Misal Romano 2025

Misal Romano 2025

El Calendario Litúrgico es una herramienta fundamental en la tradición cristiana, especialmente para aquellos que siguen la liturgia católica. En este contexto, el Ciclo C corresponde a uno de los tres ciclos del Calendario Litúrgico, con una rotación de lecturas bíblicas y temas específicos que se repiten cada tres años. En el caso del Ciclo C, se centra en gran medida en el Evangelio según San Lucas.

En el año litúrgico impar, como el Misal Romano 2025, los fieles católicos seguirán el Calendario Litúrgico correspondiente al Ciclo C. Este ciclo abarca el período de Adviento, Navidad, Tiempo Ordinario, Cuaresma, Semana Santa, Tiempo Pascual y el Tiempo Ordinario nuevamente. Cada uno de estos tiempos litúrgicos ofrece lecturas bíblicas específicas y reflexiones que guían a los fieles a través de la narrativa cristiana.

Durante el Adviento, los creyentes se preparan espiritualmente para la llegada de Cristo, reflexionando sobre la esperanza y la expectación. La Navidad celebra el nacimiento de Jesús, mientras que el Tiempo Ordinario ofrece enseñanzas y parábolas que resaltan la enseñanza de Cristo en la vida cotidiana.

La Cuaresma, un tiempo de reflexión y penitencia, conduce a la Semana Santa, donde se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. El Tiempo Pascual celebra la victoria sobre la muerte y la promesa de la vida eterna.

Es importante destacar que el Misal Romano 2025, al centrarse en el Evangelio de Lucas, ofrece una perspectiva única de la vida y enseñanzas de Jesús. Lucas, el evangelista médico, presenta a Jesús como el Salvador universal y muestra especial atención a los marginados y los necesitados.

El Misal Romano, que guía las celebraciones litúrgicas, contiene las oraciones y rituales específicos para cada temporada y ocasión. En el año 2025, los fieles experimentarán una riqueza espiritual a medida que se sumergen en las lecturas y celebraciones del Ciclo C, encontrando inspiración y orientación en la fe cristiana.

En conclusión, el Calendario Litúrgico, en particular el Ciclo C, en el año litúrgico impar, ofrece una estructura que permite a los creyentes sumergirse en la narrativa bíblica y las enseñanzas de Jesús. El Misal Romano, como guía litúrgica, proporciona las herramientas necesarias para vivir plenamente cada temporada, nutriendo la fe y la devoción de la comunidad cristiana.

1. **Ritos iniciales**: Estos ritos tienen como objetivo establecer el sentido de la celebración, congregar a la comunidad como pueblo de Dios y preparar a los fieles para la misa. Incluyen la procesión de entrada, el canto de entrada, la veneración del altar, el saludo, el acto penitencial y el Kyrie (Señor, ten piedad).

2. **Liturgia de la Palabra**: Esta parte se basa en la proclamación y reflexión de la Palabra de Dios. Incluye las lecturas bíblicas (primera lectura del Antiguo Testamento o Hechos de los Apóstoles en tiempo pascual, salmo responsorial y segunda lectura del Nuevo Testamento), el canto del Aleluya, la proclamación del Evangelio, la homilía, el Credo y la oración de los fieles.

3. **Liturgia Eucarística**: Es el momento central de la misa, en el que se celebra la Eucaristía. Incluye la presentación de las ofrendas, la oración sobre las ofrendas, el prefacio, la Plegaria Eucarística (que contiene la consagración del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo), el Padre Nuestro, el rito de la paz, la fracción del pan, el canto del Cordero de Dios y la comunión.

4. **Ritos de conclusión**: Estos ritos marcan el final de la misa y envían a los fieles a ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el mundo. Incluyen algunos avisos breves (si son necesarios), el saludo y bendición sacerdotal, y la despedida del pueblo por parte del diácono o del sacerdote.

Cada parte de la liturgia de la Santa Misa tiene un propósito específico y contribuye a la celebración del misterio de la fe cristiana.

Misal Romano completo para el año 2025

PRINCIPIOS GENERALES PARA LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA DE LA PALABRA DE DIOS

1.    Algunas indicaciones previas


a) IMPORTANCIA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA

Tanto en el Concilio Vaticano II, como en el magisterio de los sumos pontífices, como también en los decretos que, después del Concilio, han ido promulgando los dicasterios de la santa Sede, se han dicho ya muchas cosas, y muy interesantes, acerca de la importancia de la palabra de Dios y de la restauración del uso de la sagrada Escritura en toda celebración litúrgica. Además, en los Prenotandos de la Ordenación de las lecturas de la misa, editada el año 1969, se expusieron adecuadamente y explicaron brevemente algunos de los principios más importantes.

Con ocasión de esta nueva edición de dicha Ordenación de las lecturas de la misa, han surgido aquí y allá diversas peticiones en el sentido de que aquellos principios fueran expuestos con más precisión; por eso, se ha procurado esta exposición más amplia y congruente de los Prenotandos; en ella, después de una afirmación genérica sobre la conexión entre palabra de Dios y acción litúrgica, se tratará más concretamente de la palabra de Dios en la celebración de la misa, y se expondrá, finalmente, la estructura detallada de la Ordenación de las lecturas.

b) TÉRMINOS EMPLEADOS PARA DESIGNAR LA PALABRA DE DIOS

2 Aunque en esta materia parece razonable urgir una cierta precisión en las palabras, para que el lenguaje sea realmente claro y transparente, no obstante, en estos Prenotandos emplearemos los mismos términos utilizados en los documentos promulgados en el mismo Concilio o después del Concilio, y así, aplicaremos sin distinción y con el mismo sentido las expresiones «sagrada Escritura» y «palabra de Dios» a los libros escritos por inspiración del Espíritu Santo, aunque evitando cualquier confusión de nombres o de cosas.

c) SIGNIFICACIÓN LITÚRGICA DE LA PALABRA DE DIOS

3 En las distintas celebraciones y en las diversas asambleas de fieles que participan en dichas celebraciones, se expresan de modo admirable los múltiples tesoros de la única palabra de Dios, ya sea en el transcurso del año litúrgico, en el que se recuerda el misterio de Cristo en su desarrollo, ya en la celebración de los sacramentos y sacramentales de la Iglesia, o en la respuesta de cada fiel a la acción interna del Espíritu Santo, ya que entonces la misma celebración litúrgica, que se sostiene y se apoya principalmente en la palabra de Dios, se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta palabra con una nueva interpretación y una nueva eficacia. De este modo, en la liturgia, la Iglesia sigue fielmente el mismo sistema que usó Cristo en la lectura e interpretación de las sagradas Escrituras, puesto que él exhorta a profundizar el conjunto de las Escrituras partiendo del «hoy» de su acontecimiento personal.

2. La celebración litúrgica de la palabra de Dios

a) CARACTERÍSTICAS PROPIAS DE LA PALABRA DE DIOS EN LA ACCIÓN LITÚRGICA

4 En la celebración litúrgica, la palabra de Dios no se pronuncia de una sola manera, ni repercute siempre con la misma eficacia en los corazones de los que la escuchan, pero siempre Cristo está presente en su palabra y, realizando el misterio de salvación, santifica a los hombres y tributa al Padre el culto perfecto.

