Segundo libro de Samuel
Samuel 2 es un libro histórico del Antiguo Testamento que narra la vida del rey David y su reinado en Israel.
En este libro, vemos cómo David se convierte en un líder piadoso y justo que es bendecido por Dios y amado por su pueblo. También vemos cómo David comete pecados graves, como el adulterio y el homicidio, y cómo esto tiene consecuencias dolorosas tanto para él como para su familia.
Además, en este libro se narra la sucesión de David por su hijo Salomón como rey de Israel, y cómo Salomón construye el templo de Jerusalén como un lugar de adoración para el pueblo de Dios.
En esta sección, podrás explorar más a fondo el contenido del libro de Samuel 2 y descubrir su significado y relevancia para nuestra vida espiritual. A través de este libro, podrás aprender acerca de la fidelidad y la obediencia a Dios, la necesidad de arrepentirse de nuestros pecados y buscar la restauración con Dios, y la importancia de construir un lugar de adoración para Dios en nuestras vidas.
Esperamos que esta sección te sea de gran utilidad y que te permita profundizar en tu conocimiento y comprensión de la Sagrada Escritura. ¡Bienvenido a la sección del libro de Samuel 2 en «Sagrada Escritura«!
1 Noticia de la muerte de Saúl
1-2 Después de que Saúl murió, David peleó contra los amalecitas y los derrotó. Entonces regresó a Siclag y se quedó allí dos días. Al tercer día, llegó a Siclag uno de los soldados de Saúl. Venía con la ropa toda rota y con ceniza en la cabeza, lo que demostraba que venía muy triste. Cuando llegó ante David, se inclinó hasta tocar el suelo en señal de respeto.
3 David le preguntó: —¿De dónde vienes? Y el soldado le contestó: —Me escapé del campo de batalla, donde peleaban los israelitas.
4 —¿Y qué pasó allí?— volvió a preguntar David. El soldado respondió: —El ejército israelita perdió la batalla. Muchos de nosotros escapamos, y muchos otros murieron. También murieron Saúl y su hijo Jonatán.
5 David insistió en preguntar: —¿Y cómo sabes que Saúl y Jonatán murieron?
6 Y el soldado le respondió: —Yo estaba en el cerro de Guilboa, y vi cuando Saúl se lanzó sobre su espada. Saúl vio que se acercaban los filisteos con sus carros de guerra y su caballería,
7 me llamó y yo me puse a sus órdenes.
8 Saúl me preguntó: «¿Quién eres?», y yo le respondí: «Soy un amalecita».
9 Entonces me ordenó: «Ven, acércate a mí, y mátame. Estoy agonizando, pero no me puedo morir».
10 Yo lo ayudé a morir porque me di cuenta que de todos modos no iba a vivir. Luego le quité la corona y el brazalete que tenía en el brazo, y aquí los tiene usted, mi señor.
11-16 Una vez más, David le preguntó: —¿De dónde dices que eres? Él respondió: —Soy hijo de un amalecita que vino a vivir en Israel. Entonces David le dijo: —¿Y cómo te atreviste a matar a quien Dios eligió como rey de su pueblo? Tú mismo reconoces tu culpa al decir: «Yo maté al elegido de Dios». Enseguida le ordenó David a uno de sus oficiales que matara al amalecita, y el oficial lo mató. Después de eso, David y sus hombres rompieron su ropa para mostrar su tristeza por la muerte de Saúl y Jonatán, y se echaron a llorar. Luego ayunaron y estuvieron muy tristes, pues también habían muerto muchos soldados israelitas.
David lamenta la muerte de Saúl y Jonatán
17 David entonó un canto para expresar su tristeza por la muerte de Saúl y Jonatán,
18 y ordenó que ese canto se le enseñara a toda la gente de Judá. Ese canto aparece en el libro del Justo, y dice así:
19 ¡Pobre Israel! ¡Los valientes que eran tu orgullo cayeron muertos en las montañas!
20 ¡No se lo digan a nadie en Gat, ni lo cuenten por las calles de Ascalón! ¡Que no se alegren las ciudades filisteas, ni haga fiesta esa gente idólatra!
21 ¡Que nunca más vuelva a llover en los campos y colinas de Guilboa! ¡Fue allí donde se burlaron de los escudos de los valientes! ¡Fue allí donde perdió su brillo el escudo de Saúl!
22 ¡Tanto las flechas de Jonatán como la espada de Saúl siempre estaban empapadas de sangre! ¡Siempre se clavaban en la grasa de sus enemigos más valientes!
23 ¡Saúl y Jonatán, mis amigos más queridos! ¡Más rápidos que las águilas, y más fuertes que los leones! ¡Juntos disfrutaron de la vida! ¡Juntos sufrieron la muerte!
24 ¡Mujeres de Israel, lloren por Saúl, que las vestía con grandes lujos y las cubría con adornos de oro!
25 ¿Cómo pudieron los valientes perder la vida en la batalla? ¡Jonatán ha caído muerto en lo alto de la montaña!
26 ¡Qué triste estoy por ti, Jonatán! ¡Yo te quería más que a un hermano! ¡Mi cariño por ti fue mayor que mi amor por las mujeres!
27 ¿Cómo pudieron los valientes perder la vida en la batalla?
2 David llega a ser rey de Judá
1 Después de esto, David consultó a Dios: —¿Puedo regresar a alguno de los pueblos de Judá? Y Dios respondió: —Claro que puedes regresar. Pero David insistió: —¿Y a qué pueblo iré? Y Dios le contestó: —Ve a Hebrón.
2 Y David se fue a Hebrón con Ahinoám y Abigail, que eran sus dos esposas. Ahinoám era del pueblo de Jezreel, y Abigail había sido esposa de Nabal.
3 David se llevó también a sus soldados con sus familias, y todos ellos vivieron en los pueblos cercanos a Hebrón.
4 Entonces la gente de Judá fue a donde estaba David y le derramó aceite sobre la cabeza. Así lo declararon rey de Judá. Y como le informaron que la gente de Jabés de Galaad había enterrado a Saúl,
5 David envió a los de Jabés este mensaje:
6 Que Dios los bendiga por ser tan fieles al rey, pues hasta lo enterraron. Que Dios los trate siempre con mucho amor, y que nunca los abandone. Yo también haré lo mismo por el bien que han hecho.
7 Así que anímense y sean valientes, porque aunque Saúl ha muerto, ya la gente de Judá me hizo rey.
Guerra entre Israel y Judá
8-10 Mientras tanto Abner, que era hijo de Ner y había sido jefe del ejército de Saúl, se llevó a Is-bóset al pueblo de Mahanaim. Como Is-bóset era hijo de Saúl, allí lo declaró rey de todo Israel. Así fue como Is-bóset reinó sobre Galaad, Gesuri, Jezreel, Efraín y Benjamín. Is-bóset tenía cuarenta años de edad cuando comenzó a reinar, pero sólo reinó dos años. Los únicos que reconocieron a David como rey fueron los de Judá.
11 Por eso David se quedó en Hebrón, y fue rey de Judá durante siete años y medio.
12 Un día, Abner y los ayudantes de Is-bóset salieron de Mahanaim y fueron a Gabaón,
13 donde había un depósito de agua. Allí se encontraron con Joab hijo de Seruiá y con los ayudantes de David. Como los dos grupos estaban sentados uno frente al otro,
14 Abner desafió a Joab y le dijo: —Deja que tus jóvenes peleen con los míos, para ver quiénes son mejores. Joab aceptó el desafío,
15 y pasaron al frente doce jóvenes de parte de Benjamín y de Is-bóset, y doce de parte de David.
16 Cada uno agarró de la cabeza a su contrario, y le clavó la espada en las costillas, así que todos murieron al mismo tiempo. Desde entonces ese lugar, que está junto a Gabaón, se conoce como Campo de las espadas.
17 El resto de los soldados comenzó a pelear, y los de David derrotaron a los de Abner.
18 Con Joab estaban sus hermanos Abisai y Asael.
19 Como Asael podía correr muy rápido, comenzó a perseguir a Abner. Y aunque encontraba a otros soldados enemigos, sólo perseguía a Abner.
20 Cuando Abner miró hacia atrás y lo vio, exclamó: —¡Vaya, si eres tú, Asael! Y él le contestó: —¡Y quién más podría ser!
21 Entonces Abner le dijo: —Si lo que quieres es quitarme la espada, te aconsejo que te busques a otro. Asael no le hizo caso, ni dejó de perseguirlo.
22 Por eso Abner volvió a decirle: —Si no dejas de perseguirme, tendré que matarte. ¿Y qué le voy a decir a tu hermano Joab?
23 Pero Asael siguió persiguiéndolo. Entonces Abner le clavó su lanza en el estómago, y lo atravesó de lado a lado. Asael cayó muerto de inmediato, y todos los que llegaban a donde estaba tendido, se detenían a verlo.
24 Entonces Joab y Abisai se fueron tras Abner, y al anochecer llegaron a un cerro llamado Amá, que está frente a Guíah, en el camino al desierto de Gabaón.
25 Allí la gente de Benjamín se le unió a Abner, y se dispusieron a pelear en lo alto del cerro.
26 Pero Abner le gritó a Joab: —Ya no nos matemos unos a otros. Ordénales a tus soldados que dejen de perseguirnos. Al fin de cuentas, somos hermanos, y lo único que vamos a sacar de todo esto es dolor y tristeza.
27 Joab le contestó: —Te juro por Dios que, si no hubieras dicho nada, mis hombres te habrían perseguido, a ti y a los tuyos, hasta el amanecer.
28 Enseguida Joab tocó la trompeta, y sus soldados dejaron de perseguir a los israelitas. A partir de ese momento, dejaron de pelear con ellos.
29 Por su parte, Abner y su ejército caminaron toda esa noche por la llanura de Arabá. Cruzaron el río Jordán por el atajo de Bitrón, y finalmente llegaron a Mahanaim.
30 Cuando Joab reunió a toda su gente, notó que además de haber perdido a Asael también había perdido a otros diecinueve soldados de David.
31 Sin embargo, ellos habían matado a trescientos sesenta de la tribu de Benjamín que servían en el ejército de Abner.
32 Joab y su gente enterraron a Asael en la tumba de su padre, la cual está en Belén. De allí se fueron caminando toda la noche, y al día siguiente llegaron a Hebrón.
3 La familia de David (1 Cr 3.1-9).
1 La guerra entre las familias de Saúl y de David duró mucho tiempo, y David iba ganando más poder, mientras que la familia de Saúl se debilitaba.
2-5 En Hebrón, David tuvo seis hijos en este orden: Con Ahinóam, su esposa de Jezreel, tuvo a Amnón. Con Abigail, la viuda de Nabal, tuvo a Quilab. Con Maacá, la hija de Talmai, rey de Guesur, tuvo a Absalón. Con Haguit tuvo a Adonías. Con Abital tuvo a Sefatías. Con Egla tuvo a Itream.
Abner se une a David
6-7 Como la guerra continuaba entre los seguidores de Saúl y los de David, Abner fue ganando poder sobre la familia de Saúl. Hasta llegó a tener relaciones sexuales con Rispá hija de Aiá, que había sido mujer de Saúl. Pero Is-bóset le reclamó: —¿Por qué te acostaste con la mujer de mi padre?
8 Abner se enojó tanto que le dijo a Is-bóset: —¿Y cómo te atreves a reclamarme? ¿Qué te crees que soy yo? ¿Un simple perro, al que no se le da nada por sus servicios? Yo le he servido fielmente a toda la familia de Saúl, y también a sus hermanos y amigos. ¡A ti mismo te he cuidado, para que David no te atrapara!
9 Pues ahora, ¡que Dios me castigue duramente si no hago que se cumpla la promesa de Dios a David! Porque Dios le prometió
10 que le daría el reino de Saúl, y que lo haría rey de todo Israel y de Judá, desde Dan en la frontera norte, hasta Beerseba en la frontera sur.
11 Is-bóset se quedó callado, pues le tenía mucho miedo a Abner.
12 Luego Abner mandó unos mensajeros a Hebrón, para que le dijeran a David: Haz un pacto conmigo, y yo te ayudaré a que seas rey de todo Israel.
13 David le contestó: Me parece bien. Haré un pacto contigo, pero con la condición de que, cuando vengas, me traigas a Mical, la hija de Saúl.
14 Al mismo tiempo, David le envió a Is-bóset este mensaje: Devuélveme a mi esposa Mical, pues yo se la compré a tu padre. El precio que pagué por ella fueron los cien filisteos que maté.
15 Como Mical vivía con Paltiel hijo de Lais, Is-bóset mandó que se la quitaran.
16 Pero Paltiel se fue llorando tras ella, hasta que llegaron a un pueblo llamado Bahurim. Allí Abner le dijo: ¡Ya basta de lloriqueos! ¡Vuelve a tu casa! Y Paltiel regresó.
17 Luego Abner envió este mensaje a los jefes de Israel: Durante mucho tiempo ustedes han querido que David sea su rey.
18 ¡El momento ha llegado! Recuerden que Dios le prometió a David que por medio de él libraría a Israel de los filisteos y de todos sus enemigos.
19-20 Abner habló también con la gente de Benjamín, y él mismo fue a Hebrón con veinte hombres, y le contó a David que todos en Israel y Benjamín estaban dispuestos a reconocerlo como rey. David hizo entonces una fiesta para Abner y sus soldados,
21 y durante la fiesta Abner le dijo: Su Majestad, permítame reunir a todos los israelitas para que hagan un pacto con usted, y así usted pueda ser su rey.
Joab mata a Abner
22-23 David se lo permitió, y Abner salió de Hebrón. En ese momento llegaron Joab y los soldados de David. Venían de una batalla, y traían muchas riquezas que les habían quitado a sus enemigos. Cuando Joab supo que Abner había estado hablando con David, y que David lo había dejado irse tranquilamente,
24 fue a verlo y le dijo: ¡Pero qué ha hecho Su Majestad! ¿Cómo pudo usted dejar que Abner se fuera tan tranquilo?
