hace daño a la Palabra de Dios cuando, en el mismo sermón, se gasta un tiempo igual o mayor en hablar de indulgencias que en predicar la Palabra.
  55. Debe ser la intención del papa que, si las indulgencias, que son una cosa muy pequeña, se celebran con una campana, con procesiones y ceremonias únicas, entonces el Evangelio, que es lo más grande, debe ser predicado con cien campanas, cien procesiones, cien ceremonias.
  56. Los “tesoros de la Iglesia”, de donde el papa distribuye las indulgencias no son suficientemente nombrados ni conocidos entre el pueblo de Cristo.
  57. Que no son tesoros temporales es ciertamente evidente, porque muchos de los vendedores no derrochan tales tesoros tan fácilmente, pero si los acumulan.
  58. Ni son los méritos de Cristo y de los santos, porque aun sin el papa, éstos siempre trabajan gracia para el hombre interior, y la cruz, la muerte y el infierno para el hombre exterior.
  59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la Iglesia eran los pobres de la Iglesia, pero habló según el uso de la palabra en su tiempo.
  60. Sin temeridad decimos que las llaves de la Iglesia, dadas por el mérito de Cristo, son ese tesoro.
  61. Porque está claro que para la remisión de las penas y de los casos reservados, el poder del papa es por sí mismo suficiente.
  62. El verdadero tesoro de la Iglesia es el Santísimo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
  63. Pero este tesoro es naturalmente el más odioso, porque hace que el primero sea el último.
  64. Por otra parte, el tesoro de las indulgencias es naturalmente más aceptable, porque hace que los últimos sean los primeros.
  65. Por lo tanto, los tesoros del Evangelio son redes con las que antes solían pescar hombres de riquezas.
  66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las que ahora pescan las riquezas de los hombres.
  67. Las indulgencias que los predicadores claman como las “más grandes gracias” son verdaderamente tales, en cuanto promueven la ganancia.
  68. Sin embargo, son en verdad las gracias más pequeñas comparadas con la gracia de Dios y la piedad de la Cruz.
  69. Los obispos y curas están obligados a admitir los comisarios de las indulgencias apostólicas, con toda reverencia.
  70. Pero aún más están obligados a vigilar con todos sus ojos y atender con todos sus oídos, para que estos hombres no predicen sus propios ensueños en lugar de la comisión del papa.
  71. ¡El que habla en contra de la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito!
  72. ¡Pero el que se guarda contra la lujuria y la licencia de los predicadores de indulgencia, que sea bendecido!
  73. El papa tiembla justamente contra aquellos que, por cualquier arte, inventan el perjuicio del tráfico de indultos.
  74. Pero mucho más pretende condenar a aquellos que usan el pretexto de las indulgencias para intrigar en perjuicio del amor y la verdad.
  75. Pensar que las indulgencias papales son tan grandes que pueden absolver a un hombre aunque haya cometido un pecado imposible como haber violado a la madre de Dios, esto es locura.
  76. Nosotros decimos, por el contrario, que las indulgencias papales no son capaces de borrar lo menor de los pecados veniales, en lo que se refiere a su culpabilidad.
  77. Se dice que incluso San Pedro, si ahora fuera papa, no podría otorgar mayores gracias; Esto es una blasfemia contra San Pedro y contra el papa.
  78. Nosotros decimos, por el contrario, que incluso el actual papa, y cualquier otro, tiene mayores gracias a su disposición. A saber, el Evangelio, las virtudes espirituales, los dones de curación, etc., como está escrito en I. Corintios XII.
  79. Es blasfemia decir que la cruz, adornada con las armas papales y erguida por los predicadores de indulgencias, es de igual valor que la Cruz de Cristo.
  80. Los obispos, los curas y los teólogos que permiten que tal conversación se extienda entre el pueblo, tendrán una cuenta que rendir.
  81. Esta predicación desenfrenada de indulgencias no hace fácil, ni siquiera para los hombres eruditos, salvar el respeto debido al papa de la calumnia, ni siquiera de los cuestionamientos astutos de los laicos.
  82. A saber: ¿Por qué el papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
  83. Otra vez: ¿Por qué continúan las misas mortuorias y de aniversario por los muertos, y por qué no devuelve ni permite la retirada de las dotaciones fundadas en su favor, ya que es malo rezar por los redimidos?
  84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
  85. Asimismo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
  86. Una vez más: ¿Por qué el papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
  87. Y otra vez: ¿Qué es lo que remite el papa y qué participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias?
  88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
  89. Dado que el papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
  90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la iglesia y al papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
  91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
  92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y no hay paz.
  93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no hay cruz.
  94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
  95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.

