El Leccionario IX para las Misas con Niños en Semana Santa

LECCIONARIO IX PARA LAS MISAS CON NIÑOS EN SEMANA SANTA

Lecturas Misa para niños, SEMANA SANTA.

El Leccionario IX para las Misas con Niños en Semana Santa

El Leccionario IX para las Misas con Niños en Semana Santa es una herramienta pastoral invaluable que permite a la Iglesia cumplir su misión educativa de manera efectiva. Al adaptar las lecturas bíblicas al nivel de comprensión de los más jóvenes, la Iglesia siembra las semillas de una fe duradera, asegurando que las nuevas generaciones de fieles crezcan con un profundo entendimiento y aprecio por el misterio de Jesucristo.

Presentamos, a continuación, unas unidades bíblico-catequéticas para la liturgia del Domingo de Ramos y otras posibles celebraciones de la palabra el Jueves, Viernes y Sábado santos. Habitualmente, durante esos días, los niños participarán, acompañados de los mayores, en la liturgia de la comunidad cristiana, pero pueden prepararse a ella mediante celebraciones o catequesis adecuadas. Pensando en ello, ofrecemos esta selección de textos con sus correspondientes moniciones.


Domingo de ramos en la Pasión del Señor

PRIMERA LECTURA

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre

Lector:

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;

al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Salmo responsorial: Salmo 46, 2-3a. 6-8. 9a y 10b (R.: Mt 21, 9)

Salmista:

R. Bendito el que viene en nombre del Señor.

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime. R.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es rey del mundo:
tocad con maestría. R.

Dios reina sobre las naciones,
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso. R.

EVANGELIO

Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras

Sacerdote (o diácono):

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén.

Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:

—«Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontrareis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo necesita»».

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron:

—«¿Por qué desatáis el borrico?».

Ellos contestaron:

—«El Señor lo necesita».

Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.

Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que hablan visto, diciendo:

—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto».

Algunos fariseos de entre la gente le dijeron:

—«Maestro, reprende a tus discípulos».

Él replicó:

—«Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras».

Palabra del Señor.

2

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 26—15, 39

C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:

 —«Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas».

Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea».

C. Pedro replicó:

S.—«Aunque todos caigan, yo no».

C. Jesús le contestó:

—«Te aseguro que tu hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres».

C. Pero él insistía:

S.—«Aunque tenga que morir contigo, no te negare».

C. Y los demás decían lo mismo.

C. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:

—«Sentaos aquí mientras voy a orar».

C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

—«Me muero de tristeza; quedaos aquí velando».

C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:

—«¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mi este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».

C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

—«Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil».

C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:

—«Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

S.—«Al que yo bese, ese es; prendedlo y conducidlo bien sujeto».

C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:

S. —«¡Maestro!».

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

—«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras».

C. Y todos lo abandonaron y huyeron.

Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas.

Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.

C. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:

S.—«Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres»».

C. Pero ni en esto concordaban los testimonios.

El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:

S.—«¿No tienes nada que responder? ¿Que son estos cargos que levantan contra ti?».

C. Pero el callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:

S.—«¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?…».

C. Jesús contestó:

—«Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo».

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:

S.—«¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Que decís?».

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

S.—«Haz de profeta».

C. Y los criados le daban bofetadas.

C. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:

S.—«También tu andabas con Jesús el Nazareno».

C. Él lo negó, diciendo:

S.—«Ni sé ni entiendo lo que quieres decir».

C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó.

La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:

S.—«Éste es uno de ellos».

C. Y el volvió a negar.

Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:

S.—«Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo».

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

S.—«No conozco a ese hombre que decís».

C. Y en seguida, por segunda vez, canto un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

Pilato le preguntó:

S —«¿Eres tú el rey de los judíos?».

C: El respondió:

—«Tú lo dices».

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.

Pilato le pregunto de nuevo:

S.—«¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti».

C. Jesús no contesto más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.

Pilato les contestó:

S.—«¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo hablan entregado por envidia.

Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.

Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S.—«¿Que hago con el que llamáis rey de los judíos?».

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. —«¡Crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S.—«Pues ¿qué mal ha hecho?».

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. —«¡Crucifícalo!».

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio— y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S.—«¡Salve, rey de los judíos!».

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

C. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.

Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.

Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.

Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S.—«¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».

C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

S.—«A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos».

C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

—«Eloí, Eloí, lamá sabaktaní».