Más aún, la economía de la salvación, que la palabra de Dios no cesa de recordar y de prolongar, alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta palabra de Dios.

Así, la palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres.

b) LA PALABRA DE DIOS EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

5 La Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo cuando, en la celebración litúrgica, proclama el Antiguo y el Nuevo Testamento.

En efecto, en el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el Nuevo Testamento se hace patente el Antiguo. Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica; por esto, han de beber de sus fuentes todos los que buscan la salvación y la vida.

Cuanto más profunda es la comprensión de la celebración litúrgica, más alta es la estima de la palabra de Dios, y lo que se afirma de una se puede afirmar de la otra, ya que una y otra, recuerdan el misterio de Cristo y lo perpetúan cada una a su manera.

c) LA PALABRA DE DIOS EN LA PARTICIPACIÓN LITÚRGICA DE LOS FIELES

6 La Iglesia, en la acción litúrgica, responde fielmente el mismo «Amén» que Cristo, mediador entre Dios y los hombres, con la efusión de su sangre, pronunció de una vez para siempre, para sancionar en el Espíritu Santo, por voluntad divina, la nueva alianza.

Cuando Dios comunica su palabra, espera siempre una respuesta, respuesta que es audición y adoración «en Espíritu y verdad» (Jn 4, 23). El Espíritu Santo, en efecto, es quien da eficacia a esta respuesta, para que se traduzca en la vida lo que se escucha en la acción litúrgica, según aquella frase de la Escritura: «Llevad a la práctica la palabra y no os limitéis a escucharla» (St 1, 22).

Las actitudes corporales, los gestos y palabras con que se expresa la acción litúrgica y se manifiesta la participación de los fieles reciben su significado no sólo de la experiencia humana, de donde son tomados, sino de la palabra de Dios y de la economía de la salvación, a la que hacen referencia, por lo cual tanto más participan los fieles en la acción litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que aquello que celebran en la liturgia procuren reflejarlo en su vida y costumbres, y, a la inversa, miren de reflejar en la liturgia los actos de su vida.

3. La palabra de Dios en la vida del pueblo «de la alianza»

a) LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA DE LA IGLESIA

7 La Iglesia se edifica y va creciendo por la audición de la palabra de Dios, y las maravillas que, de muchas maneras, realizó Dios, en otro tiempo, en la historia de la salvación se hacen de nuevo presentes, de un modo misterioso pero real, a través de los signos de la celebración litúrgica; Dios, a su vez, se vale de la comunidad de fieles que celebran la liturgia para que su palabra siga un avance glorioso, y su nombre sea glorificado entre los pueblos.

Por tanto, siempre que la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo en la celebración litúrgica, anuncia y proclama la palabra de Dios, se reconoce a sí misma como el nuevo pueblo en el que la alianza sancionada antiguamente llega ahora a su plenitud y total cumplimiento. Todos los cristianos, constituidos, por el bautismo y la confirmación en el Espíritu, pregoneros de la palabra de Dios, habiendo recibido la gracia de la audición, deben anunciar esta palabra de Dios en la Iglesia y en el mundo, por lo menos con el testimonio de su vida.

Esta palabra de Dios, que es proclamada en la celebración de los sagrados misterios, no sólo atañe a la actual situación presente, sino que mira también el pasado y vislumbra el futuro, y nos hace ver cuán deseables son aquellas cosas que esperamos, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría.

b) LA PALABRA DE DIOS EN LA EXPLICACIÓN QUE DE ELLA HACE LA IGLESIA

8 Por voluntad del mismo Cristo, el nuevo pueblo de Dios se halla diversificado en una admirable variedad de miembros, por lo cual son también varios los oficios y funciones que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la palabra de Dios; según esto, los fieles escuchan y meditan la palabra, y la explican únicamente aquellos a quienes, por la sagrada ordenación, corresponde la función del magisterio, o aquellos a quienes se encomienda este ministerio.

Así, la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite, a todas las generaciones, todo lo que ella es, todo lo que cree, de modo que, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella tenga su plena realización la palabra de Dios.

c) CONEXIÓN ENTRE LA PALABRA DE DIOS PROCLAMADA Y LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

9 Para que la palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida.

Por consiguiente, la actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones.

d) ÍNTIMA COHESIÓN ENTRE LA PALABRA DE DlOS Y EL MISTERIO EUCARÌSTICO

10 La Iglesia honra con una misma veneración, aunque no con el mismo culto, la palabra de Dios y el misterio eucarístico, y quiere y sanciona que siempre y en todas partes se imite este proceder, ya que, movida por el ejemplo de su Fundador, nunca ha dejado de celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose para leer «lo que se refiere a él en toda la Escritura» (Le 24, 27) y ejerciendo la obra de salvación por medio del memorial del Señor y de los sacramentos. En efecto, «se requiere la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos, puesto que son sacramentos de la fe, la cual procede de la palabra y de ella se nutre».

Alimentada espiritualmente en esta doble mesa, la Iglesia progresa en su conocimiento gracias a la una, y en su santificación gracias a la otra. En efecto, en la palabra de Dios se proclama la alianza divina, mientras que en la eucaristía se renueva la misma alianza nueva y eterna. En aquélla se evoca la historia de la salvación mediante el sonido de las palabras, en ésta la misma historia es presentada a través de los signos sacramentales de la liturgia.

Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la palabra de Dios leída y anunciada por la Iglesia en la liturgia conduce, por así decirlo, al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la eucaristía, como a su fin propio. Por consiguiente, la celebración de la misa, en la cual se escucha la palabra y se ofrece y recibe la eucaristía, constituye un solo acto de culto, en la cual se ofrece a Dios el sacrificio de alabanza y se confiere al hombre la plenitud de la redención.

LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA MISA

1. Elementos de la liturgia de la palabra y ritos de los mismos

11 «Las lecturas tomadas de la sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y concluyen».

a) LAS LECTURAS BÍBLICAS

12 No está permitido que, en la celebración de la misa, las lecturas bíblicas, junto con los cánticos tomados de la sagrada Escritura, sean suprimidas, mermadas ni, lo que sería más grave, substituidas por otras lecturas no bíblicas. En efecto, desde la palabra de Dios escrita, todavía «Dios habla a su pueblo» y, con el uso continuado de la sagrada Escritura, el pueblo de Dios, hecho dócil al Espíritu Santo por la luz de la fe, podrá dar, con su vida y costumbres, testimonio de Cristo ante el mundo.

13 La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta liturgia de la palabra; las demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición desde el Antiguo al Nuevo Testamento, preparan a la asamblea reunida para esta lectura evangélica.

14 Lo que más ayuda a una adecuada comunicación de la palabra de Dios a la asamblea por medio de las lecturas es la misma manera de leer de los lectores, que deben hacerlo en voz alta y clara, y con conocimiento de lo que leen. Las lecturas, tomadas de versiones aprobadas, pueden, según la índole de las diversas lenguas, ser cantadas, pero de modo que el canto no oscurezca el texto, sino que le dé realce. Si se dicen en latín, se observará lo indicado en el Ordo cantus Missae.

