Hechos de los Apóstoles

Hechos de los Apóstoles

Hechos de los Apóstoles

La sección «Hechos de los Apóstoles» en la Biblia es una continuación del Evangelio de Lucas y narra los acontecimientos que tuvieron lugar después de la ascensión de Jesús al cielo. En esta sección, podemos explorar cómo los apóstoles y otros seguidores de Jesús difundieron su mensaje por todo el mundo conocido, y cómo la iglesia cristiana comenzó a tomar forma. A través del relato de Lucas, descubriremos cómo los primeros cristianos enfrentaron la persecución, lucharon contra la oposición y compartieron el amor y la verdad de Jesús con aquellos que les rodeaban. Esta sección es una fuente invaluable para entender los orígenes y la expansión del cristianismo y cómo se convirtió en la religión global que conocemos hoy en día.

El libro de Hechos comienza con la ascensión de Jesús al cielo y la promesa del Espíritu Santo a los apóstoles. A partir de ahí, Lucas nos lleva en un viaje a través de los primeros años de la iglesia cristiana, narrando eventos como la elección de Matías como el apóstol número doce, el discurso de Pedro en Pentecostés y la curación del cojo en el Templo. También se describe la conversión de Saulo, quien después de perseguir a los cristianos se convierte en el apóstol Pablo y se dedica a la difusión del mensaje de Jesús.

1 Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo

1 Muy distinguido amigo Teófilo: En mi primer libro[a] le escribí a usted acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, desde el principio

2-4 hasta el día en que subió al cielo. Jesús murió en una cruz, pero resucitó y luego se apareció a los apóstoles que había elegido. Durante cuarenta días les demostró que realmente estaba vivo, y siguió hablándoles del reino de Dios. Un día en que estaban todos juntos, Jesús, con el poder del Espíritu Santo, les ordenó: No salgan de Jerusalén. Esperen aquí, hasta que Dios mi Padre cumpla su promesa, de la cual yo les hablé.

5 Juan bautizaba con agua, pero dentro de poco tiempo Dios los bautizará con el Espíritu Santo.

6 Cierto día en que estaban reunidos los apóstoles, le preguntaron a Jesús: —Señor, ¿no crees que éste es un buen momento para que les des a los israelitas su propio rey[b]?

7 Jesús les respondió: —Sólo Dios decide cuándo llevar a cabo lo que piensa hacer.

8 Pero quiero que sepan que el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y que recibirán poder para hablar de mí en Jerusalén, en todo el territorio de Judea y de Samaria, y también en los lugares más lejanos del mundo.

Jesús sube al cielo

9 Después de esto, los apóstoles vieron cómo Jesús era llevado al cielo, hasta que una nube lo cubrió y ya no volvieron a verlo.

10 Mientras tanto, dos hombres se aparecieron junto a los apóstoles. Estaban vestidos con ropas muy blancas, pero los apóstoles no los vieron porque estaban mirando al cielo.

11 Entonces aquellos dos les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí, mirando al cielo? Acaban de ver que Jesús fue llevado al cielo, pero así como se ha ido, un día volverá.

Matías ocupa el lugar de Judas

12-13 Los apóstoles que vieron a Jesús subir al cielo eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago el hijo de Alfeo, Simón el Celote y Judas el hijo de Santiago. Todos ellos se alejaron del Monte de los Olivos y caminaron como un kilómetro, hasta llegar de nuevo a Jerusalén. Cuando llegaron a la casa donde se estaban quedando, subieron a su cuarto.

14-15 Estos seguidores de Jesús eran un grupo muy unido, y siempre oraban juntos. Con ellos se reunían los hermanos de Jesús y algunas mujeres, entre las que se encontraba María, la madre de Jesús. Todos los de este grupo eran como ciento veinte personas. Un día en que todos ellos estaban juntos, Pedro se levantó de pronto y les dijo:

16 Queridos amigos, todos sabemos que a Jesús lo arrestaron porque Judas llevó a los enemigos de Jesús hasta donde él estaba. Eso ya lo había anunciado el Espíritu Santo por medio de David. Así lo dice la Biblia, y así sucedió.

17 No hay que olvidar que Judas era uno de los nuestros, y que trabajaba con nosotros.

18 Cuando traicionó a Jesús, con el dinero que le dieron fue y compró un terreno. Pero luego se cayó de cabeza y se estrelló contra el suelo.

19 Todos en Jerusalén lo supieron y, desde entonces, ese lugar se conoce como «Campo de sangre».

20 Ahora tiene que cumplirse lo que se dice en el libro de los Salmos: «¡Que su casa se quede vacía! ¡Que nadie viva en ella! ¡Que otro haga su trabajo!».

21-22 Por eso, otro tiene que ocupar el lugar de Judas, para que junto con nosotros anuncie a todo el mundo que Jesús resucitó. Tiene que ser alguien que, desde el principio, haya andado con Jesús y con nosotros; alguien que lo haya conocido desde que Juan lo bautizó hasta el día en que subió al cielo.

23 Los candidatos presentados para ocupar el puesto de Judas fueron dos. Uno de ellos se llamaba José Barsabás, más conocido como el Justo, y el otro se llamaba Matías.

24 Luego todos oraron: Señor, tú sabes lo que nosotros pensamos y sentimos. Por eso, te rogamos que nos muestres cuál de estos dos

25 debe hacer el trabajo que a Judas le correspondía.

26 Después de eso se hizo un sorteo, y Matías resultó elegido. Desde ese día, Matías se agregó al grupo de los apóstoles.

2 Jesús cumple su promesa

1 El día de la fiesta de Pentecostés[c], los seguidores de Jesús estaban reunidos en un mismo lugar.

2 De pronto, oyeron un ruido muy fuerte que venía del cielo. Parecía el estruendo de una tormenta, y retumbó por todo el salón.

3 Luego vieron que algo parecido a llamas de fuego se colocaba sobre cada uno de ellos.

4 Fue así como el Espíritu Santo los llenó de poder a todos ellos, y enseguida empezaron a hablar en otros idiomas. Cada uno hablaba según lo que el Espíritu Santo le indicaba.

5 En aquel tiempo, muchos judíos que amaban a Dios estaban de visita en Jerusalén. Habían llegado de todas las regiones del Imperio Romano.

6 Al oír el ruido, muchos de ellos se acercaron al salón, y se sorprendieron de que podían entender lo que decían los seguidores de Jesús.

7 Estaban tan admirados que se decían unos a otros: Pero estos que están hablando, ¿acaso no son de la región de Galilea?

8 ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestro propio idioma?

9 Los que estamos aquí somos de diferentes países. Algunos somos de Partia, Media y Elam. Otros vinimos de Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia,

10 Frigia, Panfilia y Egipto, y de las regiones de Libia cercanas al pueblo de Cirene. Muchos han venido de Roma, otros han viajado desde la isla de Creta y desde la península de Arabia.

11-12 Algunos somos judíos de nacimiento, y otros nos hemos convertido a la religión judía. ¡Es increíble que los oigamos hablar, en nuestro propio idioma, de las maravillas de Dios! Y no salían de su asombro, ni dejaban de preguntarse: ¿Y esto qué significa?

13 Pero algunos comenzaron a burlarse de los apóstoles, y los acusaban de estar borrachos.

14 Pero los apóstoles se pusieron de pie, y con fuerte voz Pedro dijo: Israelitas y habitantes de Jerusalén, escuchen bien lo que les voy a decir.

15 Se equivocan si creen que estamos borrachos. ¡Apenas son las nueve de la mañana!

16 Lo que pasa es que hoy Dios ha cumplido lo que nos prometió, cuando por medio del profeta Joel dijo:

17 «En los últimos tiempos les daré a todos de mi Espíritu: hombres y mujeres hablarán de parte mía; a los jóvenes les hablaré en visiones y a los ancianos, en sueños.

18 También en esos tiempos les daré de mi Espíritu a los esclavos y a las esclavas, para que hablen en mi nombre.

19 Daré muestras de mi poder en el cielo y en la tierra: habrá sangre, fuego y humo.

20 El sol dejará de alumbrar, y la luna se pondrá roja, como si estuviera bañada en sangre». Esto pasará antes de que llegue el maravilloso día en que juzgaré a este mundo.

21 Pero yo salvaré a todos los que me reconozcan como su Dios».

22 Escúchenme bien, porque voy a hablarles de Jesús, el que vivía en Nazaret. Todos nosotros sabemos que Dios lo envió. También sabemos que Dios le dio grandes poderes, porque lo vimos hacer grandes maravillas y señales.

23 Desde el principio, Dios había decidido que Jesús sufriera, y que fuera entregado a sus enemigos. Ustedes lo ataron y lo entregaron a los romanos, para que lo mataran.

24 ¡Pero Dios hizo que Jesús resucitara! ¡Y es que la muerte no tenía ningún poder sobre él!

25 Hace mucho tiempo, el rey David dijo lo siguiente acerca de Jesús: «Yo siempre te tengo presente; si tú estás a mi lado, nada me hará caer.

26 Por eso estoy muy contento, por eso canto de alegría, por eso vivo confiado.

27 ¡Tú no me dejarás morir ni me abandonarás en el sepulcro, pues soy tu fiel servidor!

28 Tú me enseñaste a vivir como a ti te gusta. Contigo a mi lado soy verdaderamente feliz».

29 Amigos israelitas, hablemos claro. Cuando David murió, fue enterrado, y todos sabemos dónde está su tumba.

30 Y como David era profeta, Dios le prometió que un familiar suyo sería rey de Israel.

31 David sabía que Dios cumpliría su promesa. Por eso dijo que el Mesías no moriría para siempre, sino que resucitaría.

32 Todos nosotros somos testigos de que Dios resucitó a Jesús,

33 y de que luego lo llevó al cielo y lo sentó a su derecha[d]. Dios le dio a Jesús el Espíritu Santo. Y ahora Jesús nos ha dado ese mismo Espíritu, pues nos lo había prometido. ¡Y esto es lo que ustedes están viendo y oyendo!

34 Sabemos que quien subió al cielo no fue David, pues él mismo dice: «Dios le dijo a mi Señor el Mesías: ‘Siéntate a la derecha de mi trono

35 hasta que yo derrote a tus enemigos.’».

36 Israelitas, ustedes tienen que reconocer, de una vez por todas, que a este mismo Jesús, a quien ustedes mataron en una cruz, Dios le ha dado poder y autoridad sobre toda la humanidad.

37 Todos los que oyeron estas palabras se pusieron muy tristes y preocupados. Entonces les preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: —Amigos israelitas, ¿y qué debemos hacer?

38 Pedro les contestó: —Pídanle perdón a Dios, vuelvan a obedecerlo, y dejen que nosotros los bauticemos en el nombre de Jesucristo[e]. Así Dios los perdonará y les dará el Espíritu Santo.

39 Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que nuestro Dios quiera salvar en otras partes del mundo.

Los primeros cristianos

40 Pedro siguió hablando a la gente con mucho entusiasmo. Les dijo: Sálvense del castigo que les espera a todos los malvados.

41 Ese día, unas tres mil personas creyeron en el mensaje de Pedro. Tan pronto como los apóstoles los bautizaron, todas esas personas se unieron al grupo de los seguidores de Jesús

42 y decidieron vivir como una gran familia. Y cada día los apóstoles compartían con ellos las enseñanzas acerca de Dios y de Jesús, y también celebraban la Cena del Señor y oraban juntos.

43 Al ver los milagros y las maravillas que hacían los apóstoles, la gente se quedaba asombrada.

44 Los seguidores de Jesús compartían unos con otros lo que tenían.

45 Vendían sus propiedades y repartían el dinero entre todos. A cada uno le daban según lo que necesitaba.

46 Además, todos los días iban al templo y celebraban la Cena del Señor, y compartían la comida con cariño y alegría.

47 Juntos alababan a Dios, y todos en la ciudad los querían. Cada día el Señor hacía que muchos creyeran en él y se salvaran. De ese modo, el grupo de sus seguidores se iba haciendo cada vez más grande.

3 Pedro sana a un hombre que no podía caminar

1 Un día, como a las tres de la tarde, Pedro y Juan fueron al templo. A esa hora los judíos acostumbraban orar.

2 Todos los días, un hombre que nunca había podido caminar era llevado a una de las entradas del templo, conocida como Portón Hermoso. Ese hombre pedía limosna a la gente que entraba en el templo.

3 Tan pronto como ese hombre vio a Pedro y a Juan, les pidió dinero.

4 Ellos lo miraron fijamente, y Pedro le dijo: Préstanos atención.

5 Aquel hombre los miró atentamente, pensando que iban a darle algo.

6 Sin embargo, Pedro le dijo: No tengo oro ni plata, pero te voy a dar lo que sí tengo: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, te ordeno que te levantes y camines.

7 Enseguida, Pedro lo tomó de la mano derecha y lo levantó. En ese mismo instante, las piernas y los pies de aquel hombre se hicieron fuertes

8 y, de un salto, se puso en pie y empezó a caminar. Sin más, entró en el templo con Pedro y Juan, caminando y saltando y alabando a Dios.

9-10 Todos los que lo veían caminar y alabar a Dios estaban realmente sorprendidos, pues no entendían lo que había pasado. Sabían, sin embargo, que era el mismo hombre que antes se sentaba a pedir dinero junto al Portón Hermoso.

Pedro habla frente al templo

11 Sin separarse de Pedro ni de Juan, el hombre siguió caminando. La gente corrió asombrada tras ellos hasta otra entrada, conocida como Portón de Salomón, y los rodeó.

12 Al ver eso, Pedro les dijo: Amigos israelitas, ¿qué les sorprende? ¿Por qué nos miran así? ¿Acaso creen que nosotros sanamos a este hombre con nuestro propio poder?

13 Nuestros antepasados Abraham, Isaac y Jacob adoraron a Dios. Y ese mismo Dios es quien nos ha enviado a Jesús como Mesías, y nos ha mostrado lo maravilloso y poderoso que es Jesús. Pero ustedes lo entregaron a los gobernantes romanos, y aunque Pilato quiso soltarlo, ustedes no se lo permitieron.

14 Jesús sólo obedecía a Dios, y siempre hacía lo bueno. Pero ustedes lo rechazaron y le pidieron a Pilato que dejara libre a un asesino.

15 Fue así como mataron a Jesús, el único que podía darles vida eterna. Pero Dios ha hecho que Jesús resucite, y de eso nosotros somos testigos.

16 Nosotros confiamos en el poder de Jesús; y como todos ustedes vieron, esa confianza es la que ha sanado completamente a este hombre.

17 Israelitas, ni ustedes ni sus líderes se dieron cuenta del mal que estaban haciendo.

18 Pero Dios ya había anunciado, por medio de sus profetas, que el Mesías tendría que sufrir, y así ocurrió.

19 Por eso, dejen de pecar y vuelvan a obedecer a Dios. Así él olvidará todo lo malo que ustedes han hecho, les dará nuevas fuerzas

20 y les enviará a Jesús, que es el Mesías que desde un principio Dios había decidido enviarles.

21 Por ahora, Jesús tiene que quedarse en el cielo, hasta que Dios vuelva a hacer nuevas todas las cosas. Esto también lo anunciaron hace mucho los profetas que Dios eligió.

22 Uno de esos profetas fue Moisés, quien dijo: «Dios elegirá a uno de nuestro pueblo, para que sea un profeta como yo. Ustedes harán todo lo que él les diga.

23 El que no lo obedezca, dejará de ser parte de nuestro pueblo».

24 También Samuel y todos los demás profetas anunciaron las cosas que están pasando ahora.

25 Hace mucho tiempo Dios hizo un pacto con los antepasados de ustedes, y les hizo una promesa. Pues todo lo que Dios les prometió por medio de los profetas, ahora lo cumplirá con ustedes. Y ésta es la promesa que Dios le hizo a Abraham, uno de nuestros antepasados: «Todos los pueblos de la tierra recibirán mis bendiciones por medio de tus descendientes».

26 Ahora que Dios ha resucitado a su hijo Jesús, lo primero que hizo fue enviarlo a ustedes, para bendecirlos y para que dejen de hacer lo malo.

4 Pedro y Juan hablan ante la Junta Suprema

1 Pedro y Juan estaban hablando todavía con la gente cuando se acercaron algunos sacerdotes y saduceos, y el jefe de los guardias del templo.

2 Estaban muy enojados porque Pedro y Juan enseñaban que los muertos podían resucitar, así como Jesús había sido resucitado.

3 Entonces apresaron a Pedro y a Juan; pero como ya estaba anocheciendo, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente.

4 Sin embargo, al escuchar el mensaje que daban los apóstoles, muchos creyeron en Jesús. Ese mismo día, el grupo de los seguidores de Jesús llegó como a cinco mil personas.

5 Al día siguiente, la Junta Suprema se reunió en Jerusalén. En la Junta estaban los líderes del país, con sus consejeros y los maestros de la Ley.

6 Allí estaba Anás, que era el jefe de los sacerdotes, junto con Caifás, Juan, Alejandro y los otros sacerdotes principales.

7 Pedro y Juan fueron llevados a la presencia de todos ellos, los cuales empezaron a preguntarles: —¿Quién les ha dado permiso para enseñar a la gente? ¿Quién les dio poder para hacer milagros?

8 Entonces Pedro, lleno del poder del Espíritu Santo, les dijo a los líderes y a sus consejeros: —Señores,

9 ustedes nos preguntan acerca del hombre que estaba enfermo, y que ahora está sano.

10 Ustedes y toda la gente de Israel deben saber que este hombre está aquí, completamente sano, gracias al poder de Jesús de Nazaret, el Mesías. Ustedes ordenaron que a Jesús lo mataran en una cruz, pero Dios lo ha resucitado.

11 Ustedes han actuado como los constructores que rechazaron una piedra, y luego resultó que esa piedra llegó a ser la piedra principal que sostiene todo el edificio.

12 Sólo Jesús tiene poder para salvar. Sólo él fue enviado por Dios, y en este mundo sólo él tiene poder para salvarnos.

13 Todos los de la Junta Suprema se sorprendieron de oír a Pedro y a Juan hablar sin ningún temor, a pesar de que eran hombres sencillos y de poca educación. Se dieron cuenta entonces de que ellos habían andado con Jesús.

14 Y no podían acusarlos de nada porque allí, de pie junto a ellos, estaba el hombre que había sido sanado.

15 Los de la Junta ordenaron sacar de la sala a los acusados, y se pusieron a discutir entre ellos.

16 ¿Qué vamos a hacer?, se decían. No podemos acusarlos de mentirosos, pues lo que hicieron por ese hombre es realmente un milagro, y todos en Jerusalén lo saben. Otros decían:

17 Debemos impedir que lo sepa más gente. Tenemos que amenazarlos para que dejen de hablar del poder de Jesús.

18 Así que los llamaron y les ordenaron: —No le digan a nadie lo que ha pasado, y dejen de enseñar a la gente acerca del poder de Jesús.

19 Pero Pedro y Juan les respondieron: —Dígannos, entonces: ¿debemos obedecerlos a ustedes antes que a Dios?

20 ¡Nosotros no podemos dejar de hablar de todo lo que hemos visto y oído!

21-22 Los jefes de la Junta Suprema les advirtieron que tenían que dejar de hablar de Jesús. Luego los soltaron, porque no podían castigarlos, pues todo el pueblo alababa a Dios por haber sanado milagrosamente a ese hombre, que tenía más de cuarenta años de edad.

Los seguidores de Jesús oran a Dios

23 En cuanto Pedro y Juan fueron puestos en libertad, se reunieron con los otros apóstoles y les contaron lo que habían dicho los de la Junta Suprema.

24 Luego de escucharlos, todos juntos oraron: Dios nuestro, tú hiciste el cielo y la tierra, y el mar y todo lo que hay en ellos.

25-26 Tú, por medio del Espíritu Santo, le hablaste al rey David, nuestro antepasado. Por medio de David, que estaba a tu servicio, dijiste: «¿Por qué se rebelan contra Dios las naciones y los pueblos? ¿Por qué estudian la manera de luchar contra Dios y contra el Mesías que él escogió? ¡Inútiles son los planes de los reyes de este mundo!».

27 Es verdad que en esta ciudad se unieron Herodes Antipas, Poncio Pilato, el pueblo romano y el pueblo de Israel, para matar a Jesús, a quien tú elegiste para que fuera nuestro rey.

28 Pero ellos sólo estaban haciendo lo que tú, desde el principio, habías decidido hacer.

29 Ahora, Dios nuestro, mira cómo nos han amenazado. Ayúdanos a no tener miedo de hablar de ti ante nadie.

30 Ayúdanos a sanar a los enfermos, y a hacer milagros y señales maravillosas. Así harás que la gente vea el poder de tu siervo Jesús, a quien elegiste.

31 Cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos, y todos ellos quedaron llenos del Espíritu Santo. A partir de ese momento, todos hablaban sin temor acerca de Jesús.

La vida de los seguidores de Jesús

32 Todos los seguidores de Jesús tenían una misma manera de pensar y de sentir. Todo lo que tenían lo compartían entre ellos, y nadie se sentía dueño de nada.

33 Llenos de gran poder, los apóstoles enseñaban que Jesús había resucitado. Dios los bendecía mucho,

34 y no les hacía falta nada, porque los que tenían alguna casa o terreno lo vendían

35 y entregaban el dinero a los apóstoles. Entonces ellos lo repartían y le daban a cada uno lo que necesitaba.

36 Esto también lo hizo un hombre de la tribu de Leví, que había nacido en la isla de Chipre. Se llamaba José, pero los apóstoles le decían Bernabé, que significa El que consuela a otros.