25 Usted sabe que todo lo que Abner le ha dicho es mentira; él sólo ha venido a espiar.
26-30 En cuanto Joab salió de hablar con David, mandó a decirle a Abner que regresara, pero sin decírselo a David. Abner ya había llegado al pozo de Sirá, pero regresó a Hebrón. Tan pronto como llegó a la entrada de la ciudad, Joab lo llevó aparte, como si quisiera decirle algo a solas, y le clavó un cuchillo en el estómago. Así fue como Joab y su hermano Abisai se desquitaron de la muerte de su hermano Asael en la batalla de Gabaón. Cuando David supo lo que había pasado, dijo: Juro por Dios que ni yo ni mi gente tenemos la culpa de la muerte de Abner. Que Dios castigue a Joab y a toda su familia. Que entre ellos siempre haya enfermos. Que la piel se les pudra y sus heridas no se cierren. Que haya entre ellos cojos, y que se mueran de hambre o que los maten en la guerra.
31-34 Luego David les dijo a Joab y a todos los que estaban con él: En señal de tristeza, rompan la ropa que llevan puesta y vístanse con ropas ásperas, y lloren por Abner. Abner fue enterrado en Hebrón. El día que lo enterraron, el rey David iba adelante del grupo. Toda la gente lloraba mucho, y también el rey lloraba sin consuelo ante la tumba de Abner. Y decía: ¡Abner no merecía morir así! ¡Bien pudo haber escapado! ¡También pudo haberse defendido! En cambio, ¡murió asesinado! La gente no dejaba de llorar,
35 y todo el día le insistieron a David que comiera algo. Pero David les respondía: No comeré nada antes de que anochezca. Que Dios me castigue muy duramente si lo hago.
36 Esto que dijo el rey le pareció bien a la gente, ya que todo lo que David hacía les agradaba.
37 La gente se dio cuenta de que el rey no era culpable de la muerte de Abner.
38 Luego el rey les dijo a sus oficiales: ¿Se dan cuenta de que hoy ha muerto en Israel un gran hombre?
39 ¿De qué me sirve ser el rey, si no pude evitar que Joab y Abisai lo mataran? ¡Que Dios les dé su merecido por la maldad que cometieron!
4 Recab y Baaná matan a Is-bóset
1-4 Jonatán había tenido un hijo, al que le puso por nombre Mefi-bóset. Cuando llegaron las noticias de que Saúl y Jonatán habían muerto en Jezreel, la niñera de Mefi-bóset tomó al niño y huyó; pero por las prisas Mefi-bóset se cayó y se quedó cojo. El niño tenía entonces cinco años de edad. Cuando Is-bóset supo que habían matado a Abner en Hebrón, se preocupó mucho, pues se dio cuenta de que ya no podría seguir siendo rey. Todos en Israel también se preocuparon. Is-bóset había puesto al frente de su ejército a dos hombres de Beerot, llamados Baaná y Recab, que eran hijos de Rimón. Estos dos hombres habían sido jefes de una banda de ladrones. Aunque la gente de Beerot se había ido a Guitaim, y allí se les consideraba extranjeros, ellos se consideraban miembros de la tribu de Benjamín.
5-7 Baaná y Recab fueron a la casa de Is-bóset, y entraron como si fueran a comprar trigo. Como era la hora en que hacía más calor, lo encontraron durmiendo. Entonces le clavaron un cuchillo en el estómago, le cortaron la cabeza, y luego huyeron sin que nadie los viera. Caminaron toda la noche por el camino de Arabá,
8 hasta llegar a Hebrón. Una vez allí, le llevaron a David la cabeza de Is-bóset y le dijeron: —Aquí tiene Su Majestad la cabeza de Is-bóset, hijo de su enemigo Saúl, que quería matarlo. Dios ya le ha dado a Saúl su merecido, pues todos sus hijos están muertos.
9 Pero David les contestó: —Así como Dios me ha protegido del mal, yo les juro que ustedes merecen la muerte por haber hecho esto.
10 Al que me dio la noticia de que Saúl había muerto, lo agarré y lo maté en Siclag.
11 ¡Con más razón los mataré a ustedes, que son unos malvados y mataron en su propia cama a un buen hombre!
12 Enseguida David ordenó que mataran a Baaná y a Recab, y sus hombres les cortaron las manos y los pies, y los colgaron junto al depósito de agua que está en Hebrón. Luego enterraron la cabeza de Is-bóset en Hebrón, en la tumba de Abner.
5 David, rey de Israel y de Judá (1 Cr 11.1-3).
1-3 Después de esto, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón para hablar con David, y los líderes le dijeron: Su Majestad, nosotros somos familiares de usted. Queremos que sea nuestro rey. Aun cuando Saúl era el rey, usted era el verdadero líder de Israel. Ahora se ha cumplido la promesa de Dios, de que usted llegaría a ser nuestro líder y nuestro jefe. Entonces David hizo un pacto con ellos y puso a Dios como testigo. Por su parte, los líderes de Israel derramaron aceite sobre la cabeza de David y lo declararon su rey.
4-5 David tenía treinta años cuando empezó a reinar. En Hebrón fue rey de Judá durante siete años y medio, y en Jerusalén fue rey de todo Israel y de Judá durante treinta y tres años. Así que su reinado duró cuarenta años.
David conquista Jerusalén (1 Cr 11.4-9).
6 Después de esto, el rey y sus soldados fueron a atacar a los jebuseos que vivían en Jerusalén. Los jebuseos estaban seguros de que David no podría conquistar la ciudad, así que le dijeron en son de burla: A esta ciudad no entrarás. Nos bastan los ciegos y los cojos para impedírtelo.
7-9 Pero David les dijo a sus hombres: ¡Ataquen a los jebuseos! ¡Entren por el canal del agua y maten a mis enemigos! ¡Se creen protegidos por los ciegos y los cojos, a quienes odio con toda mi alma! De ahí viene el dicho: Ni los ciegos ni los cojos podrán entrar al templo. Luego de haber conquistado la fortaleza de Sión, David se quedó a vivir en Jerusalén y la llamó Ciudad de David. Más tarde construyó alrededor de la ciudad una muralla, la cual iba desde la rampa hasta el palacio.
Un palacio para David (1 Cr 14.1-2).
10-12 Cada día David tenía más y más poder, pues el Dios todopoderoso lo ayudaba. David sabía que Dios le había dado ese poder, y que lo había hecho rey de Israel por amor a su pueblo. Hiram, el rey de Tiro, envió gente que sabía construir con madera y piedra. Con ellos envió madera para que le hicieran a David un palacio en Jerusalén.
Otros hijos de David (1 Cr 3.1-9; 14.3-7).
13 David se fue de Hebrón para ir a vivir a Jerusalén. Allí tuvo más esposas. Los hijos que tuvo con ellas fueron:
14 Samúa, Sobab, Natán, Salomón,
15 Ibhar, Elisúa, Nefeg, Jafía,
16 Elisamá, Eliadá, Elifélet.
David vence a los filisteos (1 Cr 14.8-17).
17-19 Cuando los filisteos supieron que David ya era rey de todo Israel, se unieron para atacarlo y fueron al valle de Refaim. Pero David se enteró y se fue a uno de sus refugios. Allí consultó a Dios: Si salgo a pelear contra los filisteos, ¿me ayudarás a vencerlos? Y Dios le contestó: Claro que sí. Yo te ayudaré a vencerlos.
20-21 Entonces David salió a Baal-perasim, y allí venció a los filisteos. Los filisteos huyeron y dejaron tirados sus ídolos, así que David y sus hombres los recogieron. A ese lugar David lo llamó Baal-perasim, pues dijo: Dios es fuerte como la corriente de un río, pues me abrió el camino para vencer a mis enemigos.
22 Pero los filisteos volvieron a atacar a David y ocuparon todo el valle de Refaim.
23 David volvió a consultar a Dios, y Dios le respondió: No los ataques de frente; rodéalos y atácalos por detrás. Cuando llegues a donde están los árboles de bálsamo,
24 oirás mis pasos en la punta de los árboles. Ésa será la señal para que te lances al ataque. Ahí me verás ir delante de ti, y destruir al ejército filisteo.
25 Así lo hizo David, y ese día venció a los filisteos desde Gueba hasta Guézer.
6 El cofre del pacto en Jerusalén (1 Cr 13.5-14).
1 David volvió a reunir a sus mejores hombres, que eran como treinta mil.
2 Salió con ellos de Baalá de Judá para llevarse a Jerusalén el cofre del pacto. Ante ese cofre se ora al Dios todopoderoso que reina entre los querubines.
3-4 El cofre del pacto estaba en la casa de un hombre llamado Abinadab. Esa casa estaba en la punta de una colina. Cuando sacaron de allí el cofre, lo pusieron sobre una carreta nueva que iban guiando Uzá y Ahió, hijos de Abinadab. Ahió iba delante del cofre.
5 David y todos los israelitas iban danzando y cantando muy alegres delante de Dios, al son de la música de arpas, panderos, platillos, castañuelas y otros instrumentos de madera y cuerdas.
6 Cuando llegaron a un lugar donde se limpiaba el trigo, se tropezaron los bueyes que jalaban la carreta. Uzá sostuvo con su mano el cofre para que no se cayera,
7 pero Dios se enojó mucho contra Uzá por haber tocado el cofre, y allí mismo le quitó la vida.
8 David se enojó mucho porque Dios le había quitado la vida a Uzá, partiéndolo en dos, y por eso llamó a ese lugar Peres-uzá.
9 Pero luego sintió miedo y dijo: Ya no me atrevo a cuidar el cofre de Dios.
10 Y David no se atrevió a llevar el cofre de Dios a Jerusalén, así que lo dejó en casa de Obed-edom, que vivía en Gat.
11 El cofre de Dios se quedó allí tres meses, y durante ese tiempo Dios bendijo a Obed-edom y a todos sus familiares.
David lleva el cofre de Dios a Jerusalén (1 Cr 15.1 —166).
12 Alguien fue a decirle a David: Como Obed-edom tiene en su casa el cofre del pacto, Dios lo ha bendecido mucho, lo mismo que a sus familiares, y le ha dado más de lo que tenía. Entonces David fue a la casa de Obed-edom para llevarse el cofre a Jerusalén. Hizo una gran fiesta;
13 cada vez que los que llevaban el cofre daban seis pasos, David ofrecía a Dios un toro y un ternero.
14 Para agradarle a Dios, David danzaba con mucha alegría. Llevaba puesta sólo una túnica sacerdotal de lino.
15 Y así, entre gritos de alegría y toques de trompeta, David y todos los israelitas llevaron el cofre de Dios a Jerusalén.
16 Mical, la hija de Saúl, estaba en la ventana del palacio cuando el cofre de Dios iba entrando a la ciudad, y se disgustó mucho al ver cómo el rey David saltaba y danzaba para agradar a Dios.
17 El cofre de Dios fue llevado a una carpa que David había preparado, y allí David le presentó a Dios muchas ofrendas de animales y de vegetales.
18 Luego bendijo al pueblo en nombre de Dios,
19 y a cada uno de los presentes le dio un pan de harina, uno de dátiles y otro de pasas. Después de eso, todos se fueron a su casa.
20 También David se fue a su casa, y al llegar empezó a bendecir a su familia. Pero Mical le dijo: —¡Hoy has hecho el ridículo! No te has portado a la altura de un rey. Con los saltos que dabas, hasta la última de tus sirvientas te vio el trasero. ¡Realmente te has portado como una persona vulgar y sin vergüenza!
21 David le contestó: —Si dancé, lo hice para agradar a Dios. Y recuerda que fue Dios quien rechazó a tu padre y a tu familia. Además, fue Dios mismo quien me eligió como rey de su pueblo.
22 Y si a ti te parece que me rebajo, pues seguiré rebajándome. Pero aun así, esas sirvientas que dices comprenderán por qué lo hago, y me honrarán.
23 Y Dios castigó a Mical; por eso ella nunca tuvo hijos.
7 Dios hace una promesa a David (1 Cr 17.1-27).
1 Dios ayudó a David para que lograra la paz con sus enemigos, y pudiera vivir tranquilo en su palacio.
2 Entonces David le dijo al profeta Natán: —No está bien que yo viva en un palacio de maderas finas, mientras el cofre del pacto de Dios está en una carpa.
3 Natán le contestó: —Haz lo que creas más conveniente, pues Dios te apoya en todo.
4 Sin embargo, Dios habló con Natán esa misma noche, y le dijo:
5 Ve y dile de mi parte a David lo siguiente: «¿Cómo está eso de que tú quieres construirme una casa?
6-7 Dime cuándo les pedí a los jefes de Israel que me hicieran una casa de maderas finas. ¡Si desde que los saqué a ustedes de Egipto, siempre he vivido en una carpa!
8 Yo soy el Dios todopoderoso. Yo soy quien te puso al frente de mi pueblo cuando eras un simple pastor de ovejas.
9 Yo soy quien siempre te ha cuidado, y te ha ayudado a derrotar a tus enemigos. Y soy también quien te hará muy famoso en este mundo.
10 También a mi pueblo Israel le he dado un lugar donde pueda vivir en paz. Nadie volverá a molestarlos ni a hacerles daño,
11 como cuando los gobernaban los jueces. Tú, por tu parte, vivirás en paz con tus enemigos. Además, yo haré que de tus descendientes salgan los reyes de Israel.
12 Después de tu muerte, yo haré que uno de tus hijos llegue a ser rey de mi pueblo.
13 A él sí lo dejaré que me construya una casa, y haré que su reino dure para siempre.
14 Yo seré para él como un padre, y él será para mí como un hijo. Si se porta mal, lo castigaré como castiga un padre a su hijo,
15 pero nunca lo abandonaré como abandoné a Saúl.
16 Además, yo haré que el reino de tus hijos sea firme y dure para siempre».
17-18 Natán fue y le dio el mensaje a David. Entonces David fue a la carpa donde estaba el cofre, se sentó delante de Dios, y le dijo: Mi Dios, ¿cómo puedes darme todo esto, si mi familia y yo valemos tan poco?
19 ¿Y cómo es posible que prometas darme aún más, y que siempre bendecirás a mis descendientes?
20 ¿Qué más te puedo decir, Dios mío, si tú me conoces muy bien?
