Samuel 1

Primer Libro de Samuel

Samuel 1 - Primer Libro de Samuel

Samuel 1 es un libro histórico del Antiguo Testamento que narra la transición de Israel de una teocracia a una monarquía y la vida de los primeros reyes de Israel.

En este libro, vemos cómo Samuel, el último juez de Israel, es fiel y obediente a Dios en su papel de líder de Israel, y cómo esto le permite guiar al pueblo hacia la voluntad de Dios. También vemos cómo la elección de Saúl como el primer rey de Israel es un ejemplo de cómo un líder debe ser elegido y cómo debe comportarse, pero también cómo su desobediencia y su falta de humildad lo llevan a perder el favor de Dios y su reino. Finalmente, vemos cómo David, el sucesor de Saúl y el futuro rey de Israel, confía en Dios y busca su voluntad en todas las decisiones que toma, lo que le permite ser un líder piadoso y justo que es bendecido por Dios y amado por su pueblo.

En esta sección, podrás explorar más a fondo el contenido del libro de Samuel 1 y descubrir su significado y relevancia para nuestra vida espiritual. A través de este libro, podrás aprender acerca de la fidelidad y la obediencia a Dios, la importancia de un liderazgo justo y piadoso, y la necesidad de confiar en Dios y su plan para nuestras vidas.

Esperamos que esta sección te sea de gran utilidad y que te permita profundizar en tu conocimiento y comprensión de la Sagrada Escritura. ¡Bienvenido a la sección del libro de Samuel 1 en «Sagrada Escritura«!

1 Dios le da un hijo a Ana

1 En Ramá, un pueblo de los cerros de Efraín, vivía un hombre llamado Elcaná. Sus antepasados fueron: Jeroham, Elihú, Tohu y Suf. Todos ellos eran descendientes de Efraín.

2 Elcaná tenía dos esposas: Peniná y Ana. Peniná tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.

3 Cada año Elcaná y su familia salían de su pueblo para ir al santuario de Siló. Allí adoraban al Dios todopoderoso y presentaban ofrendas en su honor. Allí también trabajaban dos hijos del sacerdote Elí, llamados Hofní y Finees.

4 Cuando Elcaná presentaba un animal como ofrenda, les daba una parte de la carne a Peniná y a sus hijos.

5 Pero a Ana le daba la mejor parte porque la amaba mucho, a pesar de que Dios no le permitía tener hijos.

6-7 Como Ana no tenía hijos, Peniná se burlaba de ella. Tanto la molestaba que Ana lloraba mucho y ni comer quería. Todos los años, cuando iban al santuario, Peniná la trataba así.

8 En una de esas visitas, Elcaná le preguntó a Ana: ¿Por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué te afliges? Para ti, es mejor tenerme a mí que tener muchos hijos.

9 Ana dejó de comer, se levantó y se fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba allí, sentado junto a la puerta.

10 Ana estaba tan triste que no dejaba de llorar. Por eso oró a Dios

11 y le hizo esta promesa: Dios todopoderoso, yo soy tu humilde servidora. Mira lo triste que estoy. Date cuenta de lo mucho que sufro; no te olvides de mí. Si me das un hijo, yo te lo entregaré para que te sirva sólo a ti todos los días de su vida. Como prueba de que te pertenece, nunca se cortará el cabello.

12-13 Ana oraba a Dios en silencio. Elí la veía mover los labios, pero como no escuchaba lo que decía, pensó que estaba borracha.

14 Por eso le dijo: —¿No te da vergüenza estar borracha? ¡Deja ya la borrachera!

15-16 Pero Ana le respondió: —Señor mío, no crea usted que estoy borracha. No he bebido vino ni cerveza. Estoy muy triste, y por eso estoy aquí suplicándole a Dios que me responda.

17 Entonces Elí le contestó: —Vete tranquila, y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido.

18 Y Ana le dijo: —¡Usted sí me comprende! Dicho esto, Ana regresó a comer y dejó de estar triste.

19 A la mañana siguiente, Elcaná y su familia fueron al santuario para adorar a Dios, y después de eso regresaron a su casa en Ramá. Tiempo después, Elcaná y su esposa Ana tuvieron relaciones sexuales, y Dios permitió

20 que ella quedara embarazada. Cuando nació el niño, Ana le puso por nombre Samuel, porque Dios contestó su oración.

21 Al año siguiente, cuando llegó el tiempo de ir al santuario para presentar la ofrenda acostumbrada, Elcaná fue a Siló con toda su familia para cumplir su promesa.

22 Pero Ana no quiso ir con ellos, y por eso le dijo a su marido: —Cuando el niño ya pueda comer solo, yo misma lo llevaré al santuario y se lo entregaré a Dios. Allí se quedará a vivir.

23-24 Elcaná le dijo: —Haz lo que te parezca mejor. Que el niño se quede contigo hasta que pueda comer solo. Y que Dios cumpla su promesa. Ana se quedó con su hijo, y lo cuidó hasta que el niño comenzó a comer solo. Fue entonces cuando Ana lo llevó al santuario de Siló. También llevó como ofrenda un novillo de tres años, vino y veinte kilos de harina.

25 Después de presentar en el altar al novillo, Ana y su esposo le entregaron el niño al sacerdote Elí.

26 Y Ana le dijo: Señor mío, hace tiempo yo estuve aquí, orando a Dios.

27 Yo le pedí este niño, y él me lo concedió.

28 Por eso ahora se lo entrego, para que le sirva todos los días de su vida. Y todos ellos adoraron a Dios.

2 El canto de Ana

1 Entonces Ana dedicó a Dios este canto: Dios me ha hecho muy feliz, Dios me ha dado muchas fuerzas. Puedo taparles la boca a mis enemigos; y estoy feliz porque Dios me ha salvado.

2 Nuestro Dios es único. ¡Nadie se le compara! ¡No hay quien pueda protegernos como nos protege nuestro Dios!

3 ¡Cállense! ¡No sean tan orgullosos! ¡No hablen como la gente presumida! Dios nos conoce muy bien; sabe cuándo hacemos lo bueno y cuándo hacemos lo malo.

4 Dios quita poder a los poderosos, y da fuerza a los débiles.

5 A los que antes tenían mucha comida, Dios los hace trabajar para ganarse el pan; a los que siempre tenían hambre, hoy los tiene bien alimentados. La mujer que no tenía hijos ahora es madre de muchos; la que tenía muchos hijos, ahora no tiene ninguno.

6 Dios nos da la vida y nos trae la muerte.

7 Dios nos hace ricos y nos deja pobres; nos humilla y nos exalta.

8 Dios saca del basurero al pobre, y lo hace reinar entre príncipes. ¡Dios es dueño de todo el universo!

9 Dios protege a quienes lo obedecen, pero los rebeldes mueren angustiados; ¡de nada les sirve su fuerza!

10 Dios destruye a sus enemigos; desde el cielo lanza truenos contra ellos. Dios es el juez de todo el mundo. Al que él pone como rey le da riqueza y poder.

Samuel y los hijos de Elí

11 Después de esto, Elcaná y su familia regresaron a su casa en Ramá, mientras que el niño Samuel se quedó con el sacerdote Elí para servir a Dios.

12-17 Los hijos de Elí eran muy malos y no respetaban ni obedecían a Dios. Hacían cosas terribles con las ofrendas que la gente llevaba al santuario. Por ejemplo, la Ley de Dios decía que, al presentar las ofrendas, primero se debía quemar la grasa del animal y luego darle al sacerdote una porción de la carne. Sin embargo, cuando la gente apenas iba a quemar la grasa, venía un sirviente de los hijos de Elí y le decía al que presentaba la ofrenda: Dame la carne que le toca al sacerdote, para que yo se la prepare. Debo llevarla cruda porque el sacerdote no la quiere ya cocida. A veces alguien contestaba: Déjame quemar primero la grasa, y luego te llevarás lo que gustes. Pero el sirviente le respondía: Si no me la das ahora, me la llevaré por la fuerza. Muchas veces el sirviente llegaba con un tenedor, lo metía en la olla donde se estaba cocinando la carne, y todo lo que sacaba era para los hijos de Elí.

18 El niño Samuel, por el contrario, servía fielmente a Dios.

Elí bendice a Ana

Samuel se vestía con ropa de lino, como los sacerdotes.

19 Cada año su madre le hacía una túnica pequeña, y se la llevaba cuando iba con su marido a presentar su ofrenda.

20 En una de esas ocasiones, Elí bendijo a Elcaná y a Ana y les dijo: Ya que han puesto a Samuel al servicio de Dios, que Dios les conceda tener más hijos.

21 Y así sucedió. En los años siguientes, Dios bendijo a Ana, y ella tuvo tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, el niño Samuel crecía bajo el cuidado de Dios.

Maldad de los hijos de Elí

22 Elí ya era muy viejo. Cuando se enteró de todo lo que hacían sus hijos con los israelitas, los llamó y

23 les dijo: ¿Por qué se comportan así? Ya la gente me ha contado todo lo malo que ustedes hacen.

24 Todos en Israel hablan mal de ustedes.

25 Si una persona ofende a otra, Dios puede decidir quién tiene la razón; pero si alguien ofende a Dios, no hay quien pueda defenderlo. Sin embargo, los hijos de Elí no hicieron caso al regaño de su padre. Además, Dios ya había decidido quitarles la vida.

26 Mientras tanto, el niño Samuel seguía creciendo, y Dios y la gente lo querían mucho.

Un profeta reprende a Elí

27 Dios envió a un profeta para que le diera este mensaje a Elí: Yo me di a conocer a tus antepasados cuando ellos eran esclavos del rey de Egipto.

28 Entre todas las tribus de Israel, elegí a tu familia para que sus descendientes fueran mis sacerdotes. Les di el privilegio de ofrecer sacrificios en mi altar, de quemar incienso, de vestir las túnicas sacerdotales y de comer de las ofrendas del pueblo.

29 ¿Por qué no das importancia a los sacrificios y a las ofrendas que mandé presentar en mi santuario? Tú les das más importancia a tus hijos que a mí. Ellos están cada día más gordos, porque se quedan con lo mejor de las ofrendas que el pueblo me trae.

30 Yo les había prometido a tu familia y a tus antepasados que siempre serían mis sacerdotes. Pero ya no será así. Yo aprecio a los que me aprecian, pero desprecio a los que me desprecian.

31-33 Viene el día en que toda tu familia perderá importancia; ninguno de tus hijos llegará a viejo. Los pocos que queden como sacerdotes te harán sufrir mucho y también morirán jóvenes. Y tú serás testigo del bien que haré a mi pueblo.

34 Para que sepas que todo esto sucederá tal como lo he dicho, te daré una señal: Tus dos hijos, Hofní y Finees, morirán el mismo día.

35 Sin embargo, yo pondré en mi santuario a un sacerdote fiel, que hará todo como a mí me gusta. Haré que su familia viva mucho tiempo, y que sirva al rey que he elegido.

36 Los pocos que sobrevivan de tu familia se arrodillarán delante del sacerdote fiel, y le suplicarán: «Por favor, denos usted algún trabajo como sacerdotes, para que podamos comer aunque sea un pedazo de pan».

3 Dios llama a Samuel

1-4 En aquellos tiempos, Dios se comunicaba muy pocas veces con la gente y no le daba a nadie mensajes ni visiones. Por su parte, el niño Samuel servía a Dios bajo la dirección de Elí, que ya casi estaba ciego. Una noche, poco antes de que se apagara la lámpara del santuario, Dios llamó a Samuel por su nombre. Elí y Samuel estaban ya acostados, cada uno en su habitación. Samuel dormía en el santuario, que es donde estaba el cofre del pacto de Dios. —¡Samuel, Samuel! —dijo Dios.

5 Samuel fue corriendo al cuarto de Elí y le dijo: —Aquí estoy. ¿En qué puedo servirle? Elí le respondió: —Yo no te llamé. Anda, vuelve a acostarte. Samuel fue y se acostó,

6 pero Dios volvió a llamarlo: ¡Samuel, Samuel! Él se levantó y fue de nuevo a donde estaba Elí. —Aquí estoy —le dijo. ¿En qué puedo servirle? Elí le respondió: —Yo no te llamé, hijo mío. Anda, vuelve a acostarte.

7 Samuel estaba confundido porque aún no conocía la voz de Dios. Ésta era la primera vez que Dios le hablaba.

8 Por tercera vez Dios lo llamó: ¡Samuel, Samuel! Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: —Aquí estoy. ¿En qué puedo servirle? En ese momento Elí comprendió que era Dios quien llamaba al niño,

9 así que le dijo: —Anda a acostarte. Si oyes otra vez que te llaman, contesta así: «Dime, Dios mío, ¿en qué puedo servirte?». Samuel volvió a acostarse,

10 y poco después, Dios mismo se le acercó y lo llamó como antes: —¡Samuel, Samuel! Y él contestó: —Dime, Dios mío, ¿en qué puedo servirte?

11 Dios le dijo: —Voy a hacer en Israel algo muy terrible. Cuando la gente lo sepa, temblará de miedo.

12 Cumpliré contra la familia de Elí todo lo que he dicho.

13 Él sabía que sus hijos me ofendían gravemente, y no hizo nada para corregirlos. Así que voy a castigar a su familia, y nada ni nadie podrá evitarlo.

14 ¡Juro que ninguna ofrenda será suficiente para que yo les perdone su maldad!

15 Samuel volvió a acostarse y, cuando amaneció, se levantó y abrió las puertas del santuario. Pero no se atrevía a contarle a Elí la visión que había tenido.

16 Entonces Elí lo llamó: —Samuel, hijo mío. —Aquí estoy —contestó Samuel.

17 Y Elí le preguntó: —¿Qué te dijo Dios? Cuéntamelo todo. Que Dios te castigue si no me lo dices.

18 Samuel se lo contó todo, sin ocultarle nada, y Elí dijo: —¡Que se haga la voluntad de Dios! Él es quien manda.

19-21 Samuel seguía creciendo, y Dios lo cuidaba. También le daba mensajes en el santuario de Siló, y Samuel se los comunicaba a todo el pueblo. Todo lo que Dios prometía por medio de Samuel, se cumplía. Por eso en todo Israel, la gente confiaba plenamente en las palabras de Samuel.

4 Los filisteos capturan el cofre del pacto

1 Un día, los israelitas salieron a pelear contra los filisteos, y acamparon en Eben-ézer. Los filisteos, por su parte, acamparon en Afec

2 y se organizaron para la batalla. Comenzó el combate y los filisteos derrotaron a los israelitas, matando como a cuatro mil de ellos.

3 Cuando el resto del ejército israelita regresó al campamento, los jefes del pueblo se preguntaban: ¿Por qué dejó Dios que los filisteos nos derrotaran? ¡Vamos a Siló a traer el cofre del pacto! ¡Así Dios nos salvará de nuestros enemigos!

4 Entonces el pueblo mandó traer de Siló el cofre del pacto, donde el Dios todopoderoso reina entre los querubines. Los hijos de Elí, Hofní y Finees, venían acompañándolo.

5 Cuando el cofre del pacto llegó al campamento israelita, todo el pueblo gritó tan fuerte que hasta la tierra tembló.

6 Al oír los gritos, los filisteos se preguntaban: ¿Por qué hacen tanto escándalo esos israelitas? Cuando los filisteos se enteraron de que los israelitas habían traído el cofre del pacto de Dios a su campamento,

7 les dio mucho miedo y algunos decían: ¡Estamos perdidos! ¡Dios ha llegado al campamento israelita! ¡Esto nunca nos había pasado!

8 Nadie podrá salvarnos de ese Dios tan poderoso. Es el Dios que destruyó en el desierto a los egipcios con toda clase de terribles castigos. Y otros gritaban:

9 Filisteos, ¡no se desanimen! Sean valientes. De lo contrario, los israelitas dejarán de servirnos y nosotros pasaremos a ser sus esclavos. ¡Peleen como hombres!

10 Los filisteos pelearon contra los israelitas y los derrotaron. La matanza fue muy grande, pues mataron a treinta mil soldados israelitas, y el resto del ejército huyó a sus casas.

11 Además, los filisteos capturaron el cofre del pacto de Dios y mataron a Hofní y a Finees, hijos de Elí.

Muerte de Elí

12-15 Ese mismo día, un hombre de la tribu de Benjamín escapó de la batalla y llegó corriendo a Siló. Había roto su ropa y se había echado polvo sobre la cabeza en señal de luto. Cuando entró en la ciudad y le contó a la gente lo que había pasado, todos empezaron a llorar a gritos. El sacerdote Elí era ya un anciano de noventa y ocho años, y se había quedado ciego. Estaba sentado en una silla, junto al camino. Esperaba saber, con ansias y temor, qué había pasado con el cofre del pacto de Dios. Cuando oyó el griterío, preguntó: —¿Por qué hay tanto alboroto?