37 Bernabé vendió un terreno suyo, y todo el dinero de la venta se lo entregó a los apóstoles.

5 Ananías y Safira

1 Algo muy diferente pasó con un hombre llamado Ananías. Este hombre y su esposa, que se llamaba Safira, se pusieron de acuerdo y vendieron un terreno,

2 pero se quedaron con parte del dinero de la venta. El resto se lo entregaron a los apóstoles.

3 Entonces Pedro le dijo a Ananías: —¿Por qué le hiciste caso a Satanás? Creíste que podrías engañar al Espíritu Santo, y te quedaste con parte del dinero.

4 Antes de vender el terreno, era todo tuyo y de tu esposa. Y cuando lo vendiste, todo el dinero también era de ustedes. ¿Por qué lo hiciste? No nos has mentido a nosotros, sino a Dios.

5-6 Al oír esto, Ananías cayó muerto allí mismo. Entonces unos muchachos envolvieron el cuerpo de Ananías y lo llevaron a enterrar. Y todos los que estaban en ese lugar sintieron mucho miedo.

7 Como tres horas más tarde llegó Safira, sin saber lo que había pasado.

8 Entonces Pedro le preguntó: —Dime, ¿vendieron ustedes el terreno en este precio? —Así es— respondió ella. —Ése fue el precio. Entonces Pedro le dijo:

9 —¿Por qué se pusieron de acuerdo para engañar al Espíritu del Señor? Mira, ahí vienen los muchachos que acaban de enterrar a tu esposo, y ellos mismos te enterrarán a ti.

10 Al instante, Safira cayó muerta, así que los muchachos entraron y se la llevaron para enterrarla junto a su esposo.

11 Todos los que pertenecían a la iglesia, y todos los que se enteraron de lo sucedido, sintieron mucho miedo.

Dios hace cosas maravillosas

12 Por medio de los apóstoles, Dios seguía haciendo milagros y señales maravillosas entre la gente. Todos los días, los seguidores de Jesús se reunían en el Portón de Salomón,

13 y aunque los que no eran del grupo no se atrevían a acercarse, todo el mundo los respetaba y hablaba bien de ellos.

14 Cada día se agregaban al grupo más hombres y mujeres que creían en Jesús.

15 La gente sacaba a los enfermos en camas y en camillas, y los ponía en las calles por donde Pedro iba a pasar, con la esperanza de que por lo menos su sombra cayera sobre alguno y lo sanara.

16 Mucha gente de los pueblos cercanos a Jerusalén también llevaba enfermos y gente con espíritus malos, y todos eran sanados.

Los apóstoles y la Junta Suprema

17 El jefe de los sacerdotes y todos los saduceos que lo acompañaban sintieron mucha envidia de los apóstoles.

18 Por eso mandaron que los arrestaran y los pusieran en la cárcel de la ciudad.

19 Pero en la noche un ángel del Señor se les apareció, abrió las puertas de la cárcel, y los liberó. Luego les dijo:

20 Vayan al templo y compartan con la gente el mensaje de salvación.

21 Ya estaba por amanecer cuando los apóstoles llegaron frente al templo y empezaron a hablarle a la gente. Mientras tanto, el jefe de los sacerdotes y sus ayudantes reunieron a toda la Junta Suprema y a los líderes del pueblo. Después mandaron traer a los apóstoles,

22 pero los guardias llegaron a la cárcel y no los encontraron. Así que regresaron y dijeron:

23 La cárcel estaba bien cerrada, y los soldados vigilaban las entradas, pero cuando abrimos la celda no encontramos a nadie.

24 Cuando el jefe de los guardias del templo y los sacerdotes principales oyeron eso, no sabían qué pensar, y ni siquiera podían imaginarse lo que había sucedido.

25 De pronto, llegó alguien y dijo: ¡Los hombres que ustedes encerraron en la cárcel están frente al templo, hablándole a la gente!

26 Entonces el jefe de los guardias y sus ayudantes fueron y arrestaron de nuevo a los apóstoles; pero no los maltrataron, porque tenían miedo de que la gente se enojara y los apedreara.

27 Cuando llegaron ante la Junta Suprema, el jefe de los sacerdotes les dijo:

28 —Ya les habíamos advertido que no enseñaran más acerca de ese hombre Jesús, pero no nos obedecieron. A todos en Jerusalén les han hablado de Jesús, y hasta nos acusan a nosotros de haberlo matado.

29 Pedro y los demás apóstoles respondieron: —Nosotros primero obedecemos a Dios, y después a los humanos.

30 Ustedes mataron a Jesús en una cruz, pero el Dios a quien adoraron nuestros antepasados lo resucitó.

31 Dios ha hecho que Jesús se siente a la derecha de su trono[f], y lo ha nombrado Jefe y Salvador, para que el pueblo de Israel deje de pecar y Dios le perdone sus pecados.

32 Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo. Porque Dios da su Espíritu Santo a todos los que lo obedecen.

Un buen consejo

33 La Junta Suprema los escuchó, y sus miembros se enojaron tanto que querían matarlos.

34 Pero un fariseo llamado Gamaliel ordenó que sacaran a los apóstoles por un momento. Gamaliel era maestro de la Ley, y los judíos lo respetaban mucho,

35 así que les dijo a sus compañeros: —Israelitas, piensen bien lo que van a hacer con estos hombres.

36 Recuerden que hace algún tiempo apareció un hombre llamado Teudas, quien se creía muy importante, y como cuatrocientos hombres creyeron en él. Luego alguien lo mató, y todos sus seguidores huyeron, y no se volvió a hablar de él.

37 Después apareció un tal Judas, de la región de Galilea, y muchos le hicieron caso. Eso fue en los días en que se estaba haciendo la lista de todos los habitantes de Israel. A ése también lo mataron, y sus seguidores huyeron.

38 En este caso, yo les aconsejo que dejen en libertad a estos hombres, y que no se preocupen. Si lo que están haciendo lo planearon ellos mismos, esto no durará mucho.

39 Pero si es un plan de Dios, nada ni nadie podrá detenerlos, y ustedes se encontrarán luchando contra Dios. A todos les pareció bueno el consejo,

40 así que enseguida mandaron traer a los apóstoles, y ordenaron que los azotaran en la espalda con un látigo. Luego les prohibieron hablar de Jesús, y los dejaron en libertad.

41 Y los apóstoles salieron de allí muy contentos, porque Dios les había permitido sufrir por obedecer a Jesús.

42 Los seguidores de Jesús iban al templo todos los días, y también se reunían en las casas. Los apóstoles, por su parte, no dejaban de enseñar y de anunciar la buena noticia acerca de Jesús, el rey elegido por Dios.

6 Los siete servidores

1 Cada vez había más y más seguidores de Jesús, y comenzó a haber problemas entre los seguidores judíos que hablaban griego y los que hablaban arameo. Y es que los que hablaban griego decían que las viudas de su grupo no recibían suficiente ayuda para sus necesidades de cada día.

2 Entonces los apóstoles llamaron a todos a una reunión, y allí dijeron: —Nuestro deber principal es anunciar el mensaje de Dios, así que no está bien que nos dediquemos a repartir el dinero y la comida.

3 Elijan con cuidado a siete hombres, para que se encarguen de ese trabajo. Tienen que ser personas en las que todos ustedes confíen, que hagan lo bueno y sean muy sabios, y que tengan el poder del Espíritu Santo.

4 Nosotros nos dedicaremos entonces a servir a Dios por medio de la oración, y a anunciar el mensaje de salvación.

5 A todo el grupo le pareció buena la idea, y eligieron a Esteban, un hombre que confiaba mucho en Dios y que tenía el poder del Espíritu Santo. También eligieron a otros seis: Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás. Este Nicolás era de la región de Antioquía, y antes se había convertido a la religión judía.

6 Luego los llevaron ante los apóstoles, y éstos pusieron sus manos sobre la cabeza de cada uno y oraron.

7 Los apóstoles siguieron anunciando el mensaje de Dios. Por eso, más y más personas se convirtieron en seguidores de Jesús, y muchos sacerdotes judíos también creyeron en él.

Arresto de Esteban

8 Dios le dio a un joven llamado Esteban un poder especial para hacer milagros y señales maravillosas entre la gente.

9 Sin embargo, algunos judíos del pueblo de Cirene se pusieron a discutir con él, junto con otros judíos de la ciudad de Alejandría, que pertenecían a la Sinagoga de los Hombres Libres[g]. También discutieron con Esteban otros que venían de la región de Cilicia y de la provincia de Asia,

10 pero ninguno de ellos pudo vencerlo, porque él hablaba con la sabiduría que le daba el Espíritu Santo.

11 Entonces aquellos judíos les dieron dinero a otros para que mintieran. Tenían que decir: Esteban ha insultado a Dios y a nuestro antepasado Moisés. Nosotros mismos lo hemos oído.

12 Fue así como alborotaron al pueblo, a los líderes del país y a los maestros de la Ley. Luego apresaron a Esteban. Lo llevaron ante la Junta Suprema,

13 y llamaron a algunos hombres para que dijeran más mentiras. Uno de ellos dijo: Este hombre anda diciendo cosas terribles contra el santo templo y contra la Ley de Moisés.

14 Lo hemos oído decir que Jesús de Nazaret destruirá el templo, y que cambiará las costumbres que Moisés nos enseñó.

15 Cuando todos los de la Junta Suprema se fijaron en Esteban, vieron que su cara parecía la de un ángel.

7 Esteban ante la Junta Suprema

1 El jefe de los sacerdotes le preguntó a Esteban: —¿Es verdad todo eso que dicen de ti?

2 Y Esteban respondió: —Amigos israelitas y líderes del país, escúchenme: Nuestro poderoso Dios se le apareció a nuestro antepasado Abraham en Mesopotamia, antes de que fuera a vivir en el pueblo de Harán,

3 y le dijo: «Deja a tu pueblo y a tus familiares, y vete al lugar que te voy a mostrar».

4 Abraham salió del país de Caldea y se fue a vivir al pueblo de Harán. Tiempo después murió su padre, y Dios hizo que Abraham viniera a este lugar, donde ustedes viven ahora.

5 Aunque Abraham vivió aquí, Dios nunca le permitió ser dueño ni del pedazo de tierra que tenía bajo sus pies. Sin embargo, le prometió a Abraham que le daría este territorio a sus descendientes después de que él muriera. Cuando Dios le hizo esa promesa, Abraham no tenía hijos.

6 Dios le dijo: «Tus descendientes vivirán como extranjeros en otro país. Allí serán esclavos, y durante cuatrocientos años los tratarán muy mal.

7 Pero yo castigaré a los habitantes de ese país, y tus descendientes saldrán libres y me adorarán en este lugar».

8 Con esta promesa, Dios hizo un pacto con Abraham. Le ordenó que, a partir de ese día, todos los hombres israelitas debían circuncidarse para indicar que Dios los aceptaba como parte de su pueblo. Por eso, cuando nació su hijo Isaac, Abraham esperó ocho días y lo circuncidó. De la misma manera, Isaac circuncidó a su hijo Jacob, y Jacob a sus doce hijos.

9 José fue uno de los doce hijos de Jacob. Como sus hermanos le tenían envidia, lo vendieron como esclavo a unos comerciantes, que lo llevaron a Egipto. Sin embargo, Dios amaba a José,

10 así que lo ayudó en todos sus problemas; le dio sabiduría y lo hizo una persona muy agradable. Por eso el rey de Egipto lo tomó en cuenta, y lo nombró gobernador de todo Egipto y jefe de su palacio.

11 Tiempo después, hubo pocas cosechas de trigo en toda la región de Egipto y de Canaán. Nuestros antepasados no tenían nada que comer, ni nada que comprar.

12 Pero Jacob se enteró de que en Egipto había bastante trigo, y envió a sus hijos para que compraran. Los hijos de Jacob fueron allá una primera vez.

13 Cuando fueron la segunda vez, José permitió que sus hermanos lo reconocieran. Así el rey de Egipto conoció más de cerca a la familia de José.

14 Al final, José ordenó que vinieran a Egipto su padre Jacob y todos sus familiares. Eran en total setenta y cinco personas,

15 que vivieron en Egipto hasta que murieron.

16 Todos ellos fueron enterrados en Siquem, en la misma tumba que Abraham había comprado a los hijos de Hamor.

17 Pasó el tiempo, y a Dios le pareció bien cumplir la promesa que le había hecho a Abraham. Mientras tanto, en Egipto, cada vez había más y más israelitas.

18 En Egipto comenzó a gobernar un nuevo rey, que no había oído hablar de José.

19 Este rey fue muy malo con los israelitas y los engañó. Además, los obligó a abandonar a los niños recién nacidos, para que murieran.

20 En ese tiempo nació Moisés. Era un niño muy hermoso, a quien sus padres cuidaron durante tres meses, sin que nadie se diera cuenta.

21 Luego tuvieron que abandonarlo, pero la hija del rey lo rescató y lo crió como si fuera su propio hijo.

22 Moisés recibió la mejor educación que se daba a los jóvenes egipcios, y llegó a ser un hombre muy importante por lo que decía y hacía.

23 Cuando Moisés tenía cuarenta años, decidió ir a visitar a los israelitas, porque eran de su propia nación.

24 De pronto, vio que un egipcio maltrataba a un israelita. Sin pensarlo mucho, defendió al israelita y mató al egipcio.

25 Moisés pensó que los israelitas entenderían que Dios los libraría de la esclavitud por medio de él. Pero ellos no pensaron lo mismo.

26 Al día siguiente, Moisés vio que dos israelitas se estaban peleando. Trató de calmarlos y les dijo: «Ustedes son de la misma nación. ¿Por qué se pelean?».

27 Pero el que estaba maltratando al otro se dio vuelta, empujó a Moisés y le respondió: «¡Y a ti qué te importa! ¿Quién te ha dicho que tú eres nuestro jefe o nuestro juez?

28 ¿Acaso piensas matarme como al egipcio?».

29 Al oír eso, Moisés huyó de Egipto tan pronto como pudo, y se fue a vivir a Madián. En ese país vivió como extranjero, y allí nacieron dos de sus hijos.

30 Pasaron cuarenta años. Pero un día en que Moisés estaba en el desierto, cerca del monte Sinaí, un ángel se le apareció entre un arbusto que ardía en llamas.

31 Moisés tuvo mucho miedo, pero se acercó para ver mejor lo que pasaba. Entonces Dios, con voz muy fuerte le dijo:

32 «Yo soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». Moisés empezó a temblar, y ya no se atrevió a mirar más.

33 Pero Dios le dijo: «Quítate las sandalias, porque estás en mi presencia.

34 Yo sé muy bien que mi pueblo Israel sufre mucho, porque los egipcios lo han esclavizado. También he escuchado sus gritos pidiéndome ayuda. Por eso he venido a librarlos del poder egipcio. Así que prepárate, pues voy a mandarte a Egipto».

35 Los israelitas rechazaron a Moisés, y le dijeron: «¿Quién te ha dicho que tú eres nuestro jefe o nuestro juez?». Pero Dios mismo lo convirtió en jefe y libertador de su pueblo. Esto lo hizo por medio del ángel que se le apareció a Moisés en el arbusto.

36 Con milagros y señales maravillosas, Moisés sacó de Egipto a su pueblo. Lo llevó a través del Mar de los Juncos, y durante cuarenta años lo guió por el desierto.

37 Y fue Moisés mismo quien les anunció a los israelitas: «Dios elegirá a uno de nuestro pueblo, para que sea un profeta como yo».

38 Moisés estuvo con nuestros antepasados en el desierto, y les comunicó todos los mensajes que el ángel de Dios le dio en el monte Sinaí. Esos mensajes son palabras que dan vida.

39 Pero los israelitas fueron rebeldes. No quisieron obedecer a Moisés y, en cambio, deseaban volver a Egipto.

40 Un día, los israelitas le dijeron a Aarón, el hermano de Moisés: «Moisés nos sacó de Egipto, pero ahora no sabemos qué le sucedió. Es mejor que nos hagas un dios, para que sea nuestro guía y protector».

41 Hicieron entonces una estatua con forma de toro, y sacrificaron animales para adorarla. Luego hicieron una gran fiesta en honor de la estatua, y estaban muy orgullosos de lo que habían hecho.

42 Por eso Dios decidió olvidarse de ellos, pues se pusieron a adorar a las estrellas del cielo. En el libro del profeta Amós dice: «Pueblo de Israel, durante los cuarenta años que anduvieron por el desierto, ustedes nunca me presentaron ofrendas para adorarme.

43 En cambio, llevaron en sus hombros la tienda con el altar del dios Moloc y la imagen de la estrella del dios Refán. Ustedes se hicieron esos ídolos y los adoraron. Por eso, yo haré que a ustedes se los lleven lejos, más allá de Babilonia».

44 Allí, en el desierto, nuestros antepasados tenían el santuario del pacto, que Moisés construyó según el modelo que Dios le había mostrado.

45 El santuario pasó de padres a hijos, hasta el tiempo en que Josué llegó a ser el nuevo jefe de Israel. Entonces los israelitas llevaron consigo el santuario para ocupar el territorio que Dios estaba quitándoles a otros pueblos. Y el santuario estuvo allí hasta el tiempo del rey David.

46 Como Dios quería mucho a David, éste le pidió permiso para construirle un templo donde el pueblo de Israel pudiera adorarlo.

47 Sin embargo, fue su hijo Salomón quien se lo construyó.

48 Pero como el Dios todopoderoso no vive en lugares hechos por seres humanos, dijo por medio de un profeta:

49 «El cielo es mi trono; sobre la tierra apoyo mis pies. Nadie puede hacerme una casa donde pueda descansar.

50 Yo hice todo lo que existe».

51 Antes de terminar su discurso, Esteban les dijo a los de la Junta Suprema: —¡Ustedes son muy tercos! ¡No entienden el mensaje de Dios! Son igual que sus antepasados. Siempre han desobedecido al Espíritu Santo.

52 Ellos trataron mal a todos los profetas, y mataron a los que habían anunciado la venida de Jesús, el Mesías, al que ustedes traicionaron y mataron.

53 Por medio de los ángeles, todos ustedes recibieron la Ley de Dios, pero no la han obedecido.

Esteban muere apedreado

54 Al escuchar esto, los de la Junta Suprema se enfurecieron mucho contra Esteban.

55 Pero como Esteban tenía el poder del Espíritu Santo, miró al cielo y vio a Dios en todo su poder. Al lado derecho de Dios estaba Jesús, de pie.

56 Entonces Esteban dijo: Veo el cielo abierto. Y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor.

57 Los de la Junta Suprema se taparon los oídos y gritaron. Luego todos juntos atacaron a Esteban,

58 lo arrastraron fuera de la ciudad, y empezaron a apedrearlo. Los que lo habían acusado falsamente se quitaron sus mantos, y los dejaron a los pies de un joven llamado Saulo[h].

59 Mientras le tiraban piedras, Esteban oraba así: Señor Jesús, recíbeme en el cielo.

60 Luego cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: Señor, no los castigues por este pecado que cometen conmigo. Y con estas palabras en sus labios, murió.

8 La iglesia empieza a sufrir

1-2 Saulo vio cómo mataban a Esteban, y le pareció muy bien. Más tarde, unos hombres que amaban mucho al Señor recogieron el cuerpo de Esteban, lo enterraron, y durante varios días lloraron su muerte.

A partir de ese día, mucha gente comenzó a maltratar a los seguidores de Jesús que vivían en Jerusalén. Por eso todos tuvieron que separarse y huir a las regiones de Judea y de Samaria. Solamente los apóstoles se quedaron en Jerusalén.

3 Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la iglesia. Entraba en las casas, sacaba por la fuerza a hombres y a mujeres, y los encerraba en la cárcel.

Felipe en Samaria

4 Sin embargo, los que habían huido de la ciudad de Jerusalén seguían anunciando las buenas noticias de salvación en los lugares por donde pasaban.

5 Felipe fue a la ciudad de Samaria, y allí se puso a hablar acerca de Jesús, el Mesías. Felipe era uno de los siete ayudantes de la iglesia.

6 Toda la gente se reunía para escucharlo con atención y para ver los milagros que hacía.

7 Muchos de los que fueron a verlo tenían espíritus impuros, pero Felipe los expulsaba, y los espíritus salían dando gritos. Además, muchos cojos y paralíticos volvían a caminar.

8 Y todos en la ciudad estaban muy alegres.

9 Desde hacía algún tiempo, un hombre llamado Simón andaba por ahí. Este Simón asombraba a la gente de Samaria con sus trucos de magia, y se hacía pasar por gente importante.

10 Ricos y pobres le prestaban atención, y decían: Este hombre tiene lo que se llama el gran poder de Dios.

11 Toda la gente prestaba mucha atención a los trucos mágicos que realizaba.

12 Pero llegó Felipe y les anunció las buenas noticias del reino de Dios. Les habló acerca de Jesús, el Mesías, y todos en Samaria le creyeron. Y así Felipe bautizó a muchos hombres y mujeres.

13 También Simón creyó en el mensaje de Felipe, y Felipe lo bautizó. Y Simón estaba tan asombrado de los milagros y las maravillas que Felipe hacía, que no se apartaba de él.

Pedro y Juan viajan a Samaria

14 Los apóstoles estaban en Jerusalén. En cuanto supieron que la gente de Samaria había aceptado el mensaje de Dios, mandaron allá a Pedro y a Juan.

15 Cuando éstos llegaron, oraron para que los nuevos seguidores recibieran el Espíritu Santo,

16 porque todavía no lo habían recibido. Y es que sólo habían sido bautizados en el nombre de Jesús.

17 Entonces Pedro y Juan pusieron sus manos sobre la cabeza de cada uno, y todos ellos recibieron el Espíritu Santo.

18 Al ver Simón que la gente recibía el Espíritu Santo cuando los apóstoles les ponían las manos sobre la cabeza, les ofreció dinero a los apóstoles y les dijo:

19 —Denme ese mismo poder que tienen ustedes. Así yo también podré darle el Espíritu Santo a quien le imponga las manos.