Wittenberg, 31 de octubre de 1517.


The Ninety-Five Theses of Luther

Out of love for the truth and the desire to bring it to light, the following propositions will be discussed at Wittenberg, under the presidency of the Reverend Father Martin Luther, Master of Arts and of Sacred Theology, and Lecturer in Ordinary on the same at that place. Wherefore he requests that those who are unable to be present and debate orally with us, may do so by letter.

In the Name our Lord Jesus Christ. Amen.

Our Lord and Master Jesus Christ, when He said “do penance”, willed that the whole life of believers should be repentance.

  1. Our Lord and Master Jesus Christ, when He said “do penance”, willed that the whole life of believers should be repentance.
  2. This word cannot be understood to mean sacramental penance, i.e., confession and satisfaction, which is administered by the priests.
  3. Yet it means not inward repentance only; nay, there is no inward repentance which does not outwardly work divers mortifications of the flesh.
  4. The penalty [of sin], therefore, continues so long as hatred of self continues; for this is the true inward repentance, and continues until our entrance into the kingdom of heaven.
  5. The pope does not intend to remit, and cannot remit any penalties other than those which he has imposed either by his own authority or by that of the Canons.
  6. The pope cannot remit any guilt, except by declaring that it has been remitted by God and by assenting to God’s remission; though, to be sure, he may grant remission in cases reserved to his judgment. If his right to grant remission in such cases were despised, the guilt would remain entirely unforgiven.
  7. God remits guilt to no one whom He does not, at the same time, humble in all things and bring into subjection to His vicar, the priest.
  8. The penitential canons are imposed only on the living, and, according to them, nothing should be imposed on the dying.
  9. Therefore the Holy Spirit in the pope is kind to us, because in his decrees he always makes exception of the article of death and of necessity.
  10. Ignorant and wicked are the doings of those priests who, in the case of the dying, reserve canonical penances for purgatory.
  11. This changing of the canonical penalty to the penalty of purgatory is quite evidently one of the tares that were sown while the bishops slept.
  12. In former times the canonical penalties were imposed not after, but before absolution, as tests of true contrition.
  13. The dying are freed by death from all penalties; they are already dead to canonical rules, and have a right to be released from them.
  14. The imperfect health [of soul], that is to say, the imperfect love, of the dying brings with it, of necessity, great fear; and the smaller the love, the greater is the fear.
  15. This fear and horror is sufficient of itself alone (to say nothing of other things) to constitute the penalty of purgatory, since it is very near to the horror of despair.
  16. Hell, purgatory, and heaven seem to differ as do despair, almost-despair, and the assurance of safety.
  17. With souls in purgatory it seems necessary that horror should grow less and love increase.
  18. It seems unproved, either by reason or Scripture, that they are outside the state of merit, that is to say, of increasing love.
  19. Again, it seems unproved that they, or at least that all of them, are certain or assured of their own blessedness, though we may be quite certain of it.
  20. Therefore by “full remission of all penalties” the pope means not actually “of all,” but only of those imposed by himself.
  21. Therefore those preachers of indulgences are in error, who say that by the pope’s indulgences a man is freed from every penalty, and saved.
  22. Whereas he remits to souls in purgatory no penalty which, according to the canons, they would have had to pay in this life.
  23. If it is at all possible to grant to any one the remission of all penalties whatsoever, it is certain that this remission can be granted only to the most perfect, that is, to the very fewest.
  24. It must needs be, therefore, that the greater part of the people are deceived by that indiscriminate and highsounding promise of release from penalty.
  25. The power which the pope has, in a general way, over purgatory, is just like the power which any bishop or curate has, in a special way, within his own diocese or parish.
  26. The pope does well when he grants remission to souls [in purgatory], not by the power of the keys (which he does not possess), but by way of intercession.
  27. They preach man who say that so soon as the penny jingles into the money-box, the soul flies out [of purgatory].
  28. It is certain that when the penny jingles into the money-box, gain and avarice can be increased, but the result of the intercession of the Church is in the power of God alone.
  29. Who knows whether all the souls in purgatory wish to be bought out of it, as in the legend of Sts. Severinus and Paschal.
  30. No one is sure that his own contrition is sincere; much less that he has attained full remission.