16 Y aquel hombre le dijo: —Logré escapar del campo de batalla, y acabo de llegar. —¿Y qué ha pasado, hijo mío? —le preguntó Elí.

17 Y el hombre le contestó: —Los filisteos nos derrotaron y se llevaron el cofre del pacto de Dios. Miles de nuestros hombres han muertos. Tus hijos, Hofní y Finees, también murieron.

18 Como Elí ya era anciano y muy pesado, cuando oyó lo que había sucedido con el cofre, se fue de espaldas, cayó junto a la puerta y se quebró el cuello. Allí murió. Había sido líder de Israel cuarenta años.

19 La nuera de Elí estaba embarazada y a punto de tener su bebé. Le afectó saber que el cofre del pacto de Dios había sido capturado, y que su suegro y Finees, su esposo, habían muerto. Por eso empezó a sentir fuertes dolores, y tuvo a su bebé;

20 eso le causó la muerte. Antes de que ella muriera, las mujeres que la atendían le dijeron: Anímate, tuviste un niño.

21-22 Ella no les respondió ni les hizo caso. Sólo tuvo tiempo de ponerle a su hijo el nombre de Icabod, y alcanzó a decir: Israel ha perdido el cofre. ¡Dios nos ha abandonado!

5 El cofre del pacto de Dios y los filisteos

1 Después de que los filisteos se apoderaron del cofre del pacto de Dios en

2 Eben-ézer, se lo llevaron a Asdod. Allí lo pusieron en su templo, junto a la estatua del dios Dagón.

3 Al día siguiente, cuando la gente de Asdod se levantó, encontró a Dagón tirado y de cara al suelo, frente al cofre del pacto de Dios. Enseguida lo levantaron y lo colocaron en su lugar.

4 Al día siguiente sucedió lo mismo, sólo que esta vez la cabeza y las manos de Dagón estaban tiradas a la entrada del templo.

5 Por eso, hasta el día de hoy en Asdod ni los sacerdotes ni los que adoran a Dagón pisan la entrada del templo.

6 Además, como la gente de Asdod había capturado el cofre, Dios los castigó duramente, lo mismo que a los pueblos vecinos. Dios hizo que les salieran tumores, y todos ellos sufrían mucho.

7 Por eso, los habitantes de Asdod dijeron: El Dios de Israel nos ha castigado duramente a nosotros y a nuestro dios Dagón. Ese cofre del Dios de Israel no debe estar entre nosotros.

8 Luego llamaron a todos los jefes filisteos y les preguntaron: —¿Qué podemos hacer con el cofre del Dios de Israel? Ellos contestaron: —Envíenlo a la ciudad de Gat. Y así lo hicieron.

9 Pero en cuanto el cofre llegó a aquella ciudad, Dios hizo que les salieran tumores a todos los que allí vivían. Toda la gente

10-12 estaba muy asustada. Por eso el cofre del pacto de Dios fue enviado a otra ciudad filistea, llamada Ecrón. Cuando el cofre iba entrando a esa ciudad, sus habitantes empezaron a gritar: ¡Nos han traído el cofre del Dios de Israel para matarnos a todos! Los habitantes de Ecrón tenían mucho miedo de morir, así que llamaron a los jefes filisteos y les dijeron: ¡Llévense de aquí ese cofre! ¡Regrésenlo al lugar de donde lo tomaron! De lo contrario, todos moriremos. Y aunque así lo hicieron, Dios también los castigó duramente. Murió mucha gente, y los que sobrevivieron sufrían mucho a causa de los tumores. Sus lamentos se escuchaban hasta el cielo.

6 Los filisteos devuelven el cofre

1 Como el cofre del pacto de Dios ya había estado siete meses en su tierra,

2 los filisteos mandaron a llamar a sus sacerdotes y adivinos, y les preguntaron: —¿Qué podemos hacer con el cofre del pacto de Dios? ¿Cómo podemos enviarlo de vuelta a su lugar?

3 Ellos les contestaron: —Si lo regresan, deben enviar también ofrendas para pagar por el error de haberlo capturado. Sólo así sanarán de los tumores y entenderán por qué Dios no ha dejado de castigarlos.

4-5 Los filisteos volvieron a preguntar: —¿Qué ofrenda podemos presentarle al Dios de Israel para que nos perdone? Y les contestaron: —Hagan figuras de los tumores y de las ratas que están destruyendo el país. Como ustedes tienen cinco jefes, deben enviar cinco tumores de oro y cinco ratas de oro. Así reconocerán que el Dios de Israel es muy poderoso; tal vez él deje de castigar al pueblo, a sus jefes, a sus dioses y a su tierra.

6 No vayan a portarse como el rey de Egipto y su gente. Ellos se pusieron muy tercos, y sólo cuando Dios los castigó duramente dejaron que los israelitas se fueran de Egipto.

7-9 Si quieren saber si fue el Dios de Israel quien los castigó, hagan lo siguiente: Construyan una carreta nueva. Esa carreta deben jalarla dos vacas que nunca hayan trabajado con el yugo puesto ni hayan jalado ninguna carreta. Las vacas deben estar criando terneros. Como lo normal es que las vacas vayan hacia donde están sus terneros, encierren a los terneros en el establo. Pongan luego el cofre del pacto de Dios en la carreta, y en una caja pongan las figuras de oro que hicieron. Una vez que hayan hecho esto, suelten la carreta para que las vacas se lleven la ofrenda. Fíjense entonces hacia dónde se dirigen las vacas. Si se van hacia Bet-semes, que es un pueblo israelita, podemos estar seguros de que fue el Dios de los israelitas quien nos causó tanto daño. Si no sucede así, entonces sabremos que no fue su Dios quien nos castigó, sino que todo esto fue un accidente.

10 Así lo hicieron los filisteos. Pusieron dos vacas para que llevaran el carro, y a los terneros recién nacidos los encerraron en un establo.

11 Luego pusieron en la carreta el cofre del pacto de Dios y la caja con las figuras de oro, y dejaron que las vacas se llevaran la carreta.

12 Las vacas se fueron directamente a Bet-semes. En ningún momento se apartaron del camino ni dejaron de mugir por sus terneros. Por su parte, los jefes filisteos las siguieron hasta que estuvieron cerca de Bet-semes.

13 La gente de ese lugar estaba cosechando trigo en el valle que está frente al pueblo. Cuando vieron el cofre, les dio mucha alegría.

14-15 La carreta se detuvo junto a una gran piedra que estaba en el campo de un hombre llamado Josué. Entonces los ayudantes de los sacerdotes bajaron el cofre del pacto de Dios y la caja con las figuras de oro, y los pusieron sobre esa gran piedra. Luego los israelitas tomaron la carreta, la hicieron leña, y sacrificaron las vacas como ofrenda a Dios. Además, ese día le presentaron a Dios otras ofrendas.

16 Los cinco jefes filisteos se quedaron a cierta distancia, y después de haber observado todo esto, ese mismo día regresaron a Ecrón.

17 Los filisteos tenían cinco ciudades principales: Asdod, Gaza, Ascalón, Gat y Ecrón. Por cada una de ellas, los jefes filisteos enviaron una figura de oro como ofrenda a Dios,

18 y por cada ciudad y pueblo, enviaron un ratón de oro. En cuanto a la gran piedra sobre la que colocaron el cofre del pacto de Dios, hasta el día de hoy se conserva en el campo de Josué, el de Bet-semes, como testimonio de todo esto.

19 Mientras el cofre estuvo en Bet-semes, Dios castigó con la muerte a setenta hombres que se atrevieron a mirar dentro del cofre. Toda la gente del pueblo lloró mucho por eso,

20 y decía: Nadie puede vivir delante de un Dios tan poderoso como el nuestro. Es mejor que mandemos el cofre a otro lugar.

21 Cerca de allí había una aldea llamada Quiriat-jearim. Entonces mandaron a decir a la gente de allí: Los filisteos nos han devuelto el cofre del pacto de Dios. Vengan por él.

7 Samuel gobierna Israel

1 Los habitantes de Quiriat-jearim pusieron el cofre del pacto de Dios en la casa de un hombre llamado Abinadab, la cual estaba sobre una colina. También consagraron a su hijo Eleazar para que cuidara del cofre.

2 El cofre estuvo en Quiriat-jearim veinte años. Y toda la gente de Israel lloraba y buscaba a Dios.

3-4 Por eso Samuel les dijo: Si de veras quieren volver a obedecer a Dios, dejen de adorar a los dioses ajenos, y a las imágenes de Baal y de Astarté. Adoren solamente a nuestro único y verdadero Dios. Así él los librará del poder de los filisteos. Los israelitas dejaron de adorar a esos dioses, y adoraron solamente al Dios de Israel.

5 Entonces Samuel les dijo: Reúnan en Mispá a todos los israelitas, y yo le pediré a Dios que los perdone.

6 Los israelitas se reunieron en Mispá y reconocieron que habían ofendido a Dios. Por eso sacaron agua de los pozos, la derramaron como ofrenda delante de Dios, y después ayunaron. Fue en Mispá donde Samuel comenzó a gobernar a los israelitas.

7 Cuando los jefes de los filisteos supieron que los israelitas se habían reunido en ese lugar, decidieron ir y atacarlos. Al saberlo, los israelitas se llenaron de miedo

8 y le dijeron a Samuel: ¡No dejes de orar a nuestro Dios; ruégale que nos libre del poder de los filisteos!

9-10 Samuel tomó un cordero y, mientras lo sacrificaba, le rogó a Dios que ayudara a su pueblo. Mientras tanto, los filisteos iban acercándose para atacar a Israel. Pero Dios escuchó a Samuel, y envió fuertes y espantosos truenos. Cuando los filisteos los oyeron, se llenaron de terror y salieron corriendo.

11-13 Los israelitas persiguieron a los filisteos desde Mispá hasta Bet-car, y los vencieron. Entonces Samuel tomó una piedra, la puso entre los pueblos de Mispá y Sen, y la llamó Eben-ézer, pues declaró: Hasta aquí nos ha ayudado Dios. Hizo esto para que todos recordaran cómo Dios los había ayudado. Mientras Samuel vivió, Dios mostró su poder contra los filisteos, y éstos ya no volvieron a invadir la tierra de Israel.

14 Por el contrario, los israelitas recuperaron las ciudades y territorios que los filisteos les habían quitado, desde Ecrón hasta Gat. Así fue como hubo paz entre los israelitas y los habitantes de Canaán.

15-17 Cada año Samuel visitaba las ciudades de Betel, Guilgal y Mispá. Allí aconsejaba y dirigía a los israelitas, y los ayudaba a resolver sus pleitos y problemas. Lo mismo hacía en Ramá, donde él vivía y donde había hecho un altar para adorar a Dios. Y Samuel gobernó a Israel durante toda su vida.

8 Los israelitas piden rey

1-2 Samuel tenía dos hijos. El primero en nacer fue Joel, y el segundo, Abías. Cuando Samuel envejeció, puso a sus hijos para que gobernaran a Israel.

3 Pero los hijos de Samuel no eran como su padre, sino que cometían muchas injusticias. Si dos personas peleaban por algo, y los buscaban a ellos para ver quién tenía la razón, ellos siempre ayudaban a quien les daba dinero.

4 Por eso, todos los representantes de Israel fueron a Ramá para hablar con Samuel. Allí le dijeron:

5 Usted ya está muy anciano, y sus hijos no son como usted. Es mejor que nos dé un rey como los que tienen las otras naciones.

6 Esto no le gustó nada a Samuel. Pero se puso a orar a Dios,

7 y Dios le dijo: Haz lo que te piden. No te están rechazando a ti, sino a mí, ¡pues no quieren que yo sea su rey!

8 Desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, ellos me han dejado para adorar a otros dioses, y así también lo hacen ahora contigo.

9 Dales el rey que piden, pero adviérteles todo lo que ese rey les hará.

10 Samuel habló con los que pedían rey, y les repitió lo que Dios le había dicho: —Esto es lo que les pasará cuando tengan rey:

11 El rey pondrá a los hijos de ustedes a trabajar en sus carros de guerra, o en su caballería, o los hará oficiales de su ejército;

12 a unos los pondrá a cultivar sus tierras, y a otros los pondrá a recoger sus cosechas, o a hacer armas y equipos para sus carros de guerra.

13 Ese rey hará que las hijas de ustedes le preparen perfumes, comidas y postres;

14 a ustedes les quitará sus mejores campos y cultivos,

15 y les exigirá la décima parte de sus cosechas para dárselas a sus ayudantes y oficiales.

16 También les quitará a ustedes sus burros, sus esclavos y sus mejores jóvenes, y los pondrá a su servicio.

17 A ustedes los hará sus esclavos, y además les quitará uno de cada diez animales de sus rebaños.

18 Entonces se arrepentirán de haber pedido un rey, pero Dios ya no los escuchará.

19 Y aunque Samuel les advirtió a los israelitas todo esto, ellos no le hicieron caso. Al contrario, le dijeron: —¡Eso no nos importa! ¡Queremos tener un rey!

20 ¡Queremos ser como las otras naciones! ¡Queremos un rey que nos gobierne y que salga con nosotros a la guerra!

21 Samuel escuchó todo lo que dijeron los israelitas, y eso mismo se lo repitió a Dios.

22 Y Dios le dijo: Hazles caso y dales un rey. Entonces Samuel les dijo a los israelitas: Está bien. Pero ahora váyanse a sus casas.

9 Samuel y Saúl se encuentran

1 Había un hombre muy importante llamado Quis. Era hijo de Abiel y nieto de Seror. Su bisabuelo había sido Becorat, hijo de Afíah. Todos ellos eran de la tribu de Benjamín.

2 Quis tenía un hijo llamado Saúl, que era joven y bien parecido, y además muy alto. Ningún israelita podía compararse con él, pues no había nadie que le pasara de los hombros.

3 Como a Quis se le perdieron unas burras, le dijo a su hijo Saúl: Ve a buscar las burras. Llévate a uno de tus ayudantes.

4 Saúl y uno de sus ayudantes fueron a buscar las burras por las montañas de Efraín, y también por las regiones de Salisá, Saalim y Benjamín, pero no las encontraron.

5 Cuando llegaron a la región de Suf, Saúl le dijo a su ayudante: —Tenemos que regresar. Mi padre ha de estar más preocupado por nosotros que por las burras.

6 Pero su ayudante le contestó: —En este pueblo hay un hombre que sirve a Dios. Toda la gente lo respeta mucho. Dicen que cuando él anuncia que algo va a suceder, sucede. ¡Vamos a verlo! A lo mejor nos dice dónde podemos encontrar las burras.

7 Pero Saúl le respondió: —Si vamos a consultarlo, ¿qué podemos darle? ¿Con qué le daremos las gracias por su ayuda? Ya no tenemos nada, ni siquiera un poco de pan.

8 El sirviente le dijo: —Yo traigo una monedita de plata, que pesa como tres gramos. Se la daré a ese hombre para que nos diga dónde encontrar las burras.

9-10 Y Saúl le contestó: —Está bien, vamos. En esos días, cuando alguien en Israel tenía problemas y quería que Dios le dijera qué hacer, decía: Voy a preguntarle al hombre que interpreta visiones. A estos intérpretes se les conocía como videntes, y tiempo después se les llamó profetas.

11 Saúl y su sirviente empezaron a subir al cerro para llegar a donde estaba el vidente. Cuando se acercaron al pueblo, se encontraron con unas muchachas que iban a sacar agua del pozo y les preguntaron: —¿Es aquí donde vive el vidente?

12-13 Y ellas les contestaron: —Sí, acaba de llegar al pueblo para presentar en el santuario del cerro los animales que se van a ofrendar a Dios. En cuanto entren al pueblo lo verán dirigirse allá para bendecir esos animales. La gente y sus invitados no empezarán a comer de los animales sacrificados hasta que él los bendiga. ¡Vayan rápido y podrán verlo!

14-16 Un día antes de que Saúl llegara, Dios le había dicho a Samuel: Mañana vendrá a buscarte un hombre de la tierra de Benjamín. Ese hombre reinará sobre mi pueblo y lo librará del poder de los filisteos. Ya he escuchado las quejas de mi pueblo, y he visto cómo sufre. Así que tú vas a derramar aceite sobre su cabeza, en señal de que será jefe de mi pueblo.

17 Cuando Saúl y su sirviente iban entrando al pueblo, Samuel vio a Saúl. En ese momento Dios le dijo a Samuel: Este hombre va a reinar sobre mi pueblo.

