La Regla de San Francisco
La Regla de San Francisco, también conocida como la Regla Franciscana, es un conjunto de normas y directrices que San Francisco de Asís estableció para guiar a sus seguidores, los franciscanos, en su vida religiosa y espiritual. Esta regla, que se originó en el siglo XIII, sigue siendo relevante y se aplica en la vida de los franciscanos de hoy.
Características
La Regla de San Francisco se caracteriza por su énfasis en la vida en pobreza, la humildad, la obediencia y el amor a Dios y a todas las criaturas. San Francisco de Asís, conocido por su amor a la naturaleza y a los animales, incorporó estos valores en la regla. Los franciscanos están llamados a vivir una vida de simplicidad, renunciando a las posesiones materiales y buscando la perfección en la pobreza.
La Regla también enfatiza la importancia de la vida en comunidad. Los franciscanos deben vivir y trabajar juntos, apoyándose mutuamente en su camino espiritual. Además, están llamados a servir a los demás, especialmente a los pobres y marginados.
Momento histórico
La Regla de San Francisco fue escrita en un momento de grandes cambios en la Iglesia y en la sociedad. En el siglo XIII, la Iglesia estaba luchando contra la herejía y buscaba reformarse desde dentro. San Francisco, con su énfasis en la pobreza y la humildad, ofreció un modelo de vida cristiana que contrastaba con la riqueza y el poder de la Iglesia de la época.
Utilidad
La Regla de San Francisco sigue siendo útil y relevante para los franciscanos de hoy. Les proporciona una guía para vivir su fe de una manera que refleje los valores de San Francisco. Además, la Regla también puede ser una fuente de inspiración para los no franciscanos. Sus enseñanzas sobre la humildad, la pobreza y el amor a todas las criaturas pueden ser aplicadas en la vida de cualquier persona, independientemente de su fe o creencias.
Curiosidades
Una de las curiosidades de la Regla de San Francisco es que fue aprobada oralmente por el Papa Inocencio III en 1209, antes de ser escrita y aprobada oficialmente en 1223 por el Papa Honorio III. Esto es inusual, ya que la mayoría de las reglas religiosas son escritas antes de ser aprobadas.
Otra curiosidad es que la Regla de San Francisco ha inspirado a otras órdenes religiosas. Por ejemplo, Santa Clara de Asís, una seguidora cercana de San Francisco, estableció la Orden de las Clarisas Pobres, también conocida como las Clarisas, basándose en la Regla Franciscana.
En conclusión, la Regla de San Francisco es un testimonio de la vida y las enseñanzas de San Francisco de Asís. A través de su énfasis en la pobreza, la humildad y el amor a todas las criaturas, la Regla ofrece un camino hacia una vida espiritual profunda y significativa.
REGLA DE SAN FRANCISCO
REGLA BULADA
1. ¡En el nombre del Señor! Comienza la vida de los Hermanos Menores:
La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad. El hermano Francisco promete obediencia y reverencia al señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia Romana. Y los otros hermanos estén obligados a obedecer al hermano Francisco y a sus sucesores.
2. De aquellos que quieren tomar esta vida, y cómo deben ser recibidos
Si algunos quisieran tomar esta vida y vinieran a nuestros hermanos, envíenlos a sus ministros provinciales, a los cuales solamente y no a otros se conceda la licencia de recibir hermanos. Y los ministros examínenlos diligentemente de la fe católica y de los sacramentos de la Iglesia. Y si creen todo esto y quieren confesarlo fielmente y guardarlo firmemente hasta el fin, y no tienen mujer o, si la tienen, también la mujer ha entrado ya en un monasterio o, emitido ya por ella el voto de continencia, les ha dado licencia con la autorización del obispo diocesano, y siendo de una tal edad la mujer, que de ella no pueda originarse sospecha, díganles la palabra del santo Evangelio (cf. Mt 19,21, y paralelos), que vayan y vendan todas sus cosas y se apliquen con empeño a distribuirlas a los pobres. Si esto no pudieran hacerlo, les basta la buena voluntad. Y guárdense los hermanos y sus ministros de preocuparse de sus cosas temporales, para que libremente hagan de sus cosas lo que el Señor les inspire. Con todo, si buscan consejo, que los ministros puedan enviarlos a algunas personas temerosas de Dios, con cuyo consejo sus bienes se distribuyan a los pobres. Después concédanles las ropas del tiempo de probación, a saber, dos túnicas sin capilla, y cordón y paños menores y caparón hasta el cordón, a no ser que a los mismos ministros alguna vez les parezca otra cosa según Dios. Y finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo guardar siempre esta vida y Regla. Y de ningún modo les será lícito salir de esta religión, conforme al mandato del señor Papa, porque, según el santo Evangelio, nadie que pone la mano al arado y mira atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9,62). Y los que ya prometieron obediencia, tengan una túnica con capilla, y otra sin capilla los que quieran tenerla. Y quienes se ven obligados por la necesidad, puedan llevar calzado. Y todos los hermanos vístanse de ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos con la bendición de Dios. A los cuales amonesto y exhorto que no desprecien ni juzguen a los hombres que ven vestidos de telas suaves y de colores, usar manjares y bebidas delicadas, sino más bien que cada uno se juzgue y desprecie a sí mismo.
3. Del oficio divino y del ayuno, y cómo los hermanos deben ir por el mundo
Los clérigos recen el oficio divino según la ordenación de la santa Iglesia Romana, excepto el salterio, por lo que podrán tener breviarios. Y los laicos digan veinticuatro Padrenuestros por maitines; por laudes, cinco; por prima, tercia, sexta y nona, por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce; por completas, siete; y oren por los difuntos. Y ayunen desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Natividad del Señor. Mas la santa cuaresma que comienza en la Epifanía y dura cuarenta días continuos, la cual consagró el Señor con su santo ayuno (cf. Mt 4,2), los que voluntariamente la ayunan, benditos sean del Señor, y los que no quieren, no estén obligados. Pero ayunen la otra, hasta la Resurrección del Señor. Y en los otros tiempos no estén obligados a ayunar, sino el viernes. Pero en tiempo de manifiesta necesidad no estén obligados los hermanos al ayuno corporal. Aconsejo de veras, amonesto y exhorto a mis hermanos en el Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras (cf. 2 Tim 2,14), ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene. Y no deben cabalgar, a no ser que se vean obligados por una manifiesta necesidad o enfermedad. En cualquier casa en que entren, primero digan: Paz a esta casa (cf. Lc 10,5). Y, según el santo Evangelio, séales lícito comer de todos los manjares que les ofrezcan (cf. Lc 10,8).
