Lecturas Tiempo de Cuaresma Ciclo A

Lecturas Tiempo de Cuaresma – Ciclo A

TIEMPO DE CUARESMA – LECCIONARIO I (A)

Lecturas Tiempo de Cuaresma Ciclo A

Las lecturas del Tiempo de Cuaresma en el Ciclo A ofrecen un viaje espiritual profundo que prepara a la comunidad cristiana para la celebración de la Pascua. Comenzando con el Domingo I de Cuaresma, las lecturas resuenan con la historia del tentador en el desierto y la firme resistencia de Jesús a las tentaciones. Este pasaje establece el tono para la temporada, llamando a los fieles a la reflexión, el arrepentimiento y la resistencia a las distracciones que desvían del camino de la fe.

En el Domingo II de Cuaresma, las lecturas presentan el relato de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Este evento revelador destaca la divinidad de Cristo y refuerza la llamada a escucharlo como el Hijo amado de Dios. La temporada de Cuaresma se convierte así en un tiempo propicio para la contemplación de la presencia divina en medio de los desafíos terrenales.

El Domingo III de Cuaresma, las lecturas incluyen la historia del encuentro de Jesús con la mujer samaritana en el pozo. Este pasaje destaca la importancia de la sed espiritual y la necesidad de buscar el agua viva que solo Jesús puede proporcionar. La Cuaresma se presenta como un tiempo para saciar la sed del alma con la gracia redentora.

El Domingo IV de Cuaresma, conocido como el Domingo Laetare, se caracteriza por un tono de alegría en medio de la penitencia cuaresmal. Las lecturas exploran la idea de la luz divina que disipa las tinieblas, simbolizando la esperanza que surge incluso en los momentos más oscuros.

El Domingo V de Cuaresma introduce el tema de la resurrección a través de las lecturas que narran la resurrección de Lázaro. Este evento prepara el corazón de los fieles para entrar en la Semana Santa con la expectativa de la victoria sobre la muerte.

La Cuaresma culmina con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que incluye la procesión de las palmas y la Misa. Las lecturas durante esta celebración evocan el aclamado ingreso de Jesús a Jerusalén y señalan el camino hacia la redención a través de la cruz.

En conjunto, estas lecturas del Tiempo de Cuaresma en el Ciclo A guían a los fieles a través de una travesía espiritual significativa, instándolos a la reflexión, la penitencia y la renovación espiritual en preparación para la celebración central de la fe cristiana: la Resurrección de Jesús.


Primer domingo de Cuaresma. Ciclo A.

PRIMERA LECTURA

Creación y pecado de los primeros padres

Lectura del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.

El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.

El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.

La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer:

—«¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?».

La mujer respondió a la serpiente:

—«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios:

«No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte»».

La serpiente replicó a la mujer:

—«No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal».

La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó el fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió.

Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17 (R.: cf. 3a)

R. Misericordia, Señor: hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R.

Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.

SEGUNDA LECTURA

Si creció el pecado, más abundante fue la gracia

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-19

Hermanos:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.

Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir.

Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.

Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria.

Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.

En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida.

Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Palabra de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12. 17-19

Hermanos:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.

Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.

En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida.

Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Palabra de Dios.

Aleluya Mt 4, 4b

No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

EVANGELIO

Jesús ayuna cuarenta días y es tentado

Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

El tentador se le acercó y le dijo:

—«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».

Pero él le contestó, diciendo:

—«Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»».

Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:

—«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»».

Jesús le dijo:

—«También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»».

Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:

—«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».

Entonces le dijo Jesús:

—«Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto»».

Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

Palabra del Señor.


Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo A.

PRIMERA LECTURA

Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios

Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán:

—«Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.

Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición.

Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo».

Abrán marchó, como le había dicho el señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 (R.: 22)

R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti
.

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.

SEGUNDA LECTURA

Dios nos llama y nos ilumina

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10

Querido hermano:

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios.

Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.

Palabra de Dios.

Aleluya

En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre:
«Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

EVANGELIO

Su rostro resplandecía como el sol

Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.

Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

—«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:

—«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

—«Levantaos, no temáis».

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

—«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Palabra del Señor.


Tercer domingo de Cuaresma. Ciclo A.

PRIMERA LECTURA

Danos agua de beber

Lectura del libro del Éxodo 17, 3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:

—«¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».

Clamó Moisés al Señor y dijo:

—«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen».