20 Pero Pedro le respondió: —¡Vete al infierno con todo y tu dinero! ¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero!

21 Tú no tienes parte con nosotros, pues bien sabe Dios que tus intenciones no son buenas.

22-23 Claramente veo que tienes envidia, y que no puedes dejar de hacer lo malo. Tienes que dejar de hacerlo. Si le pides perdón a Dios por tus malas intenciones, tal vez te perdone.

24 Simón les suplicó: —¡Por favor, pídanle a Dios que me perdone, para que no me vaya al infierno!

25 Antes de volver a Samaria, Pedro y Juan compartieron con la gente el mensaje del Señor. Después regresaron a la ciudad de Jerusalén, pero en el camino fueron anunciando a los samaritanos las buenas noticias del reino de Dios.

Felipe y un oficial etíope

26 Un ángel del Señor se le apareció a Felipe y le dijo: Prepárate para cruzar el desierto, y dirígete al sur por el camino que va de la ciudad de Jerusalén a la ciudad de Gaza.

27-28 Felipe obedeció. En el camino se encontró con un hombre muy importante, pues era oficial y tesorero de la reina de Etiopía. Ese oficial había ido a Jerusalén para adorar a Dios, y ahora volvía a su país. El oficial iba sentado en su carruaje, leyendo el libro del profeta Isaías.

29 Entonces el Espíritu de Dios le dijo a Felipe: Acércate al carruaje, y camina junto a él.

30 Felipe corrió para alcanzar el carruaje. Cuando ya estuvo cerca, escuchó que el oficial leía el libro del profeta Isaías. Entonces le preguntó: —¿Entiende usted lo que está leyendo?

31 Y el oficial de Etiopía le respondió: —¿Y cómo voy a entenderlo, si no hay quien me lo explique? Dicho esto, el oficial invitó a Felipe a que subiera a su carruaje y se sentara a su lado.

32-33 En ese momento el oficial leía el pasaje que dice: Fue llevado al matadero, como se lleva a las ovejas para cortarles la lana. Como si fuera un cordero, él ni siquiera abrió su boca. Fue maltratado y humillado, pero nunca se quejó. No lo trataron con justicia; no llegó a tener hijos[i] porque le quitaron la vida.

34 El oficial le preguntó a Felipe: —Dígame usted, por favor: ¿está hablando el profeta de él mismo, o de otra persona?

35 Entonces Felipe, partiendo de ese pasaje de Isaías, le explicó las buenas noticias acerca de Jesús.

36-37 En el camino pasaron por un lugar donde había agua. Entonces el oficial dijo: ¡Allí hay agua! ¿No podría usted bautizarme ahora[j]?

38 Enseguida el oficial mandó parar el carruaje, bajó con Felipe al agua, y Felipe lo bautizó.

39 Pero cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó a Felipe; y aunque el oficial no volvió a verlo, siguió su viaje muy contento.

40 Más tarde, Felipe apareció en la ciudad de Azoto y se dirigió a la ciudad de Cesarea. Y en todos los pueblos por donde pasaba, anunciaba las buenas noticias acerca de Jesús.

9 Saulo, seguidor de Jesús

1-2 Saulo[k] estaba furioso y amenazaba con matar a todos los seguidores del Señor Jesús. Por eso fue a pedirle al jefe de los sacerdotes unas cartas con un permiso especial. Quería ir a la ciudad de Damasco y sacar de las sinagogas a todos los que siguieran las enseñanzas de Jesús, para llevarlos presos a la cárcel de Jerusalén.

3 Ya estaba Saulo por llegar a Damasco cuando, de pronto, desde el cielo lo rodeó un gran resplandor, como de un rayo.

4 Saulo cayó al suelo, y una voz le dijo: —¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?

5 —¿Quién eres, Señor?— preguntó Saulo. —Yo soy Jesús —respondió la voz—. Es a mí a quien estás persiguiendo.

6 Pero levántate y entra en la ciudad, que allí sabrás lo que tienes que hacer.

7 Los hombres que iban con Saulo se quedaron muy asustados, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie.

8 Por fin, Saulo se puso de pie pero, aunque tenía los ojos abiertos, no podía ver nada. Entonces lo tomaron de la mano y lo llevaron a la ciudad de Damasco.

9 Allí Saulo estuvo ciego durante tres días, y no quiso comer ni beber nada.

10 En Damasco vivía un seguidor de Jesús llamado Ananías. En una visión que tuvo, oyó que el Señor Jesús lo llamaba: —¡Ananías! ¡Ananías! —Señor, aquí estoy— respondió. Y el Señor le dijo:

11 —Levántate y ve a la Calle Recta. En la casa de Judas, busca a un hombre de la ciudad de Tarso. Se llama Saulo, y está orando allí.

12 Yo le he mostrado que un hombre, llamado Ananías, llegará a poner sus manos sobre él, para que pueda ver de nuevo.

13 —Señor— respondió Ananías, —me han contado que en Jerusalén este hombre ha hecho muchas cosas terribles contra tus seguidores.

14 ¡Hasta el jefe de los sacerdotes le ha dado permiso para que atrape aquí, en Damasco, a todos los que te adoran!

15 Sin embargo, el Señor Jesús le dijo: —Ve, porque yo he elegido a ese hombre para que me sirva. Él hablará de mí ante reyes y gente que no me conoce, y ante el pueblo de Israel.

16 Yo le voy a mostrar lo mucho que va a sufrir por mí.

17 Ananías fue y entró en la casa donde estaba Saulo. Al llegar, le puso las manos sobre la cabeza y le dijo: Amigo Saulo, el Señor Jesús se te apareció cuando venías hacia Damasco. Él mismo me mandó que viniera aquí, para que puedas ver de nuevo y para que recibas el Espíritu Santo.

18 Al instante, algo duro, parecido a las escamas de pescado, cayó de los ojos de Saulo, y éste pudo volver a ver. Entonces se puso de pie y fue bautizado.

19 Después de eso, comió y tuvo nuevas fuerzas.

Saulo huye de Damasco

Saulo pasó algunos días allí en Damasco, con los seguidores de Jesús,

20 y muy pronto empezó a ir a las sinagogas para anunciar a los judíos que Jesús era el Hijo de Dios.

21 Todos los que lo oían, decían asombrados: Pero si es el mismo que allá, en Jerusalén, perseguía y maltrataba a los seguidores de Jesús. Precisamente vino a Damasco a buscar más seguidores, para llevarlos atados ante los sacerdotes principales.

22 Y cada día Saulo hablaba con más poder del Espíritu Santo, y les probaba que Jesús era el Mesías. Sin embargo, los judíos que vivían en Damasco lo escuchaban, pero no entendían nada.

23 Tiempo después, se pusieron de acuerdo para matarlo;

24 pero Saulo se dio cuenta de ese plan. Supo que la entrada de la ciudad era vigilada de día y de noche, y que habían puesto hombres para matarlo.

25 Así que, una noche, los seguidores de Jesús lo escondieron dentro de un canasto y lo bajaron por la muralla de la ciudad.

Saulo en Jerusalén

26 Saulo se fue a la ciudad de Jerusalén, y allí trató de unirse a los seguidores de Jesús. Pero éstos tenían miedo de Saulo, pues no estaban seguros de que en verdad él creyera en Jesús.

27 Bernabé sí lo ayudó, y lo llevó ante los apóstoles. Allí Bernabé les contó cómo Saulo se había encontrado con el Señor Jesús en el camino a Damasco, y cómo le había hablado. También les contó que allí, en Damasco, Saulo había anunciado sin miedo la buena noticia acerca de Jesús.

28 Desde entonces Saulo andaba con los demás seguidores de Jesús en toda la ciudad de Jerusalén, y hablaba sin miedo acerca del Señor Jesús.

29 También trataba de convencer a los judíos de habla griega, pero ellos empezaron a hacer planes para matarlo.

30 Cuando los seguidores de Jesús se enteraron, llevaron a Saulo hasta la ciudad de Cesarea, y de allí lo enviaron a la ciudad de Tarso.

31 En las regiones de Judea, Galilea y Samaria, los miembros de la iglesia vivían sin miedo de ser maltratados. Seguían adorando al Señor, y cada día confiaban más en él. Con la ayuda del Espíritu Santo, cada vez se unían más y más personas al grupo de seguidores del Señor Jesús.

Pedro sana a Eneas

32 Pedro viajaba por muchos lugares, para visitar a los seguidores del Señor Jesús. En cierta ocasión, pasó a la ciudad de Lida, para visitar a los miembros de la iglesia en ese lugar.

33 Allí conoció a un hombre llamado Eneas, que desde hacía ocho años estaba enfermo y no podía levantarse de su cama.

34 Pedro le dijo: Eneas, Jesús el Mesías te ha sanado. Levántate y arregla tu cama. Al instante, Eneas se levantó.

35 Al ver ese milagro, todos los que vivían en Lida y en la región de Sarón creyeron en el Señor Jesús.

Tabitá vuelve a vivir

36 En el puerto de Jope vivía una seguidora de Jesús llamada Tabitá. Su nombre griego era Dorcas, que significa Gacela. Tabitá siempre servía a los demás y ayudaba mucho a los pobres.

37 Por esos días Tabitá se enfermó y murió. Entonces, de acuerdo con la costumbre, lavaron su cuerpo y lo pusieron en un cuarto del piso superior de la casa.

38 Pedro estaba en Lida, ciudad cercana al puerto de Jope. Cuando los seguidores de Jesús que vivían en Jope lo supieron, enseguida enviaron a dos hombres con este mensaje urgente: Por favor, venga usted tan pronto como pueda.

39 De inmediato, Pedro se fue a Jope con ellos. Al llegar, lo llevaron a donde estaba el cuerpo de Tabitá. Muchas viudas se acercaron llorosas a Pedro, y todas le mostraban los vestidos y los mantos que Tabitá les había hecho cuando aún vivía.

40 Pedro mandó que toda la gente saliera del lugar. Luego se arrodilló y oró al Señor. Después de eso, se dio vuelta hacia donde estaba el cuerpo de Tabitá y le ordenó: ¡Tabitá, levántate! Ella abrió los ojos, miró a Pedro y se sentó.

41 Pedro le dio la mano para ayudarla a ponerse de pie; luego llamó a los seguidores de Jesús y a las viudas, y les presentó a Tabitá viva.

42 Todos los que vivían en Jope se enteraron de esto, y muchos creyeron en el Señor Jesús.

43 Por un tiempo Pedro se quedó en Jope, en la casa de un hombre llamado Simón, que se dedicaba a curtir pieles.

10 Cornelio recibe un mensaje especial

1 En la ciudad de Cesarea vivía un hombre llamado Cornelio. Era capitán de un grupo de cien soldados romanos, al que se conocía como Regimiento Italiano.

2 Cornelio y todos los de su casa amaban y adoraban a Dios. Además, Cornelio ayudaba mucho a los judíos pobres, y siempre oraba a Dios.

3 Un día, a eso de las tres de la tarde, Cornelio tuvo una visión, en la que claramente veía que un ángel de Dios llegaba a donde él estaba y lo llamaba por su nombre.

4 Cornelio sintió miedo, pero miró fijamente al ángel y le respondió: ¿Qué desea mi Señor? El ángel le dijo: Dios ha escuchado tus oraciones, y está contento con todo lo que haces para ayudar a los pobres.

5 Envía ahora mismo dos hombres al puerto de Jope. Diles que busquen allí a un hombre llamado Pedro,

6 que está viviendo en casa de un curtidor de pieles llamado Simón. La casa está junto al mar.

7 Tan pronto como el ángel se fue, Cornelio llamó a dos de sus sirvientes. Llamó también a un soldado de su confianza que amaba a Dios,

8 y luego de contarles todo lo que le había pasado, los envió a Jope.

Pedro recibe un mensaje especial

9 Al día siguiente, mientras el soldado y los sirvientes se acercaban al puerto de Jope, Pedro subió a la azotea de la casa para orar. Era como el mediodía.

10 De pronto, sintió hambre y quiso comer algo. Mientras le preparaban la comida, Pedro tuvo una visión.

11 Vio que el cielo se abría, y que bajaba a la tierra algo como un gran manto, colgado de las cuatro puntas.

12 En el manto había toda clase de animales, y hasta reptiles y aves.

13 Pedro oyó la voz de Dios, que le decía: ¡Pedro, mata y come de estos animales!

14 Pedro respondió: ¡No, Señor, de ninguna manera! Nuestra ley no nos permite comer carne de esos animales, y yo jamás he comido nada que esté prohibido.

15 Dios le dijo: Pedro, si yo digo que puedes comer de estos animales, no digas tú que son malos.

16 Esto ocurrió tres veces. Luego, Dios retiró el manto y lo subió al cielo.

17 Mientras tanto, Pedro se quedó admirado, pensando en el significado de esa visión. En eso, los hombres que Cornelio había enviado llegaron a la casa de Simón

18 y preguntaron: ¿Es aquí donde vive un hombre llamado Pedro?

19 Pedro seguía pensando en lo que había visto, pero el Espíritu del Señor le dijo: Mira, unos hombres te buscan.

20 Baja y vete con ellos. No te preocupes, porque yo los he enviado.

21 Entonces Pedro bajó y les dijo a los hombres: —Yo soy Pedro. ¿Para qué me buscan?

22 Ellos respondieron: —Nos envía el capitán Cornelio, que es un hombre bueno y obedece a Dios. Todos los judíos lo respetan mucho. Un ángel del Señor se le apareció y le dijo: «Haz que Pedro venga a tu casa, y escucha bien lo que va a decirte».

23 Pedro les dijo: —Entren en la casa, y pasen aquí la noche. Al amanecer, Pedro y aquellos hombres se prepararon y salieron hacia la ciudad de Cesarea. Con ellos fueron algunos miembros de la iglesia del puerto de Jope.

Pedro habla en la casa de Cornelio

24 Un día después llegaron a Cesarea. Cornelio estaba esperándolos, junto con sus familiares y un grupo de sus mejores amigos, a quienes él había invitado.

25 Cuando Pedro estuvo frente a la casa, Cornelio salió a recibirlo, y con mucho respeto se arrodilló ante él.

26 Pedro le dijo: Levántate Cornelio, que no soy ningún dios.

27 Luego se pusieron a conversar, y entraron juntos en la casa. Allí Pedro encontró a toda la gente que se había reunido para recibirlo,

28 y les dijo: —Ustedes deben saber que a nosotros, los judíos, la ley no nos permite visitar a personas de otra raza ni estar con ellas. Pero Dios me ha mostrado que yo no debo rechazar a nadie.

29 Por eso he aceptado venir a esta casa. Díganme, ¿para qué me han hecho venir?

30 Cornelio le respondió: —Hace cuatro días, como a las tres de la tarde, yo estaba aquí en mi casa, orando. De pronto se me apareció un hombre con ropa muy brillante,

31 y me dijo: «Cornelio, Dios ha escuchado tus oraciones, y ha tomado en cuenta todo lo que has hecho para ayudar a los pobres.

32 Envía a Jope unos mensajeros, para que busquen a un hombre llamado Pedro, que está viviendo en casa de un curtidor de pieles llamado Simón. La casa está junto al mar».

33 Enseguida envié a mis mensajeros, y tú has aceptado muy amablemente mi invitación. Todos estamos aquí, listos para oír lo que Dios te ha ordenado que nos digas, y estamos seguros de que él nos está viendo en este momento.

34 Entonces Pedro comenzó a decirles: —Ahora comprendo que para Dios todos somos iguales.

35 Dios ama a todos los que lo obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean.

36 Éste es el mismo mensaje que Dios enseñó a los israelitas por medio de Jesús, el Mesías y Señor que manda sobre todos; para que por medio de él todos vivan en paz con Dios.

37 Ustedes ya saben lo que ha pasado en toda la región de Judea. Todo comenzó en Galilea, después de que Juan bautizó a

38 Jesús de Nazaret y Dios le dio el poder del Espíritu Santo. Como Dios estaba con él, Jesús hizo siempre lo bueno y sanó a todos los que vivían bajo el poder del diablo.

39 Nosotros vimos todas las cosas que Jesús hizo en la ciudad de Jerusalén y en todo el territorio judío. Y también vimos cuando lo mataron clavándolo en una cruz.

40 Pero tres días después Dios lo resucitó y nos permitió verlo de nuevo,

41 y comer y beber con él. Dios no permitió que todos lo vieran. Sólo nos lo permitió a nosotros, porque ya nos había elegido para anunciar que Jesús vive.

42 Jesús nos ha encargado anunciar que Dios lo ha nombrado juez de todo el mundo, y que él juzgará a los que aún viven y a los que ya han muerto.

43 Los profetas hablaron acerca de Jesús, y dijeron que Dios perdonará a todos los que confíen en él. Sólo por medio de él podemos alcanzar el perdón de Dios.

44 Todavía estaba hablando Pedro con ellos cuando, de repente, el Espíritu Santo vino sobre todos los que estaban escuchando el mensaje.

45 Los que habían venido de Jope con Pedro se quedaron sorprendidos al ver que el Espíritu Santo había venido también sobre los que no eran judíos.

46 Y los oían hablar y alabar a Dios en idiomas desconocidos.

47 Pedro les dijo a sus compañeros: Dios ha enviado el Espíritu Santo para dirigir la vida de gente de otros países, así como nos lo envió a nosotros, los judíos. Ahora nadie puede impedir que también los bauticemos.

48 Habiendo dicho esto, Pedro ordenó que todos fueran bautizados en el nombre de Jesús, el Mesías. Luego, ellos le rogaron a Pedro que se quedara en su casa algunos días más.

11 Pedro regresa a Jerusalén

1-2 En toda la región de Judea se supo que también los que no eran judíos habían recibido el mensaje de Dios. Así que, cuando Pedro regresó a Jerusalén, los apóstoles y los seguidores judíos se pusieron a discutir con él.

3 Y le reclamaron: —¡Tú entraste en la casa de gente que no es judía, y hasta comiste con ellos!

4 Pedro empezó a explicarles todo lo que había pasado:

5 —Un día, yo estaba orando en el puerto de Jope. De pronto, tuve una visión: Vi que del cielo bajaba algo como un gran manto, colgado de las cuatro puntas.

6 Miré con atención, y en el manto había toda clase de animales domésticos y salvajes, y también serpientes y aves.

7 Luego oí la voz de Dios, que me dijo: «Pedro, levántate; mata y come de estos animales».

8 Yo le respondí: «¡No, Señor, de ninguna manera! Nuestra ley no nos permite comer carne de esos animales. Yo jamás he comido alimentos prohibidos».

9 Pero Dios me dijo: «Si yo digo que puedes comer de estos animales, no digas que eso es malo».

10 Esto ocurrió tres veces. Luego Dios retiró el manto y lo devolvió al cielo.

11 Poco después llegaron tres hombres, que fueron a buscarme desde Cesarea.

12 El Espíritu Santo me dijo que fuera con ellos y que no tuviera miedo. Seis miembros de la iglesia de Jope fueron conmigo. Al llegar a Cesarea, entramos en la casa de Cornelio.

13 Él nos contó que un ángel del Señor se le había aparecido y le había dicho: «Envía unos mensajeros a Jope, para que hagan venir a un hombre llamado Pedro.

14 El mensaje que él te va a dar hará que se salven tú y toda tu familia».

15 Yo empecé a hablarles, y de pronto el Espíritu Santo vino sobre todos ellos, así como nos ocurrió a nosotros al principio.

16 Y me acordé de que el Señor Jesús nos había dicho: «Juan bautizó con agua, pero a ustedes Dios los va a bautizar con el Espíritu Santo».

17 Entonces pensé: «Dios le ha dado a esta gente el mismo regalo que nos dio a nosotros los judíos, porque creímos en Jesús, el Mesías y Señor». Y yo no soy más poderoso que Dios para ponerme en contra de lo que él ha decidido hacer.

18 Cuando los hermanos judíos oyeron esto, dejaron de discutir y se pusieron a alabar a Dios. Y decían muy admirados: ¡Así que también a los que no son judíos Dios les ha permitido arrepentirse y tener vida eterna!

La buena noticia llega a Antioquía

19 Después de la muerte de Esteban, los seguidores de Jesús fueron perseguidos y maltratados. Por eso muchos de ellos huyeron a la región de Fenicia y a la isla de Chipre, y hasta el puerto de Antioquía. En todos esos lugares, ellos anunciaban las buenas noticias de Jesús solamente a la gente judía.

20 Sin embargo, algunos de Chipre y otros de Cirene fueron a Antioquía y anunciaron el mensaje del Señor Jesús también a los que no eran judíos.

21 Y Dios les dio poder y los ayudó para que muchos aceptaran el mensaje y creyeran en Jesús.

22 Los de la iglesia de Jerusalén supieron lo que estaba pasando en Antioquía, y enseguida mandaron para allá a Bernabé.

23-24 Bernabé era un hombre bueno, que tenía el poder del Espíritu Santo y confiaba solamente en el Señor. Cuando Bernabé llegó y vio que Dios había bendecido a toda esa gente, se alegró mucho y los animó para que siguieran siendo fieles y obedientes al Señor. Y fueron muchos los que escucharon a Bernabé y obedecieron el mensaje de Dios.

25 De allí, Bernabé se fue a la ciudad de Tarso, para buscar a Saulo[l].

26 Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. Allí estuvieron un año con toda la gente de la iglesia, y enseñaron a muchas personas. Fue allí, en Antioquía, donde por primera vez la gente comenzó a llamar cristianos a los seguidores de Jesús.