21 Tú me dejas conocer tus grandes planes, porque así lo has querido.
22 ¡Qué grande eres, Dios mío! ¡Todo lo que de ti sabemos es verdad! ¡No hay ningún otro Dios como tú,
23 ni existe tampoco otra nación como tu pueblo Israel! ¿A qué otra nación la libraste de la esclavitud? ¿A qué otra nación la hiciste tan famosa? Tú hiciste muchos milagros en favor nuestro, y arrojaste lejos de nosotros a las naciones y a sus dioses.
24 Así hemos llegado a ser tu pueblo, y tú, nuestro Dios; y esto será así por siempre.
25 Mi Dios, yo te pido que le cumplas a mis descendientes estas promesas que nos acabas de hacer.
26 Haz que ellos se mantengan en tu servicio, para que tu nombre sea siempre reconocido. Y que todo el mundo diga: «El Dios de Israel es el Dios todopoderoso».
27 Dios mío, yo me atrevo a pedirte esto porque tú has dicho que mis descendientes serán siempre los reyes de tu pueblo.
28-29 Te ruego que los bendigas para que siempre te sirvan. Tú eres Dios, y lo que dices es verdad. Por eso estoy seguro de que cumplirás lo que has prometido. También sé que si tú los bendices, ellos te servirán para siempre.
8 Otras batallas de David (1 Cr 18.1-13).
1 Poco tiempo después, David atacó a los filisteos. Les quitó la ciudad de Meteg-hamá, y los tuvo bajo su poder.
2 También derrotó a los moabitas. Los hizo acostarse en fila, y de cada tres soldados a dos los mataba y a uno le perdonaba la vida. Así fue como los moabitas tuvieron que reconocer a David como su rey, y pagarle impuestos.
3 Hadad-ézer estaba por recuperar el control sobre la región del río Éufrates, pero David lo derrotó. Este Hadad-ézer era hijo de Rehob, y rey de Sobá.
4 Como resultado de la batalla David tomó presos a mil setecientos jinetes y a veinte mil soldados de a pie. A la mayoría de los caballos les rompió las patas, y sólo dejó sanos a cien.
5 Los arameos que vivían en Damasco vinieron a ayudar al rey Hadad-ézer, pero David mató a veintidós mil de ellos.
6-8 Luego puso guardias entre los arameos que vivían en Damasco, y también ellos tuvieron que reconocer a David como rey y empezar a pagarle impuestos. David tomó los escudos de oro que traían los oficiales de Hadad-ézer, y se los llevó a Jerusalén. También se llevó todo el bronce de las ciudades que gobernaba Hadad-ézer, desde Betá hasta Berotai. Así fue como Dios le daba siempre la victoria a David.
9-10 Hadad-ézer había peleado muchas veces contra Toi, rey de Hamat. Por eso, cuando Toi supo que David había derrotado al ejército de Hadad-ézer, envió a su hijo Joram a saludar y felicitar al rey David por su triunfo. Joram le llevó al rey David regalos de oro, plata y bronce.
11-12 David le entregó todo esto a Dios, junto con el oro y la plata de las naciones que había conquistado: Edom, Moab, Amón, Filistea, Amalec y Sobá.
13 Y David se hacía más y más famoso. En cierta ocasión mató a dieciocho mil edomitas en el Valle de la Sal,
14 luego puso guardias por todo su territorio, y así los edomitas lo reconocieron como rey. Dios seguía dándole victorias a David,
15 y como rey de los israelitas, David siempre fue bueno y justo con ellos.
Los asistentes de David (2 S 20.23-26; 1 Cr 18.15-17).
16 Los principales asistentes de David fueron los siguientes: Joab hijo de Seruiá, que era jefe del ejército; Josafat hijo de Ahilud, que era secretario del reino;
17 Sadoc hijo de Ahitub, y Abimélec hijo de Abiatar, que eran sacerdotes; Seraías, que era su secretario personal;
18 Benaías hijo de Joiadá, jefe del grupo filisteo al servicio del rey; y los hijos de David, que eran sacerdotes.
9 David trata bien a Mefi-bóset
1 Un día, David les preguntó a sus asistentes y consejeros: ¿Vive todavía algún familiar de Saúl, a quien yo pueda ayudar en memoria de Jonatán?
2 Entonces llamaron a Sibá, que había estado al servicio de Saúl. Cuando Sibá llegó a la presencia de David, éste le dijo: —¿Eres tú Sibá? Y él respondió: —Para servir a Su Majestad.
3 Y el rey David le preguntó: —¿Vive todavía algún familiar de Saúl? Dios ha puesto en mi corazón un gran deseo de ayudarlo. Sibá le contestó: —Aún vive un hijo de Jonatán, que no puede caminar. Se llama Mefi-bóset.
4 David le preguntó dónde estaba, y Sibá le respondió: —Vive en Lodebar, en la casa de Maquir hijo de Amiel.
5 El rey mandó traer a Mefi-bóset,
6 y cuando Mefi-bóset llegó al palacio, se inclinó delante de David en señal de respeto. Entonces David exclamó: —¡Mefi-bóset! —¡Para servir a Su Majestad!— respondió.
7 David le dijo: —No tengas miedo, en memoria de tu padre Jonatán, voy a cuidar de ti. Voy a devolverte todas las tierras de tu abuelo Saúl, y de ahora en adelante comerás en mi mesa.
8 Mefi-bóset volvió a inclinarse delante de David, y dijo: —¿A qué se debe que Su Majestad me trate así? ¡Un perro muerto y yo somos la misma cosa!
9 Entonces el rey llamó a Sibá y le dijo: —Todo lo que antes fue de Saúl y de su familia, voy a dárselo a Mefi-bóset.
10 Quiero que tú y tus hijos y sirvientes trabajen la tierra de Mefi-bóset, y le den todo lo que cosechen, para que nunca le falte comida. Aunque de todos modos él siempre comerá en mi mesa. Como Sibá tenía quince hijos y veinte sirvientes,
11-13 le dijo al rey: —Yo estoy para servir a Su Majestad, así que haré todo lo que usted ordene. Y desde ese momento Sibá y todos sus familiares quedaron al servicio de Mefi-bóset y de su hijo Micaías. Como Mefi-bóset no podía caminar, se quedó a vivir en Jerusalén, y siempre comía en la mesa de David, como uno más de sus hijos.
10 Hanún avergüenza a David (1 Cr 19.1-19).
1 Poco tiempo después murió el rey de los amonitas, y en su lugar reinó su hijo Hanún.
2 Y David dijo: Voy a tratar a Hanún con la misma bondad con que me trató Nahas, su padre. Enseguida envió David mensajeros a Hanún para que lo consolaran por la muerte de su padre. Pero cuando los mensajeros llegaron a la tierra de los amonitas,
3 los jefes de los amonitas le dijeron a Hanún: ¿De veras cree Su Majestad que David envió a sus mensajeros para consolarlo? ¡Claro que no! ¡Los envió como espías, para que luego pueda conquistar nuestra ciudad!
4 Entonces Hanún mandó que apresaran a los mensajeros de David, y que los avergonzaran cortándoles la mitad de la barba, y que los mandaran de regreso a su tierra desnudos de la cintura para abajo.
5 Los mensajeros regresaron muy avergonzados, y cuando David lo supo, les mandó a decir: Quédense en Jericó, y no regresen hasta que les crezca la barba.
David vence a los amonitas
6-8 Los amonitas se enteraron de que David se había enojado mucho. Entonces contrataron a algunos arameos de Rehob y Sobá para que se unieran a ellos y pelearan contra David. También contrataron a mil hombres del rey Maacá y a doce mil hombres de Tob. Los arameos enviaron a veinte mil soldados, y se quedaron en el campo junto con los soldados de Tob y Maacá. Por su parte, los amonitas salieron a la guerra y se formaron a la entrada de la ciudad. David se dio cuenta de esto, y envió a la batalla a Joab, junto con todo su ejército y sus mejores soldados.
9-10 Y cuando Joab vio que los arameos iban a atacarlo por un lado y los amonitas por el otro, eligió a los mejores soldados israelitas y atacó a los arameos. El resto de su ejército lo dejó a las órdenes de su hermano Abisai, para que peleara contra los amonitas, y le dijo:
11 Si ves que los arameos me están ganando, irás a ayudarme. Si, por el contrario, veo que los amonitas te están ganando, yo te ayudaré.
12 ¡Tú esfuérzate y ten valor! Luchemos por nuestra gente y por las ciudades que Dios nos ha dado, ¡y que Dios haga lo que le parezca mejor!
13 Joab y sus hombres pelearon contra los arameos, y los hicieron huir.
14 Cuando los amonitas vieron que los arameos estaban huyendo, también ellos huyeron de Abisai y corrieron a refugiarse en su ciudad. Entonces Joab dejó de combatirlos y regresó a Jerusalén.
David vence a los arameos
15 Al ver los arameos que los israelitas los habían derrotado, reunieron a todos sus ejércitos.
16 Hadad-ézer mandó llamar a los arameos que estaban del otro lado del Éufrates, y ellos vinieron a Helam. Al frente de ellos iba Sobac, que era el jefe del ejército de Hadad-ézer.
17 Cuando David supo esto, reunió a todo el ejército de Israel, cruzó el río Jordán y llegó a Helam. Los arameos se formaron frente a David y empezó la batalla.
18 David mató a setecientos soldados que guiaban carros de guerra y a cuarenta mil soldados de caballería. También mató a Sobac, jefe del ejército arameo. Entonces los arameos huyeron de los israelitas.
19 Cuando todos los reyes que estaban bajo el poder de Hadad-ézer vieron que David lo había derrotado, hicieron la paz con Israel y quedaron al servicio de David. Los arameos, por su parte, no volvieron a ayudar a los amonitas.
11 David, Betsabé y Natán
1 Llegó la primavera, que era cuando los reyes salían a la guerra. Ese año David envió a Joab y a los jefes de su ejército a pelear contra los amonitas, pero él se quedó en Jerusalén. Y Joab y todos sus hombres vencieron a los amonitas y conquistaron la ciudad de Rabá.
2 Una tarde, después de haber descansado un poco, David se levantó y comenzó a pasear por la azotea de su palacio. De pronto, vio que una mujer muy hermosa se estaba bañando.
3 David mandó enseguida a uno de sus sirvientes a preguntar quién era ella. El sirviente volvió y le dijo que se llamaba Betsabé, hija de Eliam, y que estaba casada con un hitita llamado Urías.
4 Entonces David mandó a traerla, y cuando se la llevaron, tuvo relaciones sexuales con ella. Luego ella regresó a su casa, pues apenas había tenido su período de menstruación, y estaba cumpliendo con los ritos de purificación.
5 Betsabé quedó embarazada, así que mandó a decirle a David que iba a tener un hijo suyo.
6 Al oír esto, David le ordenó a Joab que le mandara a Urías el hitita, pues quería hablar con él. Joab así lo hizo,
7 y cuando Urías llegó, David le preguntó cómo estaban Joab y el ejército, y cómo iba la guerra.
8 Luego le ordenó que fuera a descansar a su casa. En cuanto Urías salió del palacio, el rey le envió de lo mejor de su comida y bebida.
9 Pero Urías no fue a su casa, sino que se quedó a dormir a la entrada del palacio, junto con los soldados de la guardia personal del rey.
10 Al día siguiente le informaron a David que Urías no había dormido en su casa. Entonces David lo mandó llamar y le preguntó: —¿Por qué no dormiste en tu casa?
11 Y Urías le contestó: —Mal haría yo en ir a mi casa a comer, beber y tener relaciones sexuales con mi esposa, mientras el cofre del pacto de Dios y todo el ejército están en el campo de batalla. ¡Mal haría yo en dormir cómodamente en mi casa, mientras Joab y sus soldados duermen al aire libre! ¡Yo no puedo hacer algo así!
12-13 Entonces David le dijo a Urías: —Quédate aquí por lo menos esta noche, y mañana volverás al campo de batalla. Y enseguida lo invitó a comer y beber, hasta emborracharlo. David creía que así Urías se iría a su casa. Pero aunque Urías se quedó en Jerusalén hasta el día siguiente, tampoco esa noche durmió en su casa, sino que de nuevo se quedó con los soldados de la guardia personal del rey.
14-15 Por la mañana, David escribió una carta y se la dio a Urías, para que se la entregara a Joab. La carta decía: Pon a Urías en el frente, donde la batalla sea más dura y peligrosa. Luego déjalo solo para que lo maten.
16 Joab así lo hizo: cuando ya había rodeado con su ejército la ciudad de Rabá, puso a Urías a pelear donde estaban los soldados enemigos más valientes.
17 Cuando esos soldados salieron a pelear contra los hombres de Joab, mataron a algunos de los soldados de David, y entre ellos a Urías.
18-19 Entonces Joab mandó un mensajero a darle la noticia a David. Le dijo: Cuando le cuentes al rey que algunos de sus hombres murieron en batalla,
20 seguramente se enojará y te dirá: «¿Por qué se acercaron tanto al muro de la ciudad?
21 ¿No saben que desde la muralla lanzan flechas? Acuérdense de Abimélec, el hijo de Jeroboset. Tanto se acercó al muro durante la batalla en Tebés, que una mujer le dejo caer una piedra de molino y lo mató». Si te dice eso, tú le responderás: «También ha muerto Urías, el hitita que tan fielmente servía a Su Majestad».
22 El mensajero se presentó ante David y al darle la noticia todo sucedió como Joab había dicho,
23 y entonces el mensajero le dijo: —Los enemigos nos estaban ganando, y hasta salieron de la ciudad a pelear en el campo, pero los hicimos retroceder hasta el portón de la ciudad.
24 Desde el muro de la ciudad nos disparaban flechas, y algunos de nuestros mejores hombres cayeron muertos. Entre ellos también murió Urías, el hitita que tan fielmente servía a Su Majestad.
25 David le contestó: —Dile a Joab que no se preocupe. En la guerra, cualquiera puede morir. Tú, anímalo y dile que siga atacando la ciudad hasta que la conquiste.
26 Cuando la mujer de Urías supo que su esposo había muerto, se puso muy triste.
27 Pero, luego de que ella guardó el luto acostumbrado, David mandó a llamarla y se casó con ella. Tiempo después, ella tuvo un hijo. Sin embargo, a Dios no le gustó lo que David había hecho.
12 Dios reprende a David
1 Entonces, Dios envió al profeta Natán para que le diera a David este mensaje: En cierta ciudad había dos hombres. Uno de ellos era rico, y el otro era pobre.