Respondió el Señor a Moisés:

—«Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

—«¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9 (R.: 8)

R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R.

SEGUNDA LECTURA

El amor ha sido derramado en nosotros
con el Espíritu que se nos ha dado

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8

Hermanos:

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.

Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Palabra de Dios.

Aleluya Jn 4, 42. 15

Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo;
dame agua viva; así no tendré más sed.

EVANGELIO

Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna

Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.

Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:

—«Dame de beber».

Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.

La samaritana le dice:

—«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?».

Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Jesús le contestó:

—«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».

La mujer le dice:

—«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».

Jesús le contestó:

—«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

La mujer le dice:

—«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».

Él le dice:

—«Anda, llama a tu marido y vuelve».

La mujer le contesta:

—«No tengo marido».

Jesús le dice:

—«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».

La mujer le dice:

—«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».

Jesús le dice:

—«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad».

La mujer le dice:

—«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».

Jesús le dice:

—«Soy yo, el que habla contigo».

En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».

La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

—«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?».

Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él.

Mientras tanto sus discípulos le insistían:

—«Maestro, come».

Él les dijo:

«Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis».

Los discípulos comentaban entre ellos:

—«¿Le habrá traído alguien de comer?».

Jesús les dice:

—«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.

¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador.

Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores».

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho».

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

—«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

Palabra del Señor.

Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:

—«Dame de beber».

(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).

La Samaritana le dice:

—«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos)».

Jesús le contesto:

—«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».

La mujer le dice:

—«Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».

Jesús le contesta:

—«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

La mujer le dice:

—«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».

Jesús le dice:

—«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adoraran al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad».

La mujer le dice:

«—Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo».

Jesús le dice:

—«Soy yo: el que habla contigo».

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

—«Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

Palabra del Señor.


Cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo A.

PRIMERA LECTURA

David es ungido rey de Israel

Lectura del primer libro de Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13a

En aquellos días, el Señor le dijo a Samuel:

—«Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey».

Cuando llegó, vio a Eliab y pensó:

—«Seguro, el Señor tiene delante a su ungido».

Pero el Señor le dijo:

— «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón».

Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo:

—«Tampoco a éstos los ha elegido el Señor».

Luego preguntó a Jesé:

—«¿Se acabaron los muchachos?».

Jesé respondió:

—«Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas».

Samuel dijo:

—«Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue».

Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel:

—«Anda, úngelo, porque es éste».

Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 (R.: 1)

R. El señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por los años sin término. R.

SEGUNDA LECTURA

Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14

Hermanos:

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor.

Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.

Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.

Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo descubierto es luz.

Por eso dice:

«Despierta, tú que duermes,
levántate de entre los muertos,
y Cristo será tu luz».

Palabra de Dios.

Aleluya Jn 8,2b

Yo soy la luz del mundo
–dice el Señor–;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.

EVANGELIO

Fue, se lavó, y volvió con vista

Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

Y sus discípulos le preguntaron:

—«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?».

Jesús contestó:

—«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:

—«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

—«¿No es ése el que se sentaba a pedir?».

Unos decían:

—«El mismo».

Otros decían:

—«No es él, pero se le parece».

Él respondía:

—«Soy yo».

Y le preguntaban:

—«¿Y cómo se te han abierto los ojos?».

Él contestó:

—«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver».

Le preguntaron:

—«¿Dónde está él?».

Contestó:

—«No sé».

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó:

—«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo».

Algunos de los fariseos comentaban:

—«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».

Otros replicaban:

—«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

—«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».

Él contestó:

—«Que es un profeta».

Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

—«¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?».

Sus padres contestaron:

—«Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse».

Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él».

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

—«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador».

Contestó él:

—«Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo».

Le preguntan de nuevo:

—«¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?».

Les contestó:

—«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?».

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

—«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene».

Replicó él:

—«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder».

Le replicaron:

—«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:

—«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».

Él contestó:

—«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».

Jesús les dijo:

—«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es».

Él dijo:

—«Creo, señor».

Y se postró ante él.

Jesús añadió:

—«Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos».

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

—«¿También nosotros estamos ciegos?».

Jesús les contestó:

—«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste».

Palabra de Dios.

Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

Y sus discípulos le preguntaron:

—«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?».

Jesús contestó:

—«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».

Dicho esto escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:

—«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

—«¿No es ése el que se sentaba a pedir?».