  31. Rare as is the man that is truly penitent, so rare is also the man who truly buys indulgences, i.e., such men are most rare.
  32. They will be condemned eternally, together with their teachers, who believe themselves sure of their salvation because they have letters of pardon.
  33. Men must be on their guard against those who say that the pope’s pardons are that inestimable gift of God by which man is reconciled to Him.
  34. For these “graces of pardon” concern only the penalties of sacramental satisfaction, and these are appointed by man.
  35. They preach no Christian doctrine who teach that contrition is not necessary in those who intend to buy souls out of purgatory or to buy confessionalia.
  36. Every truly repentant Christian has a right to full remission of penalty and guilt, even without letters of pardon.
  37. Every true Christian, whether living or dead, has part in all the blessings of Christ and the Church; and this is granted him by God, even without letters of pardon.
  38. Nevertheless, the remission and participation (in the blessings of the Church) which are granted by the pope are in no way to be despised, for they are, as I have said, the declaration of divine remission.
  39. It is most difficult, even for the very keenest theologians, at one and the same time to commend to the people the bundance of pardons and [the need of] true contrition.
  40. True contrition seeks and loves penalties, but liberal pardons only relax penalties and cause them to be hated, or at least, furnish an occasion [for hating them].
  41. Apostolic pardons are to be preached with caution, lest the people may falsely think them preferable to other good works of love.
  42. Christians are to be taught that the pope does not intend the buying of pardons to be compared in any way to works of mercy.
  43. Christians are to be taught that he who gives to the poor or lends to the needy does a better work than buying pardon.
  44. Because love grows by works of love, and man becomes better; but by pardons man does not grow better, only more free from penalty.
  45. Christians are to be taught that he who sees a man in need, and passes him by, and gives [his money] for pardons, purchases not the indulgences of the pope, but the indignation of God.
  46. Christians are to be taught that unless they have more than they need, they are bound to keep back what is necessary for their own families, and by no means to squander it on pardons.
  47. Christians are to be taught that the buying of pardons is a matter of free will, and not of commandment.
  48. Christians are to be taught that the pope, in granting pardons, needs, and therefore desires, their devout prayer for him more than the money they bring.
  49. Christians are to be taught that the pope’s pardons are useful, if they do not put their trust in them; but altogether harmful, if through them they lose their fear of God.
  50. Christians are to be taught that if the pope knew the exactions of the pardon-preachers, he would rather that St. Peter’s church should go to ashes, than that it should be built up with the skin, flesh and bones of his sheep.
  51. Christians are to be taught that it would be the pope’s wish, as it is his duty, to give of his own money to very many of those from whom certain hawkers of pardons cajole money, even though the church of St. Peter might have to be sold.
  52. The assurance of salvation by letters of pardon is vain, even though the commissary, nay, even though the pope himself, were to stake his soul upon it.
  53. They are enemies of Christ and of the pope, who bid the Word of God be altogether silent in some Churches, in order that pardons may be preached in others.
  54. Injury is done the Word of God when, in the same sermon, an equal or a longer time is spent on pardons than on this Word.
  55. It must be the intention of the pope that if pardons, which are a very small thing, are celebrated with one bell, with single processions and ceremonies, then the Gospel, which is the very greatest thing, should be preached with a hundred bells, a hundred processions, a hundred ceremonies.
  56. The “treasures of the Church,” out of which the pope grants indulgences, are not sufficiently named or known among the people of Christ.
  57. That they are not temporal treasures is certainly evident, for many of the vendors do not pour out such treasures so easily, but only gather them.
  58. Nor are they the merits of Christ and the Saints, for even without the pope, these always work grace for the inner man, and the cross, death, and hell for the outward man.
  59. St. Lawrence said that the treasures of the Church were the Church’s poor, but he spoke according to the usage of the word in his own time.
  60. Without rashness we say that the keys of the Church, given by Christ’s merit, are that treasure.
  61. For it is clear that for the remission of penalties and of reserved cases, the power of the pope is of itself sufficient.
  62. The true treasure of the Church is the Most Holy Gospel of the glory and the grace of God.