2 El rico tenía muchas ovejas y muchas vacas;
3 en cambio, el pobre sólo tenía una ovejita. La había comprado, y él mismo la había criado y cuidado como si fuera su propia hija. Tanto quería ese hombre a la ovejita que hasta le daba de comer de su mismo plato, y la dejaba recostarse y dormir en su pecho. Y así la ovejita fue creciendo junto con los hijos de ese hombre.
4 Un día llegó un visitante a la casa del rico, y el rico lo invitó a comer. Pero como no quería matar ninguna de sus ovejas ni de sus vacas, le quitó al pobre su ovejita y la mató para darle de comer a su visitante.
5-6 Al oír esto, David se enojó muchísimo contra el hombre rico y le dijo a Natán: —¿Pero cómo pudo hacer eso? ¡Ese hombre no tiene sentimientos! Te juro por Dios que ahora tendrá que pagarle al pobre cuatro veces más de lo que vale la ovejita. Y además, ¡merece la muerte!
7-8 Entonces Natán le dijo: —¡Pues tú, David, eres ese hombre! Y ahora el Dios de Israel quiere que oigas esto: «Yo te hice rey de todo mi pueblo. Yo te cuidé para que Saúl no te matara. Hasta te di su palacio y sus mujeres, y aun te habría dado mucho más, si tú así lo hubieras querido.
9 ¿Por qué te burlaste de mí, que soy tu Dios? ¿Por qué hiciste lo que yo prohíbo? En realidad no fueron los amonitas quienes mataron a Urías; lo mataste tú, ¡y lo hiciste para quedarte con su mujer!
10 Pero ahora, por haberte burlado de mí, y por haberle quitado a Urías su mujer, siempre habrá en tu familia muertes violentas.
11-12 Tus propios hijos te harán sufrir mucho. Si a escondidas tuviste relaciones sexuales con la mujer de otro, yo haré que otros tomen a tus mujeres y se acuesten con ellas delante de todo el mundo».
13 David le dijo a Natán: —Reconozco que he pecado contra Dios, y que he hecho lo que a él no le gusta. Natán le contestó: —Por eso mismo Dios te ha perdonado, y no vas a morir.
14 Pero por haberte burlado de él, no vivirá el hijo que tuviste con Betsabé.
15 Después de decir esto, Natán se fue a su casa. En efecto, Dios hizo que el niño se enfermara gravemente.
16 David no comía nada, y se pasaba toda la noche tirado en el suelo, rogándole a Dios que curara al niño.
17 Sus consejeros le pedían que se levantara del suelo y comiera, pero David se negaba a hacerlo.
18 Al séptimo día, el niño murió. Los consejeros no se atrevían a decirle nada a David, porque pensaban: Si cuando el niño aún vivía, le pedíamos que comiera y no nos hacía caso, ahora que el niño ya murió, es capaz de hacer una tontería.
19 Pero David se dio cuenta de que sus consejeros le ocultaban algo, y comprendió que su hijo ya había muerto. Entonces dijo: —Ya murió el niño, ¿verdad? Y los consejeros le contestaron: —Sí, ya murió.
20 De inmediato David se levantó del suelo y se bañó, se perfumó y se cambió de ropa. Luego fue a adorar a Dios a la carpa donde estaba el cofre del pacto, y cuando regresó a su casa pidió que le sirvieran de comer, y comió.
21 Sus consejeros le preguntaron: —¿Por qué hace esto Su Majestad? Cuando el niño aún vivía, usted no comía y lloraba mucho por él, y ahora que ha muerto, ¡usted se levanta y se pone a comer!
22 David les contestó: —Mientras el niño aún vivía, yo no comía y lloraba porque creía que Dios me tendría compasión y sanaría a mi hijo.
23 Pero ahora que ya ha muerto, ¿qué gano con no comer? No puedo devolverle la vida, ni hacer que vuelva a estar conmigo. Más bien, algún día yo moriré e iré a reunirme con él.
Nacimiento de Salomón
24 David fue a consolar a Betsabé, y tuvo relaciones sexuales con ella. Con el tiempo, ella tuvo un hijo, y David le puso por nombre Salomón. Fue tanto el amor de Dios por el niño,
25 que envió al profeta Natán para que les dijera: En mi honor, este niño se llamará Jedidías, que significa «Amado de Dios».
David vence a los amonitas (1 Cr 20.1-3).
26 Mientras tanto, Joab había seguido atacando la ciudad de Rabá, pues allí vivía el rey de los amonitas. Cuando ya estaba por conquistarla,
27 mandó a decirle a David: Después de muchos días de atacar a Rabá, no he permitido que sus habitantes tengan paso a sus depósitos de agua. Ya estamos por entrar en la ciudad,
28 así que reúna Su Majestad a todo su ejército y venga a tomar la ciudad; de lo contrario, yo tendría que tomarla y le pondría mi nombre.
29 Entonces David reunió a todo su ejército, y atacó y conquistó la ciudad de Rabá.
30 David le quitó al rey la corona, la cual era de oro, pesaba treinta y tres kilos, y tenía una piedra preciosa. David le quitó a la corona esa piedra preciosa y la puso en su propia corona, y se llevó además gran parte de las riquezas de la ciudad.
31 A la gente que vivía en la ciudad la sacó de allí y la condenó a trabajos forzados. La obligó a usar sierras, picos y hachas de hierro. También la obligó a hacer ladrillos, como lo había hecho con todas las ciudades amonitas que había conquistado. Después de eso, David y su ejército regresaron a Jerusalén.
13 Amnón viola a su hermana
1 Uno de los hijos de David, que se llamaba Absalón, tenía una hermana muy hermosa llamada Tamar. Otro de los hijos de David, que se llamaba Amnón, se enamoró perdidamente de ella.
2 Como Tamar era todavía muy joven y no había tenido relaciones sexuales, Amnón no encontraba la manera de estar a solas con ella. Eso lo angustiaba tanto que hasta se deprimió.
3 Amnón tenía un amigo muy astuto y malicioso, que se llamaba Jonadab. Además de ser su amigo, Jonadab era su primo, pues era hijo de Simá, el hermano de David.
4 Un día, Jonadab le dijo a Amnón: —Dime, ¿por qué cada día te noto más decaído? ¿Si eres el hijo del rey, qué te puede faltar? Y Amnón le contestó: —Es que estoy enamorado de Tamar, ¡y es mi media hermana!
5 Jonadab le aconsejó: —Pues métete en la cama, y haz como si estuvieras muy enfermo. Y cuando tu padre venga a verte, pídele que mande a tu hermana Tamar. Dile que necesitas a alguien que te prepare la comida y te la dé en la boca.
6 Amnón fue entonces a acostarse, fingiéndose muy enfermo. Cuando el rey llegó a visitarlo, Amnón le dijo: —Por favor, deja que mi hermana Tamar venga a prepararme unos panes y me dé a comer en la boca.
7 David mandó llamar a Tamar y le dijo: Ve a la casa de tu hermano Amnón y hazle de comer.
8 Tamar fue a la casa de Amnón, y lo encontró acostado. Entonces tomó harina, preparó la masa, hizo panes y los puso a hornear. Mientras tanto, Amnón no le quitaba la vista de encima.
9 Cuando el pan estuvo listo, Tamar lo puso sobre la mesa. Pero Amnón no quiso levantarse a comer, sino que le dijo a Tamar: Ordena a los sirvientes que salgan de aquí. En cuanto los sirvientes salieron,
10 Amnón le dijo a Tamar: —Tráeme el pan a la cama, y dame de comer en la boca. Tamar tomó el pan y se lo llevó a su hermano hasta la cama.
11 Pero cuando ya estuvo cerca, Amnón la agarró por la fuerza y le dijo: —Ven, hermanita, acuéstate conmigo.
12 Tamar le contestó: —No, hermano mío; no me obligues a hacer algo tan malo y vergonzoso. Aquí en Israel, eso no se hace.
13 Si me violas, yo tendré que vivir con esa vergüenza y tú quedarás en Israel como un malvado. Yo te ruego que le pidas al rey que me deje ser tu esposa. Estoy segura de que él aceptará.
14 Pero Amnón no le hizo caso. Y como era más fuerte que ella, la forzó a tener relaciones sexuales con él.
15 Sin embargo, cuando terminó la despreció más de lo que antes la había deseado. Entonces le gritó: —¡Lárgate de aquí!
16 Ella le suplicaba: —¡No, hermano mío, no me despidas así! Si lo que has hecho ya es malo, echarme de aquí será peor. Pero Amnón no le hizo caso.
17 Al contrario, llamó a uno de sus sirvientes y le ordenó: Saca de aquí a esta mujer, y luego cierra bien la puerta.
18 El sirviente echó de la casa a Tamar, y luego cerró la puerta. Tamar llevaba puesto un vestido largo y de colores, pues así se vestían las hijas de los reyes de Israel que todavía eran solteras.
19 Pero al verse en la calle, se echó ceniza sobre la cabeza y rompió su vestido para demostrar su vergüenza. Luego se fue llorando y gritando por todo el camino, agarrándose la cabeza.
20 Cuando Absalón lo supo, la tranquilizó y le dijo: Hermanita, lo que Amnón ha hecho contigo es terrible. Pero no le guardes rencor, porque es tu hermano. Desde entonces Tamar se fue a vivir a la casa de su hermano Absalón, pero siempre prefería estar sola.
21 Cuando David se enteró de lo que había pasado, se puso muy enojado. Sin embargo, no castigó a Amnón, pues era su hijo mayor y lo quería mucho.
22 Absalón, por su parte, dejó de hablarle a Amnón, pues lo odiaba por haber violado a su hermana.
Absalón mata a Amnón
23 Pasaron dos años. Un día, Absalón invitó a todos los hijos del rey a Baal-hasor, cerca de Efraín. Allí había fiesta, porque era la época en que se cortaba la lana a las ovejas.
24 Absalón mismo fue a invitar al rey, y le dijo: —Me gustaría que Su Majestad y la gente a su servicio vinieran a celebrar conmigo el corte de lana de mis ovejas.
25 Pero el rey le contestó: —Hijo mío, te agradezco la invitación, pero si vamos todos vas a gastar mucho dinero. Absalón insistió en invitar a David, pero él no quiso ir. Sin embargo, le dio su bendición.
26 Entonces Absalón le propuso: —Si usted no puede ir, al menos permita que vaya mi hermano Amnón. David le preguntó: —¿Y por qué tanto interés en Amnón?
27 Pero tanto presionó Absalón al rey que, al fin, dejó que Amnón y sus otros hijos fueran a la fiesta.
28 Allí Absalón les dijo a sus sirvientes: Vigilen bien a Amnón, y cuando ya esté muy borracho y yo les diga que lo maten, mátenlo. No tengan miedo, que lo van a matar porque yo lo ordeno.
29 Los sirvientes de Absalón cumplieron sus órdenes. Cuando los otros hijos del rey vieron muerto a Amnón, montaron en sus mulas y salieron huyendo.
30 Todavía estaban ellos en camino cuando alguien le avisó a David que Absalón había matado a todos sus hijos.
31 Al oír esto, el rey se levantó de su trono, y en señal de dolor, rompió su ropa y se tiró al suelo. Todos los que estaban a su alrededor hicieron lo mismo,
32-33 pero Jonadab, el sobrino de David, le dijo: No crea Su Majestad todo lo que le han dicho. Estoy seguro de que no todos sus hijos han sido asesinados, sino solamente Amnón. Esto es algo que Absalón ya tenía planeado desde el día que Amnón violó a Tamar.
34-39 En ese momento un vigilante fue a decirle a David: Por el camino de Horonaim, a un costado del cerro, viene mucha gente. Entonces Jonadab le dijo: Su Majestad puede ver que yo estaba en lo cierto; sus hijos han vuelto con vida. No había terminado Jonadab de hablar cuando entraron los hijos del rey, y se echaron a llorar. También el rey y sus ayudantes empezaron a llorar amargamente. Durante muchos días David lloró la muerte de su hijo Amnón, aunque también extrañaba mucho a Absalón. Pero Absalón huyó a Guesur y se quedó allí tres años, bajo la protección de Talmai hijo de Amihud, que era rey de ese lugar.
14 El regreso de Absalón
1 Joab se dio cuenta de que el rey David extrañaba mucho a Absalón,
2 así que mandó traer de Tecoa a una mujer muy astuta, y le dijo: Quiero que te vistas como si estuvieras de luto por la muerte de un hijo.
3 Luego, quiero que te presentes ante el rey y le digas exactamente lo que voy a decirte. Joab le dijo entonces a la mujer lo que debía decir, y ella se fue a ver al rey.
4 Cuando llegó ante David, se inclinó hasta el suelo en señal de respeto, y le dijo: —¡Ayúdeme usted, Su Majestad!
5 El rey le preguntó: —¿Qué te pasa? Y ella contestó: —¡Mi marido se murió y me he quedado viuda!
6 Además, yo tenía dos hijos, pero un día se pelearon en el campo y, como nadie los separó, uno mató al otro.
7 Ahora toda mi familia se ha puesto en contra mía. Quieren que les entregue al único hijo que me queda, para vengar al que murió, ¡y no les importa que yo me quede sin hijos! Si lo matan, yo me quedaré sola, y el apellido de mi marido se perderá para siempre.
8 El rey le dijo a la mujer: —Regresa a tu casa, que yo me ocuparé de tu problema.
9 La mujer le respondió: —¡Pero el problema es mío y de mi familia, y no de Su Majestad ni de su reino!
10 Y el rey le dijo: —Pues si alguien quiere hacerte daño, dímelo y verás que no volverá a molestarte.
11 Ella dijo entonces: —Pídale usted a Dios que nadie mate a mi hijo. El rey contestó: —Te juro por Dios que nada le pasará a tu hijo.
12 La mujer insistió: —¿Me permite Su Majestad decirle algo más? El rey le permitió seguir hablando,
13 y la mujer le dijo: —Por lo que Su Majestad acaba de decirme, no entiendo cómo puede perdonar a otros, pero a su propio hijo no lo deja volver. Todo esto le hace daño a usted y a su pueblo.
14 Es verdad que un día todos vamos a morir, y no podemos evitarlo, pero Dios no quiere que Absalón muera, sino que regrese.