18 Entonces Samuel se acercó a ellos, y Saúl le preguntó: —¿Podría usted decirme dónde está la casa del vidente?

19 Y Samuel le contestó: —Yo soy el vidente. Adelántate al santuario del cerro, porque allí comeremos juntos, y mañana podrás regresar a tu casa. Ahora mismo voy a decirte lo que quieres saber:

20 Deja de preocuparte por las burras que se perdieron hace tres días, pues ya las encontraron. Además, todo lo mejor de Israel será para ti y para tu familia.

21 Saúl, sorprendido, le contestó: —¿Por qué me dice usted todo esto? La tribu de Benjamín, a la que pertenezco, es la más pequeña en Israel, y mi familia es la menos importante de esa tribu.

Saúl, futuro rey de Israel

22 En el comedor había como treinta invitados, pero Samuel hizo que Saúl y su ayudante se sentaran en el lugar más importante.

23 Luego, Samuel le dijo al cocinero: Trae la carne que te ordené que apartaras.

24 Enseguida el cocinero trajo una pierna entera y se la sirvió a Saúl. Entonces Samuel le dijo a Saúl: Ésta es la mejor parte de la carne. Come, pues la aparté para que hoy la comieras junto con esta gente. Samuel y Saúl comieron juntos ese día.

25 Cuando terminaron, bajaron del santuario y se dirigieron a la casa de Samuel, que estaba en el pueblo. Allí, Samuel habló con Saúl en la azotea de su casa. Como la azotea era el lugar más fresco para dormir, allí mismo le prepararon a Saúl una cama, y Saúl se durmió.

26 Al día siguiente, por la mañana, Samuel subió a la azotea y le dijo a Saúl: Levántate ya, que tienes que regresar a tu casa. Saúl se levantó y salió de la casa con Samuel. Cuando ya iban a salir de la ciudad,

27 Samuel le dijo a Saúl: Dile a tu sirviente que se adelante, pues tengo que darte un mensaje de parte de Dios.

10

1 En cuanto el sirviente se fue, Samuel sacó un frasco de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl; luego le dio un beso y le dijo: Hoy te ha elegido Dios para que seas rey de su pueblo.

2 Cuando nos hayamos despedido, te vas a encontrar con dos hombres, los cuales te van a decir que ya aparecieron las burras que andabas buscando. También te van a decir que tu padre está preocupado por ti, pues no sabe lo que pudo haberte pasado. Te vas a encontrar con ellos en la frontera de la región de Benjamín, junto a la tumba de Raquel.

3 En Tabor hay un árbol muy grande. Cuando llegues allí, encontrarás a tres hombres que van a Betel para adorar a Dios. Uno de ellos irá con tres cabritos, otro con tres panes, y el tercero irá con un recipiente de cuero lleno de vino.

4 Te saludarán y te darán dos panes. Acéptalos.

5 De allí te irás a Guibeá de Dios, donde los filisteos tienen un cuartel. Al entrar al pueblo, te encontrarás a una banda de músicos con guitarras, panderos, flautas y arpas. Detrás de esa banda verás a un grupo de profetas que bajan del santuario y que van dando mensajes de parte de Dios.

6 En ese momento el espíritu de Dios vendrá sobre ti y te pondrás a profetizar junto con ellos. A partir de entonces, tu vida cambiará por completo.

7 Una vez que se cumpla todo esto que ahora te digo, podrás hacer lo que quieras, porque Dios estará contigo.

8 Pero ahora, vete a Guilgal y espérame allí siete días. Cuando llegue yo, le presentaré a Dios sacrificios y ofrendas de paz, y entonces te diré lo que tienes que hacer como rey.

Saúl regresa a su casa

9 Ese mismo día se cumplió todo lo que Samuel había dicho, pues en cuanto Saúl se dio vuelta y se apartó de Samuel, Dios cambió la vida de Saúl.

10 Cuando Saúl y su ayudante llegaron a Guibeá, se encontraron con el grupo de profetas. Entonces el espíritu de Dios vino sobre Saúl, y Saúl comenzó a profetizar junto con ellos.

11-12 La gente que lo conocía y lo veía profetizar en compañía de aquellos profetas, empezó a decir: ¿Qué le pasa al hijo de Quis? ¿Y esos profetas de dónde salieron? ¿Hasta Saúl es profeta? Así fue como nació el dicho: ¡Hasta Saúl es profeta!

13 Cuando Saúl terminó de profetizar, subió al santuario del cerro.

14 Entonces el tío de Saúl les preguntó a él y a su sirviente: —¿Dónde estaban? Saúl respondió: —Andábamos buscando las burras. Como no podíamos encontrarlas, fuimos a ver al profeta Samuel para preguntarle por ellas.

15 Y el tío le dijo: —¡Cuéntame lo que te dijo el profeta!

16 Pero Saúl no quiso contarle lo que Samuel le había dicho acerca del reino, así que le contestó: —Sólo nos dijo que ya habían encontrado las burras.

Saúl es nombrado rey

17 Algunos días después, Samuel reunió a todo el pueblo en Mispá, y en presencia de Dios

18 les dijo: Así dice el Dios de Israel: Yo los saqué a ustedes de Egipto. Yo los libré del poder de ese pueblo y de las naciones que los tenían dominados. A pesar de eso, ustedes me han rechazado y ahora quieren tener un rey.

19 Parece que se han olvidado de que soy yo quien siempre los ayuda en todos sus problemas. Pero no importa. Ahora preséntense ante mí por tribus y familias.

20 Los israelitas así lo hicieron, y echaron suertes y ganó la tribu de Benjamín.

21 Luego echaron suertes entre las familias de Benjamín y ganó la familia de Matrí. Volvieron a echar suertes, y Saúl resultó elegido. Sin embargo, no lo podían encontrar.

22 Entonces le consultaron a Dios si Saúl estaba allí, y Dios respondió que estaba escondido entre el equipaje.

23 Rápidamente fueron a sacarlo de allí. Y cuando Saúl se presentó en medio de todos, se dieron cuenta de que era muy alto. No había nadie que le pasara de los hombros.

24 Entonces Samuel le dijo a todo el pueblo: —¡Aquí tienen al hombre elegido por Dios para que sea su rey! ¡No hay nadie que se le compare! Los israelitas gritaron a una voz: ¡Viva el rey!

25 Luego Samuel les explicó cuáles eran los derechos del rey, y los escribió en un libro que puso en el santuario de Dios. Después de eso, Samuel les dijo que regresaran cada uno a su casa.

26 También Saúl se fue a Guibeá, donde vivía, y Dios hizo que un grupo de valientes lo siguiera.

27 Pero un grupo de malvados dijo en son de burla: ¿Y éste es el que va a salvarnos? Y como pensaban que Saúl no servía para rey, no le dieron ningún regalo. A pesar de ello, Saúl no dijo nada.

11 Saúl derrota a los amonitas

1 Un hombre llamado Nahas, jefe de los amonitas, se preparó para atacar la ciudad israelita de Jabés de Galaad. La rodeó con su ejército, pero los habitantes de la ciudad le mandaron a decir: No queremos guerra. Preferimos hacer un arreglo contigo, aunque tengamos que ser tus esclavos.

2 Nahas les contestó: Acepto el arreglo, con la condición de que me dejen sacarle el ojo derecho a cada uno de ustedes. Así me burlaré de todo Israel.

3 Los representantes de Jabés le pidieron un plazo de siete días para enviar mensajeros por todo Israel y pedir ayuda. Se comprometieron a rendirse si nadie venía en su ayuda.

4 Cuando los mensajeros dieron la mala noticia en Guibeá, que era donde vivía Saúl, toda la gente comenzó a llorar a gritos.

5-6 En ese momento Saúl volvía del campo, donde había estado preparando el terreno para la siembra, y preguntó: ¿Qué le pasa a la gente? ¿Por qué llora? Cuando le contaron lo que pasaba en Jabés, el espíritu de Dios vino sobre él, y Saúl se enfureció.

7 Tomó entonces dos toros y los partió en pedazos, luego envió mensajeros por todo Israel, con los pedazos de los toros y con este mensaje: Así despedazaré el ganado de quienes no se unan a mí y a Samuel en esta guerra. Dios hizo que los israelitas se llenaran de miedo, así que todos se prepararon para la guerra.

8 Cuando Saúl los contó, eran trescientos mil hombres de Israel y treinta mil de Judá.

9 Entonces mandaron este mensaje a los de Jabés de Galaad: Mañana al mediodía llegaremos para librarlos de los amonitas. La gente de Jabés se puso muy contenta al recibir este mensaje,

10 pero a los amonitas los engañaron diciéndoles: Mañana nos rendiremos, y ustedes podrán hacer con nosotros lo que quieran.

11 Al día siguiente, Saúl dividió su ejército en tres grupos. Cuando ya estaba por amanecer, atacaron el campamento de los amonitas. La batalla duró hasta el mediodía, y los israelitas mataron a muchos de ellos. Los amonitas que quedaron vivos huyeron, cada uno por su lado.

12 Entonces Samuel dijo al pueblo: Traigan a los que se burlaron de Saúl. Como no querían que Saúl fuera nuestro rey, los vamos a matar.

13 Pero Saúl dijo: Por esta vez no vamos a matar a nadie, porque hoy Dios nos ha librado de nuestros enemigos.

14-15 Luego Samuel le dijo a la gente: Vengan, vamos a Guilgal. Hagamos una fiesta, pues ya tenemos rey. Toda la gente se fue a la fiesta, y allí le presentaron a Dios ofrendas de paz.

12 Samuel se despide de su pueblo

1 Más tarde, Samuel les dijo a todos los israelitas:

2-3 —Ustedes me pidieron un rey, y he cumplido su deseo: les he dado un rey, que de ahora en adelante los gobernará. Desde que yo era joven, y hasta la fecha, he sido el jefe de ustedes, y mis hijos son parte del pueblo. Pero ya estoy viejo. Ha llegado el momento de que, delante de Dios y de su rey, me digan cómo me he portado. ¿Con quién he sido injusto? ¿A quién le he quitado algo con engaños, o a la fuerza? ¿De quién he recibido dinero para cometer injusticias? ¿A quién le he robado su buey, o su burro? Si algo de esto he cometido contra cualquiera de ustedes, éste es el momento de decirlo; ¡éste es el momento de acusarme! Así pagaré mis deudas.

4 Pero ellos le respondieron: —Jamás nos has robado. Jamás nos engañaste, ni aceptaste nunca dinero para cometer injusticias.

5 Entonces Samuel les dijo: —Dios y el rey que él ha elegido son testigos de que ninguno de ustedes me acusa de nada. Y ellos respondieron: —Así es. Dios y el rey son testigos.

6-8 Después de esto, Samuel pronunció este sermón ante el pueblo: Préstenme atención, que voy a hacer un recuento de las muchas veces que Dios los ha salvado a ustedes y a sus antepasados. Después de que Jacob llegó a Egipto, los israelitas le rogaron a Dios que los librara de la esclavitud. Entonces Dios envió a Moisés y a Aarón, para que sacaran de Egipto a los antepasados de ustedes y los trajeran a esta tierra.

9 Sin embargo, ellos se olvidaron de su Dios. Por eso él permitió que los dominaran Sísara, el jefe del ejército de Hasor, los filisteos y el rey de Moab.

10 Pero los israelitas reconocieron que se habían alejado de Dios, y le dijeron: «Hemos pecado contra ti, pues hemos adorado a Baal y a Astarté, dioses de otras naciones. Líbranos del poder de nuestros enemigos, y te adoraremos sólo a ti».

11 Dios envió entonces a Jerubaal, a Bedán y a Jefté, y también a mí, para librarlos del poder de sus enemigos. Por eso ahora ustedes viven en paz.

12 Acuérdense también de que, cuando supieron que los iba a atacar Nahas, el rey de los amonitas, ustedes me pidieron que les diera un rey, a pesar de que su rey era el Dios que sacó de Egipto a nuestro pueblo.

13 Pues bien, nuestro Dios les ha dado ya el rey que ustedes pidieron.

14 Si ustedes y su rey obedecen y sirven sólo a Dios, él los bendecirá y ustedes vivirán en paz.

15 Pero si no lo obedecen, entonces los castigará como lo hizo con sus antepasados.

16 Prepárense, porque en este momento nuestro Dios va a hacer un milagro delante de nosotros.

17 Como saben, ahora es el tiempo de la cosecha y no el tiempo de lluvias; sin embargo, le voy a pedir a Dios que haga llover y envíe truenos. Así Dios les mostrará que ustedes hicieron muy mal al pedirle un rey.

18 Entonces Samuel le pidió a Dios que enviara lluvia y truenos, y Dios así lo hizo.

19 Al ver los israelitas lo que Dios y Samuel habían hecho, sintieron mucho miedo y le dijeron a Samuel: —Hemos sido muy rebeldes, pues hasta hemos exigido tener un rey. Ruégale a Dios que no nos quite la vida.

20 Y Samuel les contestó: —No tengan miedo. Aunque han hecho mal, no dejen de obedecer y amar a Dios; al contrario, sírvanle de buena gana

21 y no adoren a esos ídolos huecos y vacíos que no pueden hacerles bien ni ayudarlos.

22 Dios no los rechazará a ustedes, pues quedaría mal ante los otros pueblos. Además, él quiso que ustedes fueran suyos.

23 En cuanto a mí, nunca dejaré de pedirle a Dios por ustedes. Dejar de hacerlo sería un pecado. Yo siempre les enseñaré a portarse bien y a vivir como Dios quiere.

24 Ustedes saben bien todo lo bueno que Dios ha hecho por ustedes. Por eso, obedézcanlo y sírvanle siempre de buena gana.

25 Si no lo hacen, ustedes y su rey morirán.

13 Guerra contra los filisteos

1 Saúl ya era adulto cuando empezó a reinar.

2 En el segundo año de su reinado eligió a tres mil hombres de Israel para formar su propio ejército. De ellos, dos mil estaban con él en Micmás y en las colinas de Betel, y los otros mil estaban con su hijo Jonatán en Guibeá de Benjamín. Al resto de los israelitas los mandó de vuelta a su casa.

3 Jonatán atacó y destruyó un cuartel filisteo que estaba en Guibeá. Como los filisteos se enteraron de este ataque, Saúl mandó tocar la trompeta por todo el país en señal de alarma,

4 y decir: ¡Escuchen, israelitas! Saúl ha destruido un cuartel de los filisteos. Prepárense, porque ahora ellos van a odiarnos más, y nos atacarán.

5 Y así sucedió. Los filisteos se reunieron para atacar a los israelitas. Llegaron treinta mil carros de guerra, seis mil soldados de caballería, y un ejército que ni siquiera se podía contar. Todos ellos acamparon en Micmás, al este de Bet-avén.

6 Muchos israelitas pensaron que no podrían vencer al ejército filisteo, así que fueron a esconderse en cuevas y agujeros, entre las piedras y dentro de pozos secos,

7 y no faltaron algunos que cruzaron el río Jordán y se fueron a la tierra de Gad y de Galaad. Saúl se quedó en Guilgal, pero todos en su ejército estaban temblando de miedo.

8 Allí en Guilgal Saúl esperó a Samuel siete días, para que presentara las ofrendas y los sacrificios, pues antes de eso no podían empezar la batalla. Pero al ver Saúl que Samuel no llegaba y que los de su ejército comenzaban a huir,

9 ordenó: Tráiganme los animales y las ofrendas de paz que vamos a presentarle a Dios. Y Saúl mismo presentó las ofrendas.

10 Todavía no terminaba de ofrecerlas cuando Samuel llegó. Al verlo, Saúl fue a saludarlo; pero Samuel le dijo:

11-12 —¿Qué es lo que has hecho? Y Saúl le respondió: —Es que mis soldados ya me estaban abandonando, y tú no llegabas, como prometiste hacerlo. Por eso tuve que presentar las ofrendas para pedir la ayuda de Dios. Además, los filisteos ya estaban en Micmás, listos para venir a Guilgal y atacarme.

13 Pero Samuel le dijo: —¡Estás loco! Si hubieras obedecido la orden de tu Dios, tu reino habría durado para siempre.

14 Pero, como no lo hiciste, tu reino no durará mucho tiempo. Dios ya ha decidido quién será el próximo rey; ese rey sí lo obedecerá.

15-16 Dicho esto, Samuel se alejó de Guilgal y se fue a Guibeá de Benjamín. Allí Saúl contó a los soldados que aún estaban con él, y eran como seiscientos. Todos ellos se quedaron con él y con su hijo Jonatán.

17 Mientras tanto, los filisteos que acampaban en Micmás dividieron su ejército en tres grupos; uno de ellos se fue hacia Ofrá, cerca de Sual; el otro se dirigió a Bet-horón,

18 y el tercero se fue hacia la frontera que está en el valle de Seboím, en el camino al desierto.