4. Que los hermanos no reciban dinero
Mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecunia por sí o por interpuesta persona. Sin embargo, para las necesidades de los enfermos y para vestir a los otros hermanos, los ministros solamente y los custodios, por medio de amigos espirituales, tengan solícito cuidado, según los lugares y tiempos y frías regiones, como vean que conviene a la necesidad; esto siempre salvo que, como se ha dicho, no reciban dinero o pecunia.
5. Del modo de trabajar
Los hermanos a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, trabajen fiel y devotamente, de tal suerte que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir. Y como pago del trabajo, reciban para sí y sus hermanos las cosas necesarias al cuerpo, excepto dinero o pecunia, y esto humildemente, como conviene a siervos de Dios y seguidores de la santísima pobreza.
6. Que nada se apropien los hermanos, y del pedir limosna y de los hermanos enfermos
Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos y forasteros (cf. 1 Pe 2,11) en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo (cf. 2 Cor 8,9). Esta es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a vosotros, carísimos hermanos míos, os ha constituido herederos y reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha sublimado en virtudes (cf. Sant 2,5). Esta sea vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes (cf. Sal 141,6). Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimos hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, ninguna otra cosa jamás queráis tener debajo del cielo. Y, dondequiera que estén y se encuentren los hermanos, muéstrense familiares mutuamente entre sí. Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, porque, si la madre cuida y ama a su hijo (cf. 1 Tes 2,7) carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar y cuidar a su hermano espiritual? Y, si alguno de ellos cayera en enfermedad, los otros hermanos le deben servir, como querrían ellos ser servidos (cf. Mt 7,12).
7. De la penitencia que se ha de imponer a los hermanos que pecan
Si algunos de los hermanos, por instigación del enemigo, pecaran mortalmente, para aquellos pecados acerca de los cuales estuviera ordenado entre los hermanos que se recurra a solos los ministros provinciales, estén obligados dichos hermanos a recurrir a ellos cuanto antes puedan, sin tardanza. Y los ministros mismos, si son presbíteros, con misericordia impónganles penitencia; y si no son presbíteros, hagan que se les imponga por otros sacerdotes de la orden, como mejor les parezca que conviene según Dios. Y deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad.
8. De la elección del ministro general de esta fraternidad y del capítulo de Pentecostés
Todos los hermanos estén obligados a tener siempre por ministro general y siervo de toda la fraternidad a uno de los hermanos de esta religión, y estén firmemente obligados a obedecerle. En falleciendo el cual, hágase la elección del sucesor por los ministros provinciales y custodios en el capítulo de Pentecostés, al que los ministros provinciales estén siempre obligados a concurrir juntamente, dondequiera que fuese establecido por el ministro general; y esto una vez cada tres años o en otro plazo mayor o menor, según fuere ordenado por dicho ministro. Y si en algún tiempo apareciera a la generalidad de los ministros provinciales y custodios que el dicho ministro no es suficiente para el servicio y utilidad común de los hermanos, estén obligados los dichos hermanos, a quienes está confiada la elección, a elegirse en el nombre del Señor otro para custodio. Y después del capítulo de Pentecostés, que los ministros y custodios puedan, cada uno, si quisieran y les pareciera que conviene, convocar a sus hermanos a capítulo una vez ese mismo año en sus custodias.
9. De los predicadores
Los hermanos no prediquen en la diócesis de un obispo, cuando éste se lo haya denegado. Y ninguno de los hermanos se atreva en absoluto a predicar al pueblo, a no ser que haya sido examinado y aprobado por el ministro general de esta fraternidad, y por él le haya sido concedido el oficio de la predicación. Amonesto también y exhorto a los mismos hermanos a que, en la predicación que hacen, su lenguaje sea ponderado y sincero (cf. Sal 11,7; 17,31), para provecho y edificación del pueblo, anunciándoles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria con brevedad de sermón; porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra (cf. Rom 9,28).
10. De la amonestación y corrección de los hermanos
Los hermanos que son ministros y siervos de los otros hermanos, visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente, no mandándoles nada que sea contrario a su alma y a nuestra Regla. Mas los hermanos que son súbditos recuerden que, por Dios, negaron sus propias voluntades. Por lo que firmemente les mando que obedezcan a sus ministros en todo lo que al Señor prometieron guardar y no es contrario al alma y a nuestra Regla. Y dondequiera haya hermanos que sepan y conozcan que no pueden guardar espiritualmente la Regla, a sus ministros puedan y deban recurrir. Y los ministros recíbanlos caritativa y benignamente, y tengan tanta familiaridad para con ellos, que los hermanos puedan hablar y obrar con ellos como los señores con sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los hermanos. Amonesto de veras y exhorto en el Señor Jesucristo que se guarden los hermanos de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia (cf. Lc 12,15), cuidado y solicitud de este siglo (cf. Mt 13,22), detracción y murmuración, y los que no saben letras, no se cuiden de aprenderlas; sino que atiendan a que sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón y tener humildad, paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amar a esos que nos persiguen, nos reprenden y nos acusan, porque dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen y os calumnian (cf. Mt 5,44). Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo (Mt 10,22).
11. Que los hermanos no entren en los monasterios de monjas
Mando firmemente a todos los hermanos que no tengan sospechosas relaciones o consejos con mujeres, y que no entren en los monasterios de monjas, fuera de aquellos a quienes les ha sido concedida una licencia especial por la Sede Apostólica; y no se hagan padrinos de hombres o mujeres, para que, con esta ocasión, no se origine escándalo entre los hermanos o respecto a los hermanos.
12. De los que van entre los sarracenos y otros infieles
Cualesquiera hermanos que, por divina inspiración, quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, pidan la correspondiente licencia de sus ministros provinciales. Pero los ministros a ninguno le concedan la licencia de ir, sino a aquellos que vean que son idóneos para enviar. Con miras a todo lo dicho, impongo por obediencia a los ministros que pidan del señor Papa uno de los cardenales de la santa Iglesia Romana, que sea gobernador, protector y corrector de esta fraternidad, para que, siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica (cf. Col 1,23), guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido.
CONFIRMACIÓN DE LA REGLA
Por lo tanto a ninguno, en ningún modo, le es lícito invalidar este escrito que avalamos, u oponerse a él con descaro y temeridad. Si alguno osara intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo.
REGLA NO BULADA
Prólogo
1¡En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo! 2Ésta es la vida del Evangelio de Jesucristo, que el hermano Francisco pidió al señor papa que se la concediera y confirmara; y él se la concedió y confirmó para sí y para sus hermanos, presentes y futuros. 3El hermano Francisco y todo el que sea en el futuro cabeza de esta religión, prometa obediencia y reverencia al señor papa Inocencio y a sus sucesores. 4Y todos los otros hermanos estén obligados a obedecer al hermano Francisco y a sus sucesores.