15 Si me he atrevido a decirle todo esto a Su Majestad, es porque tengo mucho miedo de la gente que me quiere hacer daño. Yo sabía que usted me escucharía
16 y no dejaría que nos hicieran daño ni a mí ni a mi hijo.
17 Sabía también que las palabras de Su Majestad me calmarían, porque usted es como un ángel de Dios: ¡siempre sabe lo que se debe hacer! ¡Que Dios lo bendiga!
18 Entonces el rey le dijo a la mujer: —Te voy a preguntar algo, pero quiero que me respondas con toda franqueza. Y la mujer le dijo: —Dígame usted.
19 El rey le preguntó: —¿Verdad que Joab te pidió hacer esto? Y la mujer contestó: —Así es, Su Majestad. Joab me mandó a hablar con usted, y me dijo lo que yo debía decir.
20 Claro que él lo hizo para que se arreglen las cosas. Pero Su Majestad es tan sabio como un ángel de Dios, y sabe todo lo que pasa en este mundo.
21 Más tarde, el rey llamó a Joab y le dijo: —Voy a atender enseguida el problema de esta mujer. Tú ve y ocúpate de que vuelva mi hijo Absalón.
22 Joab se inclinó de cara al suelo delante del rey, y luego de bendecirlo le dijo: —Muchas gracias, Su Majestad, por haberme concedido lo que le pedí.
23 Luego Joab fue a Guesur y trajo de allá a Absalón, pero cuando éste llegó a Jerusalén,
24 el rey dijo: No quiero verlo. Que se vaya a su casa. Así que Absalón se fue a su casa, y no se le permitía ver al rey.
25 En todo Israel no había un hombre tan bello y atractivo como Absalón, pues no tenía ningún defecto.
26 El pelo se lo cortaba cada año, cuando ya lo tenía muy largo, y lo que le cortaban pesaba más de dos kilos.
27 Absalón tuvo tres hijos y una hija. Su hija se llamaba Tamar, y era una joven muy hermosa.
28 Absalón vivió dos años en Jerusalén, y durante todo ese tiempo nunca se le permitió ver al rey.
29 Un día, Absalón le pidió a Joab que fuera a ver al rey de su parte, pero Joab no aceptó. Una vez más, Absalón le pidió a Joab que fuera a ver al rey, pero Joab se negó a ir.
30 Entonces Absalón les dijo a sus sirvientes: Joab tiene un campo junto al mío, y está lleno de cebada. Vayan y préndanle fuego. Los sirvientes fueron y cumplieron las órdenes de Absalón.
31 Por eso Joab fue a hablar con Absalón y le dijo: —¿Por qué mandaste a quemar mi campo?
32 Y Absalón le contestó: —Porque quiero que vayas a ver al rey y le des este mensaje: «¿Para qué me hiciste venir de Guesur, si no me dejas visitarte? ¡Mejor me hubiera quedado allá! Yo te ruego que me permitas ir a verte; y si he hecho algo malo, ordena que me maten».
33 Joab fue a ver al rey y le dio el mensaje de Absalón. Entonces David lo mandó a llamar. Cuando se encontraron, Absalón se inclinó hasta el suelo, pero David lo levantó y le dio un beso.
15 Absalón quiere ser rey
1 Tiempo después, Absalón andaba en un carro jalado por caballos; lo acompañaban cincuenta guardaespaldas.
2 Todos los días se levantaba muy temprano y se paraba a un lado del camino, a la entrada de la ciudad. Si alguien iba a ver al rey para arreglar sus problemas, Absalón lo llamaba y le preguntaba de dónde venía. En cuanto aquél le decía de qué tribu era,
3 Absalón le aseguraba: —Lo que pides es muy justo, pero el rey no tiene a nadie que atienda estos asuntos.
4 Si yo gobernara este país, los atendería y les haría justicia.
5 Además, a los que se acercaban a saludarlo y se inclinaban ante él, Absalón los levantaba, los abrazaba y los besaba.
6 Y así lo hacía con todos los que iban a ver al rey. De esa manera, fue ganándose a la gente.
7-8 Así pasaron cuatro años. Un día, Absalón le dijo al rey: —Cuando yo vivía en Guesur, le prometí a Dios que si él me permitía volver a Jerusalén, yo iría a Hebrón para adorarlo. Yo te ruego que me dejes ir allá para cumplir mi promesa.
9-11 El rey le dijo que podía irse tranquilo, y Absalón se fue acompañado de doscientos hombres. Pero ninguno de ellos conocía los planes de Absalón. Desde Hebrón mandó a decir a todas las tribus de Israel: Cuando oigan sonar la trompeta, griten: «¡Absalón ha sido coronado rey en Hebrón!».
12 Mientras Absalón presentaba sus ofrendas a Dios, mandó llamar a Ahitófel, que era uno de los consejeros de David y vivía en la ciudad de Guiló. Mientras tanto, cada día era más la gente que se unía a Absalón, de modo que la rebelión contra David fue cobrando fuerza.
David huye de Jerusalén
13 Un mensajero fue a decirle a David: Absalón se está ganando la simpatía de todos los israelitas, y ahora ellos lo apoyan.
14 Entonces David le dijo a todos los asistentes y consejeros que estaban con él en Jerusalén: —Vámonos de aquí, pues de lo contrario ya no podremos escapar. En cualquier momento Absalón va a atacar la ciudad, y nos matará.
15 Sus asistentes le dijeron: —Nosotros estamos a las órdenes de Su Majestad.
16-17 El rey David huyó con su familia y toda su gente. Sólo dejó en su palacio a diez de sus mujeres. Al salir de la ciudad, se detuvieron en la última casa. Los asistentes de David se pusieron a su lado, y toda la gente marchó delante de David.
18 Primero pasaron los quereteos, seguidos de los peleteos y de seiscientos geteos. Todos estos soldados filisteos habían seguido a David desde Gat.
19-20 Entonces David le dijo a Itai de Gat: —¿Y tú, por qué vienes con nosotros? Regrésate con tu familia a vivir con el nuevo rey. Hace poco que estás entre nosotros, y tú mismo eres extranjero, así que no te harán ningún daño. No puedo permitir que andes como yo, huyendo de un lado a otro. Anda, regresa, ¡y que Dios te ayude y te acompañe!
21 Pero Itai le contestó: —Juro por Dios y por la vida de Su Majestad, que a donde usted vaya iré yo. Aunque me cueste la vida, yo estoy al servicio de Su Majestad.
22 Al oír esto, David dejó que los acompañara.
23-30 Cruzó entonces con toda su gente el arroyo de Cedrón, y comenzaron a subir por el Monte de los Olivos. Todos ellos iban llorando, y con la cabeza cubierta y descalzos. Estaban por salir de Jerusalén cuando llegaron Abiatar y Sadoc con todos sus ayudantes, y éstos llevaban el cofre del pacto de Dios. Los ayudantes pusieron el cofre junto a Abiatar, hasta que pasó toda la gente. Entonces el rey le dijo a Sadoc: Lleva el cofre de vuelta a la ciudad. Si Dios me tiene compasión, volveré a ver su cofre. Eso tú debes saberlo, pues eres profeta. Pero si no es así, que sea lo que Dios quiera. Tú y tu hijo Ahimaas pueden regresar a Jerusalén en paz, junto con Abiatar y su hijo Jonatán. En cuanto a mí, andaré por los caminos del desierto. Allí podrás hacerme llegar cualquier mensaje. Entonces Sadoc y Abiatar, y los ayudantes que llevaban el cofre de Dios, regresaron a Jerusalén y se quedaron allí. Por su parte, David y su gente se fueron al desierto. En el camino, quienes los veían se ponían a llorar a gritos.
31 Más tarde, David supo que Ahitófel se había unido al grupo de traidores que andaban con Absalón. Entonces dijo: Dios mío, te ruego que eches a perder los planes de Ahitófel.
32 Cuando llegaron a la parte alta del cerro, que era donde se rendía culto a Dios, Husai el arquita fue a ver a David. Iba con la ropa toda rota, y se había echado polvo en la cabeza para demostrar su tristeza.
33 Al verlo, David dijo: Si te unes a mí, me vas a complicar la vida.
34 Mejor regresa a Jerusalén y ponte a las órdenes de Absalón, como antes te pusiste a las mías. Así echarás a perder los planes de Ahitófel.
35-36 Además, en Jerusalén contarás con la ayuda de los sacerdotes Sadoc y Abiatar, y de sus hijos Ahimaas y Jonatán. Cuéntales a ellos todo lo que oigas en el palacio, para que ellos me lo hagan saber.
37 Así fue como Husai, el amigo de David, regresó a Jerusalén y llegó en el momento en que Absalón entraba a la ciudad.
16 David y Sibá
1 Cuando David terminó de pasar por la parte alta del cerro, un sirviente de Mefi-bóset llamado Sibá fue a verlo. Llevaba dos burros cargados con doscientos panes, cien tortas de uvas pasas, cien frutas maduras y un recipiente de cuero lleno de vino.
2 Al verlo, el rey David le preguntó: —¿Y para qué me traes todo esto? Sibá le respondió: —Los burros son para que la familia de Su Majestad viaje en ellos. Los panes y la fruta son para la gente más joven, y el vino es para los que se desmayen en el desierto.
3 El rey le preguntó: —¿Y dónde está Mefi-bóset? Sibá contestó: —Se quedó en Jerusalén. Como es nieto de Saúl, cree que los israelitas lo harán rey.
4 Entonces el rey David le dijo a Sibá: —Desde hoy, todo lo que era de Mefi-bóset será para ti. Yo te lo doy. Sibá le dijo al rey: —Yo estoy para servir a Su Majestad. Muchas gracias por este favor que me hace.
Simí insulta a David
5-6 Cuando el rey David llegó a Bahurim, salió a su encuentro Simí hijo de Guerá, que era pariente de Saúl. Simí empezó a arrojarles piedras a David y a los guardias que lo rodeaban,
7 Además, insultaba a David y le decía: ¡Vete de aquí, asesino malvado!
8 ¡Tú querías ser rey, y por eso mataste a los parientes de Saúl! Pero ahora Dios te está castigando. ¡Qué bueno que ahora el rey es tu hijo Absalón! ¡Eso te mereces por asesino!
9 Abisai hijo de Seruiá le dijo al rey: —¿Por qué permite Su Majestad que este inútil lo ofenda? ¡Déjeme usted ir a cortarle la cabeza!
10 Pero el rey le dijo: —No te metas en mis asuntos. Tal vez Dios lo mandó a maldecirme. Si es así, nosotros no somos nadie para impedírselo.
11 Enseguida, David les dijo a Abisai y a todos sus sirvientes: Déjenlo que me ofenda todo lo que quiera, pues Dios le ha ordenado hacerlo. Si hasta mi propio hijo quiere matarme, ¡con más razón lo hará este hombre de la tribu de Benjamín!
12 Pero cuando Dios vea lo mucho que estoy sufriendo, tal vez me envíe bendiciones y no maldiciones.
13 David y su gente siguieron caminando, pero desde el otro lado del cerro, Simí lo seguía maldiciendo, arrojándole piedras y levantando polvo.
14 Cuando David y toda su gente llegaron al río Jordán, se quedaron a descansar allí, pues estaban muy cansados.
Absalón entra en Jerusalén
15 Mientras tanto, Absalón y Ahitófel, y sus muchos seguidores entraron en Jerusalén.
16 Husai el arquita, que era amigo de David, se acercó a Absalón y gritó: ¡Viva el rey! ¡Viva el rey!
17 Absalón le reclamó: —¿Qué clase de amigo eres, que no te fuiste con tu amigo David?
18 Husai le contestó: —Yo estoy para servir a quien todos los israelitas elijan como su rey, y el elegido es usted. Así que yo me quedo aquí.
19 ¿A quién más podría yo servir, si no a Su Majestad, que es hijo de un rey? Yo le serviré a usted como antes serví a su padre.
20 Después Absalón le preguntó a Ahitófel: —¿Qué me aconsejas hacer?
21 Y Ahitófel le contestó: —Tome Su Majestad a las mujeres que su padre dejó para que cuidaran el palacio, y acuéstese con ellas. Así los israelitas se darán cuenta de que usted ya ha roto relaciones con su padre, y entonces le tendrán más confianza.
22-23 En aquel tiempo, tanto David como Absalón tomaban los consejos de Ahitófel como si vinieran de Dios mismo. Por eso Absalón ordenó enseguida que pusieran en la azotea una tienda de campaña, y allí, a la vista de todos, tuvo relaciones sexuales con las mujeres de su padre.
17 Husai deshace el plan de Ahitófel
1 Más tarde, Ahitófel le sugirió a Absalón: Déme usted doce mil de sus mejores soldados, y permítame ir tras David esta misma noche.
2-3 Me será fácil alcanzarlo, pues él está cansado y sin ánimo. ¡Lo asustaré de tal manera, que su gente huirá y lo dejará solo! Pero no heriré a nadie más que a David, ya que usted sólo quiere deshacerse de él. Entonces la gente se volverá a usted, y nadie saldrá lastimado.
4 Absalón y los líderes de Israel aceptaron el consejo de Ahitófel.
5 Luego Absalón mandó llamar a Husai el arquita para saber lo que pensaba.
6 Cuando Husai llegó, Absalón le dijo: —Ahitófel nos aconsejó que persiguiéramos ahora mismo a David. ¿Tú qué crees? ¿Debemos hacerlo, o no?
7 Husai le contestó: —Esta vez Ahitófel no le ha dado a usted un buen consejo.
8 Usted bien sabe que su padre y sus hombres son muy valientes, y que ahora deben estar muy enojados, como una osa a la que le han robado sus hijos. Además, como su padre tiene mucha experiencia en la guerra, seguramente no pasará la noche con la tropa.
9 Lo más probable es que se esconda en una cueva o en algún otro lugar. Si ahora usted envía algunos soldados, y los hombres de David los derrotan, los que se enteren van a creer que David derrotó a todo el ejército.
10 Entonces, hasta los más valientes se volverán cobardes. Recuerde usted que David y sus hombres tienen fama de valientes. Eso, todo el mundo lo sabe.
11 Más bien, yo le aconsejo a usted que reúna a todos los soldados israelitas del país, es decir, un ejército que nadie pueda contar, y que usted mismo los dirija en la batalla.