C. Que significa:

 -«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S.—«Mira, está llamando a Elías».

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

S.—«Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiro.

El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.

El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S.—«Realmente este hombre era Hijo de Dios».

Palabra del Señor.

Jueves Santo de la Cena del Señor

PRIMERA LECTURA

La Cena pascual

Lector:

Lectura del libro del Éxodo 12, 1-6. 8. 11. 14

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

—«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: «El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

Lo guardareis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer.

Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.

Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para todas las generaciones»».

Palabra de Dios.

SEGUNDA LECTURA

La Cena del Señor


Lector:


Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26

Hermanos:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:

Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Lo que yo he hecho con vosotros, hacedlo también vosotros

Sacerdote (o diácono):

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:

—«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó:

—«Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dijo:

—«No me lavarás los pies jamás».

Jesús le contestó:

—«Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo».

Simón Pedro le dijo:

—«Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dijo:

—«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

—«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy.

Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Palabra del Señor.

Viernes Santo

PRIMERA LECTURA

Él soportó nuestros sufrimientos y aguanto nuestros dolores

Lector:

Lectura del libro de Isaías 53, 2b-5a. 7-8a. 8c-11a

Mirad, mi siervo: Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,

como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros,
despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;

nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;

pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.

Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron.

Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

Le dieron sepultura con los malvados,
y una tumba con los malhechores,

aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación;

verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.

Mi siervo justificará a muchos.

Palabra de Dios.

SEGUNDA LECTURA

Yo, que sentencio con justicia y soy poderoso para salvar

Lector:

Lectura del libro de Isaías 63, 1-3a

¿Quién es ése que viene de Edom,
de Bosra, con las ropas enrojecidas?

¿Quién es ese, vestido de gala,
que avanza lleno de fuerza?

Yo, que sentencio con justicia
y soy poderoso para salvar.

¿Por qué están rojos tus vestidos,
y la túnica como quien pisa en el lagar?

Yo solo he pisado el lagar,
y de los otros pueblos nadie me ayudaba.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

El que quiera seguirme, que se niegue a si mismo

Sacerdote (o diácono):

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 22-25

En aquel tiempo, dijo Jesús:

—«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Y, dirigiéndose a todos, dijo:

—«El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?».

Palabra del Señor.

Sábado santo

1

Derramaré un espíritu de gracia y de clemencia

Lector:

Lectura de la profecía de Zacarías 12, 10-11a. 12a

Aquel día, derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito.

Aquel día, será grande el luto en Jerusalén. Hará duelo el país, familia por familia.

Palabra de Dios.

2

Completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia

Lector:

Lectura de las cartas del apóstol san Pablo a los Colosenses y primera a los Corintios


Col 1, 24-25. 28-29

Hermanos:


Me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo.

Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: esta es mi tarea, en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que él me da.

1 Co 1, 17-18

No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación —para nosotros— es fuerza de Dios.

Palabra de Dios.

3

Cuando lo insultaban, no devolvía el insulto

Lector:

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 20b-24a

Queridos hermanos:

Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario, se ponía en manos
del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.

4, 13-16

Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo.

Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por homicida, ladrón, malhechor o entrometido.

Pero, si sufre por ser cristiano, que no se avergüence, que de gloria a Dios por este nombre.

Palabra de Dios.

4

Mujer, ahí tienes a tu hijo

Lector:

Lectura del santo evangelio según san Juan 19, 25-27

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

—«Mujer, ahí tienes a tu hijo».

Luego, dijo al discípulo:

—«Ahí tienes a tu madre».

Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra de Dios.

5

Lo puso en un sepulcro

Sacerdote (o diácono):

Lectura del santo evangelio según san Marcos 15, 40-47

En aquel tiempo, había unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José.

Éste compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.

Palabra del Señor.

6

No me entregarás a la muerte

Lector:

Lectura del libro de los Salmos y del libro de Isaías


Salmo 15, 8-11

Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilare.

Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.

Salmo 26, 1. 11-14

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana, porque tengo enemigos.

No me entregues a la saña de mi adversario, porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, se valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Isaías 38, 10a. 11-14. 17

Yo pensé: «En medio de mis días ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos, ya no miraré a los hombres entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores. Como un tejedor, devanaba yo mi vida, y me cortan la trama».

Día y noche me estás acabando, sollozo hasta el amanecer. Me quiebras los huesos como un león, día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina, gimo como una paloma. Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

La amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados.

Palabra de Dios.



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