19-22 Entre los israelitas no había quien trabajara el hierro. Los filisteos no se lo permitían, por temor a que se hicieran espadas y lanzas de ese metal. Ni siquiera tenían cómo afilar sus arados, azadones, hachas y picos. Por eso tenían que ir al país de los filisteos y pagarles mucho dinero para que les afilaran sus herramientas. El día de la batalla los únicos que tenían una espada y una lanza eran Saúl y Jonatán.

23 Mientras tanto, una parte del ejército de los filisteos acampó en el paso a Micmás.

14 Jonatán ataca a los filisteos

1-7 Saúl acampó en Migrón, bajo un árbol, en las afueras de Guibeá. Con él estaban seiscientos soldados y el sacerdote Ahías, que era hijo de Ahitub y sobrino de Icabod. Su abuelo era Finees, hijo del sacerdote Elí, que había servido a Dios en Siló. Jonatán le dijo al joven que le ayudaba a cargar su armadura: —Ven, acompáñame al otro lado. Vamos a acercarnos al ejército de los filisteos. Aunque somos pocos, con la ayuda de Dios los vamos a derrotar. Su ayudante le respondió: —Haga usted lo que mejor le parezca. Por mi parte, yo lo apoyaré en todo. Jonatán se fue sin que nadie lo supiera, ni siquiera su padre.

8 Cuando se acercaron a donde estaban los filisteos, Jonatán le dijo a su ayudante: —Ven, vamos a acercarnos a ellos, para que nos vean.

9 Si nos dicen: «Alto ahí; no se muevan hasta que lleguemos a donde están», así lo haremos.

10 Pero si nos dicen que vayamos a donde ellos están, ésa será la señal de que Dios nos ayudará a derrotarlos.

11 Entonces se acercaron. Y cuando los filisteos los vieron, se dijeron unos a otros: Miren, los israelitas ya están saliendo de sus escondites.

12 Enseguida le gritaron a Jonatán y a su ayudante: ¡Vengan acá, que les vamos a decir algo! Jonatán le dijo a su ayudante: Vayamos, pues Dios nos ayudará a vencerlos.

13 Así que subió ayudándose con pies y manos, y tras él subió su ayudante. A cada soldado filisteo que encontraba, lo hería, y su ayudante lo mataba.

14 En ese ataque, y en un lugar tan estrecho, Jonatán y su ayudante mataron a unos veinte hombres.

15 Además, Dios hizo que temblara la tierra, y el ejército filisteo se asustó mucho.

16 Saúl había puesto en Guibeá de Benjamín unos vigilantes, y cuando éstos vieron que el ejército filisteo estaba huyendo en completo desorden

17 fueron a decírselo a Saúl. Entonces él ordenó pasar lista, para ver quién faltaba. Una vez que se pasó lista, le informaron a Saúl que faltaban Jonatán y su ayudante.

18 Como en esos días los israelitas tenían con ellos el cofre del pacto de Dios, Saúl le dijo al sacerdote Ahías: Trae el cofre y consulta a Dios qué debemos hacer.

19 Sin embargo, al darse cuenta de que aumentaba la confusión en el campamento de los filisteos, le dijo a Ahías: Ya no hace falta que lo traigas.

20-23 Los soldados filisteos estaban tan confundidos que se mataban unos a otros. Entonces Saúl reunió a todos sus hombres, y juntos se lanzaron a la batalla. Durante mucho tiempo algunos israelitas habían sido obligados a formar parte del ejército filisteo, pero en ese momento se unieron al ejército de Saúl y Jonatán. Y cuando los israelitas que se habían escondido en los cerros de Efraín supieron que los filisteos estaban huyendo, fueron también a perseguirlos. Así fue como la batalla llegó hasta Bet-avén.

El juramento de Saúl

24 Todos los israelitas estaban muy cansados, pero ninguno de ellos había comido porque Saúl había hecho este juramento: Todo el que coma algo antes del anochecer, y antes de que me haya vengado de mis enemigos, será condenado a muerte.

25-27 La gente tenía mucho miedo del juramento de Saúl, así que cuando llegaron a un bosque donde había mucha miel, ninguno de ellos se atrevió a probarla. Como Jonatán no estaba enterado del juramento que había hecho su padre, tomó miel con el palo que llevaba en su mano, y en cuanto la probó, cobró nuevas fuerzas.

28 Pero uno de los soldados le dijo: —Su padre ha hecho un juramento. Cualquiera que coma algo hoy, quedará bajo maldición y será condenado a muerte. Por eso, aunque estamos muy cansados, no hemos comido nada.

29 Jonatán respondió: —¡Con ese juramento mi padre le ha hecho mucho daño al pueblo! Si yo, con un poco de miel, he recobrado las fuerzas,

30 imagínense cómo habría sido si el ejército hubiera comido hoy de la comida de nuestros enemigos: ¡su victoria habría sido mayor!

31 La batalla se extendió desde Micmás hasta Aialón, y no paró hasta que los israelitas derrotaron a los filisteos. Pero los israelitas terminaron muy cansados,

32 así que esa misma noche tomaron las ovejas, vacas y terneros que les habían quitado a los filisteos, y los mataron, comiéndose la carne con todo y sangre.

33 Pero alguien le dijo a Saúl: —La gente está comiendo carne con sangre, y Dios nos ha prohibido hacer eso. Enojado, Saúl dijo: —¡Ustedes nunca obedecen a Dios! Tráiganme pronto una piedra grande, y díganle a la gente que traiga aquí su toro o su oveja.

34 Que los maten aquí, y se los coman sin sangre. Así no ofenderán a Dios. Esa misma noche cada uno llevó su propio toro y lo sacrificó allí.

35 En ese lugar Saúl construyó por primera vez un altar para adorar a Dios.

36 Luego les dijo a sus soldados: —No pasará esta noche sin que acabemos con los filisteos y nos quedemos con todas sus pertenencias. Y ellos le contestaron: —Haremos todo lo que usted nos mande. Pero el sacerdote le dijo: —Primero debemos consultar a Dios.

37 Entonces Saúl le preguntó a Dios: ¿Puedo perseguir a los filisteos? ¿Nos ayudarás otra vez a vencerlos? Pero Dios no le contestó,

38 así que Saúl les dijo a los jefes de su ejército: —Acérquense y díganme por culpa de quién Dios no me responde.

39 Les juro por Dios que morirá, aunque se trate de mi hijo Jonatán. Pero ninguno le respondió.

40 Entonces Saúl le dijo a todo el pueblo: —Pónganse ustedes de aquel lado, y mi hijo Jonatán y yo nos pondremos de este otro. Y el pueblo le respondió: —Haremos todo lo que usted nos mande.

41 Saúl echó suertes y le pidió al Dios de Israel: Dime quién tiene la culpa, si Jonatán, el pueblo, o yo. La suerte recayó sobre Jonatán y Saúl, de modo que el pueblo quedó libre de culpa.

42 Entonces Saúl dijo: Ahora echemos suertes entre Jonatán y yo. Como la suerte recayó sobre Jonatán,

43 Saúl le dijo: —Dime lo que hiciste. Y Jonatán le respondió: —Lo único que hice fue probar un poco de miel. ¿Por eso me van a matar?

44 Saúl le contestó: —¡Jonatán, que Dios me castigue duramente si no mueres!

45 Pero la gente se opuso a Saúl: —De ninguna manera vamos a permitir que Jonatán muera. Gracias a él, y con la ayuda de Dios, Israel ha alcanzado una victoria total. Así fue como la gente le salvó la vida a Jonatán.

46-52 Por su parte, Saúl ya no persiguió a los filisteos, así que éstos se fueron de regreso a su tierra. A pesar de todo esto, los israelitas estuvieron en guerra con los filisteos mientras Saúl fue rey de Israel. Por eso Saúl siempre tenía en su ejército a los jóvenes más fuertes y valientes. Después de esto, el rey Saúl siguió luchando contra Moab, Amón, Edom, los reyes de Sobá, los filisteos y los amalecitas. Venció a todos sus enemigos, y alcanzó grandes triunfos. Así fue como libró a Israel de los pueblos que les robaban todo lo que tenían. Saúl tuvo tres hijos, que fueron Jonatán, Isví y Malquisúa. También tuvo dos hijas; la mayor se llamaba Merab, y la menor, Mical. Su esposa se llamaba Ahinóam, y era hija de Ahimaas. El general de su ejército se llamaba Abner, y era hijo de Ner, tío de Saúl. El padre de Saúl y el padre de Abner eran hermanos.

15 Dios rechaza a Saúl

1 Samuel le dijo a Saúl: Dios me envió para que yo te nombrara rey de su pueblo. Ahora me ha enviado a darte este mensaje:

2-3 «Cuando los israelitas salieron de Egipto, los amalecitas los trataron muy mal. Por eso ahora voy a castigarlos. Anda, ataca a los amalecitas y destruye todo lo que tienen. Mata a hombres, mujeres y niños, y a sus toros, ovejas, camellos y burros. No le perdones la vida a nadie».

4 Saúl reunió a su ejército en Telaim. Contó a todos sus hombres, y eran doscientos mil soldados de infantería, sin contar a los diez mil hombres de Judá que se le unieron.

5 Se dirigió a la ciudad principal de Amalec para atacarla, y acampó junto a un arroyo.

6 Desde allí les mandó este mensaje a los quenitas: ¡Aléjense de los amalecitas! ¡Salgan de esa ciudad! Cuando nuestro pueblo salió de Egipto, ustedes nos trataron muy bien; por eso no quiero que ustedes mueran junto con los amalecitas.

7 Luego Saúl atacó todo el territorio de Amalec, desde Havilá hasta Sur, que está al este de Egipto.

8-9 Mató a toda la gente de Amalec, y a todos los animales débiles y de poco valor. Sólo dejó vivo al rey Agag y a los mejores animales de los amalecitas.

10 Entonces Dios le dijo a Samuel:

11 Saúl no me hace caso ni me obedece. ¡Lamento haberlo hecho rey! Al oír esto, Samuel se preocupó mucho y se pasó toda la noche rogándole a Dios que perdonara a Saúl.

12 Cuando ya estaba amaneciendo, Samuel se levantó y se fue a buscar a Saúl, pero le dijeron que se había ido a Carmel para levantar un monumento en su honor, y que de allí se había ido a Guilgal.

13 Samuel se fue a buscarlo, y cuando lo encontró, Saúl le dijo: —¡Que Dios te bendiga! Ya cumplí con las órdenes de Dios.

14 Samuel le preguntó: —Si en verdad las has cumplido, ¿de quién son esas ovejas y esos toros?

15 Y Saúl le respondió: —Son los mejores animales que los soldados les quitaron a los amalecitas. Los trajeron para presentárselos como ofrenda a nuestro Dios. Todo lo demás lo destruimos.

16 Pero Samuel se enojó y le dijo a Saúl: —¡Silencio! Ahora voy a decirte lo que Dios me dijo anoche. —¿Qué fue lo que te dijo? —preguntó Saúl.

17 Y Samuel le contestó: —Aunque tú mismo reconocías que no valías gran cosa, Dios te hizo rey de Israel.

18 Luego, Dios te ordenó claramente que destruyeras a los amalecitas y todo lo que les pertenecía.

19 ¿Por qué desobedeciste sus órdenes? ¿Por qué te quedaste con lo mejor del ganado de los amalecitas?

20 Y Saúl respondió: —Yo estoy seguro de haber obedecido a Dios. Lo que me ordenó hacer, lo hice. Acabé con todos los amalecitas, y al único que dejé con vida fue al rey Agag.

21 Los soldados, por su parte, trajeron los mejores animales de los amalecitas para sacrificarlos en honor de nuestro Dios.

22 Pero Samuel le dijo: A Dios le agrada más que lo obedezcan, y no que le traigan ofrendas. Es mejor obedecerlo que ofrecerle los mejores animales.

23 Rebelarse contra Dios es tan malo como consultar a brujos y a adivinos. No está bien adorar a dioses falsos, ni tampoco desobedecer a Dios. Como tú no quieres nada con él, Dios tampoco quiere nada contigo.

24 Saúl le dijo a Samuel: —Tienes razón. Mi pecado ha sido no obedecer a Dios. Pero es que tuve miedo de los soldados; por eso los dejé hacer lo que querían.

25 ¡Por favor, perdóname y acompáñame a adorar a Dios!

26 Pero Samuel le respondió: —Dios ya no quiere que seas rey, porque no quisiste hacer lo que te mandó. Así que yo no te voy a acompañar.

27 Luego Samuel le dio la espalda a Saúl y empezó a alejarse. Pero Saúl agarró a Samuel por el manto, y de un tirón se lo arrebató.

28 Entonces Samuel le dijo: —Así es como Dios te va a arrebatar el reino de Israel, para dárselo a un israelita mejor que tú.

29 El Dios que le da la victoria a Israel siempre cumple su palabra, no cambia de opinión, como lo hace la gente.

30 Saúl le rogó: —Reconozco mi pecado pero, por favor, ¡trátame como rey delante de los jefes del pueblo y de toda la gente! ¡Ven conmigo y hagamos un culto para adorar a Dios!

31 Samuel aceptó ir con Saúl, y los dos adoraron a Dios.

32 Luego, Samuel ordenó: ¡Tráiganme a Agag, el rey de los amalecitas! Mientras lo llevaban ante Samuel, Agag pensó que ya no lo iban a matar.

33 Pero Samuel dijo: Así como muchas mujeres sufrieron cuando mataste a sus hijos, así también va a sufrir tu madre, pues te voy a matar. Y allí mismo en Guilgal, en presencia de Dios, Samuel cortó en pedazos a Agag.

34 Luego Samuel regresó a Ramá, y Saúl se fue a Guibeá, que era donde vivía.

35 Samuel jamás volvió a ver a Saúl, aunque siempre sintió por él una gran tristeza. Y también a Dios le causó pesar el haber puesto a Saúl como rey de Israel.

16 David es elegido rey

1 Dios le dijo a Samuel: —¿Hasta cuándo vas a estar triste por Saúl? Yo lo he rechazado, así que ya no será rey. Mejor ve a Belén, donde vive Jesé. Ya he elegido a uno de sus hijos para que sea rey de Israel. Lleva aceite contigo y derrámaselo en la cabeza como símbolo de mi elección.

2 Pero Samuel le dijo: —Dios mío, si Saúl llega a saberlo, me va a matar. ¿Cómo se lo voy a ocultar? Dios le dijo: —Llévate una vaquita y dile que vas a presentarme una ofrenda.

3 Pídele a Jesé que te acompañe. Cuando yo te diga a cuál de sus hijos he elegido como rey, tú le pondrás aceite en la cabeza.

4 Y Samuel obedeció a Dios. Cuando llegó a Belén, los líderes del pueblo se preocuparon mucho y le dijeron: —¿A qué has venido? ¿Hay algún problema?

5 Samuel les contestó: —Todo está bien. No pasa nada. Sólo vine a presentarle a Dios esta ofrenda. Prepárense y vengan conmigo al culto. Samuel mismo preparó a Jesé y a sus hijos para que pudieran acompañarlo en el culto.

6 Cuando llegaron, Samuel vio a Eliab y pensó: Estoy seguro de que Dios ha elegido a este joven.

7 Pero Dios le dijo: Samuel, no te fijes en su apariencia ni en su gran estatura. Éste no es mi elegido. Yo no me fijo en las apariencias; yo me fijo en el corazón.

8 Jesé llamó entonces a Abinadab, y se lo presentó a Samuel. Pero Samuel le dijo: Tampoco a éste lo ha elegido Dios.

9 Luego Jesé llamó a Samá, pero Samuel le dijo: Tampoco a éste lo ha elegido Dios.

10 Jesé le presentó a Samuel siete hijos suyos, pero Samuel le dijo que ninguno de ellos era el elegido de Dios.

11 Finalmente, le preguntó a Jesé: —¿Ya no tienes más hijos? Y Jesé le contestó: —Tengo otro, que es el más joven. Está cuidando las ovejas. Samuel le dijo: —Manda a llamarlo, pues no podemos continuar hasta que él venga.

12 Jesé hizo llamar a David, que era un joven de piel morena, ojos brillantes y muy bien parecido. Entonces Dios le dijo a Samuel: Levántate y échale aceite en la cabeza, porque él es mi elegido.

13 Samuel tomó aceite y lo derramó sobre David, en presencia de sus hermanos. Después de eso, regresó a Ramá. En cuanto a David, desde ese día el espíritu de Dios lo llenó de poder.

David sirve a Saúl

14 Al mismo tiempo, el espíritu de Dios abandonó a Saúl, y un mal espíritu que Dios le envió comenzó a atormentarlo.

15 Un día, uno de los sirvientes de Saúl le dijo: Dios ha enviado sobre Su Majestad un espíritu malo, y le está haciendo mucho daño.