27 En ese tiempo, unos profetas fueron de Jerusalén a Antioquía.

28 Uno de ellos, llamado Agabo, recibió la ayuda del Espíritu Santo y anunció que mucha gente en el mundo no tendría nada para comer. Y esto ocurrió, en verdad, cuando el emperador Claudio[m] gobernaba en Roma.

29 Los seguidores de Jesús en Antioquía se pusieron de acuerdo para ayudar a los cristianos en la región de Judea, y cada uno dio todo lo que pudo dar.

30 Entonces Bernabé y Saulo llevaron el dinero a Jerusalén, y lo entregaron a los líderes de la iglesia.

12 Matan a Santiago y encarcelan a Pedro

1 En aquel tiempo Herodes Agripa[n] gobernaba a los judíos, y empezó a maltratar a algunos miembros de la iglesia.

2 Además, mandó que mataran a Santiago, el hermano de Juan.

3-4 Y como vio que esto les agradó a los judíos, mandó que apresaran a Pedro, que lo encerraran hasta que pasara la fiesta de la Pascua, y que cuatro grupos de soldados vigilaran la cárcel. Herodes planeaba acusar a Pedro delante del pueblo judío y ordenar que lo mataran, pero no quería hacerlo en esos días, porque los judíos estaban celebrando la fiesta de los panes sin levadura.

El Señor libera a Pedro

5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, los miembros de la iglesia oraban a Dios por él en todo momento.

6 Una noche, Pedro estaba durmiendo en medio de dos soldados y atado con dos cadenas. Afuera, los demás soldados seguían vigilando la entrada de la cárcel. Era un día antes de que Herodes Agripa presentara a Pedro ante el pueblo.

7 De repente, un ángel de Dios se le apareció, y una luz brilló en la cárcel. El ángel tocó a Pedro para despertarlo, y le dijo: Levántate, date prisa. En ese momento las cadenas se cayeron de las manos de Pedro,

8 y el ángel le ordenó: Ponte el cinturón y ajústate las sandalias. Pedro obedeció. Luego el ángel le dijo: Cúbrete con tu manto, y sígueme.

9 Pedro siguió al ángel, sin saber si todo eso realmente estaba sucediendo, o si era sólo un sueño.

10 Pasaron frente a los soldados y, cuando llegaron a la salida principal, el gran portón de hierro se abrió solo. Caminaron juntos por una calle y, de pronto, el ángel desapareció.

11 Pedro entendió entonces lo que le había pasado, y dijo: Esto es verdad. Dios envió a un ángel para librarme de todo lo malo que Herodes Agripa y los judíos querían hacerme.

12 Enseguida Pedro se fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos, pues muchos de los seguidores de Jesús estaban orando allí.

13 Pedro llegó a la entrada de la casa y llamó a la puerta. Una sirvienta llamada Rode salió a ver quién llamaba.

14 Al reconocer la voz de Pedro, fue tanta su alegría que, en vez de abrir la puerta, se fue corriendo a avisarles a los demás.

15 Todos le decían que estaba loca, pero como ella insistía en que Pedro estaba a la puerta, pensaron entonces que tal vez había visto a un ángel.

16 Mientras tanto, Pedro seguía llamando a la puerta. Cuando finalmente le abrieron, todos se quedaron sorprendidos de verlo allí.

17 Pedro les hizo señas para que se callaran, y empezó a contarles cómo Dios lo había sacado de la cárcel. También les dijo: Vayan y cuenten esto a Jacobo y a los demás seguidores de Jesús. Luego se despidió de todos, y se fue a otro pueblo.

18 Al amanecer, hubo un gran alboroto entre los soldados. Ninguno sabía lo que había pasado, pero todos preguntaban: ¿Dónde está Pedro?

19 El rey Herodes Agripa ordenó a sus soldados que buscaran a Pedro, pero ellos no pudieron encontrarlo. Entonces Herodes les echó la culpa y mandó que los mataran. Después de esto, Herodes salió de Judea y se fue a vivir por un tiempo en Cesarea.

Dios castiga a Herodes Agripa

20 Herodes Agripa estaba muy enojado con la gente de los puertos de Tiro y de Sidón. Por eso un grupo de gente de esos puertos fue a ver a Blasto, un asistente muy importante en el palacio de Herodes Agripa, y le dijeron: Nosotros no queremos pelear con Herodes, porque nuestra gente recibe alimentos a través de su país. Entonces Blasto convenció a Herodes para que los recibiera.

21 El día en que iba a recibirlos, Herodes se vistió con sus ropas de rey y se sentó en su trono. Luego, lleno de orgullo, les habló.

22 Entonces la gente empezó a gritar: ¡Herodes Agripa, tú no hablas como un hombre, sino como un dios!

23 En ese momento, un ángel de Dios hizo que Herodes se pusiera muy enfermo, porque Herodes se había creído Dios. Más tarde murió, y los gusanos se lo comieron.

24 Los cristianos siguieron anunciando el mensaje de Dios.

25 Bernabé y Saulo[o] terminaron su trabajo en Jerusalén y regresaron a Antioquía. Con ellos se llevaron a Juan Marcos.

13 Una misión especial

1 En la iglesia de Antioquía estaban Bernabé, Simeón el Negro, Lucio el del pueblo de Cirene, Menahem y Saulo. Menahem había crecido con el rey Herodes Antipas. Todos ellos eran profetas y maestros.

2 Un día, mientras ellos estaban adorando al Señor y ayunando, el Espíritu Santo les dijo: Prepárenme a Bernabé y a Saulo. Yo los he elegido para una misión especial.

3 Todos siguieron orando y ayunando; después oraron por Bernabé y Saulo, les pusieron las manos sobre la cabeza, y los despidieron.

Bernabé y Saulo en Chipre

4 El Espíritu Santo envió a Bernabé y a Saulo a anunciar el mensaje de Dios. Primero fueron a la región de Seleucia, y allí tomaron un barco que los llevó a la isla de Chipre.

5 En cuanto llegaron al puerto de Salamina, comenzaron a anunciar el mensaje de Dios en las sinagogas de los judíos. Juan Marcos fue con ellos como ayudante.

6 Después atravesaron toda la isla y llegaron al puerto de Pafos. Allí encontraron a Barjesús, un judío que hacía brujerías y que, según decía, hablaba de parte de Dios.

7-8 Barjesús era amigo de Sergio Paulo, un hombre inteligente que era gobernador de Chipre. Sergio Paulo mandó a llamar a Bernabé y a Saulo, pues tenía muchos deseos de oír el mensaje de Dios. Pero el brujo Barjesús, al que en griego lo llamaban Elimas, se puso frente a ellos para no dejarlos pasar, pues no quería que el gobernador los escuchara y creyera en el Señor Jesús.

9 Entonces Saulo, que también se llamaba Pablo y tenía el poder del Espíritu Santo, miró fijamente al brujo y le dijo:

10 Tú eres un hijo del diablo, un mentiroso y un malvado. A ti no te gusta hacer lo bueno. ¡Deja ya de mentir diciendo que hablas de parte de Dios!

11 Ahora Dios te va a castigar: te quedarás ciego por algún tiempo y no podrás ver la luz del sol. En ese mismo instante, Elimas sintió como si una nube oscura le hubiera cubierto los ojos, y se quedó completamente ciego. Andaba como perdido, buscando que alguien le diera la mano para guiarlo.

12 Al ver esto, el gobernador se quedó muy admirado de la enseñanza acerca del Señor Jesús, y en verdad creyó en él.

Pablo y Bernabé en Pisidia

13 En Pafos, Pablo y sus compañeros subieron a un barco y se fueron a la ciudad de Perge, que estaba en la región de Panfilia. Allí, Juan Marcos se separó del grupo y regresó a la ciudad de Jerusalén.

14 Pablo y los demás siguieron el viaje a pie hasta la ciudad de Antioquía, en la región de Pisidia. Un sábado fueron a la sinagoga de la ciudad, y se sentaron allí.

15 Alguien leyó un pasaje de la Biblia y, al terminar, los jefes de la sinagoga mandaron a decir a Pablo y a los demás: Amigos israelitas, si tienen algún mensaje para darle ánimo a la gente, pueden tomar la palabra.

16 Pablo se puso de pie, levantó la mano para pedir silencio, y dijo: Israelitas, y todos ustedes, los que aman y obedecen a Dios, escúchenme.

17 El Dios de Israel eligió a nuestros antepasados para hacer de ellos un gran pueblo. Los eligió cuando ellos estaban en Egipto. Luego los egipcios los hicieron esclavos, pero Dios, con su gran poder, los sacó de allí.

18 El pueblo anduvo en el desierto unos cuarenta años, y durante todo ese tiempo Dios los cuidó[p].

19 Después Dios destruyó a siete países en el territorio de Canaán, y le dio ese territorio al pueblo de Israel.

20 Todo esto sucedió en un lapso de cuatrocientos cincuenta años. Luego Dios envió a unos hombres para que fueran los líderes de la nación, y continuó enviando líderes hasta que llegó el profeta Samuel.

21 Pero todos le pidieron a Dios que los dejara tener un rey que los gobernara. Dios nombró entonces a Saúl rey de la nación. Saúl era hijo de un hombre llamado Quis, que era de la tribu de Benjamín. Y gobernó Saúl durante cuarenta años.

22 Luego, Dios lo quitó del trono y puso como nuevo rey a David. Acerca de David, Dios dijo: «Yo quiero mucho a David el hijo de Jesé, pues siempre me obedece en todo».

23 Dios prometió que un descendiente de David vendría a salvar al pueblo israelita. Pues bien, ese descendiente de David es Jesús.

24 Antes de que él llegara, Juan el Bautista vino y le dijo a los israelitas que debían arrepentirse de sus pecados y ser bautizados.

25 Cuando Juan estaba a punto de morir, les dijo a los israelitas: «Yo no soy el Mesías que Dios les prometió. Él vendrá después, y yo ni siquiera merezco ser su esclavo».

26 Pónganme atención, amigos israelitas descendientes de Abraham. Y pónganme atención también ustedes, los que obedecen a Dios aunque no son israelitas. Este mensaje de salvación es para todos nosotros.

27 Sabemos que los habitantes de Jerusalén y los líderes del país no se dieron cuenta de quién era Jesús. Todos los sábados leían los libros de los profetas, pero no se dieron cuenta de que esos libros se referían a Jesús. Entonces ordenaron matar a Jesús y, sin saberlo, cumplieron así lo que los profetas habían anunciado.

28 Aunque no tenían nada de qué acusarlo, le pidieron a Pilato que lo matara.

29 Luego, cuando hicieron todo lo que los profetas habían anunciado, bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús y lo pusieron en una tumba.

30 Pero Dios hizo que Jesús resucitara,

31 y durante muchos días Jesús se apareció a todos los discípulos. Éstos habían viajado con él desde la región de Galilea hasta la ciudad de Jerusalén. Ahora ellos les cuentan a todos quién es Jesús.

32 Dios prometió a nuestros antepasados que enviaría a un salvador, y nosotros les estamos dando esa buena noticia:

33 Dios ha cumplido su promesa, pues resucitó a Jesús. Todo sucedió como dice en el segundo salmo: «Tú eres mi Hijo; desde hoy soy tu padre»[q].

34 Dios ya había anunciado en la Biblia que Jesús resucitaría, y que no dejaría que el cuerpo de Jesús se descompusiera en la tumba. Así lo había anunciado cuando le dijo: «Te haré las mismas promesas que hice a David; promesas especiales, ¡promesas que se cumplirán!».

35 Por eso, en otro salmo dice: «No dejarás mi cuerpo en la tumba; no dejarás que tu amigo fiel sufra la muerte».

36 La verdad es que David obedeció todo lo que Dios le ordenó. Pero luego murió y fue enterrado en la tumba de sus antepasados, y su cuerpo se descompuso.

37 En cambio, Dios resucitó a Jesús, y su cuerpo no se descompuso.

38 Amigos israelitas, éste es el mensaje que anunciamos: ¡Jesús puede perdonarles sus pecados! La ley de Moisés no puede librarlos de todos sus pecados,

39 pero Dios perdona a todo aquel que cree en Jesús.

40 Tengan cuidado, para que no reciban el castigo que anunciaron los profetas, cuando dijeron:

41 «Ustedes se burlan de Dios, pero asómbrense ahora y huyan. Tan terribles serán los castigos que les daré a los desobedientes, que no van a creerlo si alguien se los cuenta».

42 Cuando Pablo y sus amigos salieron de la sinagoga, la gente les rogó que volvieran el siguiente sábado y les hablaran más de todo esto.

43 Muchos judíos, y algunos extranjeros que habían seguido la religión judía, se fueron con ellos. A éstos, Pablo y Bernabé les pidieron que nunca dejaran de confiar en el amor de Dios.

44 Al sábado siguiente, casi toda la gente de la ciudad se reunió en la sinagoga, para oír el mensaje de Dios que iban a dar Pablo y Bernabé.

45 Pero cuando los judíos vieron reunida a tanta gente, tuvieron envidia. Entonces comenzaron a decir que Pablo estaba equivocado en todo lo que decía, y también lo insultaron.

46 Pero Pablo y Bernabé les contestaron con mucha valentía: Nuestra primera obligación era darles el mensaje de Dios a ustedes los judíos. Pero como ustedes lo rechazan y no creen merecer la vida eterna, ahora les anunciaremos el mensaje a los que no son judíos.

47 Porque así nos lo ordenó Dios: «Yo te he puesto, Israel, para que seas luz de las naciones; para que anuncies mi salvación hasta el último rincón del mundo».

48 Cuando los que no eran judíos oyeron eso, se pusieron muy contentos y decían que el mensaje de Dios era bueno. Y todos los que Dios había elegido para recibir la vida eterna creyeron en él.

49 El mensaje de Dios se anunciaba por todos los lugares de aquella región.

50 Pero los judíos hablaron con las mujeres más respetadas y religiosas de la ciudad, y también con los hombres más importantes, y los convencieron de perseguir a Pablo y a Bernabé, y de echarlos fuera de esa región.

51 Por eso Pablo y Bernabé, en señal de rechazo contra ellos, se sacudieron los pies para quitarse el polvo de ese lugar, y se fueron a Iconio.

52 Los seguidores de Jesús que se quedaron en Antioquía estaban muy alegres, y recibieron todo el poder del Espíritu Santo.

14 Pablo y Bernabé en Iconio

1 Cuando Pablo y Bernabé llegaron a la ciudad de Iconio, entraron juntos en la sinagoga de los judíos. Allí hablaron a la gente acerca de Jesús, y muchos judíos y gente de otros pueblos creyeron en él.

2 Pero los judíos que no creyeron en Jesús hicieron que se enojaran los que no eran judíos, y los pusieron en contra de los seguidores de Jesús.

3 Pablo y Bernabé se quedaron en Iconio por algún tiempo. Confiaban mucho en Dios y le contaban a la gente toda la verdad acerca del amor de Dios. El Señor les daba poder para hacer milagros y maravillas, para que así la gente creyera todo lo que decían.

4 La gente de Iconio no sabía qué hacer, pues unos apoyaban a los judíos, y otros a Pablo y a Bernabé.

5 Entonces los judíos, y los que no eran judíos, se pusieron de acuerdo con los líderes de Iconio, y decidieron maltratar a Pablo y a Bernabé, y matarlos a pedradas.

6-7 Pero Pablo y Bernabé se dieron cuenta y huyeron a la región de Licaonia y sus alrededores. Allí anunciaron las buenas noticias en los pueblos de Listra y Derbe.

Problemas en Listra

8 En el pueblo de Listra había un hombre que nunca había podido caminar. Era cojo desde el día en que nació. Este hombre estaba sentado,

9 escuchando a Pablo, quien lo miró fijamente, y se dio cuenta de que el hombre confiaba en que él podía sanarlo.

10 Entonces le dijo en voz alta: ¡Levántate y camina! Aquel hombre dio un salto y comenzó a caminar.

11 Al ver lo que Pablo hizo, los allí presentes comenzaron a gritar en el idioma licaonio: ¡Los dioses han tomado forma humana, y han venido a visitarnos!

12-13 Y el sacerdote y la gente querían ofrecer sacrificios en honor de Bernabé y de Pablo. Pensaban que Bernabé era el dios Zeus, y que Pablo era el dios Hermes[r], porque él era el que hablaba. Y como el templo del dios Zeus estaba a la entrada del pueblo, el sacerdote llevó al templo toros y adornos de flores.

14 Cuando Bernabé y Pablo se dieron cuenta de lo que pasaba, rompieron su ropa para mostrar su horror por lo que la gente hacía. Luego se pusieron en medio de todos, y gritaron:

15 ¡Oigan! ¿Por qué hacen esto? Nosotros no somos dioses, somos simples hombres, como ustedes. Por favor, ya no hagan estas tonterías, sino pídanle perdón a Dios. Él es quien hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos.

16 Y aunque en otro tiempo permitió que todos hicieran lo que quisieran,

17 siempre ha mostrado quién es él, pues busca el bien de todos. Él hace que llueva y que las plantas den a tiempo sus frutos, para que todos tengan qué comer y estén siempre alegres.

18 A pesar de lo que Bernabé y Pablo dijeron, les fue muy difícil convencer a la gente de no ofrecerles sacrificios.

19 Pero llegaron unos judíos de Iconio y Antioquía, y convencieron a la gente para que se pusiera en contra de Pablo. Entonces la gente lo apedreó y, pensando que estaba muerto, lo arrastró fuera del pueblo.

20 Pero Pablo, rodeado de los seguidores de Jesús, se levantó y entró de nuevo en el pueblo. Al día siguiente, se fue con Bernabé al pueblo de Derbe.

Pablo y Bernabé vuelven a Antioquía

21 Pablo y Bernabé anunciaron las buenas noticias en Derbe, y mucha gente creyó en Jesús. Después volvieron a los pueblos de Listra, Iconio y Antioquía.

22 Allí visitaron a los que habían creído en Jesús, y les recomendaron que siguieran confiando en él. También les dijeron: Debemos sufrir mucho antes de entrar en el reino de Dios.

23 En cada iglesia, Pablo y Bernabé nombraron líderes para que ayudaran a los seguidores de Jesús. Después de orar y ayunar, ponían las manos sobre esos líderes y le pedían a Dios que los ayudara, pues ellos habían creído en él.

24 Pablo y Bernabé continuaron su viaje, y pasaron por la región de Pisidia hasta llegar a la región de Panfilia.

25 Allí anunciaron las buenas noticias, primero a los del pueblo de Perge y luego a los de Atalía.

26 Después tomaron un barco y se fueron a la ciudad de Antioquía, en la región de Siria. En esa ciudad, los miembros de la iglesia le habían pedido a Dios con mucho amor que cuidara a Pablo y a Bernabé, para que no tuvieran problemas al anunciar las buenas noticias.

27 Cuando Pablo y Bernabé llegaron a Antioquía, se reunieron con los miembros de la iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. Les contaron también cómo el Señor los había ayudado a anunciar las buenas noticias a los que no eran judíos, para que también ellos pudieran creer en Jesús.

28 Pablo y Bernabé se quedaron allí mucho tiempo con los miembros de la iglesia.

15 Una decisión bien pensada

1 Por esos días llegaron a Antioquía algunos hombres de la región de Judea. Ellos enseñaban a los seguidores de Jesús que debían circuncidarse, porque así lo ordenaba la ley de Moisés. Les enseñaban también que, si no se circuncidaban, Dios no los salvaría.

2 Pablo y Bernabé no estaban de acuerdo con eso, y discutieron con ellos. Por esa razón, los de la iglesia de Antioquía les pidieron a Pablo y a Bernabé que fueran a Jerusalén, y que trataran de resolver ese problema con los apóstoles y los líderes de la iglesia en esa ciudad. Pablo y Bernabé se pusieron en camino, y algunos otros seguidores los acompañaron.

3 En su camino a Jerusalén pasaron por las regiones de Fenicia y Samaria. Allí les contaron a los cristianos judíos que mucha gente no judía había decidido seguir a Dios. Al oír esta noticia, los cristianos judíos se alegraron mucho.

4 Pablo y Bernabé llegaron a Jerusalén. Allí fueron recibidos por los miembros de la iglesia, los apóstoles y los líderes. Luego Pablo y Bernabé les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos.

5 Pero algunos fariseos que se habían convertido en seguidores de Jesús, dijeron: A los que han creído en Jesús, pero que no son judíos, debemos exigirles que obedezcan la ley de Moisés y se circunciden.

6 Los apóstoles y los líderes de la iglesia se reunieron para tomar una decisión bien pensada.

7 Luego de una larga discusión, Pedro les dijo: Amigos míos, como ustedes saben, hace algún tiempo Dios me eligió para anunciar las buenas noticias de Jesús a los que no son judíos, para que ellos crean en él.

8 Y Dios, que conoce nuestros pensamientos, ha demostrado que también ama a los que no son judíos, pues les ha dado el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros.

9 Dios no ha hecho ninguna diferencia entre ellos y nosotros, pues también a ellos les perdonó sus pecados cuando creyeron en Jesús.

10 ¿Por qué quieren ir en contra de lo que Dios ha hecho? ¿Por qué quieren obligar a esos seguidores de Jesús a obedecer leyes, que ni nuestros antepasados ni nosotros hemos podido obedecer?

11 Más bien, nosotros creemos que somos salvos gracias a que Jesús nos amó mucho, y también ellos lo creen.

12 Todos se quedaron callados. Luego, escucharon también a Bernabé y a Pablo, quienes contaron las maravillas y los milagros que, por medio de ellos, Dios había hecho entre los no judíos.