15 Antes de las lecturas, especialmente antes de la primera, pueden hacerse unas breves y apropiadas moniciones. Hay que atender con mucho cuidado al género literario de estas moniciones. Deben ser sencillas, fieles al texto, breves, preparadas minuciosamente y adaptadas al matiz propio del texto al que deben introducir.

16 En la celebración de la misa con participación del pueblo, las lecturas deben proclamarse siempre desde el ambón.

17 En los ritos de la liturgia de la palabra hay que tener en cuenta la veneración debida a la lectura del Evangelio. Cuando se dispone de un evangeliario, que en los ritos iniciales ha sido llevado procesionalmente por el diácono o por el lector, es muy conveniente que el diácono, o, en su defecto, el presbítero, tome del altar el libro de los Evangelios y, precedido de los ministros con ciriales e incienso, u otros signos de veneración autorizados por la costumbre, lo lleve al ambón. Los fieles están de pie y veneran el libro de los Evangelios con sus aclamaciones al Señor. El diácono que ha de leer el Evangelio, inclinado ante el que preside, pide y recibe la bendición. El presbítero, cuando no hay diácono, inclinado ante el altar, dice en secreto la oración: Purifica mi corazón…

En el ambón, el que proclama el Evangelio saluda al pueblo, que está de pie, anuncia el título de la lectura, haciendo la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, luego, si se usa incienso, inciensa el libro y, finalmente, lee el Evangelio. Terminado el Evangelio, besa el libro, diciendo en secreto las palabras prescritas.

La salutación, el anuncio: Lectura del santo evangelio…, y: Palabra del Señor, al final, es conveniente cantarlos, a fin de que la asamblea pueda aclamar del mismo modo, aunque el Evangelio sea tan sólo leído. De este modo, se pone de relieve la importancia de la lectura evangélica y se aviva la fe de los oyentes.

18 Al final de las lecturas, la conclusión: Palabra de Dios puede ser cantada también por un cantor distinto al lector que ha proclamado la lectura, respondiendo luego todos con la aclamación. De este modo, la asamblea reunida honra la palabra de Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias.

b) EL SALMO RESPONSORIAL

19 El salmo responsorial, llamado también gradual, por ser «parte integrante de la liturgia de la palabra», tiene una gran importancia litúrgica y pastoral. Por ello, los fieles han de ser instruidos con insistencia sobre el modo de percibir la palabra de Dios, que nos habla en los salmos, y sobre el modo de convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto «se realizará más fácilmente si se promueve, con diligencia, entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna».

También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se indique el porqué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su relación con las lecturas.

20 Normalmente, el salmo responsorial debe ser cantado. Conviene recordar los dos modos de cantar el salmo que sigue a la primera lectura: el modo responsorial y el modo directo. En el modo responsorial, que, en lo posible, ha de ser el preferido, el salmista o cantor del salmo canta los versículos del salmo, y toda la asamblea participa por medio de la respuesta. En el modo directo, el salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta, y lo cantan, o bien el salmista o cantor del salmo él solo, o bien todos a la vez.

21 El canto del salmo o de la sola respuesta favorece mucho la percepción del sentido espiritual del salmo y la meditación del mismo.

En cada cultura hay que poner en juego todos los medios que pueden favorecer el canto de la asamblea, y en especial el uso de las facultades previstas para ello en la Ordenación de las lecturas de la misa, en lo que se refiere a las respuestas para cada tiempo litúrgico.

22 El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, debe leerse de la manera más apta para la meditación de la palabra de Dios.

El salmo responsorial es cantado o leído por el salmista o cantor en el ambón.

c) LA ACLAMACIÓN ANTES DE LA LECTURA DEL EVANGELIO

23 También el Aleluya, o, según el tiempo litúrgico, el versículo antes del Evangelio «tienen por sí mismos el valor de rito o de acto», con el que la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor que va a hablarles, y profesa su fe con el canto.

El Aleluya y el versículo antes del Evangelio deben ser cantados, estando todos de pie, pero de manera que lo cante unánimemente todo el pueblo, y no sólo el cantor o el coro que lo empiezan.

d) LA HOMILÍA

24 La homilía, en la cual, en el transcurso del año litúrgico, y partiendo del texto sagrado, se exponen los misterios de la fe y las normas de vida cristiana, como parte de la liturgia de la palabra, muchas veces, a partir de la Constitución sobre la sagrada liturgia del Concilio Vaticano II, ha sido recomendada con mucho interés, e incluso mandada en algunos casos. En la celebración de la misa, la homilía, que normalmente es hecha por el mismo que preside, tiene por objeto el que la palabra de Dios proclamada, junto con la liturgia eucarística, sea «como una proclamación de las maravillas de Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo». En efecto, el misterio pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y en la homilía, se realiza por medio del sacrificio de la misa. Cristo está siempre presente y operante en la predicación de su Iglesia.

La homilía, por consiguiente, tanto si explica las palabras de la sagrada Escritura que se acaban de leer como si explica otro texto litúrgico, debe llevar a la comunidad de los fieles a una activa participación en la eucaristía, a fin de que «vivan siempre de acuerdo con la fe que profesaron». Con esta explicación viva, la palabra de Dios que se ha leído y las celebraciones que realiza la Iglesia pueden adquirir una mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente fruto de la meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta, y de que se tenga en cuenta a todos los que están presentes, incluso a los niños y a los menos formados.

En la concelebración, normalmente hace la homilía el celebrante principal o uno de los concelebrantes.

25 En los días que está mandado, a saber, en los domingos y fiestas de precepto, debe hacerse la homilía, la cual no puede omitirse sin causa grave, en todas las misas que se celebran con asistencia del pueblo, sin excluir las misas que se celebran en la tarde del día precedente. 

También debe haber homilía en las misas con niños y con grupos particulares.

La homilía es muy recomendable en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del tiempo pascual, para los fieles que habitualmente participan en la celebración de la misa, y también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude en mayor número a la iglesia.

26 El sacerdote celebrante pronuncia la homilía en la sede, de pie o sentado, o también en el ambón.

27 Hay que separar de la homilía las breves advertencias que, si se da el caso, tengan que hacerse al pueblo, ya que éstas tienen su lugar propio terminada la oración después de la comunión.

e) EL SILENCIO

28 La liturgia de la palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la meditación, y, por esto, hay que evitar totalmente cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. El diálogo entre Dios y los hombres, con la ayuda del Espíritu Santo, requiere unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea presente, para que en ellos la palabra de Dios sea acogida interiormente y se prepare la respuesta por medio de la oración.

Pueden guardarse estos momentos de silencio, por ejemplo, antes de empezar dicha liturgia de la palabra, después de la primera y segunda lectura y, por último, al terminar la homilía.

f) LA PROFESIÓN DE FE

29 El Símbolo o profesión de fe, dentro de la misa, cuando las rúbricas lo prescriben, tiende a que la asamblea reunida dé su asentimiento y su respuesta a la palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración del misterio de la fe en la eucaristía, la norma de su fe, según la forma aprobada por la Iglesia.

g) LA ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES

30 En la oración universal, la asamblea de los fieles, a la luz de la palabra de Dios, a la que en cierto modo responde, pide normalmente por las necesidades de toda la Iglesia y de la comunidad local, por la salvación del mundo y por los que se hallan en cualquier necesidad, por determinados grupos de personas.