12 ¡Así caeremos sobre David como el rocío que cae sobre la tierra, y no dejaremos vivo a nadie!
13 Tal vez David trate de refugiarse en alguna ciudad. Pero como todos los israelitas vamos a llevar cuerdas, destruiremos esa ciudad, y echaremos en el arroyo hasta la última piedra. ¡De esa ciudad no quedará ni el recuerdo!
14 Absalón y todos los israelitas prefirieron seguir el consejo de Husai, y no el de Ahitófel, porque Dios así lo había decidido para dañar a Absalón.
15 Entonces Husai les dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: Ahitófel les dio un consejo a Absalón y a los jefes de Israel, pero yo les di este otro:
16 Corran a decirle a David que no pase esta noche en los caminos del desierto, sino que cruce al otro lado del río Jordán. Díganle también que si no lo hace, tanto él como su gente morirán.
17 Mientras tanto, los sacerdotes Jonatán y Ahimaas estaban esperando en el Manantial de Roguel, pues no querían que nadie los viera entrar a la ciudad. Los mensajes los recibían por medio de una muchacha que era sirvienta.
18 Pero un niño se dio cuenta, y fue a contárselo a Absalón. Entonces Jonatán y Ahimaas huyeron rápidamente a la casa de un hombre que vivía en Bahurim. Cuando llegaron allá, se escondieron dentro de un pozo.
19 La esposa de ese hombre cubrió el pozo con una tapa, y sobre la tapa echó trigo. Así nadie pudo darse cuenta de que allí había un pozo.
20 Al llegar los hombres de Absalón a la casa, le preguntaron a la mujer dónde estaban Ahimaas y Jonatán. Ella les dijo que habían cruzado el arroyo. Y como los buscaron y no pudieron encontrarlos, regresaron a Jerusalén.
21 En cuanto los hombres de Absalón se fueron, los sacerdotes salieron del pozo y fueron a decirle a David: Váyase usted de aquí. Cruce rápidamente el río, porque Ahitófel le ha dicho a Absalón cómo darle alcance a usted.
22 Esa misma noche David y toda su gente cruzaron el río Jordán. Cuando amaneció, ya todos lo habían cruzado.
23 Mientras tanto, como Ahitófel vio que Absalón no le había hecho caso, montó en su burro y se regresó a su casa en Guiló. Al llegar, arregló sus asuntos familiares, y luego se ahorcó. Así murió y fue enterrado en la tumba de su padre.
David en Mahanaim
24-27 Absalón y todos sus hombres cruzaron el río Jordán y acamparon en la tierra de Galaad. Su ejército estaba al mando de Amasá, a quien Absalón había nombrado jefe en lugar de Joab. Amasá era hijo de un ismaelita llamado Itrá, que vivía con Abigail, la madre de Joab. Abigail era hija de Nahas y hermana de Seruiá. Mientras tanto, David llegó a Mahanaim. Allí lo recibieron Sobí hijo de Nahas, Maquir hijo de Amiel, y Barzilai. Sobí era de la ciudad amonita de Rebá, Maquir era de la ciudad de Lodebar, y Barzilai era de Roguelim, que está en la región de Galaad.
28 Estos tres les dieron a David y a su gente camas, jarras y ollas de barro. También les dieron trigo, cebada, harina, grano tostado, habas, lentejas,
29 miel, requesón de oveja y queso de vaca. Lo hicieron porque sabían que David y su gente venían del desierto, cansados y con mucha hambre y sed.
18 Muerte de Absalón
1 David dividió su ejército en grupos de mil y de cien soldados, y nombró un jefe para cada grupo;
2 luego dividió todo el ejército en tres partes. La primera estaba bajo las órdenes de Joab, la segunda estaba bajo las órdenes de Abisai, que era hermano de Joab, y la tercera estaba bajo las órdenes de Itai, que era de la ciudad de Gat. Después de esto, David le dijo a su ejército: —Yo iré con ustedes a la batalla.
3 Pero sus hombres le respondieron: —Usted no debe acompañarnos. Es mejor que se quede en la ciudad y desde aquí nos mande ayuda. Al enemigo no le importa si nos derrota y nos hace huir; tampoco le importa si mata a la mitad del ejército. En cambio, usted vale más que diez mil de nuestros hombres.
4 El rey aceptó quedarse, si ellos creían que era lo mejor. Se paró entonces a la entrada de la ciudad, mientras veía salir su ejército en grupos de cien y de mil soldados.
5-6 Cuando pasaron Joab, Abisai e Itai para enfrentarse al ejército de Absalón, el rey les gritó: ¡Cuiden a mi hijo Absalón! Y toda la gente oyó esta orden que el rey les dio a los jefes de su ejército. La batalla tuvo lugar en el bosque de Efraín,
7-8 aunque también se extendió por todo el país. El ejército de David derrotó al de Absalón. Ese día murieron como veinte mil soldados de Absalón. En realidad fueron más los que murieron atrapados en el bosque que por las armas del ejército de David.
9 Cuando Absalón se enfrentó a los hombres de David, iba montado en una mula. De repente, al pasar por debajo de un gran árbol, se le atoró la cabeza entre las ramas y se quedó colgado mientras que la mula siguió corriendo.
10 Un soldado lo vio y fue a decirle a Joab: —¡Absalón se quedó colgado de un árbol!
11 Y Joab le dijo: —¡Pues lo hubieras matado! Si lo hubieras hecho, ya te habrías ganado diez monedas de plata y un cinturón.
12 El soldado contestó: —¡Ni por mil monedas de plata me atrevería a hacerle daño al hijo del rey! Nosotros oímos cuando el rey mismo le ordenó a usted que cuidara al joven Absalón. También se lo dijo a Abisai y a Itai.
13 Si yo lo hubiera matado, el rey llegaría a saberlo, pues él se entera de todo. Y entonces, ¡hasta usted se pondría en mi contra!
14 Joab le dijo: —¡Estoy perdiendo el tiempo contigo! Enseguida, Joab fue al árbol donde Absalón todavía estaba colgado, y le clavó tres flechas en el pecho.
15 Los diez ayudantes de Joab rodearon a Absalón y acabaron de matarlo.
16-17 Luego echaron su cuerpo en un hoyo muy grande que había en el bosque, y taparon el hoyo con piedras. Después de eso, Joab ordenó la retirada, y sus soldados dejaron de perseguir a los israelitas. Éstos corrían a sus casas llenos de miedo.
18 Cuando Absalón era joven, mandó hacer en su honor un monumento de piedra y le puso su nombre. Como no tenía hijos, pensó que así la gente lo recordaría para siempre. Ese monumento está en el Valle del Rey y se conoce como Monumento de Absalón.
Noticia de la muerte de Absalón
19 El sacerdote Ahimaas le dijo a Joab: —Déjeme ir ahora mismo a ver al rey. Quiero darle la noticia de que Dios lo ha librado de sus enemigos.
20 Pero Joab le dijo: —No conviene que le des al rey esta noticia. Se trata de la muerte de su hijo. Mejor se la das otro día.
21 Sin embargo, Joab mismo le dijo a un etíope: —Ve y cuéntale al rey lo que has visto. El etíope se inclinó ante Joab en señal de respeto, y salió corriendo.
22 Entonces Ahimaas volvió a decirle a Joab: —No me importa lo que me pase, pero déjeme usted ir con el etíope. Joab le respondió: —¿Y qué ganas con llevar esa noticia?
23 Ahimaas insistió: —Pase lo que pase, déjeme usted ir ahora mismo. Joab se lo permitió, y Ahimaas salió corriendo por el valle. Muy pronto alcanzó al etíope, y lo pasó.
24 Mientras tanto, David estaba sentado a la entrada misma de la ciudad de Mahanaim. De pronto, un soldado que vigilaba desde la muralla vio a un hombre que venía corriendo,
25 y con fuerte voz se lo hizo saber al rey. Entonces el rey dijo: Si viene solo, debe traer buenas noticias. Cuando ese hombre ya estaba cerca,
26 el vigilante vio a otro hombre que también venía corriendo, así que le gritó al que cuidaba la entrada: ¡Viene otro hombre corriendo! El rey dijo: También debe traer buenas noticias.
27 El vigilante dijo: Por la manera en que corre, me parece que el primero es Ahimaas, el hijo de Sadoc. El rey comentó: Ahimaas es un buen hombre. Seguramente me trae buenas noticias.
28 En ese momento Ahimaas llegó y saludó al rey. Se inclinó hasta el suelo delante de él, y le dijo: —Bendito sea tu Dios, que acabó con todos tus enemigos.
29 El rey le preguntó: —¿Cómo está el joven Absalón? Y Ahimaas respondió: —Cuando Joab me envió a dar la noticia a Su Majestad, vi que había mucho alboroto, pero no supe por qué.
30 El rey le dijo: —Hazte a un lado, y espera aquí. Ahimaas lo hizo así.
31 En ese momento llegó el etíope y le dijo al rey: —¡Traigo a Su Majestad buenas noticias! ¡Dios ha castigado a los que se rebelaron contra usted!
32 Pero el rey le preguntó: —¿Cómo está el joven Absalón? El etíope le contestó: —¡Quiera Dios que todos los enemigos del rey mueran como ese muchacho!
David llora por su hijo
33 El rey David se puso muy triste y se fue a llorar al cuarto que estaba sobre la entrada de Mahanaim. Mientras iba subiendo, decía: ¡Absalón, hijo mío! ¡Absalón, hijo mío! ¡Cómo quisiera yo haber muerto en tu lugar!
19
1-2 Alguien fue a decirle a Joab que el rey estaba muy triste, y que lloraba mucho por la muerte de Absalón. Cuando los soldados de David lo supieron, dejaron de celebrar la victoria y guardaron luto;
3 además, entraron a la ciudad a escondidas, como si hubieran perdido la guerra.
4 Mientras tanto, el rey David se cubría la cara, y a gritos lloraba diciendo: ¡Absalón, hijo mío! ¡Absalón, hijo mío!
5 Joab fue entonces al palacio y le dijo al rey: Hoy Su Majestad ha puesto en vergüenza a todos los oficiales y soldados que le salvaron la vida, y que salvaron también la vida de sus hijos, hijas y esposas.
6 Por lo visto, Su Majestad ama a los que le odian y odia a los que le aman. Hoy nos ha demostrado usted que sus oficiales y soldados no le importamos nada. Su Majestad estaría muy feliz si Absalón estuviera vivo, aunque todos nosotros estuviéramos muertos.
7 Me permito sugerir que salga usted ahora mismo y anime a su ejército. De lo contrario, le juro a usted por Dios que para mañana no habrá nadie que lo apoye. ¡Y eso será peor que todos los males que usted haya tenido desde su juventud!
8 Entonces el rey se levantó y ocupó su trono a la entrada de la ciudad de Mahanaim. Cuando sus soldados lo supieron, todos ellos marcharon ante él.
David regresa a Jerusalén
Mientras tanto, todos los israelitas habían huido a sus casas,
9 y por todo el país se comentaba: El rey David nos libró de los filisteos y de nuestros enemigos, pero por culpa de Absalón tuvo que abandonar el país.
10 Es verdad que queríamos que Absalón fuera nuestro rey, pero él ya está muerto. ¿Por qué no hacemos que vuelva el rey David?
11-12 Cuando David supo lo que pensaban hacer los antiguos seguidores de Absalón, mandó a decirles a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: Díganles de mi parte a los líderes de Judá: «Ustedes y el rey son de la misma tribu. ¿Por qué han de ser los últimos en llamar al rey para que vuelva a su palacio?».
13 Además, el rey envió este mensaje a Amasá: Tú eres como mi propio hermano. Te juro por Dios que voy a hacerte jefe de todo el ejército, en lugar de Joab.
14 Amasá convenció a toda la gente de Judá para que le pidieran al rey que volviera con toda su gente.
15 Así fue como el rey volvió hasta el río Jordán. Entonces la gente de Judá salió hasta Guilgal para recibirlo, y lo acompañaron a cruzar el río.
16 También Simí hijo de Guerá, de la tribu de Benjamín, salió corriendo de Bahurim para recibir al rey David. Lo acompañaban todos los de Judá
17-18 y mil personas de la tribu de Benjamín. David y su gente estaban cruzando el río cuando llegó también Sibá, el sirviente de David, junto con sus quince hijos y veinte sirvientes, todos ellos dispuestos a ayudar y servir a la familia del rey. David cruzó el río Jordán, y Simí lo cruzó también. Cuando llegó a la otra orilla, se arrojó al suelo delante de David
19 y le dijo: —¡Perdóneme Su Majestad! No me tome en cuenta todo el daño que le causé cuando usted salió de Jerusalén.
20 Yo estoy para servirle, y reconozco que he pecado. Por eso he querido ser el primero del reino del norte en salir a recibirlo.
21 Abisai, el hijo de Seruiá, dijo: —Simí maldijo al rey que Dios eligió, así que merece la muerte.
22 Pero David dijo: —¡Tú no te metas, hijo de Seruiá! ¡Hasta parece que fueras mi enemigo! Hoy los israelitas me han reconocido como su rey, así que hoy nadie morirá.
23 Y David le prometió a Simí que no le quitaría la vida.
24-25 Desde que David salió de Jerusalén, y hasta que regresó, Mefi-bóset no se había lavado los pies ni la ropa, ni se había arreglado la barba. Sin embargo, cuando supo que David regresaba, salió de Jerusalén a recibirlo. El rey le preguntó: —¿Por qué no huiste conmigo? Mefi-bóset, que era nieto de Saúl,
26 le contestó: —Su Majestad, como yo no puedo caminar, le pedí a mi sirviente que preparara un burro para que yo lo montara. Pero mi sirviente me engañó,
27 y en lugar de preparar el burro fue a contarle a usted cosas que yo nunca dije. Pero Su Majestad es como un ángel de Dios, y sé que hará lo mejor.
28 Cuando toda mi familia merecía haber muerto, usted me sentó a su mesa y me trató como si fuera de su familia. Yo no me atrevo a pedirle a usted nada, pues sólo soy un sirviente.