16 Mande usted a buscar a alguien que sepa tocar el arpa. Así, cuando venga ese mal espíritu, el músico tocará y usted se sentirá mejor.

17 Saúl le ordenó a sus sirvientes: —Busquen a alguien que toque bien el arpa, y tráiganmelo.

18 Uno de ellos le dijo: —Yo conozco a uno. Se llama David, y es hijo de Jesé, el que vive en Belén. David toca muy bien el arpa, y es también un guerrero muy valiente; además, sabe hablar bien y es muy bien parecido. ¡Y Dios siempre lo ayuda!

19 Entonces Saúl le envió a Jesé este mensaje: Envíame a tu hijo David, el que cuida las ovejas.

20 Jesé envió a su hijo David, y aprovechó la ocasión para enviarle a Saúl, como regalo, un burro cargado con pan, un recipiente de cuero lleno de vino, y un cabrito.

21 David llegó al palacio y se puso al servicio de Saúl. Y tanto le agradó David a Saúl que lo tomó como uno de sus ayudantes. Siempre que el espíritu malo atacaba a Saúl, David tocaba el arpa; entonces el espíritu malo se alejaba y Saúl se sentía aliviado.

22-23 Por eso Saúl le mandó a decir a Jesé: Estoy muy contento con tu hijo. Déjalo que se quede conmigo, para que sea mi ayudante.

17 David y Goliat

1 Los filisteos reunieron su ejército en Socó de Judá y se prepararon para pelear contra los israelitas. Pusieron su campamento en Efes-damim, que está entre Socó y Azecá.

2 Por su parte, Saúl y los israelitas también se prepararon para la batalla y acamparon en el valle de Elá.

3 En una colina estaban los filisteos, y en la colina de enfrente estaban los israelitas. En medio de los dos ejércitos estaba el valle.

4-7 En el ejército filisteo había un hombre llamado Goliat, que era de Gat y medía casi tres metros de altura. Llevaba puesto un casco, y también una armadura de bronce que pesaba como cincuenta y siete kilos. Sus piernas estaban protegidas con placas de bronce, y en los hombros llevaba una jabalina. La base de su lanza era enorme, y su punta era de hierro y pesaba como siete kilos. Delante de él iba su ayudante.

8 Goliat se paró frente al ejército israelita y gritó desafiante: Yo soy filisteo, y ustedes están al servicio de Saúl. No hace falta que todos ustedes salgan a pelear. Elijan a uno de ustedes, y mándenlo a pelear conmigo.

9 Si es buen guerrero y me mata, nosotros seremos esclavos de ustedes. Pero si yo lo mato, ustedes serán nuestros esclavos.

10 Yo desafío a todo el ejército israelita. Elijan a uno de sus hombres para que luche conmigo.

11-16 Cuando Saúl y los israelitas oyeron lo que decía el filisteo, se desanimaron y les dio mucho miedo. Pero el filisteo siguió provocando a los israelitas mañana y tarde, durante cuarenta días. Jesé había nacido en Belén de Judá. Ya era muy viejo y tenía ocho hijos, de los cuales David era el menor. Sus tres hijos mayores eran Eliab, Abinadab y Samá, y habían ido con Saúl a la guerra. David pasaba el tiempo cuidando las ovejas de su padre y llevando mensajes y provisiones a sus hermanos, que estaban con Saúl.

17-19 Así fue como un día Jesé le dijo a David: Tus hermanos están con Saúl y los demás israelitas en el valle de Elá, peleando contra los filisteos. Llévales ahora mismo unos veinte kilos de trigo tostado y diez panes. Toma también estos diez quesos, y dáselos al jefe del ejército. Fíjate cómo están tus hermanos, y tráeme alguna de sus pertenencias como señal de que están bien.

20 En cuanto amaneció, David se levantó y dejó sus ovejas al cuidado de uno de los pastores, luego tomó la comida que su padre le había indicado, y se puso en camino.

21 Cuando llegó al campamento, el ejército israelita se estaba formando y lanzando el grito de batalla. Y los israelitas y los filisteos se pusieron frente a frente.

22 David dejó la comida con uno de los guardias y se fue corriendo para saludar a sus hermanos.

23 Mientras hablaba con ellos, escuchó cuando Goliat salió de entre los filisteos y empezó a gritar y a desafiar a los israelitas.

24 Cuando éstos vieron a Goliat, les dio mucho miedo y huyeron.

25-27 Pero David les preguntó a los que estaban cerca de allí: —¿Quién se cree este extranjero, que se atreve a desafiar a los ejércitos de Dios? ¿Qué le darán a quien lo mate y le devuelva la honra a Israel? Y le contestaron a David: —Quien mate a ese atrevido, se casará con la hija del rey Saúl. También recibirá muchas riquezas, y su familia no volverá a pagar impuestos.

28 Cuando Eliab, que era el hermano mayor de David, escuchó la conversación de David con los soldados, se enojó muchísimo y le preguntó a David: —¿A qué viniste? ¿Con quién dejaste tus pocas ovejas en el desierto? Yo sé bien que eres un mentiroso y un malvado. Sólo viniste a ver la batalla.

29 Pero David le respondió: —¿Y ahora qué hice? ¿Qué, ya no puedo ni hablar?

30 Y David se alejó de su hermano, pero fue y le preguntó a otro soldado en cuanto a la recompensa que ofrecía el rey. Y el soldado le repitió lo que ya le habían dicho.

31 Algunos soldados oyeron que David andaba preguntando, y fueron a decírselo a Saúl. Entonces el rey hizo llamar a David,

32 y David le dijo: —No se preocupe Su Majestad. Yo mataré a ese filisteo.

33 Pero Saúl le dijo: —No vas a poder matarlo. Tú eres todavía muy jovencito, y él ha sido guerrero toda su vida.

34 David le contestó: —Yo soy pastor de las ovejas de mi padre. Pero si un león o un oso vienen a llevarse alguna oveja,

35 yo los persigo, los hiero y les quito del hocico la oveja.

36 Y si el león o el oso se me echan encima, yo los golpeo y los mato. Y eso mismo voy a hacer con este filisteo, pues ha desafiado a los ejércitos del Dios vivo.

37 Si Dios me ha librado de las garras de leones y de osos, también me librará de este filisteo. Entonces Saúl le dijo a David: —Anda, pues, y que Dios te acompañe.

38 Enseguida Saúl dio órdenes de que le pusieran a David su propia ropa militar, su armadura de bronce y su casco.

39 Por su parte, David se colgó la espada, pero como no estaba acostumbrado a usar armadura, no podía ni caminar. Así que le dijo a Saúl: —Yo no estoy acostumbrado a usar esto, y no puedo ni caminar. Y se quitó la armadura.

40 Pero tomó su vara y su honda, y puso en su bolsa cinco piedras del río. Luego fue y se le acercó al filisteo.

41 También Goliat se acercó a David, aunque su ayudante iba siempre delante de él.

42-44 Cuando vio que David no era más que un muchachito de piel morena, lo consideró muy poca cosa y lo maldijo en nombre de sus dioses. Le dijo: —¡Vaya con el niño bonito! Vienes a pelear conmigo con un palo, como si fuera yo un perro. Ven acá, que te voy a matar, y con tu carne voy a alimentar a los buitres y a las bestias salvajes.

45 Pero David le contestó: —¡Y tú vienes a pelear conmigo con espada, y flechas y lanza! Pues yo vengo en el nombre del Dios todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a quien te has atrevido a desafiar.

46 Hoy mismo Dios me ayudará a vencerte, y te mataré y te cortaré la cabeza. Hoy mismo alimentaré a los buitres y a las bestias salvajes con los cadáveres de los soldados filisteos. ¡Y todo el mundo sabrá lo grande que es el Dios de Israel!

47 Todos los que están aquí se darán cuenta de que es Dios quien da la victoria en las batallas. Dios nos dará la victoria sobre ustedes, ¡y así sabrán que para triunfar, Dios no necesita de espadas ni de flechas!

48 Cuando el filisteo se acercó para atacarlo, David también corrió hacia él

49 y, sacando una piedra de su bolsa, disparó su honda y le pegó al filisteo en plena cara. La piedra se le clavó en la frente, y el filisteo cayó de cara al suelo.

50-51 Enseguida corrió David y se paró sobre Goliat, le quitó su espada y, de un solo golpe, le cortó la cabeza. Así fue como, sin tener una espada, David venció al filisteo. Lo mató con sólo una honda y una piedra. Cuando los filisteos vieron muerto a su poderoso guerrero, salieron corriendo.

52 Pero los hombres de Israel y de Judá, lanzando un grito de batalla, los persiguieron hasta la entrada de Gat y de Ecrón. Todo el camino que lleva a Gat y a Ecrón, y que se conoce con el nombre de Saaraim, quedó cubierto de filisteos muertos.

53 Luego de perseguir a los filisteos, los israelitas regresaron al campamento filisteo y se apoderaron de todas sus pertenencias.

54 David, por su parte, llevó a Jerusalén la cabeza del filisteo y se quedó con sus armas.

55 Mientras David peleaba con Goliat, Saúl le preguntó a Abner, que era el jefe de su ejército: —¿Quién es ese joven? ¿Quién es su padre? Y Abner le contestó: —Le juro a Su Majestad que no lo sé.

56 Entonces el rey le dijo: —Pues averígualo.

57 Luego de que David mató al filisteo, Abner lo llevó a la presencia de Saúl. David llevaba en la mano la cabeza del filisteo.

58 Y Saúl le preguntó: —¿Quién es tu padre? Y David le contestó: —Soy hijo de Jesé de Belén, servidor de Su Majestad.

18 La amistad de David y Jonatán

1-3 Saúl ya no dejó que David volviera a su casa, sino que lo mantuvo cerca de él, de modo que Jonatán se hizo muy amigo de David. Tanto lo quería Jonatán que, desde ese mismo día, le juró que serían amigos para siempre, pues lo amaba como a sí mismo.

4 En prueba de su amistad, Jonatán le dio a David su ropa de príncipe, junto con su arco y su espada con todo y cinturón.

5 Siempre que Saúl enviaba a David a luchar contra los filisteos, David salía victorioso. Por eso Saúl lo puso como jefe de sus soldados. Esto le gustó mucho a todo el pueblo, y también a los otros jefes del ejército de Saúl.

Saúl tiene envidia de David

6-9 Sin embargo, desde el día en que David mató a Goliat, Saúl comenzó a tener mucha envidia de David. Y es que cuando el ejército regresó de la batalla, las mujeres salieron a recibir al rey y en sus danzas y cantos decían: Saúl mató a mil soldados, pero David mató a diez mil. Al oír tales cantos, Saúl se enojó mucho y pensó: A David le dan diez veces más importancia que a mí. ¡Ahora sólo falta que me quite el trono!

10 Al día siguiente, mientras David tocaba el arpa, Dios envió a un espíritu malo para que atormentara a Saúl. Entonces Saúl se puso como loco dentro del palacio, y como tenía una lanza en la mano,

11 se la arrojó a David con la intención de dejarlo clavado en la pared. Pero David logró quitarse a tiempo dos veces.

12-15 Saúl le tenía miedo a David, pues se daba cuenta de que Dios lo cuidaba y lo ayudaba a ganar las batallas, mientras que a él lo había abandonado. Entonces Saúl envió a David al campo de batalla y lo puso al frente de mil soldados. David ganó todas las batallas que sostuvo, porque Dios lo ayudaba.

16 En todo Israel y Judá querían mucho a David porque él era su líder.

17 Un día, Saúl le dijo a David: Mira, te voy a dar como esposa a mi hija Merab. Lo único que te pido es que seas valiente y que, en el nombre de Dios, salgas al frente del ejército en las batallas. En realidad, lo que Saúl quería era que mataran a David. Por eso pensaba: En lugar de que lo mate yo, que lo maten los filisteos.

18 Pero David le contestó: Ni mi familia ni yo merecemos ser parientes del rey.

19 Llegó el día en que Merab debía casarse con David, pero Saúl se la dio como esposa a Adriel de Meholá.

20 Sin embargo, Mical, la otra hija de Saúl, estaba enamorada de David. Cuando Saúl lo supo, se puso muy contento,

21 pues pensó: Si David quiere casarse con Mical, tendrá que luchar contra los filisteos para ganársela. Y allí los filisteos lo matarán. Entonces le dijo a David: Hoy mismo te casarás con mi hija.

22 Además, Saúl le ordenó a sus ayudantes: Hablen a solas con David, y díganle que mis ayudantes y yo lo queremos mucho; que acepte ser mi yerno.

23 Los ayudantes del rey regresaron para hablar con David, pero él les dijo: Yo no soy más que un hombre pobre y sin importancia. ¿Cómo pueden pensar que llegaré a ser yerno del rey?

24 Los ayudantes del rey fueron y le dijeron a Saúl lo que David pensaba,

25 y Saúl les dijo: Díganle a David que no quiero que me dé nada por mi hija. Lo que quiero es que me traiga la prueba[a] de que mató a cien filisteos. Quiero vengarme de ellos. En realidad, Saúl quería que los filisteos mataran a David.

26 A David le pareció bien lo que el rey pedía, y antes de que se cumpliera el plazo

27 fue con sus hombres y mató a doscientos filisteos, y le llevó a Saúl la prueba que le había pedido. Entonces Saúl le dio como esposa a su hija Mical, y así David llegó a ser parte de la familia del rey.

28 Cuando Saúl comprobó que Dios protegía a David, y que su hija Mical en verdad lo amaba, le dio mucho miedo.

29 Por eso llegó a odiar a David y se convirtió en su enemigo de toda la vida.

30 Siempre que los jefes de los filisteos peleaban contra los israelitas, David mostraba ser más astuto que todos los asistentes y consejeros de Saúl, y ganaba las batallas. Por eso cada vez se hacía más famoso.

19 Saúl trata de matar a David

1 Saúl le ordenó a su hijo Jonatán y a sus ayudantes que mataran a David. Pero como Jonatán lo quería mucho,

2 le avisó del peligro que corría: ¡Cuídate mucho, que mi padre quiere matarte! ¡Escóndete en el campo! Mañana temprano

3 yo iré con mi padre cerca del lugar donde estés escondido. Allí le pediré que no te haga daño, y te haré saber lo que me responda.

4 Al día siguiente, Jonatán habló con Saúl en favor de David. Le dijo: —Padre, no debes hacerle ningún daño a David, pues él tampoco te ha hecho ningún mal. Por el contrario, te ha servido y sólo ha buscado tu bien. Pórtate como el rey que eres.

5 Recuerda que David arriesgó su vida cuando peleó contra Goliat y lo mató. Ese día Dios nos ayudó a vencer a los filisteos, y tú mismo estabas muy contento. ¿Cómo es posible que ahora quieras matar a David, si no ha hecho nada malo?

6 Cuando Saúl escuchó esto, le dijo a Jonatán: —Te juro por Dios que no le haré ningún daño a David.

7 Entonces Jonatán llamó a David y le contó lo que había hablado con Saúl. Luego llevó a David con el rey Saúl, y David volvió a servir al rey.

8 Tiempo después hubo otra batalla contra los filisteos, y David salió a pelear contra ellos. Y de tal manera venció David a los filisteos que salieron corriendo de miedo.

9 Un día, Saúl estaba sentado en su casa, escuchando a David tocar el arpa. De pronto, un espíritu malo de parte de Dios atacó a Saúl, y como Saúl tenía una lanza en la mano,

10 se la arrojó a David con ganas de clavarlo en la pared. Sin embargo, David logró quitarse a tiempo. Esa misma noche Saúl intentó de nuevo matar a David, pero David se le volvió a escapar.

11 Entonces Saúl ordenó a algunos de sus hombres que rodearan la casa de David y lo mataran por la mañana. Pero Mical, su esposa, le dijo: David, huye ahora mismo; de lo contrario, mañana estarás muerto.

12-13 De inmediato, Mical tomó una estatuilla, le puso pelo de cabra en la cabeza y la cubrió con una capa; luego la colocó donde David dormía, y sacó a David por una ventana. Así fue como David pudo escapar.

14 Cuando los hombres de Saúl llegaron para apresar a David, Mical les dijo: David está enfermo.

15 Aquellos hombres se regresaron y fueron a decírselo al rey Saúl. Pero él los envió de vuelta y les dijo: Tráiganme a David, aunque sea en su cama, porque hoy mismo lo voy a matar.

16 Los hombres de Saúl volvieron a la casa de David, pero no encontraron en la cama más que la estatuilla con pelo de cabra en la cabeza.

17 Cuando Saúl se enteró de esto, le reclamó a Mical: —¿Por qué me engañaste? ¿Por qué ayudaste a escapar a mi enemigo? Y Mical le contestó: —David me amenazó. Me dijo que si no lo ayudaba a escapar, me mataría.