Cap. I: Que los hermanos deben vivir sin propio y en castidad y obediencia
1La regla y vida de estos hermanos es ésta, a saber, vivir en obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo, quien dice: 2Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Mt 19,21; cf. Lc 18,22). 3Y: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame (Mt 16,24). 4Del mismo modo: Si alguno quiere venir a mí y no odia padre y madre y mujer e hijos y hermanos y hermanas, y aun hasta su vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26). 5Y: Todo el que haya dejado padre o madre, hermanos o hermanas, mujer o hijos, casas o campos por mí, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna (cf. Mt 19,29; Mc 10,29; Lc 18,29).
Cap. II: De la admisión y vestidos de los hermanos
1Si alguno, queriendo por inspiración divina tomar esta vida, viene a nuestros hermanos, sea recibido benignamente por ellos. 2Y si está decidido a tomar nuestra vida, guárdense mucho los hermanos de entrometerse en sus negocios temporales, y preséntenlo a su ministro cuanto antes puedan. 3El ministro, por su parte, recíbalo benignamente y confórtelo y expóngale diligentemente el tenor de nuestra vida. 4Hecho lo cual, el susodicho candidato, si quiere y puede espiritualmente y sin impedimento, venda todas sus cosas y aplíquese con empeño a distribuirlas todas a los pobres. 5Guárdense los hermanos y el ministro de los hermanos de entrometerse en absoluto en sus negocios; 6y no reciban dinero alguno ni por sí mismos ni por medio de persona interpuesta. 7Sin embargo, si se encuentran en la indigencia, por causa de la necesidad pueden los hermanos recibir, como los demás pobres, las cosas necesarias al cuerpo, exceptuado el dinero. 8Y cuando el candidato regrese, el ministro concédale para un año las ropas del tiempo de probación, a saber, dos túnicas sin capilla, y el cordón y los paños menores y el caparón hasta el cordón. 9Y finalizado el año y término de la probación, sea recibido a la obediencia. 10Después no le será lícito entrar en otra religión, ni «vaguear fuera de la obediencia», conforme al mandato del señor papa y según el Evangelio; porque nadie que pone la mano al arado y que mira atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9,62). 11Y si viniera alguno que no puede dar sus bienes sin impedimento, pero tiene voluntad espiritual, que los deje y le basta. 12Ninguno sea recibido contra la forma e institución de la santa Iglesia.
13Mas los otros hermanos, los que ya prometieron obediencia, tengan una túnica con capilla y otra sin capilla, si fuera necesario, y cordón y paños menores. 14Y todos los hermanos vístanse de ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos con la bendición de Dios; porque dice el Señor en el Evangelio: Los que visten de ropa preciosa y viven en delicias (Lc 7,25) y los que se visten con vestidos muelles, en las casas de los reyes están (Mt 11,8). 15Y aunque se les llame hipócritas, no cesen, sin embargo, de obrar bien, y no busquen vestidos caros en este siglo, para que puedan tener un vestido en el reino de los cielos.
Cap. III: Del oficio divino y del ayuno
1Dice el Señor: Esta clase de demonios no puede salir sino con ayuno y oración (cf. Mc 9,26); 2y de nuevo: Cuando ayunáis, no os pongáis tristes como los hipócritas (Mt 6,16).
3Por eso, todos los hermanos, ya clérigos ya laicos, recen el oficio divino, las alabanzas y las oraciones, tal como deben hacerlo. 4Los clérigos recen el oficio y oren por los vivos y por los muertos según la costumbre de los clérigos. 5Y por los defectos y negligencias de los hermanos digan cada día el Miserere mei Deus (Sal 50) con el Padrenuestro; 6y por los hermanos difuntos digan el De profundis (Sal 129) con el Padrenuestro. 7Y pueden tener solamente los libros necesarios para cumplir su oficio. 8Y también a los laicos que saben leer el salterio les sea permitido tenerlo. 9Pero a los otros, que no saben letras, no les sea permitido tener libro alguno. 10Los laicos digan el Credo y veinticuatro Padrenuestros con el Gloria al Padre, por maitines; y por laudes, cinco; por prima, el Credo y siete Padrenuestros con el Gloria al Padre; por tercia, sexta y nona, por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce; por completas, el Credo y siete Padrenuestros con el Gloria al Padre; por los muertos, siete Padrenuestros con el Requiem aeternam; y por los defectos y negligencias de los hermanos, tres Padrenuestros cada día.
11E igualmente, todos los hermanos ayunen desde la fiesta de Todos los Santos hasta Navidad, y desde Epifanía, cuando nuestro Señor Jesucristo comenzó a ayunar, hasta Pascua. 12Mas en otros tiempos no estén obligados a ayunar, según esta vida, sino el viernes. 13Y séales lícito comer de todos los manjares que les ofrezcan, según el Evangelio (cf. Lc 10,8).
Cap. IV: De los ministros y de los otros hermanos: cómo han de organizarse
1¡En el nombre del Señor! 2Todos los hermanos que son constituidos ministros y siervos de los otros hermanos, coloquen a sus hermanos en las provincias y en los lugares en que estén, visítenlos con frecuencia y amonéstenlos espiritualmente y confórtenlos. 3Y todos mis otros frailes benditos obedézcanles diligentemente en aquello que mira a la salvación del alma y no es contrario a nuestra vida. 4Y compórtense entre sí como dice el Señor: Todo cuanto queréis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos (Mt 7,12); 5y: No hagas al otro lo que no quieres que se te haga (Tob 4,15). 6Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: No he venido a ser servido sino a servir (Mt 20,28), y que, porque les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos, si algo de ellos se pierde por su culpa y mal ejemplo, tendrán que dar cuenta en el día del juicio ante el Señor Jesucristo (cf. Mt 12,36).
Cap. V: De la corrección de los hermanos que tropiezan
1Por lo tanto, custodiad vuestras almas y las de vuestros hermanos, porque es horrendo caer en las manos del Dios vivo (Heb 10,31). 2Y si alguno de los ministros ordenara a alguno de los hermanos algo contra nuestra vida o contra su alma, no esté obligado a obedecerle, porque no es obediencia aquella en la que se comete delito o pecado. 3Sin embargo, todos los hermanos que están bajo los ministros y siervos, consideren razonable y caritativamente los hechos de los ministros y siervos. 4Y si vieren que alguno de ellos camina carnalmente y no espiritualmente, en comparación de la rectitud de nuestra vida, si no se enmendare después de la tercera amonestación, denúncienlo al ministro y siervo de toda la fraternidad en el capítulo de Pentecostés, sin que lo impida contradicción alguna. 5Y si entre los hermanos hubiera en cualquier parte algún hermano que quiere caminar carnalmente y no espiritualmente, los hermanos con quienes está, amonéstenlo, instrúyanlo y corríjanlo humilde y caritativamente. 6Y si después de la tercera amonestación no quisiera enmendarse, envíenlo cuanto antes puedan a su ministro y siervo o notifíquenselo, y que el ministro y siervo haga de él como mejor le parezca que conviene según Dios.
7Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el pecado o mal del otro, porque el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno solo; 8por el contrario, ayuden espiritualmente como mejor puedan al que pecó, porque no necesitan médico los sanos sino los que están mal (cf. Mt 9,12 y Mc 2,17).
9Igualmente, ninguno de los hermanos tenga en cuanto a esto potestad o dominio, máxime entre ellos. 10Pues, como dice el Señor en el Evangelio: Los príncipes de las naciones las dominan, y los que son mayores ejercen el poder en ellas (Mt 20,25); no será así entre los hermanos (cf. Mt 20,26a). 11Y todo el que quiera llegar a ser mayor entre ellos, sea su ministro (cf. Mt 20,26b) y siervo. 12Y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf. Lc 22,26).
13Y ningún hermano haga mal o hable mal al otro; 14sino, más bien, por la caridad del espíritu, sírvanse y obedézcanse voluntariamente los unos a los otros (cf. Gál 5,13). 15Y ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo. 16Y sepan todos los hermanos que, como dice el profeta (Sal 118,21), cuantas veces se aparten de los mandatos del Señor y vagueen fuera de la obediencia, son malditos fuera de la obediencia mientras permanezcan en tal pecado a sabiendas. 17Y sepan que, cuando perseveren en los mandatos del Señor, que prometieron por el santo Evangelio y por la vida de ellos, están en la verdadera obediencia, y benditos sean del Señor.
Cap. VI: Del recurso de los hermanos a los ministros y que ningún hermano se llame prior
1Los hermanos, en cualquier lugar que estén, si no pueden observar nuestra vida, recurran cuanto antes puedan a su ministro y manifiéstenselo. 2Y el ministro aplíquese a proveerles tal como él mismo querría que se hiciese con él, si estuviera en un caso semejante (cf. Mt 7,12). 3Y ninguno se llame prior, sino todos sin excepción llámense hermanos menores. 4Y el uno lave los pies del otro (cf. Jn 13,14).
Cap. VII: Del modo de servir y trabajar
1Todos los hermanos, en cualquier lugar en que se encuentren en casa de otros para servir o trabajar, no sean mayordomos ni cancilleres, ni estén al frente de las casas en que sirven; ni acepten ningún oficio que engendre escándalo o cause detrimento a su alma (cf. Mc 8,16); 2sino que sean menores y súbditos de todos los que están en la misma casa.
3Y los hermanos que saben trabajar, trabajen y ejerzan el mismo oficio que conocen, si no es contrario a la salud del alma y puede realizarse con decoro. 4Pues dice el profeta: Comerás del fruto de tu trabajo; eres feliz y te irá bien (Sal 127,2 – R); 5y el apóstol: El que no quiere trabajar, no coma (cf. 2 Tes 3,10); 6y: Cada uno permanezca en el arte y oficio en que fue llamado (cf. 1 Cor 7,24). 7Y por el trabajo podrán recibir todas las cosas necesarias, excepto dinero. 8Y cuando sea necesario, vayan por limosna como los otros pobres. 9Y séales permitido tener las herramientas e instrumentos convenientes para sus oficios.
10Todos los hermanos aplíquense a sudar en las buenas obras, porque está escrito: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. 11Y de nuevo: La ociosidad es enemiga del alma. 12Por eso, los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna obra buena.
13Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse ningún lugar ni de defenderlo contra nadie. 14Y cualquiera que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandolero, sea recibido benignamente. 15Y dondequiera que estén los hermanos y en cualquier lugar en que se encuentren, deben volver a verse espiritual y caritativamente y honrarse unos a otros sin murmuración (1 Pe 4,9). 16Y guárdense de manifestarse externamente tristes e hipócritas sombríos; manifiéstense, por el contrario, gozosos en el Señor (cf. Fil 4,4), y alegres y convenientemente amables.
Cap. VIII: Que los hermanos no reciban dinero
1El Señor manda en el Evangelio: Mirad, guardaos de toda malicia y avaricia (cf. Lc 12,15); 2y: Guardaos de la solicitud de este siglo y de las preocupaciones de esta vida (cf. Lc 21,34).
3Por eso, ninguno de los hermanos, dondequiera que esté y adondequiera que vaya, en modo alguno tome ni reciba ni haga que se reciba pecunia o dinero, ni con ocasión del vestido ni de libros, ni como precio de algún trabajo, más aún, con ninguna ocasión, a no ser por manifiesta necesidad de los hermanos enfermos; porque no debemos estimar y reputar de mayor utilidad la pecunia y el dinero que los guijarros. 4Y el diablo quiere obcecar a los que codician la pecunia o la reputan mejor que los guijarros. 5Guardémonos, por tanto, los que lo dejamos todo (cf. Mt 19,27), de perder por tan poca cosa el reino de los cielos. 6Y si en algún lugar encontramos dinero, no nos preocupemos de él más que del polvo que hollamos con los pies, porque es vanidad de vanidades y todo vanidad (Eclo 1,2). 7Y si por casualidad sucediera, lo que Dios no permita, que algún hermano recogiera o tuviera pecunia o dinero, exceptuado solamente el caso de la predicha necesidad de los enfermos, tengámoslo todos los hermanos por falso fraile y apóstata y ladrón y bandolero y quien tiene la bolsa (cf. Jn 12,6), a no ser que se arrepienta de veras. 8Y de ningún modo reciban los hermanos ni hagan recibir, ni pidan ni hagan pedir como limosna pecunia ni dinero para casas o lugares; ni vayan con nadie que pide pecunia o dinero para tales lugares. 9Pero otros servicios, que no son contrarios a nuestra vida, pueden los hermanos prestarlos a esos lugares con la bendición de Dios. 10Con todo, en caso de manifiesta necesidad de los leprosos, los hermanos pueden pedir limosna para ellos. 11Guárdense mucho, no obstante, de la pecunia. 12Igualmente, guárdense todos los hermanos de ir recorriendo tierras a causa de alguna ganancia indecorosa.