29 El rey le contestó: —¡No digas más! He decidido que tú y Sibá se repartan las tierras que fueron de Saúl.
30 Pero Mefi-bóset respondió: —Sibá puede quedarse con todo. Para mí, lo mejor es que Su Majestad haya vuelto sano y salvo a su palacio.
Barzilai se despide de David
31-32 Barzilai era un hombre rico de Galaad, que ya tenía ochenta años. Cuando David estuvo en Mahanaim, Barzilai le había dado de comer. Ahora había venido desde Roguelim hasta el Jordán, para acompañar al rey y despedirse de él.
33 El rey le dijo a Barzilai: —Ven conmigo a Jerusalén. Yo me encargaré de que no te falte nada.
34 Pero Barzilai le respondió: —Ya me queda poco tiempo de vida como para ir con usted a Jerusalén.
35 Tengo ochenta años, y no quiero ser una carga para Su Majestad. Ya no disfruto de la comida, pues no sé cuándo está buena y cuándo está mala, y ni siquiera puedo oír bien la voz de los cantantes.
36 Su Majestad no tiene que darme nada. Vine sólo para acompañarlo a cruzar el río.
37 Yo le ruego a Su Majestad que me deje volver a mi tierra. Allí es donde quiero morir, para que me entierren junto a mis padres. Sin embargo, dejo al servicio de Su Majestad a mi hijo Quimham. Trátelo usted como mejor le parezca.
38 El rey le contestó: —Haré con Quimham lo que tú me pidas. Puede quedarse conmigo.
39 Toda la gente cruzó entonces el río Jordán y el rey también lo cruzó. Luego de besar a Barzilai lo bendijo, y éste regresó a su casa.
40 De allí el rey fue a Guilgal, y Quimham se fue con él, lo mismo que toda la gente de Judá y la mitad de los israelitas.
41 Pero los israelitas le reclamaron a David: —¿Por qué fueron nuestros hermanos de Judá, y no nosotros, los que ayudaron al rey y a su gente a cruzar el río?
42 Y los de Judá respondieron: —¿Pero por qué se enojan? Lo hicimos porque el rey es nuestro pariente, y no para que nos dé comida o regalos.
43 Entonces los israelitas les contestaron: —Nosotros tenemos más derechos que ustedes, porque somos diez tribus y ustedes son sólo una. Además, nosotros fuimos los primeros en pedirle al rey que regresara. ¡Pero ustedes nos tratan como si no valiéramos nada! Sin embargo, los de Judá se portaron muy groseros con los israelitas.
20 Sebá se rebela contra David
1 En Guilgal estaba Sebá hijo de Bicrí, que era de la tribu de Benjamín. Como Sebá era muy malo, tocó la trompeta y dijo: ¡Israelitas, regresemos a nuestras casas! ¡No tenemos nada que ver con David, ni ganamos nada con seguirlo!
2 Al oír esto, todos los israelitas dejaron a David y siguieron a Sebá. Sin embargo, los de Judá fueron fieles a David y lo siguieron desde el río Jordán hasta Jerusalén.
3 Cuando David llegó a Jerusalén, encerró en una casa a las diez mujeres que había dejado cuidando su palacio. Desde entonces ellas vivieron como si fueran viudas, pues aunque David siguió manteniéndolas, ya no volvió a tener relaciones sexuales con ellas.
4 Después de eso, el rey le dijo a Amasá: Tú eres el jefe de mi ejército, así que reúne a todos los soldados de Judá, y ven a verme con ellos dentro de tres días.
5 Amasá fue a reunirlos, pero se tardó más tiempo.
6 Por eso David le dijo a Abisai: Ahora Sebá puede causarnos más problemas que Absalón. Así que toma a tus mejores soldados y ve a perseguirlo. De lo contrario, se irá a alguna ciudad bien protegida y se nos escapará.
7 Abisai salió de Jerusalén y se fue a perseguir a Sebá, acompañado de Joab y sus soldados, y también de los mejores guerreros del grupo filisteo.
8 Cuando llegaron a Gabaón, donde había una gran piedra, se encontraron con Amasá. Joab llevaba puesta su ropa de campaña. En la cintura llevaba una espada sujetada por un cinturón, pero al caminar se le cayó.
9 Joab la recogió y se acercó a saludar a Amasá. Con la mano derecha le tomó la barba, como si fuera a besarlo, y le preguntó: Hermano, ¿cómo te va?
10-13 Amasá no se dio cuenta de que en la otra mano Joab llevaba la espada, así que Joab le clavó la espada en el vientre y se le salieron los intestinos. No hizo falta que Joab lo rematara, pues Amasá murió al instante. Uno de los soldados de Joab se paró junto a Amasá y dijo: Los que estén a favor de David y de Joab, ¡sigan a Joab! Pero todos los que pasaban se detenían a ver a Amasá, pues estaba tirado a la mitad del camino y bañado en su propia sangre. Entonces el soldado arrastró a Amasá hasta el campo y lo cubrió con una capa. Así ya nadie se detuvo a mirarlo, y todos se fueron tras Joab y su hermano Abisai para perseguir a Sebá.
14 Mientras tanto, Sebá andaba recorriendo todas las tribus de Israel, y en la ciudad de Abel-bet-maacá se le unieron los familiares de su padre Bicrí.
15 Cuando llegaron Joab y su ejército, rodearon la ciudad, y para entrar en ella, construyeron una rampa junto a la muralla; luego, todo el ejército comenzó a derribar la muralla.
16 Desde adentro de la ciudad una mujer muy astuta empezó a gritar: —¡Escúchenme, escúchenme! ¡Díganle a Joab que quiero hablar con él!
17 Cuando Joab se acercó, la mujer le preguntó: —¿Es usted Joab? —Sí, soy yo— le contestó. Entonces ella le dijo: —Escúcheme usted con atención. —Te escucho —dijo Joab.
18-19 Ella le dijo: —Puede confiar en nosotros, pues somos israelitas y no nos gusta la guerra. Abel-bet-maacá es una de las ciudades más importantes de Israel. Es tan importante que hasta hay un dicho popular: «Si tienes algún problema, arréglalo en Abel». ¿Por qué va usted a destruir una ciudad que le pertenece a Dios?
20 Y Joab le respondió: —¡Que Dios me libre de acabar con esta ciudad!
21 No me interesa destruirla. Pero en ella está un hombre de las montañas de Efraín. Se llama Sebá, y se ha rebelado contra el rey David, a quien yo sirvo. Entrégamelo, y no atacaré la ciudad. La mujer le aseguró: —Si es así, ahora mismo le echaremos la cabeza de Sebá desde la muralla.
22 La mujer fue a convencer a la gente de que le cortaran la cabeza a Sebá. Así que le cortaron la cabeza, y desde la muralla se la arrojaron a Joab. Joab ordenó la retirada, y sus soldados regresaron a sus casas. Luego Joab se fue a Jerusalén para encontrarse con el rey.
Los asistentes de David (2 S 8.16-18; 1 Cr 18.15-17).
23 Así fue como Joab quedó al mando de todo el ejército de Israel. Mientras que Benaías hijo de Joiadá, quedó al mando del grupo de soldados filisteos.
24 Adoram era jefe de los trabajadores, y Josafat hijo de Ahilud tenía a su cargo los documentos oficiales.
25 Sevá era el secretario, y Sadoc y Abiatar eran los sacerdotes.
26 Irá, el del pueblo de Jaír, era sacerdote de David.
21 David y los gabaonitas
1 Durante el reinado de David pasaron tres años en que no hubo suficiente comida. David le preguntó a Dios por qué los trataba tan mal, y Dios le respondió: Si ahora ustedes no tienen qué comer, la culpa es de Saúl y de su familia, pues él mató a muchos gabaonitas.
2-3 Los gabaonitas no eran israelitas; eran parientes de los amorreos, pero en los días de Josué, los israelitas habían hecho con ellos un pacto de paz. Sin embargo, Saúl había tratado de destruirlos para que Israel y Judá controlaran todo el territorio. Por eso David llamó a los gabaonitas y les dijo: —¿Qué puedo hacer para reparar el daño que Saúl les hizo, y para que ustedes le pidan a Dios que nos bendiga?
4 Los gabaonitas le contestaron: —Nosotros no queremos dinero, ni tampoco queremos que muera ningún israelita. El rey David volvió entonces a preguntarles: —Pues, ¿qué quieren que haga por ustedes?
5-6 Y ellos le respondieron: —Dios eligió a Saúl como rey de Israel, pero él trató de destruirnos. Queremos que usted nos entregue a siete de los familiares de Saúl. Vamos a matarlos frente al santuario de Dios, que está en Guibeá, pueblo de Saúl. El rey David se comprometió a entregarles a siete familiares de Saúl.
7 Debido al juramento que ante Dios David le había hecho a Jonatán, le perdonó la vida a su hijo Mefi-bóset.
8 Sin embargo, apresó a Armoní y Mefi-bóset, los dos hijos que Saúl había tenido con Rispá, la hija de Aiá. Y también les entregó a cinco nietos de Saúl, hijos de su hija Merab y de Adriel, el hijo de Barzilai, de Meholá.
9 Los gabaonitas mataron a estos siete descendientes de Saúl al mismo tiempo. Los mataron en un cerro, frente al santuario de Dios. Esto sucedió durante la cosecha de la cebada.
10 En señal de tristeza, Rispá, la viuda de Saúl, se vistió con ropas ásperas, y se acostó sobre una piedra, cerca de los cuerpos de los siete muertos. De día y de noche alejaba de los cuerpos a los buitres y a los animales salvajes, y se quedó allí desde el día en que murieron hasta el día en que llegaron las lluvias.
11-12 Años atrás, cuando los filisteos mataron a Saúl y a Jonatán en Guilboa, habían colgado sus cuerpos en la plaza pública de Bet-sán. Sin embargo, la gente de Jabés se robó los cuerpos y los enterró en su ciudad. Por eso ahora, al saber David lo que estaba haciendo Rispá, fue a Jabés de Galaad para pedir que le entregaran los huesos de Saúl y Jonatán.
13 David juntó los huesos de Saúl y Jonatán con los huesos de los siete muertos;
14 luego mandó que los enterraran juntos en la tumba del padre de Saúl. Esa tumba estaba en Selá, en la región de Benjamín. Y tan pronto como se cumplieron las órdenes del rey David, Dios escuchó sus oraciones y bendijo al país.
Guerras contra los filisteos
15 Los filisteos volvieron a declararle la guerra a Israel, así que David fue con su ejército a pelear contra ellos. Como David ya estaba muy cansado,
16 un gigante trató de matarlo. El gigante se llamaba Isbí-benot, y la punta de su lanza pesaba más de tres kilos; tenía además una espada nueva.
17 Abisai corrió a ayudar a David, y atacó al filisteo y lo mató. Por su parte, los hombres de David le hicieron jurar que ya no saldría a las batallas, pues no querían perder a su líder y quedarse sin su guía.
Peleas contra gigantes (1 Cr 20.4-8).
18 Después de esto, hubo en Gob otra batalla contra los filisteos. Allí, Sibecai el husatita mató a un gigante llamado Saf.
19 Tiempo después, hubo también en Gob otra batalla contra los filisteos. Allí Elhanán hijo de Jaaré-oreguim, el de Belén, mató a Goliat, un hombre de Gat que tenía una lanza enorme.
20 Después hubo otra batalla en Gat. Allí, un gigante que tenía seis dedos en cada mano y en cada pie
21 desafió a los israelitas. Pero lo mató Jonatán, que era hijo de Simei y sobrino de David.
22 Estos cuatro gigantes eran de la familia de Refá, el de Gat, pero David y sus oficiales los mataron.
22 Canto de victoria (Sal 18).
1 Cuando Dios libró a David de sus enemigos y de Saúl, David entonó
2 este canto: ¡Dios mío, yo te amo porque tú me das fuerzas! Tú eres para mí la roca que me da refugio; ¡tú me cuidas y me libras!
3 Me proteges como un escudo, y me salvas con tu poder. ¡Tú eres mi más alto escondite!
4 Tú mereces que te alabe porque, cuando te llamo, me libras de mis enemigos.
5 Hubo una vez en que la muerte quiso atraparme entre sus lazos; fui arrastrado por una corriente que todo lo destruía.
6 Me vi atrapado por la muerte; me vi al borde de la tumba.
7 Lleno de angustia llamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi oración llegó hasta sus oídos!
8 Hubo un temblor de tierra, y la tierra se estremeció. También los cerros temblaron desde sus cimientos; ¡temblaron por el enojo de Dios!
9 Echaba humo por la nariz, arrojaba fuego por la boca, lanzaba carbones encendidos.
10 Dios partió el cielo en dos y bajó en una espesa nube.
11 Cruzó los cielos sobre un querubín; se fue volando sobre las alas del viento.
12 Se escondió en la oscuridad, entre las nubes cargadas de agua que lo encubrían por completo.
13 ¡De su grandioso trono salían nubes, granizos y carbones encendidos!
14 De pronto, en el cielo se oyó una voz de trueno: ¡era la voz del Dios altísimo que se dejó escuchar entre granizos y carbones encendidos!
15 Arrojó sus relámpagos como si disparara flechas; ¡dispersó a sus enemigos y los hizo salir corriendo!
16 Dios mío, tú reprendiste al mar, y por causa de tu enojo el fondo del mar quedó a la vista. En tu enojo resoplaste, y los cimientos de la tierra quedaron al descubierto.
17 Desde los altos cielos me tendiste la mano y me sacaste del mar profundo.
18 Mis enemigos me odiaban; eran más fuertes y poderosos que yo, ¡pero tú me libraste de ellos!
19 Se enfrentaron a mí en el peor momento, pero tú me apoyaste.
20 Me diste libertad; ¡me libraste porque me amas!
21 Me diste mi recompensa porque hago lo que quieres. Me trataste con bondad porque hago lo que es justo.
22 Yo obedezco tus enseñanzas y no me aparto de ti.
23 Cumplo todas tus leyes, y jamás me aparto de ellas.
24 He sido honesto contigo y no he hecho nada malo.
25 Me diste mi recompensa porque hago lo que quieres, porque tú sabes que yo hago lo que es justo.
26 Tú eres fiel con los que te son fieles, y tratas bien a quienes bien se comportan.
27 Eres sincero con los que son sinceros, pero con los tramposos demuestras ser más astuto.
28 A la gente humilde le concedes la victoria, pero a los orgullosos los haces salir derrotados.
29-31 Dios mío, tú alumbras mi vida; tú iluminas mi oscuridad. Con tu ayuda venceré al enemigo y podré conquistar sus ciudades. Tus enseñanzas son perfectas, tu palabra no tiene defectos. Tú proteges como un escudo a los que buscan refugio en ti.