Bajo la dirección del celebrante, un diácono o un ministro o algunos fieles proponen oportunamente unas peticiones, breves y compuestas con una sabia libertad, con las que «el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres», de modo que, completando en sí mismo los frutos de la liturgia de la palabra, pueda hacer más adecuadamente el paso a la liturgia eucarística.

31 El celebrante dirige la oración universal desde la sede, mientras que las intenciones se anuncian desde el ambón.

La asamblea reunida, de pie, participa en la oración, diciendo o cantando la misma invocación después de cada petición, o bien orando en silencio.

2. Cosas que ayudan a una recta celebración de la liturgia de la palabra

a) LUGAR DE LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS.

32 En la nave de la iglesia ha de haber un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios y, al mismo tiempo, recuerde con claridad a los fieles que en la misa se les prepara la doble mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo, y que ayude, lo mejor posible, durante la liturgia de la palabra, a la audición y atención por parte de los fieles. Por esto, hay que atender, de conformidad con la estructura de cada iglesia, a la proporción y armonía entre el ambón y el altar.

33 Conviene que el ambón esté sobriamente adornado, de acuerdo con su estructura, de modo estable u ocasional, por lo menos en los días más solemnes.

Como que el ambón es el lugar en que los ministros anuncian la palabra de Dios, debe reservarse, por su misma naturaleza, a las lecturas, al salmo responsorial y al pregón pascual. En cuanto a la homilía y la oración de los fieles, pueden hacerse también en el ambón, por la íntima conexión de estas partes con toda la liturgia de la palabra. En cambio, no es aconsejable que suban al ambón otros, como, por ejemplo, el comentador, el cantor o el que dirige el canto.

34 Para que el ambón sirva adecuadamente para las celebraciones, debe tener la suficiente amplitud, ya que a veces debe situarse en él más de un ministro. Además, hay que procurar que los lectores tengan en el ambón la suficiente iluminación para la lectura del texto, y, si es necesario, puedan utilizarse los actuales instrumentos de orden técnico para que los fieles puedan oír cómodamente.

b) LOS LIBROS PARA LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LAS CELEBRACIONES

35 Los libros que contienen las lecturas de la palabra de Dios, así como los ministros, las actitudes, los lugares y demás cosas, suscitan en los oyentes el recuerdo de la presencia de Dios que habla a su pueblo. Hay que procurar, pues, que también los libros, que son en la acción litúrgica signos y símbolos de las cosas celestiales, sean realmente dignos, decorosos y bellos.

36 Puesto que la proclamación del Evangelio es siempre el ápice de la liturgia de la palabra, la tradición litúrgica, tanto occidental como oriental, ha introducido desde siempre alguna distinción entre los libros de las lecturas. En efecto, el libro de los Evangelios era elaborado con el máximo interés, era adornado y gozaba de una veneración superior a la de los demás leccionarios. Es, por lo tanto, muy conveniente que también ahora, por lo menos en las catedrales y en las parroquias e iglesias más importantes y frecuentadas, se disponga de un evangeliario bellamente adornado, distinto de los otros leccionarios. Con razón, este libro es entregado al diácono en su ordenación, y en la ordenación episcopal es colocado y sostenido sobre la cabeza del elegido.

37 Finalmente, los leccionarios que se utilizan en la celebración, por la dignidad que exige la palabra de Dios, no deben ser substituidos por otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, las hojas que se hacen para que los fieles preparen las lecturas o para su meditación personal.

OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA DENTRO DE LA MISA

1. Funciones del presidente en la liturgia de la palabra.

38 El que preside la liturgia de la palabra, aunque escucha él también la palabra de Dios proclamada por los demás, continúa siendo siempre el primero al que se le ha confiado la función de anunciar la palabra de Dios, compartiendo con los fieles, sobre todo en la homilía, el alimento interior que contiene esta palabra. Si bien él debe cuidar, por sí mismo o por otros, que la palabra de Dios sea proclamada adecuadamente, con todo, a él le corresponde ordinariamente preparar algunas moniciones que ayuden a los fieles a escuchar con más atención y, sobre todo, hacer la homilía, para facilitarles una comprensión más fecunda de la palabra de Dios.

39 Es necesario que el que ha de presidir la celebración conozca perfectamente, él mejor que nadie, la estructura de la Ordenación de las lecturas, para que sepa hacerla provechosa en el corazón de los fieles, y que además, mediante la oración y el estudio, perciba claramente la coherencia y conexión entre los diversos textos de la liturgia de la palabra, a fin de que, a través de esta Ordenación de las lecturas, se comprenda adecuadamente el misterio de Cristo y su obra de salvación.

40 El que preside no ha de ser reacio en aprovechar las diversas posibilidades que le ofrece el Leccionario, en cuanto a las lecturas, respuestas, salmos responsoriales, aclamaciones para el Evangelio; pero debe hacerlo de común acuerdo con todos los interesados, oyendo también el parecer de los fieles en aquello que les atañe.

41 El presidente ejerce también su función propia y el ministerio de la palabra cuando hace la homilía. Con ella, en efecto, guía a sus hermanos hacia una sabrosa comprensión de la sagrada Escritura, abre el corazón de los fieles a la acción de gracias por las maravillas de Dios, alimenta la fe de los presentes en la palabra que, en la celebración, por obra del Espíritu Santo, se convierte en sacramento, los prepara para una provechosa comunión y los invita a asumir las exigencias de la vida cristiana.

42 Corresponde al presidente introducir, de vez en cuando, a los fieles mediante unas moniciones, en la liturgia de la palabra, antes de la proclamación de las lecturas. Estas moniciones podrán ser de gran ayuda para que la asamblea reunida escuche mejor la palabra de Dios, ya que promueven el hábito de la fe y de la buena voluntad. Esta función puede ejercerla por medio de otros, por ejemplo, del diácono o del comentador.

43 El presidente, dirigiendo la oración universal y, si es posible, conectando las lecturas de la celebración y la homilía con la oración, por medio de la monición inicial y de la conclusión, introduce a los fieles en la liturgia eucarística. 

2. Oficio de los fieles en la liturgia de la palabra

44 Por la palabra de Cristo el pueblo de Dios se reúne, crece, se alimenta, «lo cual se aplica especialmente a la liturgia de la palabra en la celebración de la misa, en que el anuncio de la muerte y de la resurrección del Señor, y la respuesta del pueblo que escucha, se unen inseparablemente con la oblación misma con la que Cristo confirmó en su sangre la nueva Alianza, oblación a la que se unen los fieles con el deseo y con la recepción del sacramento». En efecto, «no sólo cuando se lee “lo que se escribió para enseñanza nuestra” (Rm 15, 4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los asistentes se alimenta, y sus almas se elevan hacia Dios, a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia». 

45 En la liturgia de la palabra, por una audición acompañada de la fe, también hoy la congregación de los cristianos recibe de Dios la palabra de la alianza, y debe responder a esta palabra con la misma fe, para que se convierta cada día más en el pueblo de la nueva Alianza.