Cap. IX: Del pedir limosna
1Todos los hermanos empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo, y recuerden que ninguna otra cosa del mundo entero debemos tener, sino que, como dice el Apóstol: teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos contentos con eso (cf. 1 Tim 6,8). 2Y deben gozarse cuando conviven con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos. 3Y cuando sea necesario, vayan por limosna. 4Y no se avergüencen, sino más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is 50,7), y no se avergonzó. 5Y fue pobre y huésped y vivió de limosna él y la bienaventurada Virgen y sus discípulos. 6Y cuando la gente les ultraje y no quiera darles limosna, den gracias de ello a Dios; porque a causa de los ultrajes recibirán gran honor ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo. 7Y sepan que el ultraje no se imputa a los que lo sufren, sino a los que lo infieren. 8Y la limosna es herencia y justicia que se debe a los pobres y que nos adquirió nuestro Señor Jesucristo. 9Y los hermanos que trabajan adquiriéndola tendrán una gran recompensa, y hacen que la ganen y la adquieran los que se la dan; porque todo lo que dejarán los hombres en el mundo perecerá, pero, de la caridad y de las limosnas que hicieron, tendrán premio del Señor.
10Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo suministre. 11Y cada uno ame y cuide a su hermano, como la madre ama y cuida a su hijo (cf. 1 Tes 2,7), en las cosas para las que Dios le dé su gracia. 12Y el que no come, no juzgue al que come (Rom 14,3).
13Y en cualquier tiempo en que sobrevenga la necesidad, sea lícito a todos los hermanos, dondequiera que estén, servirse de todos los manjares que pueden comer los hombres, como el Señor dice de David, el cual comió los panes de la proposición (cf. Mt 12,4), que no era lícito comer sino a los sacerdotes (Mc 2,26). 14Y recuerden lo que dice el Señor: Velad, no sea que se sobrecarguen vuestros corazones con la crápula y la embriaguez y las preocupaciones de esta vida, y venga sobre vosotros aquel repentino día; 15pues vendrá como un lazo sobre todos los que habitan sobre la faz del orbe de la tierra (cf. Lc 21,34-35). 16Igualmente, también en tiempo de manifiesta necesidad, todos los hermanos obren, respecto a las cosas que les son necesarias, según la gracia que el Señor les dé, porque la necesidad no tiene ley.
Cap. X: De los hermanos enfermos
1Si alguno de los hermanos, dondequiera que esté, cayera enfermo, los otros hermanos no lo abandonen, sino designen a uno o más hermanos, si fuera necesario, que le sirvan como querrían ellos ser servidos (cf. Mt 7,12); 2pero, en caso de extrema necesidad, pueden confiarlo a alguna persona que se haga cargo de lo necesario para su enfermedad. 3Y ruego al hermano enfermo que dé gracias de todo al Creador; y que desee estar tal cual le quiere el Señor, ya sano ya enfermo, porque a todos los que Dios predestinó a la vida eterna (cf. Hch 13,48), los instruye con el aguijón de los azotes y enfermedades y con el espíritu de compunción, como dice el Señor: Yo a los que amo, los corrijo y castigo (Ap 3,19). 4Y si alguno se turba o irrita, sea contra Dios sea contra los hermanos, o si tal vez exige con inquietud medicinas, anhelando en demasía liberar la carne que pronto morirá y que es enemiga del alma, eso le viene del malo y él es carnal, y no parece ser de los frailes, porque ama más el cuerpo que el alma.
Cap. XI: Que los hermanos no difamen ni denigren, sino que se amen mutuamente
1Y todos los hermanos guárdense de calumniar y de contender de palabra (cf. 2 Tim 2,14); 2empéñense, más bien, en guardar silencio siempre que Dios les conceda la gracia. 3Y no litiguen entre sí ni con otros, sino procuren responder humildemente, diciendo: Soy un siervo inútil (cf. Lc 17,10). 4Y no se irriten, porque todo el que se irrite contra su hermano, será reo en el juicio; el que diga a su hermano ‘raca’, será reo ante la asamblea; el que le diga ‘fatuo’, será reo de la gehenna de fuego (Mt 5,22). 5Y ámense mutuamente, como dice el Señor: Éste es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros, como os amé (Jn 15,12). 6Y muestren por las obras (cf. Sant 2,18) el amor que se tienen mutuamente, como dice el Apóstol: No amemos de palabra y de boca, sino de obra y de verdad (1 Jn 3,18). 7Y a nadie difamen (cf. Tit 3,2). 8No murmuren, no denigren a otros, porque escrito está: Los murmuradores y los detractores son odiosos a Dios (cf. Rom 1,29). 9Y sean modestos, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres (cf. Tit 3,2). 10No juzguen, no condenen. 11Y, como dice el Señor, no consideren los pecados mínimos de los otros (cf. Mt 7,3; Lc 6,41); 12al contrario, recapaciten más bien en los suyos propios con amargura de su alma (Is 38,15). 13Y esfuércense en entrar por la puerta angosta (Lc 13,24), porque dice el Señor: Angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida; y pocos son los que lo encuentran (Mt 7,14).
Cap. XII: De las malas miradas y del trato con mujeres
1Todos los hermanos, dondequiera que estén o que vayan, guárdense de las malas miradas y del trato con mujeres. 2Y ninguno se aconseje con ellas, o vaya de camino él solo con ellas, o coma a la mesa en un mismo plato. 3Los sacerdotes hablen honestamente con ellas administrándoles la penitencia u otro consejo espiritual. 4Y ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por hermano alguno, sino, una vez que le haya sido dado el consejo espiritual, que ella haga penitencia donde quiera. 5Y vigilémonos mucho todos y mantengamos puros todos nuestros miembros, porque dice el Señor: El que mira a una mujer para desearla, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28); 6y el Apóstol: ¿O es que ignoráis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo? (1 Cor 6,19); por consiguiente, al que profane el templo de Dios, Dios lo destruirá a él (1 Cor 3,17).
Cap. XIII: Evitar la fornicación
1Si alguno de los hermanos, instigándolo el diablo, fornicara, sea despojado del hábito que perdió por su torpe iniquidad, y que lo deje del todo y sea expulsado absolutamente de nuestra religión. 2Y después, que haga penitencia de los pecados (cf. 1 Cor 5,4-5).
Cap. XIV: Cómo deben ir los hermanos por el mundo
1Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven para el camino, ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón (cf. Lc 9,3; 10,4; Mt 10,10). 2Y en cualquier casa en que entren, digan primero: Paz a esta casa (cf. Lc 10,5). 3Y, permaneciendo en la misma casa, coman y beban de lo que haya en ella (cf. Lc 10,7). 4No resistan al malvado, sino, al que les pegue en una mejilla, preséntenle también la otra (cf. Mt 5,39 y Lc 6,29). 5Y al que les quite el manto, no le prohíban que se lleve también la túnica (cf. Lc 6,29). 6Den a todo el que les pida; y al que les quite lo que es de ellos, no se lo reclamen (cf. Lc 6,30).