  63. But this treasure is naturally most odious, for it makes the first to be last.
  64. On the other hand, the treasure of indulgences is naturally most acceptable, for it makes the last to be first.
  65. Therefore the treasures of the Gospel are nets with which they formerly were wont to fish for men of riches.
  66. The treasures of the indulgences are nets with which they now fish for the riches of men.
  67. The indulgences which the preachers cry as the “greatest graces” are known to be truly such, in so far as they promote gain.
  68. Yet they are in truth the very smallest graces compared with the grace of God and the piety of the Cross.
  69. Bishops and curates are bound to admit the commissaries of apostolic pardons, with all reverence.
  70. But still more are they bound to strain all their eyes and attend with all their ears, lest these men preach their own dreams instead of the commission of the pope.
  71. He who speaks against the truth of apostolic pardons, let him be anathema and accursed!
  72. But he who guards against the lust and license of the pardon-preachers, let him be blessed!
  73. The pope justly thunders against those who, by any art, contrive the injury of the traffic in pardons.
  74. But much more does he intend to thunder against those who use the pretext of pardons to contrive the injury of holy love and truth.
  75. To think the papal pardons so great that they could absolve a man even if he had committed an impossible sin and violated the Mother of God — this is madness.
  76. We say, on the contrary, that the papal pardons are not able to remove the very least of venial sins, so far as its guilt is concerned.
  77. It is said that even St. Peter, if he were now Pope, could not bestow greater graces; this is blasphemy against St. Peter and against the pope.
  78. We say, on the contrary, that even the present pope, and any pope at all, has greater graces at his disposal; to wit, the Gospel, powers, gifts of healing, etc., as it is written in I. Corinthians xii.
  79. To say that the cross, emblazoned with the papal arms, which is set up [by the preachers of indulgences], is of equal worth with the Cross of Christ, is blasphemy.
  80. The bishops, curates and theologians who allow such talk to be spread among the people, will have an account to render.
  81. This unbridled preaching of pardons makes it no easy matter, even for learned men, to rescue the reverence due to the pope from slander, or even from the shrewd questionings of the laity.
  82. To wit: — “Why does not the pope empty purgatory, for the sake of holy love and of the dire need of the souls that are there, if he redeems an infinite number of souls for the sake of miserable money with which to build a Church? The former reasons would be most just; the latter is most trivial.”
  83. Again: — “Why are mortuary and anniversary masses for the dead continued, and why does he not return or permit the withdrawal of the endowments founded on their behalf, since it is wrong to pray for the redeemed?”
  84. Again: — “What is this new piety of God and the pope, that for money they allow a man who is impious and their enemy to buy out of purgatory the pious soul of a friend of God, and do not rather, because of that pious and beloved soul’s own need, free it for pure love’s sake?”
  85. Again: — “Why are the penitential canons long since in actual fact and through disuse abrogated and dead, now satisfied by the granting of indulgences, as though they were still alive and in force?”
  86. Again: — “Why does not the pope, whose wealth is to-day greater than the riches of the richest, build just this one church of St. Peter with his own money, rather than with the money of poor believers?”
  87. Again: — “What is it that the pope remits, and what participation does he grant to those who, by perfect contrition, have a right to full remission and participation?”
  88. Again: — “What greater blessing could come to the Church than if the pope were to do a hundred times a day what he now does once, and bestow on every believer these remissions and participations?”
  89. “Since the pope, by his pardons, seeks the salvation of souls rather than money, why does he suspend the indulgences and pardons granted heretofore, since these have equal efficacy?”
  90. To repress these arguments and scruples of the laity by force alone, and not to resolve them by giving reasons, is to expose the Church and the pope to the ridicule of their enemies, and to make Christians unhappy.
  91. If, therefore, pardons were preached according to the spirit and mind of the pope, all these doubts would be readily resolved; nay, they would not exist.
  92. Away, then, with all those prophets who say to the people of Christ, “Peace, peace,” and there is no peace!
  93. Blessed be all those prophets who say to the people of Christ, “Cross, cross,” and there is no cross!
  94. Christians are to be exhorted that they be diligent in following Christ, their Head, through penalties, deaths, and hell;
  95. And thus be confident of entering into heaven rather through many tribulations, than through the assurance of peace.