El pueblo de Dios tiene derecho a recibir abundantemente el tesoro espiritual de la palabra de Dios, lo cual se realiza al llevar a la práctica la Ordenación de las lecturas de la misa, y también a través de las homilías y de la acción pastoral.

Los fieles, en la celebración de la misa, han de escuchar la palabra de Dios con una veneración interior y exterior que los haga crecer continuamente en la vida espiritual y los introduzca cada vez más en el misterio que se celebra.

46 Para que puedan celebrar de un triodo vivo el memorial del Señor, los fieles han de tener la convicción de que hay una sola presencia de Cristo, presencia en la palabra de Dios, «pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura es él quien habla», y presencia, «sobre todo, bajo las especies eucarísticas».

47 La palabra de Dios, para que sea acogida y traducida en la vida de los fieles, pide una fe viva, fe que va siendo actuada sin cesar por la audición de la palabra proclamada.

En efecto, la sagrada Escritura, sobre todo en la proclamación litúrgica, es fuente de vida y de fuerza, ya que el Apóstol atestigua que el Evangelio es fuerza de salvación para todo el que cree; por esto, el amor a las Escrituras es vigor y renovación para todo el pueblo de Dios.Conviene, por tanto, que todos los cristianos estén siempre dispuestos a escuchar con gozo la palabra de Dios. La palabra de Dios, cuando es anunciada por la Iglesia y llevada a la práctica, ilumina a los fieles, por la actuación del Espíritu, y los arrastra a vivir en su totalidad el misterio del Señor. La palabra de Dios, en efecto, recibida con fe, mueve todo el interior del hombre a la conversión y a una vida resplandeciente de fe, personal y comunitaria, ya que es el alimento de la vida cristiana y la fuente de toda la oración de la Iglesia.

48 La íntima relación entre liturgia de la palabra y liturgia eucarística en la celebración de la misa llevará a los fieles a estar presentes en la celebración desde el principio y a que participen atentamente, y, en lo posible, a una audición preparada con anterioridad, principalmente por medio de un más profundo conocimiento de la sagrada Escritura; además, suscitará en ellos el deseo de alcanzar una comprensión litúrgica de los textos que se leen y la voluntad de responder por medio del canto.

Así también, habiendo escuchado y meditado la palabra de Dios, los cristianos pueden darle una respuesta activa, llena de fe, de esperanza y de caridad, con la oración y con el ofrecimiento de sí mismos, no sólo durante la celebración, sino también en toda su vida cristiana.

3. Ministerios en la liturgia de la palabra

49 La tradición litúrgica asigna la función de leer las lecturas bíblicas en la celebración de la misa a los ministros: lectores y diácono. A falta de diácono o de otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá el Evangelio y, si tampoco hay lector, todas las lecturas.

50 Corresponde al diácono, en la liturgia de la palabra de la misa, proclamar el Evangelio, hacer la homilía en algunos casos especiales y proponer al pueblo las intenciones de la oración universal.

51 «El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro de grado superior». Al ministerio de lector conferido con el rito litúrgico hay que darle la debida importancia. Los lectores instituidos, si los hay, deben ejercer su función propia, por lo menos los domingos y días festivos, sobre todo en la celebración principal. También se les podrá confiar el encargo de ayudar en la organización de la liturgia de la palabra y de cuidar, si es necesario, la preparación de otros fieles que, por encargo temporal, han de leer las lecturas en la celebración de la misa.

52 La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función. Hay que procurar, por tanto, que haya algunos laicos, los más idóneos, que estén preparados para ejercer este ministerio. Si se dispone de varios lectores y hay que leer varias lecturas, conviene distribuirlas entre ellos.

53 En las misas sin diácono, la función de proponer las intenciones de la oración universal hay que confiarla a un cantor, principalmente cuando estas intenciones son cantadas, a un lector o a otro.

54 El sacerdote distinto del celebrante, el diácono y el lector instituido en su propio ministerio, cuando suben al ambón para leer la palabra de Dios en la celebración de la misa con participación del pueblo, deben llevar la vestidura sagrada propia de su función. Los que ejercen el ministerio de lector de modo transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada lugar.

55 «Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque no hayan sido instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados».

Esta preparación debe ser antes que nada espiritual, pero también es necesaria la preparación llamada técnica. La preparación espiritual presupone, por lo menos, una doble instrucción: bíblica y litúrgica. La instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado. La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores una cierta percepción del sentido y de la estructura de la liturgia de la palabra y las razones de la conexión entre la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística. La preparación técnica debe hacer que los lectores sean cada día más aptos para el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con ayuda de los instrumentos modernos de amplificación de la voz.

56 Corresponde al salmista o cantor del salmo cantar, en forma responsorial o directa, el salmo u otro cántico bíblico, el gradual y el Aleluya u otro canto interleccional. Él mismo, si se juzga oportuno, puede incoar el Aleluya y el versículo.

Para ejercer esta función de salmista es muy conveniente que en cada comunidad eclesial haya unos laicos dotados del arte de salmodiar, y de facilidad en la pronunciación y en la dicción. Lo que hemos dicho anteriormente acerca de la formación de los lectores se aplica también a los cantores del salmo.

57 Igualmente, el comentador que, desde el lugar apropiado, propone a la asamblea de los fieles unas explicaciones y moniciones oportunas, claras, diáfanas por su sobriedad, cuidadosamente preparadas, normalmente escritas y aprobadas con anterioridad por el celebrante, ejerce un verdadero ministerio litúrgico.

ORDENACIÓN GENERAL DE LAS LECTURAS DE LA MISA

1. Finalidad pastoral de la Ordenación de las lecturas de la misa

58 La Ordenación de las lecturas, tal como se halla en el Leccionario del Misal romano, ha sido elaborada, según la mente del Concilio Vaticano II, con una finalidad principalmente pastoral. Para ello, no sólo los principios en los que se basa la nueva Ordenación, sino también todo el conjunto de textos de la misma, han sido revisados y pulidos una y otra vez, con la cooperación de muchas personas, de todo el mundo, versadas en materia exegética, litúrgica, catequética y pastoral. La Ordenación es el resultado de este trabajo en común.

Esperamos que una prolongada lectura y explanación de la sagrada Escritura, hecha al pueblo cristiano en la celebración eucarística, según esta Ordenación de lecturas, sea muy eficaz para alcanzar la finalidad expuesta una y otra vez por el Concilio Vaticano II.

59 En esta reforma, ha parecido conveniente confeccionar una sola Ordenación de lecturas, rica y abundante, lo más conforme con la voluntad y las normas del Concilio Vaticano II, pero que, al mismo tiempo, por su forma se acomodara a determinadas exigencias y costumbres de las Iglesias particulares y de las asambleas celebrantes. Por esta razón, los encargados de elaborar esta reforma se preocuparon de salvaguardar la tradición litúrgica del rito romano, sin detrimento de una gran estima por el valor de todas las formas de selección, distribución y uso de las lecturas bíblicas en las demás familias litúrgicas y en algunas Iglesias particulares, valiéndose de lo que ya había sido comprobado por experiencia y procurando, al mismo tiempo, evitar algunos defectos existentes en la tradición precedente.