Unos decían:

—«El mismo».

Otros decían:

—«No es él, pero se le parece».

Él respondía:

—«Soy yo».

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó:

—«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo».

Algunos de los fariseos comentaban:

—«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».

Otros replicaban:

—«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

—«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».

Él contestó:

—«Que es un profeta».

—«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:

—«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».

Él contestó:

—«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».

Jesús les dijo:

—«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es».

Él dijo:

—«Creo, señor».

Y se postró ante él.

Palabra de Dios.


Quinto domingo de Cuaresma. Ciclo A.

PRIMERA LECTURA

Os infundiré, mi espíritu, y viviréis

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así dice el Señor:

—«Yo mismo abriré vuestros sepulcros,
y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío,
y os traeré a la tierra de Israel.

Y, cuando abra vuestros sepulcros
y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío,
sabréis que soy el Señor.

Os infundiré mi espíritu, y viviréis;
os colocaré en vuestra tierra
y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago».

Oráculo del Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8 (R.: 7)

R. Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
así infundes respeto. R.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.

SEGUNDA LECTURA

El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11

Hermanos:

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.

Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Palabra de Dios.

Aleluya Jn 11, 25a. 26

Yo soy la resurrección y la vida
–dice el Señor–;
el que cree en mí no morirá para siempre.

EVANGELIO

Yo soy la resurrección y la vida

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 1-45

En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.

Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:

—«Señor, tu amigo está enfermo».

Jesús, al oírlo, dijo:

—«Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.

Sólo entonces dice a sus discípulos:

—«Vamos otra vez a Judea».

Los discípulos le replican:

—«Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?».

Jesús contestó:

—«¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz».

Dicho esto, añadió:

—«Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo».

Entonces le dijeron sus discípulos:

—«Señor, si duerme, se salvará».

Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.

Entonces Jesús les replicó claramente:

—«Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa».

Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:

—«Vamos también nosotros y muramos con él».

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:

—«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo:

«Tu hermano resucitará».

Marta respondió:

—«Sé que resucitará en la resurrección del último día».

Jesús le dice:

—«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó:

—«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:

—«El Maestro está ahí y te llama».

Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María a donde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:

—«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano».

Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:

—«¿Donde lo habéis enterrado?».

Le contestaron:

—«Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:

—«¡Cómo lo quería!».

Pero algunos dijeron:

—«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?».

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.

Dice Jesús:

—«Quitad la losa».

Marta, la hermana del muerto, le dice:

—«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días».

Jesús le dice:

—«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:

—«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Y dicho esto, gritó con voz potente:

—«Lázaro, ven afuera».

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:

—«Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45

En aquel tiempo, las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:

—«Señor, tu amigo está enfermo».

Jesús, al oírlo, dijo:

—«Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.

Sólo entonces dice a sus discípulos:

—«Vamos otra vez a Judea».

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:

—«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo:

—«Tu hermano resucitará».

Marta respondió:

—«Sé que resucitará en la resurrección del último día».

Jesús le dice:

—«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó:

—«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó:

—«¿Donde lo habéis enterrado?».

Le contestaron:

—«Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:

—«¡Cómo lo quería!».

Pero algunos dijeron:

—«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?».

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.

Dice Jesús:

—«Quitad la losa».

Marta, la hermana del muerto, le dice:

—«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días».

Jesús le dice:

—«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:

—«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Y dicho esto, gritó con voz potente:

—«Lázaro, ven afuera».

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:

—«Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.


Domingo de ramos. Ciclo A.

Procesión de las palmas

Evangelio – Procesión de las palmas

Bendito el que viene en nombre del Señor

Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 1-11

Cuando se acercaban a Jerusalén, y llegaban a Betfagé, junto al monte de los Olivos. Jesús mandó dos discípulos diciéndoles:

—«Id a la aldea de enfrente, encontrareis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que sucediera lo que dijo el profeta:

«Decid a la hija de Sión:
«Mira a tu rey, que viene a ti,
humilde, montado en su asno,
en un pollino, hijo de acémila»».

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: Trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

—«¡viva el hijo de David!». «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».«¡Viva el Altísimo!».  

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada

—«¿Quién es este?».

La gente que venía con él  decía

—«Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea».

Palabra del señor.

Santa Misa

La misa de este domingo tiene tres lecturas, y es muy recomendable que se lean las tres, a no ser que algún motivo pastoral aconseje lo contrario.