Saúl persigue a David

18-19 Mientras tanto, David logró escapar. Cuando llegó a la ciudad de Ramá, le contó a Samuel todo lo que Saúl le había hecho. Entonces los dos se fueron a un pueblo llamado Naiot, que estaba cerca de la ciudad de Ramá, y allí se quedaron a vivir. Pero tan pronto como Saúl lo supo,

20 envió a un grupo de sus hombres para apresar a David. Cuando los hombres de Saúl llegaron a ese lugar, se encontraron con que Samuel y un grupo de profetas estaban dando mensajes de parte de Dios. Entonces el espíritu de Dios tomó control de los enviados de Saúl, y también ellos empezaron a profetizar.

21 Saúl se enteró de lo que había pasado, así que envió a otro grupo de sus hombres, y también a ellos les pasó lo mismo. Saúl envió un tercer grupo, y también ellos se pusieron a profetizar.

22 Finalmente, Saúl mismo fue a Ramá. Cuando llegó al gran pozo que está en Secú, preguntó: —¿Dónde están Samuel y David? —En Naiot, cerca de Ramá— le contestaron.

23 Saúl se puso en camino hacia Naiot. Pero el espíritu de Dios vino sobre él, y en todo el camino a Naiot iba profetizando.

24 Cuando llegó a donde estaba Samuel, se quitó toda la ropa, y todo el día y toda la noche se los pasó dando mensajes de parte de Dios. De allí viene el refrán que dice: ¡Hasta Saúl es profeta!

20 Jonatán ayuda a David

1 De Naiot, David se fue a donde estaba Jonatán, y le preguntó: —¿De qué maldad se me acusa? ¿En qué le he fallado a tu padre, para que quiera matarme?

2 —¡Nadie va a matarte!— contestó Jonatán. ¡Eso jamás pasará! Mi padre siempre me cuenta todo lo que piensa hacer, tenga o no importancia. ¿Tú crees que no me contaría algo así?

3 Pero David insistió: —¡Te juro por Dios y por ti mismo que puedo morir en cualquier momento! Tu padre sabe bien que tú y yo somos buenos amigos. Y seguramente habrá pensado: «Si se lo digo a Jonatán, haré que se ponga triste».

4 —Dime entonces qué quieres que haga— le respondió Jonatán.

5 Y David le dijo: —Mañana se celebra la fiesta de la luna nueva. Se supone que yo debo comer con tu padre, pues es el rey. Te ruego que me dejes esconderme en el campo hasta pasado mañana.

6 Si tu padre pregunta por mí, dile que tú me diste permiso de ir a Belén, que es mi pueblo, a celebrar la fiesta con mi familia.

7 Si no se enoja, podré estar tranquilo. Pero si se enoja, ¡puedes estar seguro de que quiere matarme!

8 Tú y yo hemos hecho un pacto de amistad delante de Dios, por eso te ruego que me hagas un favor: Si hice algo malo, mátame tú mismo. Prefiero que lo hagas tú, y no tu padre.

9 Pero Jonatán le dijo: —¡Jamás haría yo tal cosa! Por el contrario, si llego a saber que mi padre quiere matarte, te lo diré de inmediato.

10 David le preguntó: —¿Cómo sabré entonces si tu padre quiere matarme?

11 Y Jonatán le dijo: —Ven conmigo al campo. Una vez allí,

12 Jonatán le dijo a David: —Te juro por el Dios de Israel, que pasado mañana, a esta misma hora, aquí mismo le preguntaré a mi padre qué piensa hacer contigo. Si todo está bien, te lo mandaré a decir.

13 Pero si quiere matarte y no te lo digo, ¡que Dios me castigue duramente si no te ayudo a escapar! Que Dios te cuide como cuidó a mi padre.

14-15 Yo sé que Dios no dejará vivo a ninguno de tus enemigos. Pero tú, ¡júrame que serás bueno conmigo, así como Dios ha sido bueno con nosotros! ¡Júrame que no dejarás que me maten, ni que maten a toda mi familia!

16 ¡Que Dios castigue a todos tus enemigos! De este modo Jonatán renovó su pacto con David y su familia.

17 Además, como amaba tanto a David, volvió a hacerle un juramento de amistad.

18 Le dijo: —Mañana se celebra la fiesta de la luna nueva. Como no vas a estar presente, van a preguntar por ti.

19 Así que vete al lugar donde te escondiste cuando empezaron estos problemas, y espérame pasado mañana cerca de la piedra de Ézel.

20 Yo voy a disparar algunas flechas hacia ese lugar, como si estuviera tirando al blanco,

21 y mandaré a un muchacho para que las levante. Si me oyes decirle: «¡Tráeme las flechas; están aquí cerca!», te juro por Dios que puedes volver tranquilo, pues eso quiere decir que no corres ningún peligro.

22 Pero si me oyes gritarle: «¡Más allá! ¡Las flechas están más allá!», huye, porque eso es lo que Dios quiere.

23 Dios es testigo de que hemos hecho estas promesas.

24 Entonces David fue a esconderse en el campo. Cuando empezó la fiesta de la luna nueva, el rey se sentó a comer

25 junto a la pared, como siempre lo hacía. Jonatán se sentó enfrente del rey, y Abner se sentó a su lado. El lugar de David estaba vacío.

26 Saúl no dijo nada ese día porque pensó: Tal vez David no vino por no haber cumplido con los ritos para purificarse.

27 Al día siguiente, que era el segundo día del mes, el lugar de David seguía vacío. Entonces Saúl le preguntó a su hijo Jonatán: —¿Por qué David no vino a comer ni ayer ni hoy?

28 Y Jonatán le respondió: —David me rogó que le diera permiso de ir a Belén,

29 porque su hermano lo mandó a llamar. David va a presentar la ofrenda anual en Belén, junto con su familia. Yo le di permiso. Por eso no vino a comer contigo.

30 Saúl se enfureció contra Jonatán y le gritó: —¡Hijo de mala madre! Ya sabía que estabas del lado de David. ¡Qué vergüenza para ti y para tu madre!

31 Mientras David viva, no podrás llegar a ser rey. Así que manda que me lo traigan, porque está condenado a muerte.

32 Pero Jonatán le respondió: —¿Y por qué ha de morir? ¿Qué mal ha hecho?

33-34 En vez de responderle, Saúl le arrojó su lanza, con la intención de matarlo. Jonatán, por su parte, se levantó de la mesa y ya no participó en la comida del segundo día de la fiesta. Estaba furioso y triste de que su padre hubiera ofendido a David. Fue así como Jonatán se dio cuenta de que su padre quería matar a David.

35 Al día siguiente, Jonatán salió al campo en compañía de un muchacho, y se dirigió al lugar que le había dicho a David.

36 Al llegar a ese lugar, le ordenó al muchacho: Ve a recoger las flechas que voy a disparar. Mientras el muchacho corría a buscar una de las flechas, Jonatán disparó otra, la cual cayó más allá de donde estaba el muchacho.

37-39 Jonatán le gritó: ¡Corre, no te detengas, que más allá hay otra flecha! Sin sospechar nada, el muchacho fue y recogió las flechas de Jonatán, pues sólo David y él sabían lo que eso quería decir.

40 Luego Jonatán le dio sus armas al muchacho y le ordenó: Llévatelas a la casa.

41 Cuando el muchacho se fue, David salió de su escondite y, de cara al suelo en señal de respeto, se inclinó tres veces delante de Jonatán. Luego se abrazaron y lloraron mucho, aunque David lloraba más.

42 Entonces Jonatán le dijo a David: Vete en paz. Tú y yo hemos jurado por Dios que siempre seremos buenos amigos. Que Dios nos ayude, y que ayude a nuestras familias a cumplir este juramento. Dicho esto, Jonatán regresó a la ciudad.

21 David huye de Saúl

1 Por su parte, David se fue a Nob, donde vivía el sacerdote Ahimélec. Cuando Ahimélec vio a David, se puso nervioso y le preguntó: —¿Por qué vienes solo?

2 —Porque el rey me mandó a una misión especial y me pidió guardar el secreto— le contestó David. —Por eso es que ni mis hombres vienen conmigo. Con ellos debo encontrarme en otro lugar.

3 Por cierto, tengo mucha hambre. ¿Podrías darme unas cinco piezas de pan, o lo que tengas?

4 —Sólo tengo el pan que usamos en el santuario— le contestó el sacerdote. —Te lo puedo dar, siempre y cuando ni tú ni tus hombres hayan tenido relaciones sexuales.

5 —No te preocupes— respondió David, —que ni siquiera cuando salimos a un viaje de rutina tenemos relaciones sexuales con nuestras esposas, mucho menos ahora.

6 Como el sacerdote no tenía ninguna otra clase de pan, le dio a David el que se ofrendaba a Dios. Era el pan que acababan de quitar del altar para poner uno nuevo y caliente.

7-9 David le dijo a Ahimélec: —¿Podrías prestarme alguna lanza o espada? Fue tan urgente la orden del rey, que no alcancé a traer ningún arma conmigo. —No tengo más que la espada de Goliat —contestó el sacerdote—. Es la espada del filisteo que mataste en el valle de Elá. Está allí, envuelta en tela, detrás de mi chaleco sacerdotal. Puedes llevártela, si quieres. —Está muy bien —aceptó David—. Dámela. Ese día estaba en el santuario un edomita llamado Doeg, que era el jefe de los pastores de Saúl.

10 David siguió huyendo de Saúl, y de allí se fue a Gat, que era una ciudad filistea. Cuando llegó allá,

11 lo llevaron ante el rey Aquís, a quien sus consejeros le dijeron: Éste es David, el rey de esta tierra, de quien habla la canción: «Saúl mató a mil soldados, pero David mató a diez mil».

12 Cuando David supo esto, tuvo mucho miedo de que el rey Aquís fuera a hacerle daño.

13 Entonces empezó a rasguñar los portones de la ciudad y a babear, como si estuviera loco.

14 Aquís les reclamó a sus consejeros: ¿Para qué me trajeron a este loco?

15 ¡Ya tengo en mi palacio suficientes locos, como para que me traigan otro más!

22

1 De Gat, David se fue a la cueva que está en Adulam. Cuando sus hermanos y familiares lo supieron, fueron a verlo.

2 Ese día también se unieron a David como cuatrocientos hombres. Todos ellos eran tan pobres que no tenían dinero para pagar sus deudas. Además, eran gente que sufría mucho y que ya no quería seguir viviendo así. De modo que David llegó a ser su líder.

3 De allí David se fue a una ciudad de Moab llamada Mispá, y le pidió al rey de ese país: —Por favor, te ruego que dejes que mi padre y mi madre vivan aquí, en tu país, hasta que yo sepa lo que Dios va a hacer conmigo.

4 Fue así como los padres de David se quedaron con el rey de Moab todo el tiempo que David estuvo en su escondite.

5 Cierto día, el profeta Gad fue a ver a David y le dijo: No te quedes en tu escondite. Mejor vete a la tierra de Judá. Y David se fue al bosque de Héret.

Saúl mata a los sacerdotes de Nob

6 Mientras tanto, Saúl estaba en el cerro de Guibeá, sentado bajo la sombra de un árbol y rodeado de sus ayudantes. En la mano sostenía una lanza. En cuanto Saúl supo dónde estaban David y sus hombres,

7-8 les dijo a sus oficiales: —Ustedes, los de la tribu de Benjamín, oigan bien lo que voy a decirles. ¿Por qué me han traicionado? Díganme si David les ha prometido darles campos y viñedos, o hacerlos jefes de su ejército. Si no lo ha hecho, ¿por qué nadie me advirtió que mi hijo se puso de parte de David y le ayudó a rebelarse contra mí? ¿Por qué nadie se preocupa por mí?

9 En ese momento Doeg el edomita, que estaba entre los oficiales de Saúl, le dijo: —Yo vi a David en Nob, cuando fue a ver a Ahimélec, el hijo de Ahitub.

10 Allí Ahimélec le dio un mensaje de parte de Dios, le dio de comer, y también le entregó la espada de Goliat el filisteo.

11 Entonces el rey mandó traer al sacerdote Ahimélec y a todos sus familiares, que también eran sacerdotes en Nob.

12 Y Saúl le dijo a Ahimélec: —Escúchame bien. —Hable usted, Su Majestad —contestó Ahimélec.

13 —¿Por qué me has traicionado, como lo hizo David?— preguntó Saúl. —¿Por qué le diste a David comida y una espada, y además le pediste a Dios que lo ayudara? ¡David quiere acabar conmigo, y sólo está esperando una oportunidad para hacerlo!

14 Y Ahimélec le respondió: —¡Pero si David es el más fiel de sus servidores! ¡Está casado con su hija, es jefe de sus guardias, y el hombre más apreciado en palacio!

15 ¡Ésta no es la primera vez que yo consulto a Dios en cuanto a lo que David debe hacer! Además, yo no sabía nada de los problemas que él tiene con usted. Ni yo ni mi familia hemos traicionado a Su Majestad.

16 Pero el rey le dijo: —¡Eso no me importa! ¡Tú y toda tu familia van a morir!

17 Enseguida el rey les ordenó a sus guardias: —¡Maten a los sacerdotes de Dios! Ellos sabían que David estaba huyendo de mí, y en vez de darme aviso le dieron protección. Pero como los guardias no se atrevieron a matar a los sacerdotes de Dios,

18 el rey le ordenó a Doeg: ¡Mátalos tú! Entonces Doeg, como no era israelita, mató ese día a ochenta y cinco sacerdotes.

19 Además, fue a la ciudad de Nob, donde vivían los sacerdotes, y mató a hombres, mujeres, niños y recién nacidos, y a todo el ganado.

20 Sin embargo, uno de los hijos de Ahimélec, llamado Abiatar, pudo escapar y se fue a donde estaba David.

21 Allí le contó cómo Saúl había mandado matar a los sacerdotes de Dios.

22 Entonces David dijo: —Ya sabía yo que Doeg el edomita le contaría a Saúl lo que vio ese día en el templo. Yo tengo la culpa de que hayan matado a toda tu familia,

23 y ahora Saúl va a querer matarte también a ti. Pero no tengas miedo, que conmigo estarás seguro.

23 David libera a la ciudad de Queilá

1 Los filisteos atacaron la ciudad de Queilá y se llevaron el trigo recién cosechado. Cuando David lo supo,

2 le preguntó a Dios: —¿Debo ir a atacar a los filisteos? Y Dios le contestó: —Ve y atácalos. Salva a la ciudad de Queilá.

3 Sin embargo, los hombres que andaban con David le aconsejaron: —No vayas. Si estando aquí en Judá, que es nuestra tierra, tenemos miedo, con mayor razón si vamos a Queilá y atacamos al ejército filisteo.

4 David volvió a preguntarle a Dios si debía ir o no, y Dios le contestó: Ya te dije que vayas, pues yo te ayudaré a derrotar a los filisteos.

5 David fue con sus hombres a Queilá y peleó contra los filisteos. Los venció y les quitó sus rebaños. Así salvó a la gente de Queilá.

6-8 Cuando le informaron a Saúl que David estaba en Queilá, pensó: Dios me está ayudando a atrapar a David. Se ha metido en una ciudad que se cierra con portones y candados, y no va a poder escapar. Enseguida Saúl reunió a todo su ejército, y se puso en marcha hacia Queilá para capturar a David y a su gente. Pero Abiatar, el hijo del sacerdote Ahimélec, tenía un chaleco sacerdotal, que usaban los sacerdotes para conocer la voluntad de Dios. Lo había llevado consigo cuando huyó de Saúl y se unió a David en Queilá.

9 Cuando David supo que otra vez Saúl quería matarlo, llamó a Abiatar y le pidió llevar el chaleco.

10 Entonces David le consultó a Dios: —Dios de Israel, sé que Saúl va a venir a Queilá, y que por mi culpa va a matar a toda la gente.

11 ¡Dime si esto es verdad! —Es verdad— contestó Dios. —Saúl vendrá.

12 David volvió a consultar a Dios: —Y la gente de Queilá, ¿nos traicionará? —Así es. Los traicionará— contestó Dios.

13 Entonces David y sus seiscientos hombres se fueron de Queilá, y empezaron a huir de un lado a otro. Cuando le informaron a Saúl que David se había ido de Queilá, ya no atacó la ciudad.

David se esconde en el desierto

14 Desde entonces David se escondía en las cuevas bien protegidas que había en el desierto de Zif. Y aunque Saúl lo buscaba todo el tiempo, Dios no dejaba que lo encontrara.

15 Una vez David estaba en Hores, en el desierto de Zif, y llegó a saber que Saúl lo andaba buscando para matarlo.

16 Pero Jonatán fue a Hores para ver a David, y lo animó a tener confianza en Dios.

17 Le dijo: —No tengas miedo. Mi padre no va a poder encontrarte. Además, hasta él sabe que tú vas a ser rey de Israel, y que yo seré menos importante que tú.