60 Por tanto, la presente Ordenación de las lecturas de la misa es una disposición de lecturas bíblicas que suministra a los cristianos el conocimiento de toda la palabra de Dios, junto con la adecuada explicación. En todo el año litúrgico, pero sobre todo en los tiempos de Pascua, de Cuaresma y de Adviento, la selección y distribución de lecturas tiende a que, de modo gradual, los cristianos conozcan más profundamente la fe que profesan y la historia de la salvación. Por esto, la Ordenación de las lecturas responde a las necesidades y deseos del pueblo cristiano.

61 Aunque la acción litúrgica, de por sí, no es una forma determinada de catequesis, incluye, no obstante, un carácter didáctico, que se expresa también en el Leccionario del Misal romano, de manera que, con razón, puede ser considerado como un instrumento pedagógico para el fomento de la catequesis.

En efecto, la Ordenación de las lecturas de la misa ofrece adecuadamente, tomándolos de la sagrada Escritura, los hechos y palabras principales de la historia de la salvación, de modo que esta historia de la salvación, que la liturgia de la palabra va recordando paso a paso en sus diversos momentos y eventos, aparece ante los fieles como algo que tiene una continuidad actual al hacerse de nuevo presente el misterio pascual de Cristo, celebrado por la eucaristía.

62 Hay otras perspectivas desde las cuales se comprende también la conveniencia y utilidad pastoral de una sola Ordenación de lecturas del Leccionario de la misa en el rito romano: el hecho de que todos los fieles, principalmente aquellos que, por diversos motivos, no siempre participan en la misma asamblea, en cualquier parte, en determinados días y tiempos, escuchen las mismas lecturas y las mediten aplicadas a las circunstancias concretas, incluso en aquellos lugares en que, por carecer de sacerdote, un diácono u otra persona delegada por el obispo dirige la celebración de la palabra de Dios.

63 Los pastores que quieran dar una respuesta peculiar, tomada de la palabra de Dios, a las cuestiones de sus propias comunidades, sin olvidar que ellos han de ser, antes que nada, heraldos de la totalidad del misterio de Cristo y del Evangelio, pueden usar, según convenga, de las posibilidades que ofrece la misma Ordenación de las lecturas de la misa, sobre todo con ocasión de la celebración de alguna misa ritual, votiva, o en honor de los santos, o por diversas circunstancias. Teniendo en cuenta las normas generales, se conceden unas facultades particulares en cuanto a las lecturas de la palabra de Dios en las celebraciones de la misa para grupos particulares.

2. Principios observados en la elaboración de la Ordenación de las lecturas de la misa

64 Para alcanzar la finalidad propia de la Ordenación de las lecturas de la misa, la elección y distribución de los fragmentos se ha hecho teniendo en cuenta la sucesión de los tiempos litúrgicos y también los principios hermenéuticos que los estudios exegéticos de nuestro tiempo han permitido descubrir y definir.

Por esto, ha parecido conveniente exponer aquí los principios que se han observado en la confección de la Ordenación de las lecturas de la misa.

a) ELECCIÓN DE LOS TEXTOS

65 La sucesión de lecturas del Propio del tiempo se ha dispuesto de la siguiente manera: en los domingos y fiestas se proponen los textos más importantes, para que, en un congruo espacio de tiempo, puedan ser leídas ante la asamblea de los fieles las partes más relevantes de la palabra de Dios. La otra serie de textos de la sagrada Escritura, que en cierto modo completan el anuncio de salvación desarrollado en los días festivos, se asigna a las ferias. Sin embargo, ninguna de las dos series de estas partes principales de la Ordenación de las lecturas, esto es, la dominical festiva y la serie ferial, depende la una de la otra. Más aún, la Ordenación de las lecturas dominical y festiva se desarrolla en un trienio, mientras que la ferial lo hace en un bienio. Por esto, la Ordenación de las lecturas dominical y festiva procede con independencia de la ferial, y viceversa.

La sucesión de lecturas propuesta para las demás partes de la Ordenación de las lecturas, como son la serie de lecturas para las celebraciones de los santos, para las misas rituales o por diversas necesidades, o las votivas, o las misas de difuntos, se rige por normas propias.

b) ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS PARA LOS DOMINGOS Y FIESTAS

66 Las características de la Ordenación de las lecturas para los domingos y fiestas son las siguientes:

1. Toda misa presenta tres lecturas: la primera, del Antiguo Testamento; la segunda, del Apóstol (esto es, de las epístolas o del Apocalipsis, según los diversos tiempos del año); la tercera, del Evangelio. Con esta distribución, se pone de relieve la unidad de ambos Testamentos y de la historia de la salvación, cuyo centro es Cristo contemplado en su misterio pascual.

2. El hecho de que, para los domingos y fiestas, se proponga un ciclo de tres años es causa también de una lectura más variada y abundante de la sagrada Escritura, ya que los mismos textos no volverán a leerse hasta después de tres años.

3. Los principios que regulan la Ordenación de las lecturas para los domingos y fiestas son los llamados de «composición armónica» o de «lectura semicontinua». Se emplea uno u otro principio según los diversos tiempos del año y las notas características de cada tiempo litúrgico.

67 La mejor composición armónica entre las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento tiene lugar cuando la misma Escritura la insinúa, es decir, en aquellos casos en que las enseñanzas y hechos expuestos en los textos del Nuevo Testamento tienen una relación más o menos explícita con las enseñanzas y hechos del Antiguo Testamento. En la presente Ordenación de las lecturas, los textos del Antiguo Testamento están seleccionados principalmente por su congruencia con los textos del Nuevo Testamento, en especial del Evangelio, que se leen en la misma misa.

En los tiempos de Adviento, Cuaresma y Pascua, es decir, en aquellos tiempos dotados de una importancia y unas características peculiares, la composición entre los textos de las lecturas de cada misa se basa en otros principios.

Por el contrario, en los domingos del Tiempo Ordinario, que no tienen una característica peculiar, los textos de la lectura apostólica y del Evangelio se distribuyen según el orden de la lectura semicontinua, mientras que la lectura del Antiguo Testamento se compone armónicamente con el Evangelio.

68 Lo que era conveniente para aquellos tiempos anteriormente citados no ha parecido oportuno aplicarlo también a los domingos, de modo que en ellos hubiera una cierta unidad temática que hiciera más fácil la instrucción homilética. El genuino concepto de la acción litúrgica se contradice, en efecto, con una semejante composición temática, ya que dicha acción litúrgica es siempre celebración del misterio de Cristo y, por tradición propia, usa la palabra de Dios movida no sólo por unas inquietudes de orden racional o externo, sino por la preocupación de anunciar el Evangelio y de llevar a los creyentes hacia la verdad plena.

c) ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS PARA LAS FERIAS

69 La ordenación de lecturas para las ferias se ha hecho con estos criterios:

1. Toda misa presenta dos lecturas: la primera, del Antiguo Testamento o del Apóstol (esto es, de las epístolas o del Apocalipsis), y, en tiempo pascual, de los Hechos de los apóstoles; la segunda, del Evangelio.

2. El ciclo anual del tiempo de Cuaresma se ordena según unos principios peculiares que tienen en cuenta las características de este tiempo, a saber, su índole bautismal y penitencial.

3. También en las ferias de Adviento y de los tiempos de Navidad y de Pascua el ciclo es anual y, por tanto, las lecciones no varían.