13 Cuando terminaron de hablar, Santiago, el hermano de Jesús, les dijo a todos: Amigos míos, escúchenme.

14 Simón Pedro nos ha contado cómo Dios, desde un principio, trató bien a los que no son judíos, y los eligió para que también formaran parte de su pueblo.

15 Esto es lo mismo que Dios anunció en la Biblia por medio de los profetas:

16 «Yo soy el Señor su Dios, y volveré de nuevo para que vuelva a reinar un descendiente de David.

17 Cuando eso pase, gente de otros países vendrá a mí, y serán mis elegidos.

18 Yo soy el Señor su Dios. Yo había prometido esto desde hace mucho tiempo».

19 Los que no son judíos han decidido ser seguidores de Dios. Yo creo que no debemos obligarlos a obedecer leyes innecesarias.

20 Sólo debemos escribirles una carta y pedirles que no coman ninguna comida que haya sido ofrecida a los ídolos. Que tampoco coman carne de animales que hayan muerto ahogados, ni carne que todavía tenga sangre. Además, deberán evitar las relaciones sexuales que la ley de Moisés prohíbe.

21 Hay que recordar que, desde hace mucho tiempo, en esos mismos pueblos y ciudades se ha estado enseñando y predicando la ley de Moisés. Esto pasa cada sábado en nuestras sinagogas.

La carta

22 Los apóstoles, los líderes y todos los miembros de la iglesia, decidieron elegir a algunos de ellos y enviarlos a Antioquía, junto con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, a quien la gente también llamaba Barsabás, y a Silas. Estos dos eran líderes de la iglesia.

23 Con ellos mandaron esta carta: Nosotros, los apóstoles y líderes de la iglesia en Jerusalén, les enviamos un cariñoso saludo a todos ustedes, los que viven en las regiones de Antioquía, Siria y Cilicia, y que no son judíos pero creen en Jesús.

24 Hemos sabido que algunos de aquí han ido a verlos, sin nuestro permiso, y los han confundido con sus enseñanzas.

25 Por eso hemos decidido enviarles a algunos de nuestra iglesia. Ellos acompañarán a nuestros queridos compañeros Bernabé y Pablo,

26 los cuales han puesto su vida en peligro por ser obedientes a nuestro Señor Jesucristo.

27 También les enviamos a Judas y a Silas. Ellos personalmente les explicarán el acuerdo a que hemos llegado.

28 Al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien no obligarlos a obedecer más que las siguientes reglas, que no podemos dejar de cumplir:

29 No coman carne de animales que hayan sido sacrificados en honor a los ídolos; no coman sangre ni carne de animales que todavía tengan sangre adentro, y eviten las relaciones sexuales que la ley de Moisés prohíbe. Si cumplen con esto, harán muy bien. Reciban nuestro cariñoso saludo.

30 Entonces Bernabé, Pablo, Judas y Silas se fueron a Antioquía. Cuando llegaron allá, se reunieron con los miembros de la iglesia y les entregaron la carta.

31 Cuando la carta se leyó, todos en la iglesia se pusieron muy alegres, pues lo que decía los tranquilizaba.

32 Además, como Judas y Silas eran profetas, hablaron con los seguidores de Jesús, y los tranquilizaron y animaron mucho.

33 Después de pasar algún tiempo con los de la iglesia en Antioquía, los que habían venido de Jerusalén fueron despedidos con mucho cariño.

34-35 Pero Silas, Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía y, junto con muchos otros seguidores, enseñaban y anunciaban las buenas noticias del Señor Jesucristo[s].

Pablo y Bernabé se separan

36 Tiempo después, Pablo le dijo a Bernabé: Regresemos a todos los pueblos y ciudades donde hemos anunciado las buenas noticias, para ver cómo están los seguidores de Jesús.

37 Bernabé quería que Juan Marcos los acompañara,

38 pero Pablo no estuvo de acuerdo. Y es que hacía algún tiempo, Juan Marcos los había abandonado en la región de Panfilia, pues no quiso seguir trabajando con ellos.

39 Pablo y Bernabé no pudieron ponerse de acuerdo, así que terminaron por separarse. Bernabé y Marcos tomaron un barco y se fueron a la isla de Chipre.

40 Por su parte, Pablo eligió a Silas como compañero. Luego, los miembros de la iglesia de Antioquía los despidieron, rogándole a Dios que no dejara de amarlos y cuidarlos. Entonces Pablo y Silas salieron de allí

41 y pasaron por las regiones de Siria y Cilicia, donde animaron a los miembros de las iglesias a seguir confiando en el Señor Jesús.

16 Timoteo acompaña a Pablo y a Silas

1 Pablo siguió su viaje y llegó a los pueblos de Derbe y de Listra. Allí vivía un joven llamado Timoteo, que era seguidor de Jesús. La madre de Timoteo era una judía cristiana, y su padre era griego.

2 Los miembros de la iglesia en Listra y en Iconio hablaban muy bien de Timoteo.

3 Por eso Pablo quiso que Timoteo lo acompañara en su viaje. Pero como todos los judíos de esos lugares sabían que el padre de Timoteo era griego, Pablo llevó a Timoteo para que lo circuncidaran[t].

4 Pablo y sus compañeros continuaron el viaje. En todos los pueblos por donde pasaban, informaban a los seguidores de Jesús de lo que se había decidido en Jerusalén.

5 Los miembros de las iglesias de todos esos lugares confiaban cada vez más en Jesús, y cada día más y más personas se unían a ellos.

Pablo tiene una visión

6 Pablo y sus compañeros intentaron anunciar el mensaje de Dios en la provincia de Asia, pero el Espíritu Santo no se lo permitió. Entonces viajaron por la región de Frigia y Galacia,

7 y llegaron a la frontera con la región de Misia. Luego intentaron pasar a la región de Bitinia, pero el Espíritu de Jesús tampoco les permitió hacerlo.

8 Entonces siguieron su viaje por la región de Misia, y llegaron al puerto de Tróade.

9 Al caer la noche, Pablo tuvo allí una visión. Vio a un hombre de la región de Macedonia, que le rogaba: ¡Por favor, venga usted a Macedonia y ayúdenos!

10 Cuando Pablo vio eso, todos nos preparamos[u] de inmediato para viajar a la región de Macedonia. Estábamos seguros de que Dios nos ordenaba ir a ese lugar, para anunciar las buenas noticias a la gente que allí vivía.

Pablo en Filipos

11 Salimos de Tróade en barco, y fuimos directamente a la isla de Samotracia. Al día siguiente, fuimos al puerto de Neápolis,

12 y de allí a la ciudad de Filipos. Ésta era la ciudad más importante de la región de Macedonia, y también una colonia de Roma. En Filipos nos quedamos durante algunos días.

13 Un sábado, fuimos a la orilla del río, en las afueras de la ciudad. Pensábamos que por allí se reunían los judíos para orar. Al llegar, nos sentamos y hablamos con las mujeres que se reunían en el lugar.

14 Una de las que nos escuchaba se llamaba Lidia, una mujer que honraba a Dios. Era de la ciudad de Tiatira y vendía telas muy finas de color púrpura. El Señor hizo que Lidia pusiera mucha atención a Pablo,

15 y cuando ella y toda su familia fueron bautizados, nos rogó: si ustedes consideran que soy fiel seguidora del Señor, vengan a quedarse en mi casa. Y nos convenció.

Pablo y Silas en la cárcel

16 Un día, íbamos con Pablo al lugar de oración, y en el camino nos encontramos a una esclava. Esta muchacha tenía un espíritu que le daba poder para anunciar lo que iba a suceder en el futuro. De esa manera, los dueños de la muchacha ganaban mucho dinero.

17 La muchacha nos seguía y le gritaba a la gente: ¡Estos hombres trabajan para el Dios Altísimo, y han venido a decirles que Dios puede salvarlos!

18 La muchacha hizo eso durante varios días, hasta que Pablo no aguantó más y, muy enojado, le dijo al espíritu: ¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de esta muchacha! Al instante, el espíritu salió de ella.

19 Pero los dueños de la muchacha, al ver que se les había acabado la oportunidad de ganar más dinero, llevaron a Pablo y a Silas ante las autoridades, en la plaza principal.

20 Allí les dijeron a los jueces: Estos judíos están causando problemas en nuestra ciudad.

21 Enseñan costumbres que nosotros, los romanos, no podemos aceptar ni seguir.

22 También la gente comenzó a atacar a Pablo y a Silas. Los jueces ordenaron que les quitaran la ropa y los golpearan en la espalda.

23 Después de golpearlos bastante, los soldados los metieron en la cárcel y le ordenaron al carcelero que los vigilara muy bien.

24 El carcelero los puso en la parte más escondida de la prisión, y les sujetó los pies con unas piezas de madera grandes y pesadas.

25 Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, mientras los otros prisioneros escuchaban.

26 De repente, un fuerte temblor sacudió con violencia las paredes y los cimientos de la cárcel. En ese mismo instante, todas las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.

27 Cuando el carcelero despertó y vio las puertas abiertas, pensó que los prisioneros se habían escapado. Sacó entonces su espada para matarse,

28 pero Pablo le gritó: ¡No te mates! Todos estamos aquí.

29 El carcelero pidió que le trajeran una lámpara, y entró corriendo en la cárcel. Cuando llegó junto a Pablo y a Silas, se arrodilló temblando de miedo,

30 luego sacó de la cárcel a los dos y les preguntó: —Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?

31 Ellos le respondieron: —Cree en el Señor Jesús, y tú y tu familia se salvarán.

32 Pablo y Silas compartieron el mensaje del Señor con el carcelero y con todos los que estaban en su casa.

33 Después, cuando todavía era de noche, el carcelero llevó a Pablo y a Silas a otro lugar y les lavó las heridas. Luego, Pablo y Silas bautizaron al carcelero y a toda su familia.

34 El carcelero los llevó de nuevo a su casa, y les dio de comer. Él y su familia estaban muy felices de haber creído en Dios.

35 Por la mañana, los jueces enviaron unos guardias a decirle al carcelero que dejara libres a Pablo y a Silas.

36 El carcelero le dijo a Pablo: Ya pueden irse tranquilos, pues los jueces me ordenaron dejarlos en libertad.

37 Pero Pablo les dijo a los guardias: Nosotros somos ciudadanos romanos[v]. Los jueces ordenaron que nos golpearan delante de toda la gente de la ciudad, y nos pusieron en la cárcel, sin averiguar primero si éramos culpables o inocentes. ¿Y ahora quieren dejarnos ir sin que digamos nada, y sin que nadie se dé cuenta? ¡Pues no! No nos iremos; ¡que vengan ellos mismos a sacarnos!

38 Los guardias fueron y les contaron todo eso a los jueces. Al oír los jueces que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos, se asustaron mucho.

39 Entonces fueron a disculparse con ellos, los sacaron de la cárcel y les pidieron que salieran de la ciudad.

40 En cuanto Pablo y Silas salieron de la cárcel, se fueron a la casa de Lidia. Allí vieron a los miembros de la iglesia y los animaron a seguir confiando en Jesús. Luego, Pablo y Silas se fueron de la ciudad.

17 Alboroto en Tesalónica

1 Pablo y Silas continuaron su viaje. Pasaron por las ciudades de Anfípolis y Apolonia, y llegaron a la ciudad de Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos.

2 Como de costumbre, Pablo fue a la sinagoga y, durante tres sábados seguidos, habló con los judíos de ese lugar. Les leía la Biblia,

3 y les probaba con ella que el Mesías tenía que morir y resucitar. Les decía: Jesús, de quien yo les he hablado, es el Mesías.

4 Algunos judíos creyeron en lo que Pablo decía y llegaron a ser seguidores de Jesús, uniéndose al grupo de Pablo y Silas. También creyeron en Jesús muchos griegos que amaban y obedecían a Dios, y muchas mujeres importantes de la ciudad.

5 Pero los demás judíos tuvieron envidia. Buscaron a unos vagos que andaban por allí, y les pidieron que alborotaran al pueblo en contra de Pablo y de Silas. Esos malvados reunieron a muchos más, y fueron a la casa de Jasón para sacar de allí a Pablo y a Silas, a fin de que el pueblo los maltratara.

6 Como no los encontraron en la casa, apresaron a Jasón y a otros miembros de la iglesia, y los llevaron ante las autoridades de la ciudad. Los acusaron diciendo: Pablo y Silas andan por todas partes causando problemas entre la gente. Ahora han venido aquí,

7 y Jasón los ha recibido en su casa. Desobedecen las leyes del emperador de Roma, y dicen que tienen otro rey, que se llama Jesús.

8 Al oír todo eso, la gente de la ciudad y las autoridades se pusieron muy inquietas y nerviosas.

9 Pero les pidieron a Jasón y a los otros hermanos que pagaran una fianza, y los dejaron ir.

Pablo y Silas en Berea

10 Al llegar la noche, los seguidores de Jesús enviaron a Pablo y a Silas a la ciudad de Berea. Cuando ellos llegaron allí, fueron a la sinagoga.

11 Los judíos que vivían en esa ciudad eran más buenos que los judíos de Tesalónica. Escucharon muy contentos las buenas noticias acerca de Jesús, y todos los días leían la Biblia para ver si todo lo que les enseñaban era cierto.

12 Muchos de esos judíos creyeron en Jesús, y también muchos griegos, tanto hombres como mujeres. Estos griegos eran personas muy importantes en la ciudad.

13 En cuanto los judíos de Tesalónica supieron que Pablo estaba en Berea anunciando las buenas noticias, fueron y alborotaron a la gente en contra de Pablo.

14 Los seguidores de Jesús enviaron de inmediato a Pablo hacia la costa, pero Silas y Timoteo se quedaron allí.

15 Los que se llevaron a Pablo lo acompañaron hasta la ciudad de Atenas, pero Pablo les pidió que, cuando regresaran a Berea, les avisaran a Silas y a Timoteo que fueran a Atenas lo más pronto posible.

Pablo en Atenas

16 Mientras Pablo esperaba a Silas y a Timoteo en Atenas, le dio mucha tristeza ver que la ciudad estaba llena de ídolos.

17 En la sinagoga hablaba con los judíos y con los no judíos que amaban a Dios. También iba todos los días al mercado y hablaba con los que encontraba allí.

18 Algunos eran filósofos, de los que pensaban que lo más importante en la vida es ser feliz[w] Otros eran filósofos que enseñaban que la gente tiene que controlarse a sí misma para no hacer lo malo.[x]. Algunos de ellos preguntaban: ¿De qué habla este charlatán? Otros decían: Parece que habla de dioses de otros países, pues habla de Jesús y de la diosa Resurrección.

19-21 En Atenas, la Junta que gobernaba la ciudad se reunía en un lugar llamado Areópago. A la gente y a los extranjeros que vivían allí, les gustaba mucho escuchar y hablar de cosas nuevas, así que llevaron a Pablo ante los gobernantes de la ciudad, y éstos le dijeron: Lo que tú enseñas es nuevo y extraño para nosotros. ¿Podrías explicarnos un poco mejor de qué se trata?

22 Pablo se puso de pie ante los de la Junta, y les dijo: Habitantes de Atenas: He notado que ustedes son muy religiosos.

23 Mientras caminaba por la ciudad, vi que ustedes adoran a muchos dioses, y hasta encontré un altar dedicado «al Dios desconocido». Pues ese Dios, que ustedes honran sin conocerlo, es el Dios del que yo les hablo.

24 Es el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él; es el dueño del cielo y de la tierra, y no vive en templos hechos por seres humanos.

25 Tampoco necesita la ayuda de nadie. Al contrario, él es quien da la vida, el aire y todo lo que la gente necesita.

26 A partir de una sola persona, hizo a toda la gente del mundo, y a cada nación le dijo cuándo y dónde debía vivir.

27 Dios hizo esto para que todos lo busquen y puedan encontrarlo. Aunque lo cierto es que no está lejos de nosotros.

28 Él nos da poder para vivir y movernos, y para ser lo que somos. Así lo dice uno de los poetas de este país: «Realmente somos hijos de Dios».

29 Así que, si somos hijos de Dios, no es posible que él sea como una de esas estatuas de oro, de plata o de piedra. No hay quien pueda imaginarse cómo es Dios, y hacer una estatua o pintura de él.

30 Durante mucho tiempo Dios perdonó a los que hacían todo eso, porque no sabían lo que hacían; pero ahora Dios ordena que todos los que habitan este mundo se arrepientan, y que lo obedezcan sólo a él.

31 Porque Dios ha decidido ya el día en que juzgará a todo el mundo, y será justo con todos. Dios eligió a Jesús para que sea el juez de todos, y ha demostrado que esto es cierto al hacer que Jesús resucitara.

32 Cuando la gente oyó que Jesús había muerto y resucitado, algunos comenzaron a burlarse de Pablo, pero otros dijeron: Mejor hablamos de esto otro día.

33 Pablo salió de allí,

34 pero algunos creyeron en Jesús y se fueron con Pablo. Entre esas personas estaba una mujer llamada Dámaris, y también Dionisio, que era miembro del Areópago.

18 Pablo en Corinto

1 Pablo salió de Atenas y se fue a la ciudad de Corinto.

2 Allí encontró a un judío llamado Áquila, que era de la región de Ponto. Hacía poco tiempo que Áquila y su esposa Priscila habían salido de Italia, pues Claudio, el emperador de Roma, había ordenado que todos los judíos salieran del país[y]. Pablo fue a visitar a Áquila y a Priscila,

3 y al ver que ellos se dedicaban a fabricar tiendas de campaña, se quedó a trabajar con ellos, pues también él sabía cómo hacerlas.

4 Todos los sábados Pablo iba a la sinagoga, y hablaba con judíos y griegos para tratar de convencerlos de hacerse seguidores de Jesús.

5 Silas y Timoteo viajaron desde la región de Macedonia hasta Corinto. Cuando llegaron, Pablo estaba dando a los judíos las buenas noticias de que Jesús era el Mesías.

6 Pero los judíos se pusieron en contra de Pablo y lo insultaron. Entonces Pablo, en señal de rechazo, se sacudió el polvo de la ropa y les dijo: Si Dios los castiga, la culpa será de ustedes y no mía. De ahora en adelante les hablaré a los que no son judíos.

7 De allí, Pablo se fue a la casa de un hombre llamado Ticio Justo, que adoraba a Dios. La casa de Ticio estaba junto a la sinagoga.

8 El encargado de la sinagoga se llamaba Crispo, y él y toda su familia creyeron en el Señor Jesús. También muchos de los habitantes de Corinto que escucharon a Pablo creyeron y fueron bautizados.

9 Una noche, el Señor Jesús habló con Pablo por medio de una visión, y le dijo: No tengas miedo de hablar de mí ante la gente; ¡nunca te calles!

10 Yo te ayudaré en todo, y nadie te hará daño. En esta ciudad hay mucha gente que me pertenece.

11 Pablo se quedó un año y medio en Corinto, y allí enseñó a la gente el mensaje de Dios.

12 Tiempo después, en los días en que Galión era gobernador de la provincia de Acaya, los judíos de Corinto atacaron a Pablo y lo llevaron ante el tribunal.

13 Les dijeron a las autoridades: —Este hombre hace que la gente adore a Dios de un modo que está prohibido por la ley.

14 Pablo estaba a punto de decir algo, pero el gobernador Galión dijo a los judíos: —Yo no tengo por qué tratar estos asuntos con ustedes, porque no se trata de ningún crimen.

15 Éste es un asunto de palabras, de nombres y de la ley de ustedes, así que arréglenlo ustedes. Yo, en estas cuestiones, no me meto.

16 Galión ordenó que sacaran del tribunal a todos.

17 Entonces los judíos agarraron a Sóstenes, el encargado de la sinagoga, y lo golpearon frente al edificio del tribunal. Pero esto a Galión no le importó nada.

Pablo regresa a Antioquía

18 Pablo se quedó algún tiempo en la ciudad de Corinto. Después se despidió de los miembros de la iglesia y decidió irse a la región de Siria. Priscila y Áquila lo acompañaron. Cuando llegaron a Cencreas, que es el puerto de la ciudad de Corinto, Pablo se rapó todo el pelo[z] porque le había hecho una promesa a Dios. Luego, se subieron en un barco y salieron rumbo a Siria.

19 Cuando llegaron al puerto de Éfeso, Pablo se separó de Priscila y Áquila. Fue a la sinagoga, y allí habló con los judíos acerca de Jesús.

20 Los judíos de ese lugar le pidieron que se quedara unos días más, pero Pablo no quiso.

21 Se despidió de ellos y les dijo: Si Dios quiere, regresaré a verlos. Luego partió en barco y continuó su viaje hacia Siria.

22 Cuando llegó al puerto de Cesarea, fue a saludar a los miembros de la iglesia. Después salió hacia la ciudad de Antioquía.

23 Pablo se quedó en Antioquía sólo algunos días, y después se fue a visitar varios lugares de las regiones de Galacia y de Frigia, donde animó a los seguidores a mantenerse fieles a Jesús.

Priscila, Áquila y Apolo

24 Por aquel tiempo llegó a la ciudad de Éfeso un hombre que se llamaba Apolo. Era de la ciudad de Alejandría, y sabía convencer a la gente con sus palabras, pues conocía mucho de la Biblia.

25 Apolo sabía también algo acerca de Jesús, y hablaba con entusiasmo a la gente y le explicaba muy bien lo que sabía acerca de Jesús. Sin embargo, conocía solamente lo que Juan el Bautista había anunciado.

26 Un día Apolo, confiado en sus conocimientos, comenzó a hablarle a la gente que estaba en la sinagoga. Pero cuando Priscila y Áquila lo escucharon, lo llevaron a su casa y le explicaron en forma más clara y directa el mensaje de Dios.