Cap. XV: Que los hermanos no cabalguen
1Impongo a todos mis hermanos, tanto clérigos como laicos, sea que van por el mundo o que moran en los lugares, que de ningún modo tengan bestia alguna ni consigo, ni en casa de otro, ni de algún otro modo. 2Y no les sea permitido cabalgar, a no ser que se vean precisados por enfermedad o gran necesidad.
Cap. XVI: De los que van entre sarracenos y otros infieles
1Dice el Señor: Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos. 2Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas (Mt 10,16). 3Por eso, cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. 4Y el ministro déles la licencia y no se oponga, si los ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta al Señor (cf. Lc 16,2), si en esto o en otras cosas procediera sin discernimiento. 5Y los hermanos que van, pueden conducirse espiritualmente entre ellos de dos modos. 6Un modo consiste en que no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. 7El otro modo consiste en que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos, porque el que no vuelva a nacer del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3,5).
8Estas y otras cosas que agraden al Señor, pueden decirles a ellos y a otros, porque dice el Señor en el Evangelio: Todo aquel que me confiese ante los hombres, también yo lo confesaré ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10,32). 9Y: El que se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su majestad y en la majestad del Padre y de los ángeles (cf. Lc 9,26).
10Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que ellos se dieron y que cedieron sus cuerpos al Señor Jesucristo. 11Y por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles; porque dice el Señor: El que pierda su alma por mi causa, la salvará (cf. Lc 9,24) para la vida eterna (Mt 25,46). 12Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). 13Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán (Jn 15,20). 14Y: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra (cf. Mt 10,23). 15Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres y os maldigan y os perseguirán y os expulsen y os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, y cuando digan mintiendo toda clase de mal contra vosotros por mi causa (Mt 5,11; Lc 6,22). 16Alegraos aquel día y saltad de gozo (Lc 6,23), porque vuestra recompensa es mucha en los cielos (cf. Mt 5,12). 17Y yo os digo a vosotros, amigos míos: no os aterroricéis por ellos (cf. Lc 12,4), 18y no temáis a aquellos que matan el cuerpo (Mt 10,28) y después de esto no tienen más que hacer (Lc 12,4). 19Mirad que no os turbéis (Mt 24,6). 20Pues en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lc 21,19); 21y el que persevere hasta el fin, éste será salvo (Mt 10,22; 24,13).
Cap. XVII: De los predicadores
1Ningún hermano predique contra la forma e institución de la santa Iglesia y a no ser que le haya sido concedido por su ministro. 2Y guárdese el ministro de concederlo sin discernimiento a alguien. 3Sin embargo, todos los hermanos prediquen con las obras. 4Y ningún ministro o predicador se apropie el ministerio o servicio de los hermanos o el oficio de la predicación, sino que, a cualquier hora que le fuere ordenado, deje su oficio sin contradicción alguna.
5Por eso, suplico en la caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16) a todos mis hermanos predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, que se esfuercen por humillarse en todas las cosas, 6por no gloriarse ni gozarse en sí mismos ni ensalzarse interiormente por las palabras y obras buenas, más aún, por ningún bien, que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por medio de ellos, según lo que dice el Señor: Pero no os gocéis porque los espíritus se os someten (Lc 10,20). 7Y sepamos firmemente que no nos pertenecen a nosotros sino los vicios y pecados. 8Y debemos gozarnos más bien cuando vayamos a dar en diversas tentaciones (cf. Sant 1,2) y cuando soportemos, por la vida eterna, cualquier clase de angustias o tribulaciones del alma o del cuerpo en este mundo.
9Todos los hermanos, por consiguiente, guardémonos de toda soberbia y vanagloria. 10Y protejámonos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne (Rom 8,6). 11Pues el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras; 12y no busca la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente a los hombres. 13Y éstos son aquellos de quienes dice el Señor: En verdad os digo, recibieron su recompensa (Mt 6,2). 14Por el contrario, el espíritu del Señor quiere que la carne sea mortificada y despreciada, vil y abyecta. 15Y se aplica con empeño a la humildad y la paciencia y a la pura y simple y verdadera paz del espíritu. 16Y siempre desea, sobre todas las cosas, el temor divino y la sabiduría divina y el amor divino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
17Y devolvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son de él, y démosle gracias por todos a él, de quien proceden todos los bienes. 18Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, tenga y a él se le tributen y él reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las gracias y gloria, de quien es todo bien, solo el cual es bueno (cf. Lc 18,19).
19Y cuando veamos u oigamos decir o hacer el mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos y hagamos bien y alabemos a Dios (cf. Rom 12,21), que es bendito por los siglos (Rom 1,25).
Cap. XVIII: Cómo deben reunirse los ministros
1Cada ministro podrá reunirse con sus hermanos todos los años, donde les plazca, en la fiesta de San Miguel Arcángel, para tratar de las cosas que pertenecen a Dios. 2Ahora bien, todos los ministros que están en las regiones ultramarinas y ultramontanas vendrán una vez cada tres años, y los otros ministros una vez cada año, al capítulo de Pentecostés, junto a la iglesia de Santa María de la Porciúncula, a no ser que el ministro y siervo de toda la fraternidad haya ordenado otra cosa.
Cap. XIX: Que los hermanos vivan católicamente
1Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente. 2Pero si alguno se desviara de la fe y vida católica de palabra o de hecho y no se enmendara, sea expulsado absolutamente de nuestra fraternidad. 3Y tengamos a todos los clérigos y a todos los religiosos por señores nuestros en aquellas cosas que miran a la salud del alma y no nos desvíen de nuestra religión; y veneremos en el Señor el orden y oficio y ministerio de ellos.
Cap. XX: De la penitencia y de la recepción del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo
1Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos, confiesen sus pecados a sacerdotes de nuestra religión. 2Y si no pueden, confiésenlos a otros sacerdotes discretos y católicos, sabiendo firmemente y considerando que, de cualquier sacerdote católico que reciban la penitencia y absolución, serán sin duda alguna absueltos de sus pecados, si procuran cumplir humilde y devotamente la penitencia que les haya sido impuesta. 3Pero si entonces no pudieran tener sacerdote, confiésense con un hermano suyo, como dice el apóstol Santiago: Confesaos mutuamente vuestros pecados (Sant 5,16). 4Mas no por esto dejen de recurrir al sacerdote, porque la potestad de atar y desatar ha sido concedida a solos los sacerdotes. 5Y así, contritos y confesados, reciban el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo con gran humildad y veneración, recordando lo que dice el Señor: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna (cf. Jn 6,54); 6y: Haced esto en conmemoración mía (Lc 22,19).