4. En las ferias de las treinta y cuatro semanas del Tiempo Ordinario, las lecturas evangélicas se distribuyen en un solo ciclo que se repite cada año. En cambio, la primera lectura se distribuye en un doble ciclo que se lee en años alternos. El año primero se emplea en los años impares; el segundo, en los años pares.

De este modo, también en la Ordenación de las lecturas para las ferias, igual que en los domingos y fiestas, se ponen en práctica los principios de la composición armónica y de la lectura semicontinua, por los mismos motivos, principalmente cuando se trata de aquellos tiempos que ostentan unas características peculiares.

d) LAS LECTURAS PARA LAS CELEBRACIONES DE LOS SANTOS

70 Para las celebraciones de los santos se ofrece una doble serie de lecturas:

1. Una del Propio, para las solemnidades, fiestas y memorias, principalmente si para cada una de ellas se hallan textos propios. No obstante, se indica algún texto más adecuado, de los que se encuentran en el Común, de preferencia a los demás.

2. Otra serie, por cierto más amplia, se halla en los Comunes de los santos. En esta parte, primero se proponen los textos más propios para las diversas categorías de santos (mártires, pastores, vírgenes, etc.), luego una cantidad de textos que tratan de la santidad en general, y que pueden emplearse a discreción siempre que se remita a los Comunes para la elección de las lecturas.

71 Por lo que se refiere al orden en que están puestos los textos en esta parte, ayudará saber que se encuentran todos juntos, según el orden en que han de leerse. Así, se hallan primero los textos del Antiguo Testamento, luego los textos del Apóstol, después los salmos y versículos interleccionales y, finalmente, los textos del Evangelio. Están colocados de esta manera para que el celebrante los elija a voluntad, teniendo en cuenta las necesidades pastorales de la asamblea que participa en la celebración, a no ser que expresamente se indique lo contrario.

e) LAS LECTURAS PARA LAS MISAS RITUALES, POR DIVERSAS NECESIDADES, VOTIVAS Y DE DIFUNTOS

72 En este mismo orden están colocados los textos de las lecturas para las misas rituales, por diversas necesidades, votivas y de difuntos: se ofrecen varios textos juntos, como en los Comunes de los santos.

f) PRINCIPALES CRITERIOS APLICADOS EN LA SELECCIÓN Y ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS

73 Además de estos principios, que regulan la distribución de las lecturas en cada parte de la Ordenación de las lecturas, hay otros de carácter más general, que pueden enunciarse del siguiente modo:

1) Reservación de algunos libros según los tiempos litúrgicos

74 Por la importancia intrínseca de la cosa en sí misma y por tradición litúrgica, en la presente Ordenación algunos libros de la sagrada Escritura se reservan para determinados tiempos litúrgicos. Por ejemplo, se respeta la tradición, tanto occidental (ambrosiana e hispánica) como oriental, de leer los Hechos de los apóstoles en tiempo pascual, ya que este libro sirve en gran manera para hacer ver cómo toda la vida de la Iglesia encuentra sus orígenes en el misterio pascual. Se conserva asimismo la tradición, tanto occidental como oriental, de leer el Evangelio de san Juan en las últimas semanas de Cuaresma y en el tiempo pascual.

La lectura de Isaías, principalmente de la primera parte, se asigna, por tradición, al tiempo de Adviento. No obstante, algunos textos de este libro se leen en el tiempo de Navidad. Al tiempo de Navidad se asigna también la primera carta de san Juan.

2) Extensión de los textos

75 Respecto a la extensión de los textos, se guarda un término medio. Se ha hecho una distinción entre las narraciones, que demandan una cierta longitud del texto, y que generalmente los fieles escuchan con atención, y aquellos textos que, por la profundidad de su contenido, no pueden ser muy extensos.

Para algunos textos más largos, se prevé una doble forma, la larga y la breve, según convenga. Estas abreviaciones se han hecho con gran cuidado.

3) Los textos más difíciles

76 Por motivos pastorales, en los domingos y solemnidades, se evitan los textos bíblicos realmente difíciles, ya objetivamente, porque suscitan arduos problemas de índole literaria, crítica o exegética, ya también, por lo menos hasta cierto punto, porque son textos que los fieles difícilmente podrían entender. Con todo, era inadmisible substraer a los fieles las riquezas espirituales de algunos textos por la sola razón de que les eran difíciles de entender, cuando esta dificultad deriva de una insuficiente formación cristiana, de la que ningún fiel debe carecer, o de una insuficiente formación bíblica, que ha de tener en abundancia todo pastor de almas. Algunas veces, una lectura difícil se vuelve fácil por su armonía con otra lectura de la misma misa.

4) Omisión de algunos versículos

77 La tradición de muchas liturgias, sin excluir la misma liturgia romana, acostumbra a omitir a veces algunos versículos de las lecturas de la Escritura. Hay que admitir, ciertamente, que estas omisiones no se pueden hacer a la ligera, no sea que queden mutilados el sentido del texto o su espíritu y el, diríamos, estilo propio de la Escritura. Con todo, salvando siempre la integridad del sentido en lo esencial, ha parecido conveniente, por motivos pastorales, conservar también en esta Ordenación la antedicha tradición. De lo contrario, algunos textos se alargarían excesivamente, o habría que omitir del todo algunas lecturas de no poca, más aún, de mucha utilidad a veces para los fieles, porque contienen algunos pocos versículos que, desde el punto de vista pastoral, son menos provechosos o incluyen algunas cuestiones realmente demasiado difíciles.

3. Principios que hay que aplicar en el uso de la Ordenación de las lecturas

a) FACULTAD DE ELEGIR ALGUNOS TEXTOS

78 En la Ordenación de las lecturas se concede, a veces, al celebrante la facultad de elegir la lectura de uno u otro texto, o de elegir un texto entre los diversos propuestos a la vez para la misma lectura. Esto raramente sucede en los domingos, solemnidades y fiestas, para que no quede diluida la índole propia de algún tiempo litúrgico, o no se interrumpa indebidamente la lectura semicontinua de algún libro; por el contrario, esta facultad se da con más facilidad en las, celebraciones de los santos y en las misas rituales, por diversas necesidades, votivas y de difuntos.

Estas facultades, junto con otras indicadas en la Ordenación general del Misal romano y en el Ordo cantus Missae, tienen una finalidad pastoral. El sacerdote, por tanto, al organizar la liturgia de la palabra, «mirará más al bien espiritual común de la asamblea que a sus personales preferencias. Tenga además presente que una elección de este tipo estará bien hacerla de común acuerdo con los que ofician con él y con los demás que habrán de tomar parte en la celebración, sin excluir a los mismos fieles en la parte que a ellos más directamente corresponde».

1) Acerca de las dos lecturas antes del Evangelio

79 En las misas en que se proponen tres lecturas hay que hacer efectivamente tres lecturas. No obstante, si la Conferencia episcopal, por motivos pastorales, permite que en alguna parte se hagan sólo dos lecturas, la elección entre las dos primeras ha de hacerse de modo que no se desvirtúe el proyecto de instruir plenamente a los fieles sobre el misterio de salvación. Por lo cual, si no se indica en algún caso lo contrario, entre las dos primeras lecturas se ha de preferir aquella que esté más directamente relacionada con el Evangelio, o aquella que, según el proyecto antes mencionado, sea de más ayuda para hacer durante algún tiempo una catequesis orgánica, o aquella que facilite la lectura semicontinua de algún libro.