27 Como Apolo quería recorrer la región de Acaya, los miembros de la iglesia escribieron una carta a los cristianos de la región, para que fuera bien recibido por todos. Cuando Apolo llegó a Acaya, ayudó mucho a los que, gracias al amor de Dios, habían creído en Jesús.

28 Apolo se enfrentaba a los judíos que no creían en Jesús, y con las enseñanzas de la Biblia les probaba que Jesús era el Mesías.

19 Pablo va a Éfeso

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo cruzó la región montañosa y llegó a la ciudad de Éfeso. Allí encontró a algunos que habían creído en el Mesías,

2 y les preguntó: —¿Recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron? Ellos contestaron: —No. Ni siquiera sabemos nada acerca del Espíritu Santo.

3 Pablo les dijo: —¿Por qué se bautizaron ustedes? Ellos contestaron: —Nos bautizamos por lo que Juan el Bautista nos enseñó.

4 Pablo les dijo: —Juan bautizaba a la gente que le pedía perdón a Dios. Pero también le dijo a la gente que tenía que creer en Jesús, quien vendría después de él.

5 Cuando ellos oyeron eso, se bautizaron aceptando a Jesús como su Señor.

6-7 Pablo puso sus manos sobre la cabeza de esos doce hombres y, en ese momento, el Espíritu Santo vino sobre ellos. Entonces comenzaron a hablar en idiomas extraños y dieron mensajes de parte de Dios.

8 Durante tres meses, Pablo estuvo yendo a la sinagoga todos los sábados. Sin ningún temor hablaba a la gente acerca del reino de Dios, y trataba de convencerla para que creyera en Jesús.

9 Pero algunos judíos se pusieron tercos y no quisieron creer. Al contrario, comenzaron a decirle a la gente cosas terribles acerca de los seguidores de Jesús. Al ver esto, Pablo dejó de reunirse con ellos y, acompañado de los nuevos seguidores, comenzó a reunirse todos los días en la escuela de un hombre llamado Tirano.

10 Durante dos años, Pablo fue a ese lugar para hablar de Jesús. Fue así como muchos de los que vivían en toda la provincia de Asia escucharon el mensaje del Señor Jesús. Algunos de ellos eran judíos, y otros no lo eran.

Los hijos de Esceva

11 En la ciudad de Éfeso, Dios hizo grandes milagros por medio de Pablo.

12 La gente llevaba los pañuelos o la ropa que Pablo había tocado, y los ponía sobre los enfermos, y ellos se sanaban. También ponía pañuelos sobre los que tenían espíritus malos, y los espíritus salían de esas personas.

13 Allí, en Éfeso, andaban algunos judíos que usaban el nombre del Señor Jesús para expulsar de la gente los malos espíritus. Decían a los espíritus: Por el poder de Jesús, de quien Pablo habla, les ordeno que salgan.

14 Esto lo hacían los siete hijos de un sacerdote judío llamado Esceva.

15 Pero una vez, un espíritu malo les contestó: Conozco a Jesús, y también conozco a Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?

16 Enseguida, el hombre que tenía el espíritu malo saltó sobre ellos y comenzó a golpearlos. De tal manera los maltrató, que tuvieron que huir del lugar completamente desnudos y lastimados.

17 Los que vivían en Éfeso, judíos y no judíos, se dieron cuenta de lo sucedido y tuvieron mucho miedo. Y por todos lados se respetaba el nombre del Señor Jesús.

18 Muchos de los que habían creído en Jesús le contaban a la gente todo lo malo que antes habían hecho.

19 Otros, que habían sido brujos, traían sus libros de brujería y los quemaban delante de la gente. Y el valor de los libros quemados era como de cincuenta mil monedas de plata.

20 El mensaje del Señor Jesús se anunciaba en más y más lugares, y cada vez más personas creían en él, porque veían el gran poder que tenía.

Alboroto en Éfeso

21 Después de todo eso, Pablo decidió ir a la ciudad de Jerusalén, pasando por las regiones de Macedonia y Acaya. Luego pensó ir de Jerusalén a la ciudad de Roma,

22 así que envió a Timoteo y a Erasto, que eran dos de sus ayudantes, a la región de Macedonia, mientras él se quedaba unos días más en Asia.

23 Por aquel tiempo, los seguidores de Jesús tuvieron un gran problema,

24 provocado por un hombre llamado Demetrio. Este hombre se dedicaba a fabricar figuras de plata, y él y sus ayudantes ganaban mucho dinero haciendo la figura del templo de la diosa Artemisa.

25 Demetrio se reunió con sus ayudantes, y también con otros hombres que se dedicaban a hacer cosas parecidas, y les dijo: Amigos, ustedes saben cuánto necesitamos de este trabajo para vivir bien.

26 Pero, según hemos visto y oído, este hombre llamado Pablo ha estado alborotando a la gente de Éfeso y de toda la provincia de Asia. Según él, los dioses que nosotros hacemos no son dioses de verdad, y mucha gente le ha creído.

27 Pablo no sólo está dañando nuestro negocio, sino que también le está quitando fama al templo de la gran diosa Artemisa. Hasta el momento, ella es amada y respetada en toda la provincia de Asia y en el mundo entero, pero muy pronto nadie va a querer saber nada de ella.

28 Cuando aquellos hombres oyeron eso, se enojaron mucho y gritaron: ¡Viva Artemisa, la diosa de los efesios!

29 Entonces toda la gente de la ciudad se alborotó, y algunos fueron y apresaron a Gayo y a Aristarco, los dos compañeros de Pablo que habían venido de Macedonia, y los arrastraron hasta el teatro.

30 Pablo quiso entrar para hablar con la gente, pero los seguidores de Jesús no se lo aconsejaron.

31 Además, algunos amigos de Pablo, autoridades del lugar, le mandaron a decir que no debía entrar.

32 Mientras tanto, en el teatro todo era confusión. La gente se puso a gritar, aunque algunos ni siquiera sabían para qué estaban allí.

33 Varios de los líderes judíos empujaron a un hombre, llamado Alejandro, para que pasara al frente y viera lo que pasaba. Alejandro levantó la mano y pidió silencio para defender a los judíos.

34 Pero, cuando se dieron cuenta de que Alejandro también era judío, todos se pusieron a gritar durante casi dos horas: ¡Viva Artemisa, la diosa de los efesios!

35 Finalmente, el secretario de la ciudad los hizo callar, y les dijo: Habitantes de Éfeso, nosotros somos los encargados de cuidar el templo de la gran diosa Artemisa y su estatua, la cual bajó del cielo.

36 Esto lo sabemos todos muy bien, así que no hay razón para este alboroto. Cálmense y piensen bien las cosas.

37 Estos hombres que ustedes han traído no han hecho nada en contra del templo de la diosa Artemisa, ni han hablado mal de ella.

38 Si Demetrio y sus ayudantes tienen alguna queja en contra de ellos, que vayan ante los tribunales y hablen con los jueces. Allí cada uno podrá defenderse.

39 Y si aún tuvieran alguna otra cosa de qué hablar, deberán tratar el asunto cuando las autoridades de la ciudad se reúnan.

40 No tenemos ningún motivo para causar todo este alboroto; más bien, se nos podría acusar ante los jueces de alborotar a la gente. Cuando el secretario terminó de hablar, les pidió a todos que se marcharan.

20 Pablo en Macedonia y Grecia

1 Cuando todo aquel alboroto terminó, Pablo mandó llamar a los que habían creído y les pidió que no dejaran de confiar en Jesús. Luego se despidió de ellos, y fue a la provincia de Macedonia.

2 Pablo iba de lugar en lugar, animando a los miembros de las iglesias de esa región. De allí se fue a Grecia,

3 país donde se quedó tres meses. Estaba Pablo a punto de salir en barco hacia la provincia de Siria, cuando supo que algunos judíos planeaban atacarlo. Entonces decidió volver por Macedonia.

4 Varios hombres lo acompañaron: Sópatro, que era hijo de Pirro y vivía en la ciudad de Berea; Aristarco y Segundo, que eran de la ciudad de Tesalónica; Gayo, del pueblo de Derbe; y Timoteo, Tíquico y Trófimo, que eran de la provincia de Asia.

5 Todos ellos viajaron antes que nosotros y nos esperaron en la ciudad de Tróade.

6 Cuando terminó la fiesta de los panes sin levadura, Pablo y los que estábamos con él salimos en barco, desde el puerto de Filipos hacia la ciudad de Tróade. Después de cinco días de viaje, llegamos y encontramos a aquellos hombres, y nos quedamos allí siete días.

Pablo viaja a Tróade

7-8 El domingo nos reunimos en uno de los pisos altos de una casa, para celebrar la Cena del Señor. Había muchas lámparas encendidas. Como Pablo saldría de viaje al día siguiente, estuvo hablando de Jesús hasta la media noche.

9 Mientras Pablo hablaba, un joven llamado Eutico, que estaba sentado en el marco de la ventana, se quedó profundamente dormido y se cayó desde el tercer piso. Cuando fueron a levantarlo, ya estaba muerto.

10 Pero Pablo bajó, se inclinó sobre él, y tomándolo en sus brazos dijo: ¡No se preocupen! Está vivo.

11 Luego, Pablo volvió al piso alto y celebró la Cena del Señor, y siguió hablándoles hasta que salió el sol. Después continuó su viaje.

12 En cuanto a Eutico, los miembros de la iglesia lo llevaron sano y salvo a su casa, y eso los animó mucho.

Pablo en Mileto

13 Pablo había decidido ir por tierra hasta Aso, pero nosotros tomamos un barco para recogerlo allá.

14 Cuando llegamos, él se nos unió en el barco y nos fuimos al puerto de Mitilene.

15-16 Al día siguiente, el barco pasó frente a la isla Quío, y un día más tarde llegamos al puerto de Samos, porque Pablo no quería pasar a Éfeso ni perder mucho tiempo en la provincia de Asia. Lo que deseaba era llegar lo más pronto posible a la ciudad de Jerusalén, para estar allá en el día de Pentecostés. Seguimos navegando, y un día después llegamos al puerto de Mileto.

Pablo y los líderes de Éfeso

17 Estando en la ciudad de Mileto, Pablo mandó llamar a los líderes de la iglesia de Éfeso para hablar con ellos.

18 Cuando llegaron, les dijo: Ustedes saben muy bien cómo me he portado desde el primer día que llegué a la provincia de Asia.

19 Aunque he sufrido mucho por los problemas que me han causado algunos judíos, con toda humildad he cumplido con lo que el Señor Jesús me ha ordenado.

20 Nunca he dejado de anunciarles a ustedes todas las cosas que les ayudarían a vivir mejor, ni de enseñarles en las calles y en sus casas.

21 A los judíos y a los que no son judíos les he dicho que le pidan perdón a Dios y crean en nuestro Señor Jesucristo.

22 Ahora debo ir a Jerusalén, pues el Espíritu Santo me lo ordena. No sé lo que me va a pasar allá.

23 A dondequiera que voy, el Espíritu Santo me dice que en Jerusalén van a meterme a la cárcel, y que van a maltratarme mucho.

24 No me preocupa si tengo que morir. Lo que sí quiero es tener la satisfacción de haber anunciado la buena noticia del amor de Dios, como me lo ordenó el Señor Jesús.

25 Estoy seguro de que no volverá a verme ninguno de ustedes, a los que he anunciado el mensaje del reino de Dios.

26 Por eso quiero decirles que no me siento responsable por ninguno de ustedes,

27 pues ya les he anunciado los planes de Dios. No les he ocultado nada.

28 Ustedes deben cuidarse a sí mismos, y cuidar a los miembros de la iglesia de Dios. Recuerden que el Espíritu Santo los puso como líderes de la iglesia, para que cuiden a todos los que Dios salvó por medio de la sangre de su propio Hijo.

29 Cuando yo muera, vendrán otros que, como si fueran lobos feroces, atacarán a todos los de la iglesia.

30 También algunos, que ahora son seguidores de Jesús, comenzarán a enseñar mentiras, para que todos en la iglesia los sigan y los obedezcan.

31 Por eso, tengan mucho cuidado. Recuerden los consejos que les he dado durante tres años, a pesar de tantos problemas y dificultades.

32 Ahora le pido a Dios que los cuide con mucho amor. Su amoroso mensaje puede ayudarles a ser cada día mejores. Si lo obedecen, Dios cumplirá las promesas que ha hecho a todos los que ha elegido para ser su pueblo.

33 Nunca he querido que me den dinero ni ropa.

34 Ustedes bien saben que con mis propias manos he trabajado, para conseguir todo lo que mis ayudantes y yo hemos necesitado para vivir.

35 Les he enseñado que deben trabajar y ayudar a los que nada tienen. Recuerden lo que nos dijo el Señor Jesús: «Dios bendice más al que da que al que recibe».

36 Cuando Pablo terminó de hablar, se arrodilló con todos los líderes y oró por ellos.

37 Todos comenzaron a llorar, y abrazaron y besaron a Pablo.

38 Estaban muy tristes porque Pablo les había dicho que jamás lo volverían a ver. Después, todos acompañaron a Pablo hasta el barco.

21 Pablo viaja a Jerusalén

1 Cuando nos despedimos de los líderes de la iglesia de Éfeso, subimos al barco y fuimos directamente a la isla de Cos. Al día siguiente, salimos de allí hacia la isla de Rodas, y de allí hacia el puerto de Pátara.

2 En Pátara encontramos un barco que iba hacia Fenicia, y nos fuimos en él.

3 En el viaje, vimos la costa sur de la isla de Chipre. Seguimos hacia la región de Siria y llegamos al puerto de Tiro, pues los marineros tenían que descargar algo.

4 Allí encontramos a algunos seguidores del Señor Jesús, y nos quedamos con ellos siete días. Como el Espíritu Santo les había dicho que Pablo no debía ir a Jerusalén, ellos le rogaban que no siguiera su viaje.

5 Pasados los siete días decidimos seguir nuestro viaje. Todos los hombres, las mujeres y los niños nos acompañaron hasta salir del poblado. Al llegar a la playa, nos arrodillamos y oramos.

6 Luego nos despedimos de todos y subimos al barco, y ellos regresaron a sus casas.

7 Seguimos nuestro viaje, desde Tiro hasta el puerto de Tolemaida. Allí saludamos a los miembros de la iglesia, y ese día nos quedamos con ellos.

8 Al día siguiente, fuimos por tierra hasta la ciudad de Cesarea. Allí nos quedamos con Felipe, quien anunciaba las buenas noticias y era uno de los siete ayudantes de los apóstoles.

9 Felipe tenía cuatro hijas solteras, que eran profetisas.

10 Habíamos pasado ya muchos días en Cesarea cuando llegó un profeta llamado Agabo, que venía de la región de Judea.

11 Se acercó a nosotros y, tomando el cinturón de Pablo, se ató las manos y los pies. Luego dijo: El Espíritu Santo dice que así atarán los judíos, en Jerusalén, al dueño de este cinturón, para entregarlo a las autoridades de Roma.

12 Cuando los que acompañábamos a Pablo escuchamos eso, le rogamos que no fuera a Jerusalén. También los de la iglesia de Cesarea le rogaban lo mismo.

13 Pero Pablo nos contestó: ¡No lloren, pues me ponen muy triste! Tanto amo al Señor Jesús, que estoy dispuesto a ir a la cárcel, y también a morir en Jerusalén.

14 Hicimos todo lo posible para evitar que Pablo fuera a Jerusalén, pero él no quiso escucharnos. Así que dijimos: ¡Señor Jesús, enséñanos a hacer lo que nos ordenas!

15 Pocos días después, nos preparamos y fuimos a Jerusalén,

16 acompañados de algunos de los miembros de la iglesia de Cesarea. Nos llevaron a la casa de un hombre llamado Mnasón, que nos invitó a quedarnos con él. Mnasón había creído en Jesús hacía mucho tiempo, y era de la isla de Chipre.

Pablo visita a Santiago

17 Cuando llegamos a la ciudad de Jerusalén, los miembros de la iglesia nos recibieron con mucha alegría.

18 Al día siguiente, fuimos con Pablo a visitar a Santiago, el hermano de Jesús. Cuando llegamos, también encontramos allí a los líderes de la iglesia.

19 Pablo los saludó, y les contó lo que Dios había hecho por medio de él entre los que no eran judíos.

20 Cuando los miembros de la iglesia oyeron eso, dieron gracias a Dios y le dijeron a Pablo: Bueno, querido amigo Pablo, como has podido ver, muchos judíos han creído en Jesús. Pero todos ellos dicen que deben seguir obedeciendo las leyes de Moisés.

21 Ellos se han enterado de que, a los judíos que viven en el extranjero, tú les enseñas a no obedecer la ley de Moisés, y que les dices que no deben circuncidar a sus hijos ni hacer lo que todos los judíos hacemos.

22 ¿Qué vamos a decir cuando la gente se dé cuenta de que tú has venido?

23 Mejor haz lo siguiente. Hay entre nosotros cuatro hombres que han hecho una promesa a Dios, y tienen que cumplirla en estos días.

24 Llévalos al templo y celebra con ellos la ceremonia de purificación. Paga tú los gastos de ellos para que puedan raparse todo el pelo[aa]. Si haces eso, los hermanos sabrán que no es cierto lo que les han contado acerca de ti. Más bien, verán que tú también obedeces la Ley.

25 En cuanto a los que no son judíos y han creído en Jesús, ya les habíamos mandado una carta. En ella les hicimos saber que no deben comer carne de animales que se hayan sacrificado a los ídolos, ni sangre, ni carne de animales que todavía tengan sangre adentro. Tampoco deben practicar las relaciones sexuales prohibidas por nuestra ley.

Pablo en la cárcel

26 Entonces Pablo se llevó a los cuatro hombres que habían hecho la promesa, y con ellos celebró al día siguiente la ceremonia de purificación. Después entró al templo para avisarles cuándo terminarían de cumplir la promesa, para así llevar la ofrenda que cada uno debía presentar.

27 Cuando estaban por cumplirse los siete días de la promesa, unos judíos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo. Enseguida alborotaron a la gente

28 y gritaron: ¡Israelitas, ayúdennos! ¡Éste es el hombre que por todas partes anda hablando en contra de nuestro país, en contra de la ley de Moisés, y en contra de este templo! ¡Aun a los que no son judíos los ha metido en el templo! ¡No respeta ni este lugar santo!

29 Dijeron eso porque en la ciudad habían visto a Pablo con Trófimo, que era de Éfeso, y pensaron que Pablo lo había llevado al templo.

30 Toda la gente de la ciudad se alborotó, y pronto se reunió una gran multitud. Agarraron a Pablo, lo sacaron del templo, y de inmediato cerraron las puertas.

31 Cuando estaban a punto de matar a Pablo, el jefe del batallón de soldados romanos se enteró que la gente estaba alborotada.

32 Tomó entonces a un grupo de soldados y oficiales, y fue al lugar. Cuando la gente vio llegar al jefe y a sus soldados, dejó de golpear a Pablo.

33 El jefe arrestó a Pablo y ordenó que le pusieran dos cadenas. Luego le preguntó a la gente: ¿Quién es este hombre, y qué ha hecho?

34 Pero unos gritaban una cosa, y otros otra. Y era tanto el escándalo que hacían, que el comandante no pudo averiguar lo que pasaba. Entonces les ordenó a los soldados: ¡Llévense al prisionero al cuartel!

35 Cuando llegaron a las gradas del cuartel, los soldados tuvieron que llevar alzado a Pablo,

36 pues la gente estaba furiosa y gritaba: ¡Que muera!

Pablo habla en Jerusalén

37 Los soldados ya iban a meter a Pablo en la cárcel, cuando él le preguntó al jefe de ellos: —¿Podría hablar con usted un momento? El jefe, extrañado, le dijo: —No sabía que tú hablaras griego.

38 Hace algún tiempo, un egipcio inició una rebelión contra el gobierno de Roma y se fue al desierto con cuatro mil guerrilleros. ¡Yo pensé que ése eras tú!

39 Pablo contestó: —No. Yo soy judío y nací en Tarso, una ciudad muy importante de la provincia de Cilicia. ¿Me permitiría usted hablar con la gente?

40 El jefe le dio permiso. Entonces Pablo se puso de pie en las gradas del cuartel, y levantó la mano para pedir silencio. Cuando la gente se calló, Pablo les habló en arameo y les dijo:

22

1 Escúchenme, amigos israelitas y líderes del país; ¡dejen que me defienda!

2 Cuando la gente oyó que Pablo les hablaba en arameo, guardaron más silencio. Pablo entonces les dijo:

3 Yo soy judío. Nací en la ciudad de Tarso, en la provincia de Cilicia, pero crecí aquí en Jerusalén. Cuando estudié, mi maestro fue Gamaliel, y me enseñó a obedecer la ley de nuestros antepasados. Siempre he tratado de obedecer a Dios con la misma lealtad que ustedes.

4 Antes buscaba por todas partes a los seguidores del Señor Jesús, para matarlos. A muchos de ellos, hombres y mujeres, los atrapé y los metí en la cárcel.

5 El jefe de los sacerdotes y todos los líderes del país saben bien que esto es cierto. Ellos mismos me dieron cartas para mis amigos judíos de la ciudad de Damasco, para que ellos me ayudaran a atrapar más seguidores de Jesús. Yo fui a Damasco para traerlos a Jerusalén y castigarlos.

6 Todavía estábamos en el camino, ya muy cerca de Damasco, cuando de repente, como a las doce del día, vino del cielo una fuerte luz y todo a mi alrededor se iluminó.

7 Caí al suelo, y escuché una voz que me decía: «¡Saulo! ¡Saulo! ¿Por qué me persigues?».

8 Yo pregunté: «¿Quién eres, Señor?». La voz me dijo: «Yo soy Jesús de Nazaret. Es a mí a quien estás persiguiendo».

9 Los amigos que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz.

10 Entonces pregunté: «Señor Jesús, ¿qué debo hacer?». El Señor me dijo: «Levántate y entra en la ciudad de Damasco. Allí se te dirá lo que debes hacer».