Cap. XXI: De la alabanza y exhortación que pueden hacer todos los hermanos
1Y todos mis hermanos pueden anunciar, siempre que les plazca, esta exhortación y alabanza, u otra semejante, entre cualesquiera hombres, con la bendición de Dios: 2Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias (1 Tes 5,18) y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas. 3Haced penitencia (cf. Mt 3,2), haced frutos dignos de penitencia (cf. Lc 3,8), porque pronto moriremos. 4Dad y se os dará (Lc 6,38). 5Perdonad y se os perdonará (cf. Lc 6,37). 6Y, si no perdonáis a los hombres sus pecados (Mt 6,14), el Señor no os perdonará vuestros pecados (Mc 11,25); confesad todos vuestros pecados (cf. Sant 5,16). 7Bienaventurados los que mueren en penitencia, porque estarán en el reino de los cielos. 8¡Ay de aquellos que no mueren en penitencia, porque serán hijos del diablo (1 Jn 3,10), cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), e irán al fuego eterno (Mt 18,8; 25,41)! 9Guardaos y absteneos de todo mal y perseverad hasta el fin en el bien.
Cap. XXII: De la amonestación de los hermanos
1Consideremos todos los hermanos lo que dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian (cf. Mt 5,44 par.), 2porque nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir (cf. 1 Pe 2,21), llamó amigo a quien lo traicionaba (cf. Mt 26,50) y se ofreció espontáneamente a quienes lo crucificaron. 3Por lo tanto, son amigos nuestros todos aquellos que injustamente nos acarrean tribulaciones y angustias, afrentas e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; 4a los cuales debemos amar mucho, porque, por lo que nos acarrean, tenemos la vida eterna.
5 Y tengamos odio a nuestro cuerpo con sus vicios y pecados; porque el diablo quiere arrebatarnos, mientras vivimos carnalmente, el amor de Jesucristo y la vida eterna, y perderse a sí mismo junto con todos en el infierno; 6 porque nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, miserables y contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el mal, porque como dice el Señor en el Evangelio: 7Del corazón proceden y salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricia, maldad, dolo, impudicia, envidia, falsos testimonios, blasfemia, insensatez (cf. Mc 7, 21-22; Mt 15,19). 8Todos estos males proceden de dentro, del corazón del hombre (cf. Mc 7,23), y éstos son los que manchan al hombre (Mt 15,20).
9 Pero ahora, después que hemos dejado el mundo, no tenemos ninguna otra cosa que hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle a él. 10Guardémonos mucho de ser terreno junto al camino, o rocoso o espinoso, según lo que dice el Señor en el Evangelio: 11La semilla es la palabra de Dios (Lc 8,11). 12Y la que cayó junto al camino y fue pisoteada (cf. Lc 8,5), son aquellos que oyen (Lc 8,12) la palabra y no la entienden (cf. Mt 13,10); 13y al punto (Mc 4,15) viene el diablo (Lc 8,12) y arrebata (Mt 13,19) lo que fue sembrado en sus corazones (Mc 4,15), y quita de sus corazones la palabra, no sea que creyendo se salven (Lc 8,12). 14Y la que cayó sobre terreno rocoso (cf. Mt 13,20), son aquellos que, al oír la palabra, al instante la reciben con gozo (Mc 4,16; Lc 8,13). 15Pero, llegada la tribulación y persecución por causa de la palabra, inmediatamente se escandalizan (Mt 13,21), y éstos no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes (cf. Mc 4,17), porque creen por un tiempo y en el tiempo de la tentación retroceden (Lc 8,13). 16Y la que cayó entre espinas, son aquellos (Lc 8,14) que oyen la palabra de Dios (cf. Mc 4,18), pero la preocupación (Mt 13,22) y las fatigas (Mc 4,19) de este siglo y la falacia de las riquezas (Mt 13,22) y las demás concupiscencias, entrando en ellos, sofocan la palabra y se quedan sin dar fruto (Mc 4,19). 17Y la que fue sembrada en buen terreno (Mt 13,23; Lc 8,15), son aquellos que, oyendo la palabra con corazón bueno y óptimo (Lc 8,15), la entienden y (cf. Mt 13,23) la retienen y producen fruto en la paciencia (Lc 8,15). 18Y por eso nosotros los hermanos, como dice el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8,22).
19 Y guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. 20Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda, y sofocar en su memoria la palabra y preceptos del Señor, queriendo cegar el corazón del hombre por medio de los negocios y cuidados del siglo, y habitar allí, como dice el Señor: 21Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos y secos en busca de descanso (Mt 12,43); 22y, al no encontrarlo, dice: Volveré a mi casa, de donde salí (Lc 11,24). 23Y al venir la encuentra desocupada, barrida y adornada (Mt 12,44). 24Y va y toma a otros siete espíritus peores que él, y, habiendo entrado, habitan allí, y las postrimerías de aquel hombre son peores que los principios (cf. Lc 11,26).
25 Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. 26Mas en la santa caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas; 27y hagámosle siempre allí habitación y morada (cf. Jn 14,23) a aquél que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para que seáis considerados dignos de huir de todos los males que han de venir, y de estar en pie ante el Hijo del Hombre (Lc 21,36). 28Y cuando estéis de pie para orar (Mc 11,25), decid (Lc 11,2): Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9). 29Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1); 30pues el Padre busca tales adoradores. 31Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad (cf. Jn 4,23-24). 32Y recurramos a él como al pastor y obispo de nuestras almas (1 Pe 2,25), que dice: Yo soy el buen pastor, que apaciento a mis ovejas y doy mi alma por mis ovejas. 33Todos vosotros sois hermanos; 34y no llaméis padre a ninguno de vosotros en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en el cielo. 35Ni os llaméis maestros; porque uno es vuestro maestro, el que está en el cielo (cf. Mt 23,8-10). 36Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis todo lo que queráis y se os dará (Jn 15,7). 37Dondequiera que hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos (Mt 18,20). 38He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (Mt 28,20). 39Las palabras que os he hablado son espíritu y vida (Jn 6,64). 40Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
41Retengamos, por consiguiente, las palabras, la vida y la doctrina y el santo evangelio de aquel que se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre diciendo: Padre, glorifica tu nombre (Jn 12,28), y glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti (Jn 17,1). 42Padre, manifesté tu nombre a los hombres que me diste (Jn 17,6); porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos; y ellos las han recibido, y han reconocido que salí de ti, y han creído que tú me has enviado. 43Yo ruego por ellos, no por el mundo, 44sino por éstos que me diste, porque tuyos son y todas mis cosas tuyas son (Jn 17,8-10). 45Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que ellos sean uno como también nosotros (Jn 17,11). 46Hablo estas cosas en el mundo para que tengan gozo en sí mismos. 47Yo les he dado tu palabra; y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 48No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno (Jn 17,13-15). 49Glorifícalos en la verdad. 50Tu palabra es verdad. 51Como tú me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo. 52Y por éstos me santifico a mí mismo, para que sean ellos santificados en la verdad. 53No ruego solamente por éstos, sino por aquellos que han de creer en mí por medio de su palabra (cf. Jn 17,17-20), para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí (Jn 17,23). 54Y les haré conocer tu nombre, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (cf. Jn 17,26). 55Padre, los que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean tu gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21). Amén.