32 Dios de Israel, sólo tú eres Dios; ¡sólo tú puedes protegernos!
33 ¡Sólo tú me llenas de valor y me guías por el buen camino!
34 ¡Tú me das fuerzas para correr con la velocidad de un venado! Cuando ando por las altas montañas, tú no me dejas caer.
35 Tú me enseñas a enfrentarme a mis enemigos; tú me das valor para vencerlos.
36 Tú me das tu protección; me salvas con tu gran poder y me concedes la victoria.
37 Me despejas el camino para que no tenga yo tropiezos.
38 Perseguí a mis enemigos y los alcancé, y no volví hasta haberlos destruido.
39 Los derroté por completo; ¡los aplasté bajo mis pies, y no volvieron a levantarse!
40 Tú me llenaste de valor para entrar en combate; tú hiciste que los rebeldes cayeran derrotados a mis pies.
41 Me hiciste vencer a mis enemigos, y acabé con los que me odiaban.
42 A gritos pedían ayuda, pero nadie fue a salvarlos. Hasta de ti pedían ayuda, pero tampoco tú los salvaste.
43 Los deshice por completo: ¡quedaron como el polvo que se lleva el viento! ¡Me di gusto aplastándolos como al lodo de la calle!
44-46 Dios mío, tú me libras de la gente que anda buscando pelea; me hiciste jefe de naciones, y gente extraña que yo no conocía ahora está dispuesta a servirme. Tan pronto esos extranjeros me oyen, se desaniman por completo y temblando salen de sus escondites dispuestos a obedecerme.
47 ¡Bendito seas, mi Dios, tú que vives y me proteges! ¡Alabado seas, mi Dios y Salvador!
48 ¡Tú me permitiste vengarme de mis enemigos! ¡Tú pusiste a los pueblos bajo mi dominio!
49 Tú me pusiste a salvo de la furia de mis enemigos. Me pusiste por encima de mis adversarios, y me libraste de gente violenta.
50 Por eso, Dios mío, yo te alabo y te canto himnos en medio de las naciones.
51 Tú siempre le das la victoria al rey que pusiste sobre Israel. Tú siempre les muestras tu amor a David y a sus herederos.
23 Últimas palabras de David
1 Dios eligió a David, el gran poeta de Israel, y le dio el lugar más importante. Lo que sigue fueron las últimas palabras de David:
2 Estas palabras no son mías; son palabras del espíritu de Dios, que habla por medio de mí.
3 Y esto es lo que me dijo el Dios que ayuda a Israel: «El rey que me toma en cuenta en todo lo que hace, y es justo con su pueblo,
4 es como la luz de la mañana y como el sol después de la tormenta: le hace bien a la tierra, y hace crecer la hierba».
5 Dios hizo un pacto conmigo; un pacto seguro y bien hecho que durará para siempre. Por eso mi familia siempre estará segura, y Dios cumplirá todos mis deseos.
6-7 La gente malvada es como los espinos, que nadie se atreve a tocarlos. Más bien, se arrojan al fuego, como si fueran basura, hasta quemarlos por completo. ¡Nadie jamás vuelve a recogerlos!
Los tres mejores guerreros (1 Cr 11.10-47).
8 Los guerreros más valientes del ejército de David eran tres. El primero de ellos era Joseb-basébet hijo de Hacmoní, y era el jefe de los tres. En cierta ocasión, mató con su lanza a ochocientos hombres.
9 El segundo era Eleazar hijo de Dodó de Ajoj. Eleazar estuvo con David en Pasadamim, cuando los filisteos se reunieron para pelear contra Israel. En esa batalla los israelitas huyeron,
10 pero Eleazar se quedó matando filisteos hasta que el brazo se le acalambró. A pesar de eso, no soltó la espada. Cuando los soldados israelitas se dieron cuenta, regresaron a ayudarlo, pero sólo encontraron soldados muertos; así que se apoderaron de las pertenencias de los filisteos. Ese día, Dios le dio una gran victoria a Israel.
11 El tercero era Samá hijo de Agué de Arat. Los filisteos se habían reunido en un campo sembrado con lentejas para atacar a los israelitas. En cuanto los israelitas vieron a los filisteos, huyeron;
12 pero Samá no se movió del campo, sino que lo defendió y mató a los filisteos. Ese día, Dios le dio una gran victoria.
13-17 Hubo varias ocasiones en que estos tres valientes realizaron grandes actos de valentía. Una vez, al comienzo de la cosecha, estos tres valientes fueron a ayudar a David, que estaba en la cueva de Adulam. Los filisteos habían acampado en el valle de Refaim. En esa ocasión David estaba en la cueva, mientras que un grupo de filisteos estaba en Belén. David tenía sed y dijo: ¡Cómo quisiera yo que alguien me trajera agua del pozo que está junto a la entrada de Belén! Enseguida los tres oficiales fueron al campamento filisteo y, sin que nadie los viera, sacaron agua del pozo y se la llevaron a David. Sin embargo, David no quiso beberla; prefirió derramarla como una ofrenda a Dios, y dijo: ¡Que Dios me libre de beber esta agua! Estos hombres arriesgaron su vida por traérmela, así que no la tomaré.
Los treinta más valientes
18-19 Abisai, el hijo de Seruiá y hermano de Joab, se hizo muy famoso. Por eso llegó a ser el jefe de los treinta soldados más valientes. Se hizo tan famoso como los otros tres cuando mató con su lanza a trescientos soldados. Pero ni así logró superar la fama de aquéllos.
20 Benaías hijo de Joiadá era un soldado muy valiente que vivía en Cabseel. Realizó grandes actos de valentía. En cierta ocasión, mató a dos de los mejores soldados moabitas. En otra ocasión en que cayó nieve, mató a un león que estaba en un hoyo profundo.
21 Y en otra ocasión, mató a un egipcio de gran estatura. El egipcio llevaba una lanza en la mano, y Benaías sólo tenía una vara; pero esa vara le bastó para quitarle al egipcio la lanza y matarlo con ella.
22-23 Entre los treinta soldados más valientes, Benaías llegó a ser tan famoso como los tres más grandes, aunque nunca llegó a ser como ellos. Con todo, David lo nombró jefe de sus guardias.
24 También eran parte del grupo de los treinta los siguientes soldados: Asael, hermano de Joab; Elhanán hijo de Dodó, de Belén,
25 Samá de Harod, Elicá de Harod,
26 Heles de Bet-pélet, Irá hijo de Iqués, de Tecoa,
27 Abiézer de Anatot, Sibecai de Husá,
28 Salmón de Ajoj, Maharai de Netofá,
29 Héleb hijo de Baaná, de Netofá, Itai hijo de Ribai, de Guibeá de Benjamín;
30 Benaías de Piratón, Hidai del arroyo de Gaas,
31 Abí-albón de Arbá, Asmávet de Bahurim,
32-33 Eliahbá de Saalbón, Jasén de Guisón, Jonatán hijo de Samá, de Harar, Ahiam hijo de Sarar, de Harar,
34 Elifélet hijo de Ahasbai, de Maacá, Eliam hijo de Ahitófel, de Siló,
35 Hesrai de Carmel, Paarai de Arbá,
36 Igal hijo de Natán, de Sobá, Baní de Gad,
37 Sélec de Amón, Naharai de Beerot, ayudante de Joab hijo de Seruiá;
38 Irá de Jatir, Gareb de Jatir,
39 Urías el hitita. Pero en total, los más valientes del ejército de David fueron treinta y siete.
24 Dios castiga a su pueblo (1 Cr 21.1-14).
1 Dios volvió a enojarse contra Israel. Le hizo creer a David que sería bueno hacer una lista de todos los soldados que había en Israel y Judá.
2 Entonces el rey le dijo a Joab y a los jefes del ejército: —Vayan por todo el país, y cuenten a todos los hombres en edad militar, para que yo sepa cuántos soldados tengo.
3 Pero Joab le contestó: —Yo le pido a Dios que multiplique a su pueblo, y que lo haga cien veces más grande de lo que ahora es. También le pido a Dios que le permita a usted llegar a verlo. Pero no creo que contarlos sea una buena idea.
4 Sin embargo, la orden del rey pudo más que la opinión de Joab y de los jefes del ejército, y ellos tuvieron que salir a contar a todos los israelitas.
5 Cruzaron el río Jordán y empezaron a contar a la gente de Aroer, y de una ciudad que está en medio de un valle, en el camino a Gad y a Jazer.
6 Luego fueron a Galaad, y de allí a Cadés, que está en el país de los hititas. Después fueron a Dan, y de allí dieron la vuelta hasta llegar a Sidón.
7 Fueron luego a la fortaleza que está en Tiro, y recorrieron también todas las ciudades de los heveos y cananeos. Después se fueron al sur de Judá, en dirección de Beerseba.
8 Después de haber recorrido todo el país durante nueve meses y veinte días, regresaron a Jerusalén.
9 Allí Joab le informó al rey: En Israel hay ochocientos mil hombres que pueden ir a la guerra, y en Judá hay quinientos mil.
10 Pero David se dio cuenta de que había sido un error haber contado a toda la gente, así que dijo: Dios mío, no está bien lo que hice. Te he ofendido al contar los soldados que tenemos. Yo te ruego que perdones mi error.
11 David siempre consultaba al profeta Gad. Por eso al día siguiente, cuando David se estaba levantando, Dios le dio a Gad un mensaje para David. Le dijo:
12 Ve a decirle a David que lo voy a castigar, y que puede escoger uno de estos tres castigos:
13 Siete años de hambre en todo el país; ser perseguido por sus enemigos durante tres meses; o que todo el pueblo sufra enfermedades durante tres días. Gad fue, entregó el mensaje y le dijo a David: Dime qué respuesta debo llevarle a Dios.
14 Y David le dijo a Gad: —¡Me resulta difícil elegir uno de los tres! Pero Dios es compasivo, así que prefiero que sea él quien me castigue. No quiero que me hagan sufrir mis enemigos.
15 Entonces Dios envió una enfermedad por todo Israel, desde esa mañana hasta el tercer día. Y desde el norte hasta el sur de Israel murieron setenta mil personas.
Dios perdona a su pueblo (1 Cr 21.15-27).
16-20 El ángel que Dios había enviado a matar a la gente, llegó a Jerusalén. David lo vio cuando llegó a donde Arauna el jebuseo estaba limpiando el trigo. Como el ángel ya estaba a punto de destruir la ciudad, David dijo: Dios mío, yo fui el que hizo mal; yo fui quien pecó contra ti. Por favor, no castigues a mi pueblo. Mejor castígame a mí y a mi familia. Dios envió a David este mensaje por medio del profeta Gad: Ve y constrúyeme un altar en el lugar donde Arauna limpia el trigo. David obedeció el mensaje de Dios, y fue con sus sirvientes a construir el altar. Cuando Arauna vio que el rey se acercaba, salió y se inclinó ante él hasta tocar el suelo con su frente,
21 y le dijo: —¿A qué debo que Su Majestad venga a verme? ¡Yo no soy más que su sirviente! Pero David le contestó: —He venido a comprarte el lugar donde limpias el trigo. Quiero construir allí un altar para Dios. Así se detendrá la enfermedad que está matando a la gente.
22 Arauna le contestó: —Su Majestad, todo lo que tengo es suyo. Presente las ofrendas a Dios, y yo le daré los toros para el sacrificio, y hasta mis herramientas de trabajo para que las use como leña.
23 Yo le doy a usted todo esto, y deseo que Dios acepte lo que usted le ofrezca.
24 —Te lo agradezco— dijo David, —pero yo no puedo ofrecerle a Dios algo que no me haya costado nada. Así que yo te pagaré todo lo que me des. David le dio a Arauna cincuenta monedas de plata por el terreno y por los toros,
25 y construyó allí un altar para Dios. Para que ya no los castigara, le presentó a Dios los toros como ofrenda, y además le presentó otras ofrendas. Y Dios escuchó sus ruegos y detuvo el castigo contra los israelitas, pues le dio tristeza haberlos castigado. Entonces le dijo al ángel: Basta, ya no sigas. Así fue como se detuvo la enfermedad en Israel.
🔊 Formato Audio extraído de librivox – Bible (Reina Valera) 10: Segundo Libro de Samuel
Reflexiones sobre el libro Samuel 2
El libro de Samuel 2 es una narración histórica del Antiguo Testamento que nos muestra la vida del rey David y su reinado en Israel, así como la sucesión de David por su hijo Salomón como rey de Israel.
Una de las lecciones más importantes que podemos aprender del libro de Samuel 2 es la importancia de la fidelidad y la obediencia a Dios. Vemos cómo David se convierte en un líder piadoso y justo que es bendecido por Dios y amado por su pueblo, y cómo esto se debe en gran parte a su fidelidad y obediencia a Dios en todas las áreas de su vida.
Otra lección que podemos aprender del libro de Samuel 2 es la necesidad de arrepentirnos de nuestros pecados y buscar la restauración con Dios. Vemos cómo David comete pecados graves, como el adulterio y el homicidio, y cómo esto tiene consecuencias dolorosas tanto para él como para su familia. Sin embargo, también vemos cómo David se arrepiente sinceramente de sus pecados y busca la restauración con Dios a través de la confesión y la humildad.
Finalmente, el libro de Samuel 2 nos muestra la importancia de construir un lugar de adoración para Dios en nuestras vidas. Vemos cómo Salomón construye el templo de Jerusalén como un lugar de adoración para el pueblo de Dios, y cómo esto se convierte en un símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
En conclusión, el libro de Samuel 2 es una lección valiosa sobre la fidelidad y la obediencia a Dios, la necesidad de arrepentirnos de nuestros pecados y buscar la restauración con Dios, y la importancia de construir un lugar de adoración para Dios en nuestras vidas. Que la lectura de este libro nos lleve a una mayor comprensión de la voluntad de Dios y a una vida más plena y satisfactoria en su presencia.