11 Mis amigos me llevaron de la mano a Damasco, porque la luz me había dejado ciego.

12 Allí en Damasco había un hombre llamado Ananías, que amaba a Dios y obedecía la ley de Moisés. La gente de esa ciudad hablaba muy bien de él.

13 Ananías fue a verme y me dijo: «Saulo, amigo, ya has recobrado la vista». En ese mismo instante recobré la vista, y pude ver a Ananías.

14 Entonces él me dijo: «El Dios de nuestros antepasados te ha elegido para que conozcas sus planes. Él quiere que veas a Jesús, quien es justo, y que oigas su voz.

15 Porque tú le anunciarás a todo el mundo lo que has visto y lo que has oído.

16 Así que, no esperes más; levántate, bautízate y pídele al Señor que perdone tus pecados».

17 Cuando regresé a Jerusalén, fui al templo a orar, y allí tuve una visión.

18 Vi al Señor, que me decía: «Vete enseguida de Jerusalén, porque la gente de aquí no creerá lo que digas de mí».

19 Yo contesté: «Señor, esta gente sabe que yo iba a todas las sinagogas para atrapar a los que creían en ti. Los llevaba a la cárcel, y los maltrataba mucho.

20 Cuando mataron a Esteban, yo estaba allí, y estuve de acuerdo en que lo mataran, porque hablaba acerca de ti. ¡Hasta cuidé la ropa de los que lo mataron!».

21 Pero el Señor Jesús me dijo: «Vete ya, pues voy a enviarte a países muy lejanos».

22 La gente ya no quiso escuchar más y comenzó a gritar: ¡Ese hombre no merece vivir! ¡Que muera! ¡No queremos volver a verlo en este mundo!

23 La gente siguió gritando y sacudiéndose el polvo de la ropa en señal de rechazo, y lanzaba tierra al aire.

Pablo y el jefe de los soldados

24 El jefe de los soldados ordenó que metieran a Pablo en el cuartel, y que lo golpearan. Quería saber por qué la gente gritaba en contra suya.

25 Pero cuando los soldados lo ataron para pegarle, Pablo le preguntó al capitán de los soldados: —¿Tienen ustedes permiso para golpear a un ciudadano romano[ab], sin saber siquiera si es culpable o inocente?

26 El capitán fue y le contó esto al jefe de los soldados. Le dijo: —¿Qué va a hacer usted? ¡Este hombre es ciudadano romano!

27 El jefe fue a ver a Pablo, y le preguntó: —¿De veras eres ciudadano romano? —Así es— contestó Pablo.

28 El jefe le dijo: —Yo compré el derecho de ser ciudadano romano, y me costó mucho dinero. —¡Pero yo no lo compré! —le contestó Pablo—. Yo nací en una ciudad romana. Por eso soy ciudadano romano.

29 Los que iban a golpear a Pablo para que hablara, se apartaron de él. El jefe de los soldados también tuvo mucho miedo, pues había ordenado sujetar con cadenas a un ciudadano romano.

Pablo y la Junta Suprema

30 Al día siguiente, el jefe de los soldados romanos mandó a reunir a los sacerdotes principales y a los judíos de la Junta Suprema, pues quería saber exactamente de qué acusaban a Pablo. Luego ordenó que le quitaran las cadenas, que lo sacaran de la cárcel y que lo pusieran delante de todos ellos.

23

1 Pablo miró a todos los de la Junta Suprema, y les dijo: —Amigos israelitas, yo tengo la conciencia tranquila, porque hasta ahora he obedecido a Dios en todo.

2 Entonces Ananías, el jefe de los sacerdotes, ordenó que golpearan a Pablo en la boca.

3 Pero Pablo le dijo: —Es Dios quien lo va a golpear a usted, ¡hipócrita! Usted tiene que juzgarme de acuerdo con la Ley[ac]; entonces, ¿por qué la desobedece ordenando que me golpeen?

4 Los demás judíos de la Junta le dijeron: —¿Por qué insultas al jefe de los sacerdotes de Dios?

5 Pablo contestó: —Amigos, yo no sabía que él era el jefe de los sacerdotes. La Biblia dice que no debemos hablar mal del jefe de nuestro pueblo.

6 Cuando Pablo vio que algunos de los judíos de la Junta eran saduceos, y que otros eran fariseos, dijo en voz alta: —Amigos israelitas, yo soy fariseo, y muchos en mi familia también lo han sido. ¿Por qué se me juzga? ¿Por creer que los muertos pueden volver a vivir?

7 Apenas Pablo dijo eso, los fariseos y los saduceos comenzaron a discutir. La reunión no pudo continuar en paz, pues unos pensaban una cosa y otros otra.

8 Los saduceos dicen que los muertos no pueden volver a vivir, y que no existen los ángeles ni los espíritus. Pero los fariseos sí creen en todo eso.

9 Se armó entonces un gran alboroto, en el que todos gritaban. Algunos maestros de la Ley, que eran fariseos, dijeron: No creemos que este hombre sea culpable de nada. Tal vez un ángel o un espíritu le ha hablado.

10 El alboroto era cada vez mayor. Entonces el jefe de los soldados romanos tuvo miedo de que mataran a Pablo, y ordenó que vinieran los soldados y se lo llevaran de nuevo al cuartel.

11 A la noche siguiente, el Señor Jesús se le apareció a Pablo y le dijo: Anímate, porque así como has hablado de mí en Jerusalén, también lo harás en Roma.

El plan para matar a Pablo

12-14 Al día siguiente, unos cuarenta judíos se pusieron de acuerdo para matar a Pablo. Fueron entonces a ver a los sacerdotes principales y a los líderes del país, y les dijeron: —Hemos jurado no comer ni beber nada, hasta que hayamos matado a Pablo. Que una maldición caiga sobre nosotros, si no cumplimos nuestro juramento.

15 Ahora bien, éste es nuestro plan: ustedes, y los demás judíos de la Junta Suprema, le pedirán al jefe de los soldados romanos que traiga mañana a Pablo. Díganle que desean saber más acerca de él. Nosotros, por nuestra parte, estaremos listos para matarlo antes de que llegue aquí.

16 Pero un sobrino de Pablo se dio cuenta de lo que planeaban, y fue al cuartel a avisarle.

17 Pablo llamó entonces a uno de los capitanes romanos, y le dijo: —Este muchacho tiene algo importante que decirle al jefe de usted; llévelo con él.

18 El capitán lo llevó y le dijo a su jefe: —El prisionero Pablo me pidió que trajera a este muchacho, pues tiene algo que decirle a usted.

19 El jefe tomó de la mano al muchacho y lo llevó a un lugar aparte. Allí le preguntó: —¿Qué vienes a decirme?

20 El muchacho le dijo: —Unos judíos han hecho un plan para pedirle a usted que lleve mañana a Pablo ante la Junta Suprema. Van a decirle que es para investigarlo con más cuidado.

21 Pero usted no les haga caso, porque más de cuarenta hombres estarán escondidos esperando a Pablo, y han jurado que no comerán ni beberán nada hasta matarlo, y que si no lo hacen les caerá una maldición. Ellos están ahora esperando su respuesta.

22 El jefe despidió al muchacho y le ordenó: —No le digas a nadie lo que me has dicho.

Pablo ante el gobernador Félix

23-24 El jefe de los guardias llamó a dos de sus capitanes y les dio esta orden: Preparen a doscientos soldados que vayan a pie, setenta soldados que vayan a caballo, y doscientos soldados con lanzas. Preparen también un caballo para Pablo. Quiero que a las nueve de la noche vayan a la ciudad de Cesarea, y que lleven a Pablo ante el gobernador Félix. Asegúrense de que a Pablo no le pase nada malo.

25 Además, el jefe envió una carta con los soldados, la cual decía:

26 De Claudio Lisias, para el excelentísimo gobernador Félix. Saludos.

27 Los líderes judíos arrestaron a este hombre, y querían matarlo. Cuando supe que él es ciudadano romano[ad], fui con mis soldados y lo rescaté.

28 Luego lo llevé ante la Junta Suprema de los judíos, para saber de qué lo acusaban.

29 Así supe que lo acusaban de cuestiones que tienen que ver con la ley de ellos. Pero yo no creo que haya razón para matarlo o tenerlo en la cárcel.

30 Me he enterado también de que unos judíos planean matarlo, y por eso lo he enviado ante usted. A los judíos que lo acusan les he dicho que vayan y traten con usted el asunto que tienen contra él.

31 Los soldados cumplieron las órdenes de su jefe, y por la noche llevaron a Pablo al cuartel de Antípatris.

32 Al día siguiente, los soldados que iban a pie regresaron al cuartel de Jerusalén, y los que iban a caballo continuaron el viaje con Pablo.

33 Cuando llegaron a Cesarea, se presentaron ante el gobernador Félix, y le entregaron a Pablo junto con la carta.

34 El gobernador leyó la carta, y luego preguntó de dónde era Pablo. Cuando supo que era de la región de Cilicia,

35 le dijo a Pablo: Escucharé lo que tengas que decir cuando vengan los que te acusan. Después, el gobernador ordenó a unos soldados que se llevaran a Pablo, y que lo vigilaran bien. Los soldados lo llevaron al palacio que había construido el rey Herodes el Grande[ae].

24 Pablo habla ante Félix

1 Cinco días después, el jefe de los sacerdotes y unos líderes de los judíos llegaron a Cesarea, acompañados por un abogado llamado Tértulo. Todos ellos se presentaron ante el gobernador Félix para acusar a Pablo.

2 Cuando trajeron a Pablo a la reunión, Tértulo comenzó a acusarlo ante Félix: —Señor gobernador: Gracias a usted tenemos paz en nuestro país, y las cosas que usted ha mandado hacer nos han ayudado mucho.

3 Excelentísimo Félix, estamos muy agradecidos por todo lo que usted nos ha dado.

4 No queremos hacerle perder tiempo, y por eso le pedimos que nos escuche un momento.

5 Este hombre es un verdadero problema para nosotros. Anda por todas partes haciendo que los judíos nos enojemos unos contra otros. Es uno de los jefes de un grupo de hombres y mujeres llamados nazarenos[af].

6-7 Además, trató de hacer algo terrible contra nuestro templo, y por eso lo metimos en la cárcel[ag].

8 Si usted lo interroga, se dará cuenta de que todo esto es verdad.

9 Los judíos que estaban allí presentes aseguraban que todo eso era cierto.

10 Entonces el gobernador le hizo señas a Pablo para que hablara. Pablo le dijo: —Yo sé que usted ha sido juez de este país durante muchos años. Por eso estoy contento de poder hablar ante usted, para defenderme.

11 Hace algunos días llegué a Jerusalén para adorar a Dios y, si usted lo averigua, sabrá que digo la verdad.

12 La gente que me acusa no me encontró discutiendo con nadie, ni alborotando a la gente en el templo, ni en la sinagoga, ni en ninguna otra parte de la ciudad.

13 Ellos no pueden probar que sea verdad todo lo que se dice de mí.

14 Una cosa sí es cierta: Yo estoy al servicio del Dios de mis antepasados, y soy cristiano. Ellos dicen que seguir a Jesús es malo, pero yo creo que estoy obedeciendo todo lo que está escrito en la Biblia.

15 Yo creo que Dios hará que los muertos vuelvan a vivir, no importa que hayan sido buenos o malos. Y también los que me acusan creen lo mismo.

16 Por eso siempre trato de obedecer a Dios y de estar en paz con los demás; así que no tengo nada de qué preocuparme.

17 Durante muchos años anduve por otros países. Luego volví a mi país, para traer dinero a los pobres y presentar una ofrenda a Dios.

18 Fui al templo para entregar las ofrendas y hacer una ceremonia de purificación. Yo no estaba haciendo ningún alboroto, y ni siquiera había mucha gente. Allí me encontraron unos judíos de la provincia de Asia, y fueron ellos los que armaron el alboroto.

19 Si es que algo tienen contra mí, son ellos los que deberían estar aquí, acusándome delante de usted.

20 Si no es así, que digan los presentes si la Junta Suprema de los judíos pudo acusarme de hacer algo malo.

21 Lo único que dije ante la Junta fue, que me estaban juzgando por creer que los muertos pueden volver a vivir.

22 Cuando Félix oyó eso, decidió terminar la reunión, pues conocía bien todo lo que se relacionaba con el mensaje de Jesús. Y les dijo a los judíos: Cuando venga el jefe Lisias, me contará lo que pasó; y sabré más acerca de este asunto.

23 Luego, Félix le ordenó al capitán de los soldados que mantuviera preso a Pablo, pero que lo dejara hacer algunas cosas. Además, dio permiso para que Pablo recibiera a sus amigos y lo atendieran.

24 Días después, Félix fue otra vez a ver a Pablo. Lo acompañó Drusila, su esposa, que era judía. Félix llamó a Pablo, y lo escuchó hablar acerca de la confianza que se debe tener en Jesús.

25 Pero Pablo también le habló de que tenía que vivir sin hacer lo malo, que tenía que controlarse para no hacer lo que quisiera, sino solamente lo bueno, y que algún día Dios juzgaría a todos. Entonces Félix se asustó mucho y le dijo: Vete ya; cuando tenga tiempo volveré a llamarte.

26 Félix llamaba mucho a Pablo para hablar con él, pero más bien quería ver si Pablo le daría algún dinero para dejarlo en libertad.

27 Dos años después, Félix dejó de ser el gobernador, y en su lugar empezó a gobernar Porcio Festo[ah]. Pero Félix quería quedar bien con los judíos; por eso dejó preso a Pablo.

25 Pablo ante Festo

1 Festo llegó a la ciudad de Cesarea para ocupar su puesto de gobernador. Tres días después se fue a la ciudad de Jerusalén.

2 Cuando llegó, los sacerdotes principales y los judíos más importantes de la ciudad hicieron una acusación formal contra Pablo.

3 También le pidieron a Festo que les hiciera el favor de ordenar que Pablo fuera llevado a Jerusalén. Ellos planeaban matar a Pablo cuando viniera de camino a la ciudad.

4-5 Pero Festo les dijo: —No; Pablo seguirá preso en Cesarea, y muy pronto yo iré para allá. Si él ha hecho algo malo y las autoridades de ustedes quieren acusarlo, que vengan conmigo. Allá podrán acusarlo.

6 Festo se quedó ocho días en Jerusalén, y luego regresó a Cesarea. Al día siguiente fue a la corte, se sentó en la silla del juez, y mandó traer a Pablo.

7 Cuando Pablo entró en la corte, los judíos que habían venido desde Jerusalén comenzaron a acusarlo de hacer cosas muy malas. Pero no pudieron demostrar que eso fuera cierto.

8 Pablo entonces tomó la palabra para defenderse, y dijo: —Yo no he hecho nada malo contra el templo de Jerusalén, ni contra el emperador de Roma. Tampoco he desobedecido las leyes judías.

9 Como Festo quería quedar bien con los judíos, le preguntó a Pablo: —¿Te gustaría ir a Jerusalén para que yo te juzgue allá?

10 Pablo le contestó: —El tribunal del emperador de Roma está aquí, y es aquí donde debo ser juzgado. Usted sabe muy bien que yo no he hecho nada malo contra los judíos.

11 Si lo hubiera hecho, no me importaría si como castigo me mataran. Pero si lo que ellos dicen de mí no es cierto, nadie tiene derecho de entregarme a ellos. Yo pido que el emperador sea mi juez.

12 Festo se reunió con sus consejeros para hablar del asunto, y luego le dijo a Pablo: —Si quieres que el emperador sea tu juez, entonces irás a Roma.

Pablo ante el rey Agripa

13 Pasaron algunos días, y el rey Agripa[ai] y Berenice[aj] fueron a la ciudad de Cesarea para saludar al gobernador Festo.

14 Como Agripa y Berenice se quedaron allí varios días, Festo le contó al rey Agripa lo que pasaba con Pablo: —Tenemos aquí a un hombre que Félix dejó preso.

15 Cuando fui a Jerusalén, los principales sacerdotes y los líderes judíos lo acusaron formalmente. Ellos querían que yo ordenara matarlo.

16 Pero les dije que nosotros, los romanos, no acostumbramos ordenar la muerte de nadie sin que esa persona tenga la oportunidad de ver a sus acusadores y defenderse.

17 Entonces los acusadores vinieron a Cesarea y yo, sin pensarlo mucho, al día siguiente fui al tribunal y ocupé mi puesto de juez. Ordené que trajeran al hombre,

18 pero no lo acusaron de nada terrible, como yo pensaba.

19 Lo acusaban sólo de cosas que tenían que ver con su religión, y de andar diciendo que un tal Jesús, que ya había muerto, había resucitado.

20 Yo no sabía qué hacer, así que le pregunté a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allá.

21 Pero él contestó que prefería quedarse preso hasta que el emperador lo juzgara. Entonces ordené que lo dejaran preso hasta que yo pudiera enviarlo a Roma.

22 Agripa le dijo a Festo: —Me gustaría escuchar a ese hombre. —Mañana mismo podrás oírlo —le contestó Festo.

23 Al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron al tribunal, y con mucha pompa entraron en la sala. Iban acompañados de los jefes del ejército y de los hombres más importantes de la ciudad. Festo ordenó que trajeran a Pablo,

24 y luego dijo: —Rey Agripa, y señores que hoy nos acompañan, ¡aquí está el hombre! Muchos judíos han venido a verme aquí, en Cesarea, y allá en Jerusalén, para acusarlo de muchas cosas. Ellos quieren que yo ordene matarlo,

25 pero no creo que haya hecho algo tan malo como para merecer la muerte. Sin embargo, él ha pedido que sea el emperador quien lo juzgue, y yo he decidido enviarlo a Roma.

26 Pero no sé qué decirle al emperador acerca de él. Por eso lo he traído hoy aquí, para que ustedes, y sobre todo usted, rey Agripa, le hagan preguntas. Así sabré lo que puedo escribir en la carta que enviaré al emperador.

27 Porque no tendría sentido enviar a un preso sin decir de qué se le acusa.

26 Discurso de Pablo ante el rey Agripa

1 El rey Agripa le dijo a Pablo: —Puedes hablar para defenderte. Pablo levantó su mano en alto y dijo:

2 —Me alegra poder hablar hoy delante de Su Majestad, el rey Agripa. Estoy contento porque podré defenderme de todas las acusaciones que hacen contra mí esos judíos.

3 Yo sé que Su Majestad conoce bien las costumbres judías, y sabe también acerca de las cosas que discutimos. Por eso le pido ahora que me escuche con paciencia.

4 Todos los judíos me conocen desde que yo era niño. Saben cómo he vivido en mi país y en Jerusalén.

5 Siempre he sido un fariseo. Si ellos quisieran, podrían asegurarlo, pues lo saben. Los fariseos somos el grupo más exigente de nuestra religión.

6 Ahora me están juzgando aquí, sólo porque creo en la promesa que Dios les hizo a nuestros antepasados.

7 Nuestras doce tribus de Israel esperan que Dios cumpla esa promesa. Por eso aman y adoran a Dios día y noche. Gran rey Agripa, los judíos que me acusan no creen en esa promesa.

8 ¿Por qué ninguno de ustedes cree que Dios puede hacer que los muertos vuelvan a vivir?

9 Antes, yo pensaba que debía hacer todo lo posible por destruir a los que creían en Jesús de Nazaret.

10 Eso hice en la ciudad de Jerusalén. Con el permiso de los sacerdotes principales, metí en la cárcel a muchos de los que creían en él. Cuando los mataban, yo estaba de acuerdo.

11 Muchas veces los castigué en las sinagogas, para que dejaran de creer en Jesús. Tanto los odiaba que hasta los perseguí en otras ciudades.

12 Para eso mismo fui a la ciudad de Damasco, con el permiso y la autorización de los sacerdotes principales.

13 Pero en el camino, gran rey Agripa, cuando eran las doce del día, vi una luz muy fuerte, que brilló alrededor de todos los que íbamos.

14 Todos caímos al suelo. Luego oí una voz que venía del cielo, y que me dijo en arameo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¡Sólo los tontos pelean contra mí!».

15 Entonces respondí: «¿Quién eres, Señor?». Él me contestó: «Yo soy Jesús. Es a mí a quien estás persiguiendo.

16 Levántate, porque me he aparecido ante ti para nombrarte como uno de mis servidores. Quiero que anuncies lo que ahora sabes de mí, y también lo que sabrás después.

17 Te enviaré a hablar con los judíos y con los que no son judíos, y no dejaré que ninguno de ellos te haga daño.

18 Quiero que hables con ellos, para que se den cuenta de todo lo malo que hacen, y para que comiencen a obedecer a Dios. Ellos ahora caminan como si estuvieran ciegos, pero tú les abrirás los ojos. Así dejarán de obedecer a Satanás, y obedecerán a Dios. Podrán creer en mí, y Dios les perdonará sus pecados. Así serán parte del santo pueblo de Dios».

19 Gran rey Agripa, yo no desobedecí esa visión que Dios puso ante mí.

20 Por eso, primero anuncié el mensaje a la gente de Damasco, y luego a la de Jerusalén, y a la de toda la región de Judea. También hablé con los que no eran judíos, y les dije que debían pedirle perdón a Dios y obedecerlo, y hacer lo bueno para demostrar que en verdad se habían arrepentido.

21 ¡Por eso algunos judíos me tomaron prisionero en el templo, y quisieron matarme!