Wittenberg, October 31, 1517.


The 95 Theses of Martin Luther

At the dawn of the sixteenth century, Europe was immersed in a period of unprecedented religious and social upheaval. The Roman Catholic Church, as the dominant institution in the life of European society, had accumulated considerable power and wealth, but also faced internal and external criticisms. Amidst this tumultuous context, a German Augustinian monk named Martin Luther unleashed a theological earthquake with the publication of his 95 Theses.

The impact of the 95 Theses was immediate and profound. Thanks to the recent invention of Johannes Gutenberg’s printing press, Luther’s ideas spread rapidly throughout Europe, reaching a wider audience than ever before. Luther’s theses not only questioned indulgent practices but also challenged papal authority and the doctrine of salvation by works.

One of the most revolutionary aspects of the 95 Theses was its call for a return to Scripture as the supreme authority on matters of faith and practice. Luther argued that the Bible, not church tradition or the papacy, should be the ultimate guide for believers. This principle, known as «sola scriptura,» laid the groundwork for the development of Protestantism and challenged the centralized authority of the Catholic Church.

Today, Martin Luther’s 95 Theses remain a powerful symbol of the pursuit of truth and justice, as well as a reminder of the importance of challenging the status quo in pursuit of greater understanding and freedom. Though written over five centuries ago, his ideas continue to resonate in the contemporary world, reminding us of the importance of questioning, reflecting, and constantly seeking a path towards a more authentic faith and a more just society.

¿Quién era el monje alemán Martín Lutero?

¿Quién era el monje alemán Martín Lutero?

En la historia de la humanidad, hay figuras que emergen como protagonistas de cambios trascendentales, alterando el curso de la civilización y dejando un legado perdurable. Uno de esos personajes es Martín Lutero, el monje alemán cuyo nombre está intrínsecamente ligado a la Reforma Protestante del siglo XVI. Pero, ¿quién era realmente este hombre cuyas acciones sacudieron los cimientos de la Iglesia Católica y cambiaron el panorama religioso de Europa para siempre?

Nacido el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben, en el Sacro Imperio Romano Germánico, Martín Lutero fue hijo de Hans y Margarethe Luder. Desde una edad temprana, mostró una inclinación hacia la religión y una determinación inquebrantable. Ingresó en la Universidad de Erfurt para estudiar leyes, siguiendo los deseos de su padre, pero pronto abandonó esta carrera en favor de una vida dedicada a Dios.

En 1505, mientras regresaba a la universidad después de una visita a su hogar, Lutero fue sorprendido por una tormenta violenta. Durante el tumulto, prometió convertirse en monje si sobrevivía. Cumplió su promesa y entró en el monasterio agustino de Erfurt, donde dedicó su vida al estudio de la teología y la búsqueda espiritual.

Lutero pronto se destacó como erudito y predicador, ascendiendo en las filas de la orden agustina y obteniendo su doctorado en teología en 1512. A medida que profundizaba en el estudio de las Escrituras, comenzó a cuestionar las prácticas y doctrinas de la Iglesia Católica Romana, especialmente la venta de indulgencias, una práctica controvertida destinada a recaudar fondos para la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma.

Fue el 31 de octubre de 1517 cuando Martín Lutero desencadenó un terremoto teológico al clavar sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg. Este acto simbólico marcó el inicio de la Reforma Protestante, un movimiento que buscaba reformar la Iglesia Católica y restaurar la autoridad de la Biblia como la única guía espiritual.

Las ideas de Lutero se propagaron rápidamente gracias a la reciente invención de la imprenta, lo que le permitió alcanzar a un público más amplio y desafiar la autoridad papal. Su llamado a un retorno a las Escrituras, conocido como «sola scriptura«, sentó las bases para el surgimiento de diversas denominaciones protestantes y transformó la faz de la cristiandad europea.

A lo largo de su vida, Lutero enfrentó persecución y oposición por parte de la Iglesia y el Estado, pero también recibió un ferviente apoyo de seguidores que compartían su visión de una fe más auténtica y liberadora. Más allá de sus controversias teológicas, Martín Lutero fue un hombre de profunda convicción, cuyas acciones dejaron un legado perdurable en la historia religiosa y política de Occidente.

En última instancia, el monje alemán Martín Lutero fue mucho más que un reformador religioso; fue un visionario cuyo coraje y determinación desafiaron las estructuras de poder establecidas y allanaron el camino para una nueva era de pensamiento y creencia. Su legado perdura hasta nuestros días, recordándonos la importancia de cuestionar, reflexionar y luchar por lo que uno cree que es justo y verdadero.


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