2) Acerca de la forma larga o breve

80 Al elegir entre las dos formas en que se presenta un mismo texto, hay que guiarse también por un criterio pastoral. Se da, en efecto, algunas veces, una forma larga y otra breve del mismo texto. En este caso, conviene tener en cuenta la posibilidad de los fieles de escuchar con provecho la lectura más o menos extensa, como también su posibilidad de oír el texto más completo, que será explicado después en la homilía.

3) Acerca de un doble texto propuesto

81 Cuando se concede la facultad de elegir entre uno u otro texto ya definido, o propuesto a voluntad, habrá que atender a la utilidad de los que participan, esto es, según se trate de emplear un texto que es más fácil o más conveniente para la asamblea reunida, o de un texto que hay que repetir o reponer, que se asigna como propio a alguna celebración y se deja a voluntad para otra, siempre que la utilidad pastoral lo aconseje.

Esto puede suceder cuando se teme que el texto origine algunas dificultades en una asamblea concreta, o cuando el mismo texto debe leerse de nuevo en días próximos: en domingo y en la feria que le sigue inmediatamente.

4) Acerca de las lecturas feriales

82 En la ordenación de las lecturas feriales, se proponen unos textos para cada día de cada semana, durante todo el año; por lo tanto, como norma general, se emplearán estas lecturas en los días que tienen asignados, a no ser que coincida una solemnidad o una fiesta, o una memoria que tenga lecturas propias.

En la Ordenación de las lecturas para las ferias, hay que advertir si, durante aquella semana, por razón de alguna celebración que en ella coincida, se tendrá que omitir alguna o algunas lecturas del mismo libro. Si se da este caso, el sacerdote, teniendo a la vista la ordenación de lecturas de toda la semana, ha de prever qué partes omitirá, por ser de menor importancia, o la manera más conveniente de unir estas partes a las demás, cuando son útiles para una visión de conjunto del argumento que tratan.

5) Acerca de las celebraciones de los santos

83 Para las celebraciones de los santos, se proponen, cuando las hay, lecturas propias, esto es, que tratan de la misma persona del santo o del misterio que celebra la misa. Estas lecturas, aunque se trate de una memoria, deben decirse en lugar de las lecturas correspondientes a la feria. Cuando se da este caso en una memoria, la Ordenación lo indica expresamente en su lugar.

A veces, se da el caso de lecturas apropiadas, es decir, que ponen de relieve algún aspecto peculiar de la vida espiritual o de la actividad del santo. En dicho caso, no parece que haya que urgir el uso de estas lecturas, a no ser que un motivo pastoral lo aconseje realmente. Generalmente, se indican las lecturas que hay en los Comunes, para facilitar la elección. Se trata sólo de sugerencias: en vez de la lectura apropiada o simplemente propuesta, puede escogerse cualquier otra de los Comunes indicados.

El sacerdote que celebra con participación del pueblo atenderá, en primer lugar, al bien espiritual de los fieles y se guardará de imponerles sus preferencias. Procurará, de modo especial, no omitir con frecuencia y sin motivo suficiente las lecturas asignadas para cada día en el Leccionario ferial, ya que es deseo de la Iglesia que los fieles dispongan de una mesa de la palabra de Dios ricamente servida.

Hay también lecturas comunes, es decir, las que figuran en los Comunes para una determinada categoría de santos (por ejemplo: mártires, vírgenes, pastores,…) o para los santos en general. Como que, en estos casos, se proponen varios textos para una misma lectura, corresponde al celebrante escoger el que más convenga a los oyentes.

En todas las celebraciones, además de los Comunes a los que se remite en cada caso, siempre que lo aconseje algún motivo especial, las lecturas pueden escogerse del Común de santos y santas.

84 En las celebraciones de los santos, hay que tener en cuenta, además, lo siguiente:

a) En las solemnidades y fiestas, siempre hay que emplear las lecturas que pone el Propio o el Común; en las celebraciones del calendario general, se asignan siempre lecturas propias.

b) En las solemnidades de los calendarios particulares, deben ponerse tres lecturas: la primera, del Antiguo Testamento (en tiempo pascual, de los Hechos de los apóstoles o del Apocalipsis); la segunda, del Apóstol y, la tercera, del Evangelio, a no ser que la Conferencia episcopal haya determinado que ha de haber sólo dos lecturas.

c) En las fiestas y memorias, en las que sólo hay dos lecturas, la primera puede escogerse del Antiguo Testamento o del Apóstol, y, la segunda, del Evangelio. Sin embargo, en tiempo pascual, según la costumbre tradicional de la Iglesia, la primera lectura ha de ser del Apóstol, la segunda, en lo posible, del Evangelio de san Juan.

6) Acerca de las demás partes de la Ordenación de las lecturas

85 En la Ordenación de las lecturas para las misas rituales, se indican los mismos textos que han sido ya promulgados en los respectivos Rituales, exceptuando, como es natural, los textos pertinentes a aquellas celebraciones que no se pueden juntar con la misa.

86 La Ordenación de las lecturas por diversas necesidades, votivas y de difuntos presenta diversidad de textos que pueden prestar una valiosa ayuda para adaptar aquellas celebraciones a las características, a las circunstancias y a los problemas de las diversas asambleas que en ellas participan.

87 En las misas rituales, por diversas necesidades, votivas y de difuntos, cuando se proponen varios textos para la misma lectura, la elección se hace con los mismos criterios anteriormente descritos para elegir las lecturas del Común de los santos.

88 Cuando alguna misa ritual está prohibida y, según las normas indicadas en cada rito, se permite tomar una lectura de las propuestas para las misas rituales, se debe atender al bien común espiritual de los que participan.

b) EL SALMO RESPONSORIAL Y LA ACLAMACIÓN ANTES DE LA LECTURA DEL EVANGELIO

89 Entre estos cantos tiene una importancia especial el salmo que sigue a la primera lectura. Como norma, se tomará el salmo asignado a la lectura, a no ser que se trate de lecturas del Común de los santos, de las misas rituales, por diversas necesidades, votivas o de difuntos, ya que, en estos casos, la elección corresponde al sacerdote celebrante, que obrará en esto según pida la utilidad pastoral de los asistentes.

Sin embargo, para que el pueblo pueda más fácilmente decir la respuesta salmódica, la Ordenación de las lecturas señala algunos textos de salmos y de respuestas seleccionados para los diversos tiempos del año o para las diversas categorías de santos, los cuales podrán emplearse en vez del texto que corresponde a la lectura, siempre que el salmo sea cantado.

90 El otro canto, que se ejecuta después de la segunda lectura, antes del Evangelio, o bien se determina en cada misa y está relacionado con el Evangelio, o bien se deja a la libre elección entre la serie común de cada tiempo litúrgico o del Común.

91 En el tiempo de Cuaresma, puede emplearse alguna de las aclamaciones propuestas en sus lugares propios, y se dice antes y después del versículo antes del Evangelio.

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