22 Pero todavía sigo hablando de Jesús a todo el mundo, a ricos y a pobres, pues Dios me ayuda y me da fuerzas para seguir adelante. Siempre les hablo de lo que la Biblia ha dicho de todo esto:

23 que el Mesías tenía que morir, pero que después de tres días resucitaría, y que sería como una luz en la oscuridad, para salvar a los judíos y a los no judíos.

Agripa le responde a Pablo

24 Cuando Pablo terminó de defenderse, Festo le gritó: —¡Pablo, estás loco! De tanto estudiar te has vuelto loco.

25 Pablo contestó: —Excelentísimo Festo, yo no estoy loco. Lo que he dicho es la verdad, y no una locura.

26 El rey Agripa sabe mucho acerca de todo esto, y por eso hablo con tanta confianza delante de él. Estoy seguro de que él sabe todo esto, porque no se trata de cosas que hayan pasado en secreto.

27 Luego, Pablo se dirigió al rey Agripa y le dijo: —Majestad, ¿acepta usted lo que dijeron los profetas en la Biblia? Yo sé que sí lo acepta.

28 Agripa le contestó: —¿En tan poco tiempo piensas que puedes convencerme de ser cristiano?

29 Pablo le dijo: —Me gustaría que en poco tiempo, o en mucho tiempo, Su Majestad y todos los que están aquí fueran como yo. Pero claro, sin estas cadenas.

30 Entonces el rey Agripa, Festo y Berenice, y todos los que estaban allí, se levantaron

31 y salieron para conversar a solas. Decían: Este hombre no ha hecho nada malo como para merecer la muerte. Tampoco debería estar en la cárcel.

32 Agripa le dijo a Festo: —Este hombre podría ser puesto en libertad, si no hubiera pedido que el emperador lo juzgue.

27 Pablo es llevado a Roma

1 Cuando por fin decidieron mandarnos a Italia, Pablo y los demás prisioneros fueron entregados a un capitán romano llamado Julio, que estaba a cargo de un grupo especial de soldados al servicio del emperador.

2 Fuimos llevados al puerto de Adramitio. Allí, un barco estaba a punto de salir para hacer un recorrido por los puertos de la provincia de Asia. Con nosotros estaba también Aristarco, que era de la ciudad de Tesalónica, en la provincia de Macedonia. Subimos al barco y salimos.

3 Al día siguiente llegamos al puerto de Sidón. El capitán Julio trató bien a Pablo, pues lo dejó visitar a sus amigos en Sidón, y también permitió que ellos lo atendieran.

4 Cuando salimos de Sidón, navegamos con el viento en contra. Entonces nos acercamos a la costa de la isla de Chipre para protegernos del viento.

5 Luego pasamos por la costa de las provincias de Cilicia y de Panfilia, y así llegamos a una ciudad llamada Mira, en la provincia de Licia.

6 El capitán Julio encontró allí un barco de Alejandría, que iba hacia Italia, y nos ordenó subir a ese barco para continuar nuestro viaje.

7-8 Viajamos despacio durante varios días, y nos costó trabajo llegar frente al puerto de Cnido. El viento seguía soplando en contra nuestra, por lo que pasamos frente a la isla de Salmona y, con mucha dificultad, navegamos por la costa sur de la isla de Creta. Por fin llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, que está cerca de la ciudad de Lasea, en la misma isla de Creta.

9 Era peligroso seguir navegando, pues habíamos perdido mucho tiempo y ya casi llegaba el invierno. Entonces Pablo les dijo a todos en el barco:

10 Señores, este viaje va a ser peligroso. No sólo puede destruirse la carga y el barco, sino que hasta podemos morir.

11 Pero el capitán de los soldados no le hizo caso a Pablo, sino que decidió seguir el viaje, como insistían el dueño y el capitán del barco.

12 Buenos Puertos no era un buen lugar para pasar el invierno; por eso, todos creían que lo mejor era seguir y tratar de llegar al puerto de Fenice, para pasar allí el invierno. Fenice estaba en la misma isla de Creta, y desde allí se podía salir hacia el noroeste y el suroeste.

Tempestad en el mar

13 De pronto, comenzó a soplar un viento suave, que venía del sur. Por eso el capitán y los demás pensaron que podían seguir el viaje, y salimos navegando junto a la costa de la isla de Creta.

14 Al poco tiempo, un huracán vino desde el noreste, y el fuerte viento comenzó a pegar contra el barco.

15 No podíamos navegar contra el viento, así que tuvimos que dejarnos llevar por él.

16 Pasamos frente a la costa sur de una isla pequeña, llamada Cauda, la cual nos protegió del viento. Allí pudimos subir el bote salvavidas, aunque con mucha dificultad.

17 Después los marineros usaron cuerdas, y con ellas trataron de sujetar el casco del barco, para que no se rompiera. Todos tenían miedo de que el barco quedara atrapado en los depósitos de arena llamados Sirte. Bajaron las velas y dejaron que el viento nos llevara a donde quisiera.

18 Al día siguiente la tempestad empeoró, por lo que todos comenzaron a echar al mar la carga del barco.

19 Tres días después, también echaron al mar todas las cuerdas que usaban para manejar el barco.

20 Durante muchos días no vimos ni el sol ni las estrellas. La tempestad era tan fuerte que habíamos perdido la esperanza de salvarnos.

21 Como habíamos pasado mucho tiempo sin comer, Pablo se levantó y les dijo a todos: Señores, habría sido mejor que me hubieran hecho caso, y que no hubiéramos salido de la isla de Creta. Así no le habría pasado nada al barco, ni a nosotros.

22 Pero no se pongan tristes, porque ninguno de ustedes va a morir. Sólo se perderá el barco.

23 Anoche se me apareció un ángel, enviado por el Dios a quien sirvo y pertenezco.

24 El ángel me dijo: «Pablo, no tengas miedo, porque tienes que presentarte ante el emperador de Roma. Gracias a ti, Dios no dejará que muera ninguno de los que están en el barco».

25-26 Así que, aunque el barco se quedará atascado en una isla, alégrense, pues yo confío en Dios y estoy seguro de que todo pasará como el ángel me dijo.

27 El viento nos llevaba de un lugar a otro. Una noche, como a las doce, después de viajar dos semanas por el mar Adriático, los marineros vieron que estábamos cerca de tierra firme.

28 Midieron, y se dieron cuenta de que el agua tenía treinta y seis metros de profundidad. Más adelante volvieron a medir, y estaba a veintisiete metros.

29 Esto asustó a los marineros, pues quería decir que el barco podía chocar contra las rocas. Echaron cuatro anclas al mar, por la parte trasera del barco, y le pidieron a Dios que pronto amaneciera.

30 Pero aun así, los marineros querían escapar del barco. Comenzaron a bajar el bote salvavidas, haciendo como que iban a echar más anclas en la parte delantera del barco.

31 Pablo se dio cuenta de sus planes, y les dijo al capitán y a los soldados: Si esos marineros se van, ustedes no podrán salvarse.

32 Entonces los soldados cortaron las cuerdas que sostenían el bote, y lo dejaron caer al mar.

33 A la madrugada, Pablo pensó que todos debían comer algo y les dijo: Hace dos semanas que sólo se preocupan por lo que pueda pasar, y no comen nada.

34 Por favor, coman algo. Es necesario que tengan fuerzas, pues nadie va a morir por causa de este problema.

35 Luego Pablo tomó un pan y oró delante de todos. Dando gracias a Dios, partió el pan y empezó a comer.

36 Todos se animaron y también comieron.

37 En el barco había doscientas setenta y seis personas,

38 y todos comimos lo que quisimos. Luego los marineros tiraron el trigo al mar, para que el barco quedara más liviano.

El barco se hace pedazos

39 Al amanecer, los marineros no sabían dónde estábamos, pero vieron una bahía con playa, y trataron de arrimar el barco hasta allá.

40 Cortaron las cuerdas de las anclas y las dejaron en el mar. También aflojaron los remos que guiaban el barco, y levantaron la vela delantera. El viento empujó el barco, y éste comenzó a moverse hacia la playa,

41 pero poco después quedó atrapado en un montón de arena. La parte delantera no se podía mover, pues quedó enterrada en la arena, y las olas comenzaron a golpear con tanta fuerza la parte trasera que la despedazaron toda.

42 Los soldados querían matar a los prisioneros, para que no se escaparan nadando.

43 Pero el capitán no los dejó, porque quería salvar a Pablo. Ordenó que todos los que supieran nadar se tiraran al agua y llegaran a la playa,

44 y que los que no supieran se agarraran de tablas o pedazos del barco. Todos llegamos a la playa sanos y salvos.

28 Pablo en la isla de Malta

1 Cuando todos estuvimos a salvo, nos dimos cuenta de que nos encontrábamos en una isla llamada Malta.

2 Los habitantes de la isla nos trataron muy bien, y encendieron un fuego para que nos calentáramos, porque estaba lloviendo y hacía mucho frío.

3 Pablo había recogido leña y la estaba echando al fuego. De repente, una serpiente salió huyendo del fuego y le mordió la mano a Pablo.

4 Cuando los que vivían en la isla vieron a la serpiente colgada de la mano de Pablo, dijeron: Este hombre debe ser un asesino porque, aunque se salvó de morir ahogado en el mar, la diosa de la justicia no lo deja vivir.

5 Pero Pablo arrojó la serpiente al fuego.

6 Todos esperaban que Pablo se hinchara, o que cayera muerto en cualquier momento, pero se cansaron de esperar, porque a Pablo no le pasó nada. Entonces cambiaron de idea y pensaron que Pablo era un dios.

7 Cerca de donde estábamos había unos terrenos. Pertenecían a un hombre llamado Publio, que era la persona más importante de la isla. Publio nos recibió y nos atendió muy bien durante tres días.

8 El padre de Publio estaba muy enfermo de diarrea, y con mucha fiebre. Entonces Pablo fue a verlo, y oró por él; luego puso las manos sobre él, y lo sanó.

9 Cuando los otros enfermos de la isla se enteraron de eso, fueron a buscar a Pablo para que también los sanara, y Pablo los sanó.

Pablo llega a Roma

10-11 En esa isla pasamos tres meses. La gente de allí nos atendió muy bien y nos dio de todo. Luego, cuando subimos a otro barco para irnos, nos dieron todo lo necesario para el viaje. El barco en que íbamos a viajar era de Alejandría, y había pasado el invierno en la isla. Estaba cargado de trigo, y por la parte delantera tenía la figura de los dioses Cástor y Pólux[ak].

12 Salimos con el barco y llegamos al puerto de Siracusa, donde pasamos tres días.

13 Luego, salimos de allí y fuimos a la ciudad de Regio. Al día siguiente el viento soplaba desde el sur, y en un día de viaje llegamos a Puerto Pozzuoli.

14 Allí encontramos a algunos miembros de la iglesia, que nos invitaron a quedarnos una semana. Finalmente, llegamos a Roma.

15 Los de la iglesia ya sabían que nosotros íbamos a llegar, y por eso fueron a recibirnos al Foro de Apio y a un lugar llamado Tres Tabernas. Cuando los vimos, Pablo dio gracias a Dios y se sintió contento.

16 Al llegar a la ciudad, las autoridades permitieron que Pablo viviera aparte y no en la cárcel. Sólo dejaron a un soldado para que lo vigilara.

Pablo en Roma

17 Tres días después, Pablo invitó a los líderes judíos que vivían en Roma, para que lo visitaran en la casa donde él estaba. Cuando ya todos estaban juntos, Pablo les dijo: —Amigos israelitas, yo no he hecho nada contra nuestro pueblo, ni contra nuestras costumbres. Sin embargo, algunos judíos de Jerusalén me entregaron a las autoridades romanas.

18 Los romanos me hicieron muchas preguntas y, como vieron que yo era inocente, quisieron dejarme libre.

19 Pero como los judíos que me acusaban querían matarme, tuve que pedir que el emperador de Roma se hiciera cargo de mi situación. En realidad, no quiero causarle ningún problema a mi pueblo.

20 Yo los he invitado a ustedes porque quería decirles esto: Me encuentro preso por tener la misma esperanza que tienen todos los judíos.

21 Los líderes contestaron: —Nosotros no hemos recibido ninguna carta de Judea que hable acerca de ti. Ninguno de los que han llegado de allá te ha acusado de nada malo.

22 Sin embargo, una cosa queremos, y es que nos digas lo que piensas, porque hemos sabido que en todas partes se habla en contra de este nuevo grupo, al que tú perteneces.

23 Entonces los líderes pusieron una fecha para reunirse de nuevo. Cuando llegó el día acordado, muchos judíos llegaron a la casa de Pablo. Y desde la mañana hasta la tarde, Pablo estuvo hablándoles acerca del reino de Dios. Usó la Biblia, porque quería que ellos aceptaran a Jesús como su salvador.

24 Algunos aceptaron lo que Pablo decía, pero otros no.

25 Y como no pudieron ponerse de acuerdo, decidieron retirarse. Pero antes de hacerlo, Pablo les dijo: El Espíritu Santo dijo lo correcto cuando, por medio del profeta Isaías, les habló a los antepasados de ustedes:

26 «Ve y dile a los israelitas: Por más que ustedes escuchen, nada entenderán; por más que miren, nada verán.

27 Tienen el corazón endurecido, tapados están sus oídos y cubiertos sus ojos. Por eso no pueden entender, ni ver ni escuchar. No quieren volverse a mí, ni quieren que yo los sane».

28-29 Finalmente, Pablo les dijo: ¡Les aseguro que Dios quiere salvar a los que no son judíos! ¡Ellos sí escucharán[al]!

30 Pablo se quedó a vivir dos años en la casa que había alquilado, y allí recibía a todas las personas que querían visitarlo.

31 Nunca tuvo miedo de hablar del reino de Dios, ni de enseñar acerca del Señor Jesús, el Mesías, ni nadie se atrevió a impedírselo.


Notas de Hechos de los Apóstoles

[a] Hechos 1:1 Con primer libro el autor, que es Lucas, se refiere a su evangelio. <<

[b] Hechos 1:6 Otra posible traducción: ¿Es ahora cuando te convertirás en rey de Israel? <<

[c] Hechos 2:1 Pentecostés: Fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de la Pascua. <<

[d] Hechos 2:33 A su derecha: Es decir, lo sentó en el sitio de honor y le dio poder. <<

[e] Hechos 2:38 En el nombre de Jesucristo: Es decir, de parte de Jesús, o con el poder y la autoridad que Jesús les daba. <<

[f] Hechos 5:31 A la derecha de su trono: Véase la nota en 2.33. <<

[g] Hechos 6:9 Hombres Libres: Grupo de judíos que habían sido esclavos, pero que ahora vivían en libertad. <<

[h] Hechos 7:58 Saulo: Este joven es el apóstol Pablo, quien antes era conocido con el nombre de Saulo. <<

[i] Hechos 8:32 No llegó a tener hijos: Algunas versiones modernas traducen ¿quien podrá hablar de su descendencia? <<

[j] Hechos 8:36 Algunos manuscritos añaden el v. 37: Felipe le dijo: —Si usted cree con todo su corazón que Jesús es el Hijo de Dios, puede bautizarse. Y el oficial respondió: — Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. <<

[k] Hechos 9:1 Saulo. Véase nota 1 en 7.58. <<

[l] Hechos 11:25 Saulo: El que después se llamó Pablo. <<

[m] Hechos 11:28 Claudio: Emperador de Roma entre los años 41-54 d. C. <<

[n] Hechos 12:1 Herodes Agripa I era nieto de Herodes el Grande, que reinaba cuando nació Jesús. <<

[o] Hechos 12:25 Véase nota 1 en 11.25. <<

[p] Hechos 13:18 Los cuidó: Otros manuscritos griegos dicen: soportó su conducta. <<

[q] Hechos 13:33 Aquí se cita el Sal 2.7, para indicar que cuando Jesús resucitó, Dios demostró que era su Hijo. <<

[r] Hechos 14:12 Hermes: Los griegos pensaban que Hermes era el mensajero de los dioses, especialmente de Zeus, el dios principal. <<

[s] Hechos 15:34 Algunos manuscritos griegos no tienen el v. 34: Pero Silas decidió quedarse en Antioquía. <<

[t] Hechos 16:3 Circuncidaran: Los padres griegos no acostumbraban circuncidar a sus hijos, por lo que Timoteo no estaba circuncidado. Los cristianos judíos no aceptarían a Timoteo como parte del grupo si no se circuncidaba. Véase Circuncisión en el Glosario. <<

[u] Hechos 16:10 Aquí comienza una de las secciones del libro de los Hechos en las que todo se relata en primera persona plural nosotros. Esto parece sugerir que el autor del libro está presente en lo que sucede en estas secciones. Véanse 16.10-17; 20.5-16; 21.1-18 y 27.1 —28.16. <<

[v] Hechos 16:37 Ciudadanos romanos: Los ciudadanos romanos tenían derechos y privilegios especiales. Se podía ser ciudadano romano con sólo nacer en Roma o en una de sus colonias. También se podía comprar la ciudadanía pagando un precio muy alto. <<

[w] Hechos 17:18 Lit. epicúreos: Esta gente seguía las enseñanzas de un hombre llamado Epicuro. <<

[x] Hechos 17:18 Lit. estoicos: Esta gente seguía las enseñanzas de un hombre llamado Zenón, quien además de enseñar que uno debe controlarse a sí mismo, decía que toda persona puede saber lo que es bueno y lo que es malo, sin ayuda de Dios ni de nadie. <<

[y] Hechos 18:2 Claudio, el emperador de Roma, había ordenado que todos los judíos salieran del país: Esto sucedió probablemente en el año 49 d. C., aunque pudo haber sido también en el año 41 d. C. <<

[z] Hechos 18:18 Se rapó todo el pelo: Pablo había hecho la promesa del nazireo. Cuando una persona hacía esta promesa a Dios, no se cortaba el pelo ni tomaba vino. Luego, cuando terminaba el tiempo de la promesa, la persona debía raparse el pelo y presentar una ofrenda a Dios (véase Números 6.1-21). <<

[aa] Hechos 21:24 Raparse. Véase nota en 18.18. <<

[ab] Hechos 22:25 Ciudadano romano: Véase nota en 16.37. <<

[ac] Hechos 23:3 Ley: Según la ley judía, ninguna persona acusada de hacer algo malo podía ser castigada antes de que se supiera si era culpable o no; cf. Levítico 19.15; Marcos 14.63-65; Juan 18.22-23. Véase Ley en el Glosario. <<

[ad] Hechos 23:27 Ciudadano romano: Véase nota en 16.37. <<

[ae] Hechos 23:35 Herodes el Grande construyó ese palacio, pero los gobernantes romanos en la región de Palestina lo usaron como residencia. <<

[af] Hechos 24:5 Nazarenos: Nombre dado a los cristianos por ser seguidores de Jesús, del pueblo de Nazaret. <<

[ag] Hechos 24:6 Algunos manuscritos agregan: queríamos juzgarlo nosotros con nuestra ley, pero el jefe Lisias nos lo quitó a la fuerza y dijo que, si queríamos acusar a Pablo, viniéramos ante usted. <<

[ah] Hechos 24:27 Festo: Fue gobernador de la región de Judea, probablemente entre los años 60 y 62 d. C. Murió en el año 62 d. C. <<

[ai] Hechos 25:13 Agripa: Podría tratarse de Herodes Agripa II, o de Marco Julio Agripa, hijo de Herodes Agripa I. El emperador de Roma lo nombró rey de algunos territorios en la región de Palestina. Aunque los padres de Agripa eran judíos, él estaba a favor de los romanos y, aunque no se interesaba mucho por la religión judía, la conocía bien. <<

[aj] Hechos 25:13 Berenice: Hermana de Agripa y de Drusila (24.24). <<

[ak] Hechos 28:10 Cástor y Pólux: Con estos nombres se llamaba también a los dioses gemelos que los griegos llamaban «Dióscuros» o «hijos de Zeus». Estos dioses eran considerados los protectores de los marineros. Ellos ponían estatuas o imágenes de esos ídolos, pensando que les traería suerte en los viajes. <<

[al] Hechos 28:28 Ellos sí escucharán: Algunos manuscritos agregan el v. 29: Después de que Pablo dijo eso, los judíos se fueron, pero tuvieron una gran discusión entre ellos. <<

🔊 Formato Audio extraído de librivox – Bible (Reina Valera) NT 05: Hechos de los Apostoles


Reflexiones sobre el libro Hechos de los Apóstoles

El libro de los Hechos de los Apóstoles es una obra que forma parte del Nuevo Testamento de la Biblia y que narra la historia de la Iglesia cristiana desde la ascensión de Jesús hasta el final del ministerio de Pablo en Roma. Su autor es Lucas, el mismo que escribió el tercer Evangelio, y ambos libros se consideran como una sola obra dividida en dos partes.

El propósito de Lucas al escribir este libro es mostrar cómo el Espíritu Santo guió y fortaleció a los apóstoles y a los primeros cristianos para ser testigos de Jesús en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hechos 1:8). También quiere demostrar cómo el evangelio se extendió desde el pueblo judío hasta el mundo gentil, cumpliendo así la promesa de Dios a Abraham (Génesis 12:3).

El libro se puede dividir en dos secciones principales: la primera se centra en la figura de Pedro y su labor entre los judíos (capítulos 1-12), y la segunda se centra en la figura de Pablo y su labor entre los gentiles (capítulos 13-28). A lo largo del libro se relatan diversos hechos milagrosos, persecuciones, conversiones, conflictos, viajes misioneros y discursos que ilustran el poder y la gracia de Dios en medio de su pueblo.

El libro de los Hechos de los Apóstoles es una fuente valiosa para conocer los orígenes y el desarrollo de la Iglesia primitiva, así como para inspirarnos a seguir el ejemplo de aquellos que dieron todo por amor a Cristo y a su causa.

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