Dada la importancia de la lectura de la historia pasión del Señor, el sacerdote teniendo en cuenta la índole peculiar de cada asamblea en concreto, podrá leer, si es necesario, una sola de las dos lecturas que preceden al evangelio, o bien leer únicamente la historia de la pasión, incluso en su forma más breve.

Estas normas sólo tienen aplicación en las misas celebradas con la participación del pueblo.

PRIMERA LECTURA

No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.

El Señor Dios me ha abierto el oído;
y yo no me he revelado ni me he echado atrás:
ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.

Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido;
por eso ofrecí el rostro como pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a)

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.

Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía ven corriendo a ayudarme. R.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R.

SEGUNDA LECTURA

Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;

al contrario, se despojó de su rango,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo,
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se dobla
—en el cielo, en la tierra, en el abismo—,

toda lengua proclame:
«¡Jesucristo es Señor!»,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

Aleluya Flp 2, 8-9

Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso, Dios lo levantó sobre todo,
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».

EVANGELIO

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14—27, 66

C. En aquel tiempo uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

S. —«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

C. El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

S. —«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

C. Él contestó:

 —«Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos»».

C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

 —«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar».

C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

S. —«¿Soy yo acaso, Señor?».

C. Él respondió:

 —«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido».

C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

S. «¿Soy yo acaso, Maestro?».

C. Él respondió:

 —«Así es».

C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:

— «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».

C. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:

— «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el Reino de mi Padre».

C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.

C. Entonces Jesús les dijo:

 —«Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño». Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea».

C. Pedro replicó:

S. —«Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré».

C. Jesús les dijo:

 —«Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás».

C. Pedro le replicó:

S. —«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».

C. Y lo mismo decían los demás discípulos.

C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:

 —«Sentaos aquí mientras voy allá a orar».

C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:

 —«Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo».

C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

 —«Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».

C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:

 —«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil».

C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

 —«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

 —«Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

S. —«Al que yo bese, ése es: detenedlo».

C. Después se acercó a Jesús y le dijo:

S.— «¡Salve, Maestro!».

C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

 —«Amigo, ¿a qué vienes?».

C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:

 —«Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura que dice que esto tiene que pasar».

C. Entonces dijo Jesús a la gente:

 —«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis».

C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

C. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se había reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:

S. —«Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días»».

C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

S. —«¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?».

C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

S. —«Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».

C. Jesús respondió:

 —«Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo».

C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:

S.— «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?».

C. Y ellos contestaron:

S.— «Es reo de muerte».

C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo:

S. —«Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».

S. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:

S. —«También tú andabas con Jesús el Galileo».

C. Él lo negó delante de todos diciendo:

C. —«No sé qué quieres decir».

C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

S. —«Este andaba con Jesús el Nazareno».

C. Otra vez negó él con juramento:

S.—«No conozco a ese hombre».

C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:

S.—«Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento».

C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:

S. —«No conozco a ese hombre».

C. Y en seguida cantó el gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.

C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

C. Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:

S. —«He pecado, he entregado a la muerte a un inocente».

C. Pero ellos dijeron:

S.— «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!».

C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:

S. —«No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre».

C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta:

«Y tomaron las treinta monedas de plata,
el precio de uno que fue tasado,
según la tasa de los hijos de Israel,
y pagaron con ellas el Campo del Alfarero,
como me lo había ordenado el Señor».

C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús respondió:

 —«Tú lo dices».

C. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. —«¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».

C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

S. —«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman Mesías?».

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. —«No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».

C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:

S.— «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».

C. Ellos dijeron:

S. —«A Barrabás».

C. Pilato les preguntó:

S. —«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».

C. Contestaron todos:

S. —«¡Que lo crucifiquen!».

C. Pilato insistió:

S. —«Pues ¿qué mal ha hecho?».

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. —«¡Que lo crucifiquen!».

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

S. —«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!».

C. Y el pueblo contestó:

S. —«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotado, lo entregó para que lo crucificaran.

C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

S. —«¡Salve, rey de los judíos!».

C. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

C. Al salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

C. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo, probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es el Rey de los Judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

C. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:

S. —«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».

C. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:

S. —«A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?».

C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

C. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

 —«Elí, Elí, lamá sabaktaní».