18 Ese día renovaron su pacto de amistad delante de Dios. Después de eso, David se quedó en Hores y Jonatán regresó a su casa.

19-20 En otra ocasión, algunas personas de Zif fueron a Guibeá y le dijeron a Saúl: —David está escondido en nuestra tierra, en las cuevas de Hores. Cuando Su Majestad quiera venir, se lo entregaremos. Está en el cerro de Haquilá, al sur del desierto.

21 —¡Que Dios los bendiga por tenerme compasión!— les dijo Saúl.

22 Vayan y fíjense bien dónde está, pues me han dicho que es muy listo.

23 Vean bien dónde se esconde, y regresen a decírmelo. Entonces yo iré con ustedes y, si David está allí, lo atraparé, ¡aunque tenga que buscarlo entre todas las familias de Judá!

24-25 Aquellas personas regresaron a Zif, y Saúl y sus hombres se fueron tras ellas para buscar a David. David y su gente estaban al sur del desierto de Maón. Cuando David supo que Saúl lo buscaba, bajó a la roca que estaba en el desierto de Maón. Saúl supo dónde estaba David, y fue a perseguirlo.

26 Por un lado del cerro iba Saúl, y por el otro iba David. Cuando Saúl y su ejército estaban a punto de alcanzar a David y a su gente,

27 llegó un mensajero y le dijo a Saúl: ¡Regrese usted de inmediato, porque los filisteos nos están atacando!

28 Saúl tuvo entonces que dejar de perseguir a David, y se fue a pelear contra los filisteos. Por eso a aquella roca se le conoce como la roca del escape.

29 Después de eso, David se fue a vivir por un tiempo a las cuevas protegidas de En-gadi.

24 David le perdona la vida a Saúl

1 Cuando Saúl dejó de perseguir a los filisteos, le dijeron: David está en el desierto de En-gadi.

2 Saúl tomó entonces a los tres mil mejores soldados de su ejército, y se fue al lugar conocido como Cerro de las cabras monteses, para buscar a David.

3 Llegó a un lugar donde había una cueva. Allí los pastores acostumbraban encerrar sus ovejas, y allí también estaban escondidos David y su gente. Saúl entró en la cueva para hacer sus necesidades.

4-7 Entonces los hombres de David le dijeron: —¿Te acuerdas que Dios te prometió que te vengarías de tu enemigo, y que le harías lo que quisieras? Pues bien, ¡ahora es cuando debes hacerlo! Pero David les respondió: —¡Que Dios me libre de hacerle algo a mi señor el rey! ¡Nunca le haré daño, pues Dios mismo lo eligió como rey! ¡Sobre su cabeza se derramó aceite, como señal de la elección de Dios! Y aunque David les prohibió a sus hombres atacar a Saúl, él mismo se acercó en silencio a donde estaba Saúl, y cortó un pedazo de la orilla de su manto. Sin embargo, más tarde pensó que no debía haberlo hecho. En cuanto Saúl terminó, se levantó y salió de la cueva para seguir su camino.

8 Pero cuando ya se alejaba, David salió de la cueva y le gritó: —¡Mi señor y rey! Cuando Saúl miró hacia atrás, David se inclinó de cara al suelo,

9 y le dijo: —¿Por qué Su Majestad le hace caso a la gente que dice que quiero hacerle daño?

10 Como usted mismo podrá ver, hoy Dios me dio la oportunidad de matarlo aquí mismo, en la cueva. Algunos de mis hombres me insistían que lo matara, pero yo no quise hacerlo. No quise hacerle ningún daño porque Su Majestad es mi rey. ¡Dios mismo lo eligió!

11-15 ¡Vea Su Majestad lo que tengo en la mano! Es un pedazo de su manto, que yo mismo corté. Con esto podrá ver Su Majestad que no quiero matarlo. Yo no le he causado ningún mal a Su Majestad; sin embargo, Su Majestad me anda persiguiendo y quiere matarme, ¡a mí, que no valgo más que un perro muerto o una pulga! ¡Que Dios juzgue entre nosotros dos, y vea quién está haciendo mal! ¡Que Dios castigue a Su Majestad por lo mal que se ha portado conmigo, y no permita que me atrape! Bien dice el antiguo refrán, que «del malvado sólo se puede esperar maldad». Yo, por mi parte, ¡nunca le haré daño a Su Majestad!

16 Cuando David terminó de hablar, Saúl dijo: ¡Pero si es David en persona! Luego empezó a llorar a gritos,

17 y le dijo a David: —Tú, David, eres más bueno que yo. Aunque te he hecho mucho mal, tú siempre me has hecho el bien.

18 Hoy me doy cuenta de que me has tratado con bondad, aun cuando Dios te dio la oportunidad de matarme.

19 Si alguien puede matar a su enemigo, no lo deja ir con vida. Por eso le pido a Dios que te recompense con muchas cosas buenas, por lo bien que hoy me has tratado.

20 Yo sé muy bien que llegarás a ser rey, y que al pueblo de Israel le irá muy bien contigo.

21 Por eso, júrame por Dios que no acabarás con mis hijos ni con mis nietos, y que no harás que mi familia se olvide de mí.

22 David se lo juró a Saúl. Luego Saúl se regresó a su casa, y David y su gente volvieron a su escondite.

25 Muerte de Samuel

1 Cuando Samuel murió, todos los israelitas se reunieron para llorar su muerte y sepultarlo en Ramá, que era la ciudad donde había nacido. Después del entierro, David regresó al desierto de Parán.

David, Nabal y Abigail

2-3 En Maón vivía un hombre de la familia de Caleb. Se llamaba Nabal, y era muy rico, pues tenía propiedades en Carmel y era dueño de tres mil ovejas y mil cabras. Pero también era muy grosero y maleducado. En cambio su esposa, que se llamaba Abigail, era una mujer muy inteligente y hermosa.

4 David supo que Nabal estaba en Carmel, cortando la lana de sus ovejas,

5-6 así que envió a diez de sus ayudantes para que saludaran a Nabal y le dijeran de su parte: Que Dios te bendiga, y que siempre le vaya bien a tu familia. Que cada día tengas más propiedades.

7-8 Aquí, en Carmel, tus pastores han estado entre nosotros, y nunca les hemos hecho ningún daño ni les hemos robado nada. Pregúntales y verás que digo la verdad. Me he enterado de que tus pastores están cortándoles la lana a tus ovejas, y que por eso estás haciendo fiesta. Yo te ruego que nos des lo que sea tu voluntad. Te lo piden humildemente estos servidores tuyos, y también yo, David, que me considero tu hijo.

9 Los ayudantes que envió David le dieron a Nabal este mensaje,

10 pero él les contestó: ¿Y quién es ese David, hijo de Jesé? ¡Seguramente ha de ser uno de esos esclavos que huyen de sus amos!

11 ¿Por qué le voy a dar la comida que preparé para mis trabajadores a gente que no sé ni de dónde viene?

12 Los ayudantes regresaron a donde estaba David, y le contaron lo sucedido.

13 Entonces David les dijo a sus hombres: Preparen sus espadas. Y tomando sus espadas, David y cuatrocientos de sus hombres se fueron a atacar a Nabal, mientras doscientos de ellos se quedaban a cuidar lo que tenían.

14 Uno de los sirvientes de Nabal fue a decirle a Abigail, su esposa: David envió unos mensajeros a nuestro amo, con un saludo amistoso. Pero él los insultó,

15 a pesar de que ellos han sido muy buenos con nosotros. Todo el tiempo que hemos estado con ellos en los campos, nunca nos han maltratado ni nos han robado nada.

16 Al contrario, siempre nos han protegido.

17 Nuestro amo Nabal es tan malo que nadie se atreve a decirle nada. Y David ya decidió atacarnos a todos nosotros. ¡Por favor, haga usted algo!

18 Abigail no perdió tiempo. De inmediato le envió a David doscientos panes, dos recipientes de cuero llenos de vino, cinco ovejas asadas, cuarenta kilos de grano tostado, cien racimos de pasas y doscientos panes de higo. Toda esta comida la cargó Abigail en unas burras,

19 y le dijo a sus sirvientes: Adelántense ustedes, que yo iré después. Sin decirle nada a su esposo,

20-22 Abigail se montó en un burro y empezó a bajar del cerro. También David y sus hombres venían bajando del cerro. Y David les dijo: De nada nos ha servido cuidar en el desierto las ovejas de ese hombre. Nunca le he pedido nada y, sin embargo, me ha pagado mal el bien que le he hecho. ¡Que Dios me castigue duramente si antes de que amanezca no he matado a Nabal y a todos sus hombres! En ese momento, David y sus hombres se encontraron con Abigail.

23 Cuando ella lo vio, se bajó del burro y se inclinó de cara al suelo,

24-26 y echándose a los pies de David le dijo: —Señor mío, por favor, ¡escuche usted mis palabras, aunque no soy más que una simple sirvienta suya! ¡No le dé usted importancia a las groserías de Nabal! ¡Su nombre significa «estúpido», y en verdad lo es! ¡Yo tengo la culpa de todo! Y la tengo, señor mío, porque no vi a los mensajeros que usted envió. Pero Dios no permitirá que usted se desquite matando a gente inocente. Yo le pido a Dios que castigue a los enemigos de usted del mismo modo que será castigado Nabal.

27 Por favor, acepte la comida que he traído para usted y para sus hombres,

28 y perdone mis errores. Usted sólo lucha cuando Dios se lo manda; estoy segura de que Dios hará que todos los descendientes de usted reinen en Israel. Por eso, ni ahora ni nunca haga usted lo malo.

29 Cuando alguien lo persiga y quiera matarlo, Dios lo cuidará y usted estará seguro. Pero a quienes quieran matarlo, Dios los arrojará lejos, como cuando se arroja una piedra con una honda.

30 Usted, mi señor, será el líder de Israel, pues Dios le cumplirá todas las promesas que le ha hecho.

31 Cuando eso suceda, usted no se sentirá culpable de haber matado a gente inocente, ni triste por haberse desquitado. Cuando todo esto suceda, acuérdese usted de mí, que soy su servidora.

32 David le contestó: —¡Bendito sea el Dios de Israel, que te envío a mí!

33 ¡Y bendita seas tú, por ser tan inteligente y por no dejar que yo mismo me vengara y matara a gente inocente!

34 Si no hubieras venido a verme, te juro por Dios que para mañana no habría quedado vivo un solo hombre de la familia de Nabal. ¡Qué bueno que el Dios de Israel no permitió que yo te hiciera daño!

35 David aceptó la comida que Abigail le había traído, y le dijo: —Puedes irte tranquila, que yo haré lo que me has pedido.

36 Cuando Abigail regresó a su casa, encontró a Nabal muy contento y completamente borracho. Por eso no le contó hasta el día siguiente lo que había pasado.

37-38 Por la mañana, cuando a Nabal ya se le había pasado la borrachera, su esposa le contó lo sucedido. En ese momento, Dios hizo que Nabal tuviera un ataque al corazón, y Nabal se quedó tieso como una piedra. Diez días después, tuvo otro ataque y murió.

39-40 Cuando David se enteró de que Nabal había muerto, dijo: ¡Bendito sea Dios, que castigó a Nabal! Se vengó por lo que me hizo, y no dejó que yo mismo lo castigara. Luego, David envió algunos de sus ayudantes a Carmel, para que le dijeran a Abigail: David nos manda a pedirle que acepte usted ser su esposa.

41 Al oír esto, Abigail se inclinó de cara al suelo, y dijo: Yo estoy para servir a mi señor David, y para hacer lo que él me ordene. ¡Incluso estoy dispuesta a lavar los pies de sus esclavos!

42 Después de haber dicho esto, se preparó rápidamente y, acompañada de cinco sirvientas, montó en un burro y se fue tras los enviados de David para casarse con él.

43 David tuvo dos esposas, pues además de casarse con Abigail se casó también con una mujer de Jezreel, llamada Ahinóam.

44 Aunque Mical había sido esposa de David, más tarde Saúl le ordenó casarse con Paltí hijo de Lais, que era de Galim.

26 David perdona otra vez a Saúl

1 La gente que vivía en Zif fue a Guibeá, a decirle a Saúl que David estaba escondido en el cerro de Haquilá, frente al desierto.

2 Saúl se levantó y, acompañado de tres mil de sus mejores soldados, se fue al desierto de Zif para buscar a David.

3-4 David estaba en el desierto, pero supo que Saúl lo andaba buscando. Entonces envió espías, para ver si Saúl ya había llegado, y le informaron que Saúl había acampado frente al desierto, en el camino que está junto al cerro de Haquilá.

5-7 David habló entonces con Ahimélec el hitita y con Abisai, que era hijo de Seruiá y hermano de Joab. Les dijo: —¿Quién me quiere acompañar hasta el campamento de Saúl? —Yo lo acompaño, Su Majestad— le contestó Abisai. Esa misma noche David y Abisai fueron al campamento de Saúl, y lo encontraron dormido y rodeado de sus soldados. A un lado de su cabeza estaba su lanza, clavada en el suelo; al otro lado dormía Abner hijo de Ner, capitán de su ejército.

8 Abisai le dijo a David: —Dios le da a usted la oportunidad de matar a su enemigo. Déjeme que lo clave en la tierra con su propia lanza. Un solo golpe bastará.

9-11 —¡No lo mates!— respondió David. —¡Y que Dios me libre de matar a quien él mismo eligió para ser rey! Dios no dejará sin castigo a quien le haga daño al rey que él mismo ha elegido. Ya le llegará su hora. Estoy seguro de que Dios mismo le quitará la vida, y morirá de muerte natural o lo matarán en batalla. Mejor toma su lanza y su jarra de agua, y vámonos de aquí.

12 Nadie vio a David ni a Abisai, ni nadie se despertó, pues Dios hizo que todos se quedaran bien dormidos.

13 Luego David se fue al otro lado del campamento, subió a la punta de un cerro lejano,

14 y desde allí empezó a gritarle a Abner y al ejército: —¡Abner! ¿Por qué no respondes? —¿Quién eres tú para gritarle así al rey?— contestó Abner.

15-16 Y David le dijo: —¿No es verdad que tú eres uno de los mejores soldados de Israel? Entonces, ¿cómo es posible que no hayas cuidado a tu señor el rey? Mira lo que tengo en la mano: ¡es la lanza del rey, y su jarra de agua! Un hombre del pueblo estuvo a punto de matarlo, y tú no hiciste nada para evitarlo. ¡Muy mal hecho! Mereces la muerte por no haber protegido al rey elegido por Dios.

17 Saúl reconoció la voz de David, y dijo: —David, ¿eres tú el que habla? Y David le contestó: —Sí, mi señor y rey; soy yo.

18 ¿Por qué me persigue usted? ¿Qué mal he cometido? ¿De qué se me acusa?

19 Yo le suplico a mi señor y rey que me escuche. Si es Dios quien ha puesto a Su Majestad en mi contra, espero que él me perdone y acepte mi ofrenda; pero si es una cuestión de los hombres, que Dios los maldiga. Porque me están arrojando de esta tierra de Dios, y así me obligan a adorar a otros dioses.

20 Ya que Su Majestad me persigue a muerte, como si fuera yo una pulga, o una perdiz en el monte, yo le ruego que al menos no me mate lejos de la tierra de Dios.

21 Entonces Saúl le contestó: —¡David, hijo mío! Me he portado muy mal contigo. Pero vuelve, que no te haré ningún mal. Me he portado como un tonto. He cometido un grave error. En cambio tú hoy me has perdonado la vida.

22-23 David le respondió: —A cada uno de nosotros Dios lo premiará de acuerdo con su justicia y su verdad. Hoy Dios me dio la oportunidad de matar a Su Majestad, pero no quise hacerlo porque él lo eligió a usted como rey. ¡Aquí está la lanza de Su Majestad! Envíe a uno de sus soldados a recogerla.

24 Yo espero que, así como respeté hoy la vida de Su Majestad, también Dios respete la mía y me libre de todo peligro. Saúl le dijo:

25 —David, hijo mío, ¡bendito seas! Yo sé que te irá bien en todo lo que hagas. Y así David siguió su camino, y Saúl regresó a su casa.

27 David vive entre los filisteos

1 Pero David se quedó pensando: Uno de estos días Saúl me va a matar. Es mejor que me vaya a vivir a la tierra de los filisteos. Así Saúl dejará de perseguirme por todo Israel, y podré vivir tranquilo.

2-3 Fue así como David se fue a vivir a la ciudad filistea de Gat, donde reinaba Aquís hijo de Maoc. Con él se fueron sus dos esposas, Ahinóam de Jezreel y Abigail de Carmel, más seiscientos soldados con sus familias.