Cap. XXIII: Oración y acción de gracias
1Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo (Jn 17,11) y justo, Señor rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25), por ti mismo te damos gracias, porque, por tu santa voluntad y por tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos pusiste en el paraíso (cf. Gn 1,26; 2,15). 2Y nosotros caímos por nuestra culpa. 3Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así, por tu santo amor con el que nos amaste (cf. Jn 17,26), hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte. 4Y te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo vendrá en la gloria de su majestad a enviar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo (cf. Mt 25,34).
5Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste (cf. Mt 17,5), junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste. Aleluya.
6 Y a la gloriosa madre, la beatísima María siempre Virgen, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael, y a todos los coros de los bienaventurados serafines, querubines, tronos, dominaciones, principados, potestades (cf. Col 1,15), virtudes, ángeles, arcángeles, a los bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo, y a los bienaventurados patriarcas, profetas, Inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confesores, vírgenes, a los bienaventurados Elías y Enoc, y a todos los santos que fueron y que serán y que son, humildemente les suplicamos por tu amor que te den gracias por estas cosas como te place, a ti, sumo y verdadero Dios, eterno y vivo, con tu Hijo carísimo, nuestro Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya (Ap 19,3-4).
7 Y a todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica y apostólica, y a todos los órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos, todos los religiosos y religiosas, todos los donados y postulantes, pobres y necesitados, reyes y príncipes, trabajadores y agricultores, siervos y señores, todas las vírgenes y continentes y casadas, laicos, varones y mujeres, todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, todos los pequeños y grandes, y todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas (cf. Ap 7, 9), y todas las naciones y todos los hombres en cualquier lugar de la tierra, que son y que serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, los hermanos menores, siervos inútiles (Lc 17,10), que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia, porque de otra manera ninguno puede salvarse.
8 Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza (cf. Mc 12,30) y fortaleza, con todo el entendimiento (cf. Mc 12,33), con todas las fuerzas (cf. Lc 10,27), con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios (Mc 12,30 par), que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará (cf. Tob 13,5), que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien.
9 Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero
Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno (cf. Lc 18,19), piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien (cf. Rom 11,36) es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. 10Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga. 11En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo aman a él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf. Rom 11,33), bendito, laudable, glorioso, ensalzado sobremanera (cf. Dan 3,52), sublime, excelso, suave, amable, deleitable y todo entero sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén.
Cap. XXIV: Conclusión
1¡En el nombre del Señor! Ruego a todos los hermanos que aprendan el tenor y sentido de las cosas que están escritas en esta vida para salvación de nuestra alma, y que frecuentemente las traigan a la memoria. 2E imploro a Dios que Él, que es omnipotente, trino y uno, bendiga a todos los que enseñan, aprenden, conservan, recuerdan y practican estas cosas, cuantas veces repiten y hacen lo que allí está escrito para salud de nuestra alma; 3y ruego a todos, besándoles los pies, que las amen mucho, las custodien y las guarden. 4Y de parte de Dios omnipotente y del señor papa, y por obediencia, yo, el hermano Francisco, mando firmemente e impongo que nadie suprima nada de lo que está escrito en esta vida ni añada en la misma escrito alguno (cf. Dt 4,2; 12,32), y que no tengan los hermanos otra regla.
5 Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
La Regla de San Francisco
La Regla de San Francisco es un conjunto de normas y directrices establecidas por San Francisco de Asís para guiar a sus seguidores, los franciscanos, en su vida religiosa y espiritual. Sin embargo, a lo largo de la historia, se han desarrollado dos versiones de la Regla: la Regla Bulada y la Regla No Bulada. Estas dos variantes presentan diferencias significativas en su contenido y enfoque.
La Regla Bulada, también conocida como la Regla de 1223, fue aprobada oficialmente por el Papa Honorio III en ese mismo año. Esta versión de la Regla fue escrita en respuesta a la necesidad de una reglamentación más detallada y estructurada para la Orden Franciscana. La Regla Bulada se divide en doce capítulos y aborda diversos aspectos de la vida franciscana, como la pobreza, la obediencia, la vida en comunidad y la predicación.
Una de las principales diferencias entre la Regla Bulada y la Regla No Bulada es la inclusión de normas más específicas y detalladas en la primera. Por ejemplo, la Regla Bulada establece directrices sobre la propiedad y el uso de bienes materiales, la forma de vestir, la organización de la vida comunitaria y la relación con las autoridades eclesiásticas. Estas normas proporcionaron una estructura más clara y definida para los franciscanos, lo que les permitió vivir su vida religiosa de manera más organizada.
Por otro lado, la Regla No Bulada, también conocida como la Regla de 1221, es una versión más breve y menos detallada de la Regla. Esta versión fue escrita antes de la aprobación oficial de la Regla Bulada y se caracteriza por su enfoque en la simplicidad y la flexibilidad. A diferencia de la Regla Bulada, la Regla No Bulada se centra en los principios fundamentales de la vida franciscana, como la pobreza, la humildad y el amor a Dios y a todas las criaturas.
La Regla No Bulada se compone de ocho capítulos y se enfoca en la esencia de la vida franciscana, dejando espacio para la interpretación y la adaptación según las circunstancias y necesidades de cada comunidad franciscana. Esta versión de la Regla refleja la visión original de San Francisco de Asís, quien buscaba una vida de sencillez y cercanía con Dios, sin restricciones excesivas.
A pesar de las diferencias entre la Regla Bulada y la Regla No Bulada, ambas versiones comparten el mismo espíritu franciscano y buscan promover la vida en pobreza, humildad y amor fraterno. Ambas reglas son reconocidas y respetadas dentro de la Orden Franciscana, y cada comunidad franciscana puede elegir seguir una u otra, dependiendo de su enfoque y necesidades particulares.
En conclusión, la Regla de San Francisco se ha desarrollado en dos versiones principales: la Regla Bulada y la Regla No Bulada. Mientras que la Regla Bulada ofrece una estructura más detallada y específica para la vida franciscana, la Regla No Bulada se enfoca en los principios fundamentales de la Orden Franciscana. Ambas versiones reflejan el legado de San Francisco de Asís y continúan guiando a los franciscanos en su búsqueda de una vida de pobreza, humildad y amor fraterno.