C. (Es decir:

 —«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:

S. —«A Elías llama éste».

C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:

S. —«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».

C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:

S. —«Realmente éste era Hijo de Dios».

C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

C. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

S. —«Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré». Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos». La última impostura sería peor que la primera».

C. Pilato contestó:

S. —«Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis».

C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

Palabra del Señor.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 27, 11-54

C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús respondió:

 —«Tú lo dices».

C. Y mientras la acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. —«¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».

C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

S. —«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman Mesías?».

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. —«No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».

C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:

S. —«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».

C. Ellos dijeron:

S. —«A Barrabás».

C. Pilato les preguntó:

S. —«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».

C. Contestaron todos:

S. —«¡Que lo crucifiquen!».

C. Pilato insistió:

S. —«Pues ¿qué mal ha hecho?».

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. —«¡Que lo crucifiquen!».

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

S. —«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!».

C. Y el pueblo contestó:

S. —«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotado, lo entregó para que lo crucificaran.

C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

S. —«¡Salve, rey de los judíos!».

C. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

C. Al salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

C. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo, probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es el Rey de los Judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

C. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:

S. —«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».

C. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:

S. —«A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?».

C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

C. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

 «Elí, Elí, lamá sabaktaní».

C. (Es decir:

 —«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:

S. —«A Elías llama éste».

C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:

S. —«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».

C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:

S. —«Realmente éste era Hijo de Dios».

Palabra del Señor


Tiempo de Cauresma

ACLAMACIONES

1.- Gloria y alabanza a ti, Cristo.

2.- Gloria a ti, Cristo, Sabiduría de Dios Padre.

3.- Gloria a ti, Cristo, Palabra de Dios.

4.- Gloria a ti, Señor, Hijo de Dios vivo.

5.- Alabanza y honor a ti, Señor Jesús.

6.- Alabanza a ti, Cristo, rey de la gloria eterna.

7.- Grandes y maravillosas son tus obras, Señor.

8.- La salvación y la gloria y el poder son del Señor Jesucristo.


VERSICULOS ANTES DEL EVANGELIO

Para el tiempo de Cuaresma


1

Aleluya Sal 50, 12a. 14a

Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Devuélveme la alegría de tu salvación.


2

Aleluya Sal 94, 8ab

Ojalá escuchéis hoy su voz:
no endurezcáis vuestro corazón.


3

Aleluya Sal 129, 5. 7

Mi alma espera en el Señor, espera en su Palabra;
porque del Señor viene la salvación,
la redención copiosa.


4

Aleluya Ez 18, 31

Descargaos de todos los crímenes que habéis cometido contra mí.
Y haceos un corazón y un espíritu nuevos.


5

Aleluya Ez 33, 11

No me complazco en la muerte del pecador, dice
el Señor, sino en que se convierta y viva.


6

Aleluya Joel 2, 12-13

Oráculo del Señor:
Ahora convertíos a mí de todo corazón,
porque soy compasivo y misericordioso.


7

Aleluya Am 5,

14 Buscad el bien y no el mal y viviréis,
y así estará con vosotros el Señor.


8

Aleluya Mt 4, 4b

No de solo pan vive el hombre,
sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios.


9

Aleluya Mt. 4, 17

Convertíos,
dice el Señor,
porque está cerca el Reino de los Cielos.


10

Aleluya Cfr. Lc 8,15

Dichosos los que con corazón noble y bueno escuchan la palabra de Dios,
la guardan y perseveran hasta dar fruto.

11

Aleluya Lc 15, 18

Me pondré en camino a donde está mi padre, y le diré:
«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti».


12

Aleluya Jn 3, 16

Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Hijo único.
Todos los que creen en él tienen vida eterna.


13

Aleluya Jn 6, 64b. 69b

Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Tú tienes palabras de vida eterna.


14

Aleluya Jn 8, 12b

Yo soy la luz del mundo,
dice el Señor;
quien me sigue tendrá la luz de la vida.


15

Aleluya Jn 11, 25a. 26

Yo soy la resurrección y la vida,
dice el Señor;
el que cree en mí no morirá jamás.


16

Aleluya 2 Cor 6, 2b

Ahora es el tiempo de la gracia,
ahora es el tiempo de la salvación.


17

Aleluya

La semilla es la Palabra de Dios.
El sembrador es Cristo.
Quien lo encuentra, vive para siempre.

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