4 Cuando Saúl supo que David había huido a Gat, dejó de perseguirlo.

5 Mientras tanto, David le rogó a Aquís: Por favor, déme usted un lugar donde vivir. Yo no soy más que un sirviente de usted, y no está bien que viva yo en la misma ciudad donde usted vive.

6 Ese mismo día, Aquís le dio permiso de vivir en la ciudad de Siclag. Por eso, desde entonces Siclag pertenece a los reyes de Judá.

7 David vivió entre los filisteos un año y cuatro meses.

8-11 En todo ese tiempo, David y sus hombres salían con frecuencia a atacar a los pueblos de la región, desde Telaím hasta Egipto, y pasando por el desierto de Sur. Cuando David atacaba a los pueblos de Guesur, Guézer y Amalec, se llevaba ovejas, vacas, burros, camellos y ropa, y no dejaba vivo a nadie. Mataba a hombres y a mujeres, para que nadie lo acusara en Gat de todo lo que hacía. Cuando regresaba, si Aquís le preguntaba: ¿A quién atacaste hoy?, David le contestaba: A mis paisanos que viven al sur de Judá. Algunas veces respondía: Ataqué a mis paisanos que viven al sur de Jerahmeel. Algunas otras, decía: Ataqué a mis paisanos que viven al sur de la tierra de los quenitas.

12 Por eso Aquís confiaba mucho en David, ya que pensaba: Con lo que David hace, los israelitas deben odiarlo mucho. Así que tendrá que vivir siempre en mi tierra, y se quedará a mi servicio.

28

1 Fue en ese tiempo cuando los filisteos reunieron a su ejército para pelear contra Israel. Entonces Aquís le ordenó a David: —Tú y tus hombres deben venir conmigo a la guerra.

2 —¡Claro que sí!— le contestó David. —Ahora va usted a ver de lo que soy capaz. —Muy bien —dijo Aquís—. Tú serás mi guardaespaldas.

Saúl consulta a una adivina

3-7 Los filisteos se reunieron en Sunem, y allí pusieron su campamento. Saúl, por su parte, reunió a todo el ejército de Israel y acampó en Guilboa. Cuando Saúl vio al ejército filisteo, le dio muchísimo miedo. Entonces consultó con Dios qué debía hacer. Pero Dios no le contestó, ni en sueños, ni por medio de suertes ni de profetas. Saúl no podía recurrir a Samuel para consultar a Dios, porque Samuel ya había muerto. La gente había llorado mucho por su muerte, y lo habían enterrado en Ramá, el pueblo donde había nacido. Además, como Saúl mismo había expulsado de Israel a todos los adivinos y espiritistas, les ordenó a sus ayudantes: —Busquen a una espiritista. Quiero que me ayude a preguntarle a Samuel lo que debo hacer. —Hay una en Endor —le dijeron sus ayudantes.

8 Una noche Saúl se disfrazó y, acompañado por dos de sus hombres, se fue a ver a esa mujer. Cuando llegó, le dijo: —Quiero que llames al espíritu de un muerto. Necesito preguntarle algo.

9 La mujer respondió: —Tú bien sabes que Saúl ha expulsado de Israel a todos los adivinos y espiritistas. Si hago lo que me pides, con toda seguridad me matarán.

10 —Te juro por Dios— le aseguró Saúl —que nadie te castigará si haces lo que te pido.

11 Ella preguntó: —¿Quién quieres que se te aparezca? —Llama a Samuel— le contestó Saúl.

12 La mujer obedeció. Pero cuando vio aparecer a Samuel, lanzó un fuerte grito y le dijo a Saúl: —¡Usted es Saúl! ¿Por qué me engañó?

13 —No tengas miedo— le aseguró el rey. —¡Dime lo que ves! Ella le dijo: —Veo a un espíritu que sube del fondo de la tierra.

14 —¿Y cómo es él?— le preguntó Saúl. —Es un anciano vestido con una capa —respondió ella. Al darse cuenta Saúl de que se trataba de Samuel, se inclinó de cara al suelo.

15 Samuel le preguntó: —Saúl, ¿por qué me llamaste? ¿Por qué no me dejas descansar? —Estoy desesperado— contestó Saúl. —Los filisteos me hacen la guerra, y Dios me ha abandonado. Ya no me responde, ni en sueños ni por medio de profetas. Por eso te he llamado, para que me digas qué debo hacer.

16 Y Samuel le dijo: —Si Dios te ha abandonado, y ahora es tu enemigo, ¿para qué me consultas?

17-18 Dios está haciendo contigo lo que ya te había dicho yo que iba a hacer. Por haberlo desobedecido y no haber matado a todos los amalecitas, Dios te ha quitado el reino y se lo ha dado a David.

19 Además, los filisteos vencerán mañana a los israelitas, y tú y tus hijos morirán y vendrán a hacerme compañía.

20 Al oír estas palabras de Samuel, Saúl sintió mucho miedo y se desmayó. Las fuerzas le faltaron, pues no había comido nada en todo el día.

21 La mujer se acercó a Saúl y, al verlo tan espantado, le dijo: —Yo sólo hice lo que usted me pidió, pues estoy para servirle. Por obedecerlo, he arriesgado mi vida.

22 Pero aunque sólo soy su sirvienta, yo le ruego que me haga caso y se coma este pedazo de pan. Se lo he traído a usted, para que tenga fuerzas para el regreso.

23 Saúl no quería comer nada, pero ante la insistencia de la mujer y de sus ayudantes, se levantó del suelo y se sentó en la cama.

24 La mujer mató un ternero gordo que tenía en su casa, preparó unos panes,

25 y se los llevó a Saúl y a sus ayudantes. Todos ellos comieron, y esa misma noche se fueron de allí.

29 Los filisteos no confían en David

1-2 Los filisteos reunieron todo su ejército en Afec. Sus jefes marchaban al frente de grupos de cien y de mil soldados. Los israelitas, por su parte, acamparon cerca del arroyo que está en Jezreel. Cuando los filisteos vieron que al final de su ejército pasaba el rey Aquís junto con David y sus hombres,

3 le gritaron: —¿Qué hacen aquí esos israelitas? Y Aquís les contestó: —Vienen con David, el que era ayudante de Saúl, el rey de Israel. David se apartó de Saúl, y hace ya más de un año que está conmigo. Desde entonces ha sido muy fiel. No tengo nada que decir en su contra.

4 Pero los jefes de los filisteos se enojaron mucho y le exigieron: —Dile que se vaya de aquí, y que regrese a su país con todos sus hombres. ¿No te das cuenta de que podría volverse nuestro enemigo en la batalla? Con tal de ganarse otra vez la simpatía de Saúl, sería capaz de matar a nuestros soldados.

5 Toma en cuenta que de él habla la canción: «Saúl mató a mil soldados, pero David mató a diez mil».

6 Aquís llamó entonces a David, y le dijo: —Te juro por Dios que yo no tengo nada contra ti. Desde el día que llegaste hasta hoy, tú has sido fiel conmigo. Pero los jefes de los filisteos no confían en ti.

7 Así que regresa en paz, y no hagas enojar a los jefes del ejército.

8 Pero David protestó: —¿De qué se me acusa? ¿En qué he ofendido a Su Majestad desde que empecé a servirle hasta hoy? ¿Por qué no me permite usted pelear contra sus enemigos?

9 Y Aquís le volvió a decir: —Yo no tengo nada contra ti. En mi opinión, tú eres tan bueno como un ángel. Pero los jefes de los filisteos no quieren que vayas con nosotros a la batalla.

10 Yo te agradecería que mañana temprano, en cuanto salga el sol, tú y tus hombres regresen a la ciudad que les di.

11 De modo que, al amanecer, David y sus hombres regresaron a la tierra de los filisteos. Mientras tanto, los filisteos se dirigieron a Jezreel.

30 David vence a los amalecitas

1-5 Al tercer día, David y sus hombres llegaron a Siclag y descubrieron que los amalecitas habían atacado el desierto del sur. A Siclag le habían prendido fuego y, aunque no mataron a nadie, se habían llevado como esclavos a mujeres, ancianos y niños. Entre las mujeres, se habían llevado a Ahinóam y a Abigail, las esposas de David. Al ver esto, David y sus hombres se echaron a llorar, hasta que ya no tuvieron más fuerzas.

6 Los hombres estuvieron a punto de apedrear a David, pues le echaban la culpa de que los amalecitas se hubieran llevado a sus mujeres y a sus hijos. Sin embargo, David confiaba en que Dios podía ayudarlo, así que se animó

7 y le dijo al sacerdote Abiatar, el hijo de Ahimélec: Tráeme tu chaleco sacerdotal. Voy a consultar con Dios qué es lo que debo hacer. Cuando Abiatar le llevó a David el chaleco sacerdotal,

8 David consultó a Dios: —¿Debo perseguir a esos bandidos? Y si los persigo, ¿los alcanzaré? Dios respondió: —Persíguelos, porque vas a alcanzarlos, y también vas a recuperar lo que se robaron.

9 Entonces David se fue con sus seiscientos hombres. Al llegar al arroyo de Besor,

10 doscientos de ellos estaban tan cansados que no lo pudieron cruzar y se quedaron allí. David siguió persiguiendo a los amalecitas con los otros cuatrocientos hombres.

11-12 Más adelante, encontraron en el campo a un hombre desmayado. Estaba así porque en tres días no había comido ni bebido nada. Le dieron agua, un pedazo de pan de higos, y dos panes de pasas. Después de comer, aquel hombre se sintió mejor,

13 así que David le preguntó: —¿De dónde vienes? ¿Al servicio de quién estás? —Soy egipcio— contestó aquel hombre. —Mi amo es un amalecita. Hace tres días me enfermé, y mi amo me abandonó aquí.

14 Antes de eso, habíamos atacado varios lugares: el territorio de los filisteos, que está al sur, el de Judá y el de Caleb. También quemamos la ciudad de Siclag.

15 David le preguntó: —¿Me puedes llevar a donde están los amalecitas? —Te llevaré— contestó el egipcio. —Pero júrame por Dios que no me matarás ni me entregarás a mi amo. David se lo juró, y el egipcio los condujo hasta ellos.

16 Al llegar, David y sus hombres encontraron a los amalecitas comiendo, bebiendo y danzando por todo el campamento. Estaban celebrando el haberles quitado a los filisteos y a los de Judá todo lo que tenían.

17 Al amanecer, David los atacó, y la batalla duró hasta la noche del día siguiente. David mató a todos los amalecitas. Sólo se salvaron cuatrocientos jóvenes, que montaron en camellos y lograron escapar.

18-19 David recobró todo lo que los amalecitas se habían llevado, y también rescató a sus dos esposas. No faltó ningún niño ni adulto, y ni siquiera el objeto más pequeño.

20 Además, David recobró todas las vacas y ovejas. Y los que iban guiando el ganado decían: Ésta es la parte que le toca a David.

21 David y sus hombres regresaron al arroyo de Besor, donde se habían quedado con el equipaje los doscientos soldados que estaban muy cansados. Cuando ellos vieron que David se acercaba con los otros hombres, salieron a recibirlos. David les contestó el saludo.

22 Entre los hombres que habían ido con David a la batalla, no faltaron algunos malvados y envidiosos que le dijeron a David: —A esos doscientos hombres que no vinieron con nosotros, no debemos darles nada de lo que les quitamos a los amalecitas. ¡Que se conformen con llevarse a sus mujeres y a sus hijos!

23 Pero David les dijo: —No, hermanos míos, no debemos hacer eso. Después de todo, Dios nos ha dado todo esto, y nos cuidó y ayudó a vencer a esos amalecitas ladrones.

24 Además, nadie va a estar de acuerdo con ustedes, pues le debe tocar lo mismo al que va a la batalla que al que se queda a cuidar el equipaje.

25 David estableció esta ley en Israel, y desde entonces hasta ahora se ha cumplido.

26-31 De regreso en Siclag, David tomó una parte de lo que les había quitado a los amalecitas, y la envió a los lugares donde había estado con su gente, es decir, a Betel, a Ramot del desierto del sur, a Jatir, a Aroer, a Sifmot, a Estemoa y a Racal. David también envió regalos a los que estaban en las ciudades de Jerahmeel y de los quenitas, y en Hormá, Corasán, Atac y Hebrón, entre otras. Junto con los regalos, les envió este mensaje: Éste es un regalo para ustedes, de lo que les quité a los enemigos de Dios.

31 Muerte de Saúl y sus hijos (1 Cr 10.1-12).

1 Los filisteos lucharon contra los israelitas y los hicieron huir. A muchos de ellos los mataron en el cerro de Guilboa,

2 y a Saúl y a sus hijos los persiguieron hasta matarlos. Así murieron Jonatán, Abinadab y Malquisúa.

3 Luego concentraron sus fuerzas en el ataque a Saúl, y los arqueros filisteos lograron herirlo de muerte.

4 Entonces Saúl le dijo a su escudero: —Saca tu espada y mátame. Hazlo antes de que vengan esos extranjeros idólatras. De lo contrario, se burlarán de mí y me rematarán. Pero su escudero tenía tanto miedo que no se atrevió a matarlo. Entonces Saúl tomó su espada y se echó sobre ella.

5 Al ver muerto a Saúl, también el escudero se echó sobre su espada y se mató.

6 Así fue como Saúl, sus tres hijos, su escudero y todos sus hombres murieron el mismo día.

7 Cuando los israelitas del otro lado del valle vieron que el ejército de Israel había huido, y que Saúl y sus hijos estaban muertos, también ellos huyeron y abandonaron sus ciudades, lo mismo que la gente que vivía más allá del río Jordán. Entonces llegaron los filisteos y ocuparon esas ciudades.

8 Al otro día, mientras los filisteos les quitaban a los israelitas muertos sus objetos de valor, encontraron muertos en el cerro de Guilboa a Saúl y a sus tres hijos.

9 Entonces a Saúl le cortaron la cabeza y le quitaron su armadura, y enviaron mensajeros a su país, para que dieran la noticia en los templos de sus dioses y entre todos los filisteos.

10-12 Más tarde, pusieron la armadura de Saúl en el templo de la diosa Astarté, y a Saúl y a sus hijos los colgaron de la muralla de Bet-sán. Los israelitas que vivían en Jabés de Galaad supieron lo que los filisteos habían hecho con Saúl. Entonces un grupo de valientes viajó toda la noche y quitó de la muralla los cadáveres de Saúl y de sus hijos. Luego los llevaron a Jabés, y allí los quemaron.

13 Después de levantar sus huesos y enterrarlos bajo un árbol, ayunaron siete días en señal de luto.


Notas de 1 Samuel

[a] 1 Samuel 18:25 La prueba: Puesto que los filisteos no se circuncidaban como los israelitas, la prueba consistía en llevarle a Saúl el pellejo que recubría el pene de esos cien filisteos. <<

🔊 Formato Audio extraído de librivox – Bible (Reina Valera) 09: El Primer Libro de Samuel


Reflexiones sobre el libro Samuel 1

El libro de Samuel 1 es una narración histórica del Antiguo Testamento que nos muestra la transición de Israel de una teocracia a una monarquía. Este libro nos enseña importantes lecciones sobre la fidelidad a Dios, la obediencia y la importancia de un liderazgo justo y piadoso.

Una de las lecciones más importantes que podemos aprender del libro de Samuel 1 es la importancia de la fidelidad y la obediencia a Dios. Vemos cómo Samuel, el último juez de Israel, es fiel y obediente a Dios en su papel de líder de Israel, y cómo esto le permite guiar al pueblo hacia la voluntad de Dios.

Otra lección que podemos aprender del libro de Samuel 1 es la importancia de un liderazgo justo y piadoso. Vemos cómo la elección de Saúl como el primer rey de Israel es un ejemplo de cómo un líder debe ser elegido y cómo debe comportarse. Saúl comienza su reinado de manera prometedora, pero su desobediencia y su falta de humildad lo llevan a perder el favor de Dios y su reino.

Finalmente, el libro de Samuel 1 nos muestra la importancia de confiar en Dios y su plan para nuestras vidas. Vemos cómo David, el sucesor de Saúl y el futuro rey de Israel, confía en Dios y busca su voluntad en todas las decisiones que toma. Esto le permite ser un líder piadoso y justo que es bendecido por Dios y amado por su pueblo.

En conclusión, el libro de Samuel 1 es una lección valiosa sobre la fidelidad y la obediencia a Dios, la importancia de un liderazgo justo y piadoso, y la necesidad de confiar en Dios y su plan para nuestras vidas. Que la lectura de este libro nos lleve a una mayor comprensión de la voluntad de Dios y a una vida más plena y satisfactoria en su presencia.

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