ORACIONES A LA VIRGEN

1. A NUESTRA SEÑORA DE LA ENCARNACIÓN

Virgencita preñada,
Madre de la esperanza,
Señora del Misterio
de un Dios que se hace hombre sin dejar de ser Dios.

El alma se me llena de dicha
y el corazón me salta de alegría al pensar en el Hijo
que crece en tus entrañas
por obra del Espíritu Creador.

Virgencita preñada,
Madre de la esperanza,
Señora del Misterio insondable de Dios, de rodillas te pido,
muéstrame a tu Jesús.

Quiero, Virgen y Madre, adorarlo contigo,
en el Misterio íntimo
de tu seno fecundo

por gracia del Amor. Amén.


2. ALABANZA A MARÍA: ¡BENDITA ENTRE LAS MUJERES!

Dulce Virgen María,

bendecida de Dios, su hija amada; te bendigo y te alabo,
me alegro contigo y te proclamo con todos los que creen:

¡Bendita eres entre todas las mujeres!

¡Bendita eres María!
Bendita por tu amor grande y profundo, capaz de darse a Dios enteramente, para vivir su amor que es eterno
y permanece fiel en dichas y tristezas.

¡Bendita eres María!
Bendita por tu fe firme y confiada,
que te llevó a creer sin buscar pruebas, porque sabías que Dios es la verdad
y nunca engaña.

¡Bendita eres María!
Bendita por saber esperar contra toda esperanza, en el misterio oculto de tu vientre fecundo
que llena tu corazón de paz
y te hace sentir la mujer más feliz de nuestra tierra.

¡Bendita eres María!
¡Bendita entre todas las mujeres del mundo y de la historia!
Ayer y hoy, mañana y siempre,
porque Dios vive en ti,
te conoce y te ama tiernamente.

¡Bendita eres María!

Bendita por tu bondad y por tu gracia, bendita por tu corazón limpio,
bendita por tu mirada pura,
bendita por tu «SÍ» fuerte y sereno, bendita por tu humildad y tu silencio.

¡Bendita eres María!
Bendecida de Dios.
¡Bendita entre todas las mujeres del mundo y de la historia!
Bendita ayer y hoy, mañana y siempre, Bendita, bendecida, amada y alabada. Amén.


3. A NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN INMACULADA

Virgen Inmaculada,
bienaventurada María,
dulce Madre de Dios y Madre mía.
Hoy vengo a saludarte en unión con la Iglesia que hace honor a tu nombre y te proclama Señora de la gracia,
Virgen sin mancha,
limpia y pura.

Virgen Inmaculada,
bienaventurada María,
dulce Madre de Dios y Madre mía.
Mi corazón se alegra contemplándote, así, como tú eres,

humilde y bondadosa,
silenciosa y orante,
generosa y callada
llena de amor,
dispuesta a darte sin temor ni medida,
para que Dios se haga hombre en tus entrañas, y el hombre alcance a Dios en su armonía.

Virgen Inmaculada,
bienaventurada María,
dulce Madre de Dios y Madre mía.
Mi corazón se alegra contemplándote,
así, como tú eres,
llena de paz, sencilla y bella,
esperando paciente, con fe y dulzura,
el día en que ya puedas estrechar en tus brazos
al Niño que el ángel te anunció
y que ahora vive y crece dentro de ti,
por obra del Espíritu,
para bien de todos los hombres y todas las mujeres que poblamos el mundo.

Virgen Inmaculada,
bienaventurada María,
dulce Madre de Dios y Madre mía.
Mi corazón se alegra contemplándote,
así como tú eres,
radiante de amor y de ternura,
sobrecogida y plena,
con Jesús pequeñito, feliz entre tus brazos, anunciando con su dulce presencia
que ya llegó al mundo el día de la dicha,

la Buena noticia que Dios nos regaló: ¡la Salvación!

Virgen Inmaculada,
bienaventurada María,
dulce Madre de Dios y Madre mía.
Bendíceme y ayúdame a parecerme a ti,
a vivir como tú,
alejando de mi todo pecado, por pequeño que sea, y abriendo el corazón
para que Dios tenga en él su morada.

Virgen Inmaculada,
bienaventurada María,
dulce Madre de Dios y Madre mía. Bendíceme y ayúdame a parecerme a ti,
a vivir como tú,
buscando la manera de amar siempre a Dios y de servirlo en quienes me rodean.
Amén.


4. PLEGARIA A LA VIRGEN MADRE

Virgen María,
Madre de Jesús, mi Señor y mi Dios. Imagino la alegría que sientes
al poder estrechar entre tus brazos
a tu Niño pequeño, dulce y tierno,
el Emmanuel prometido y anunciado.

Contemplándote así,

pienso en tantas mujeres
que frente a la noticia de su maternidad, se desesperan, y sienten que el niño que crece en sus entrañas
es una carga que no pueden llevar.

Y pienso también en tantos niños
que viven su infancia
en medio de la miseria física y moral,
sin amor ni cuidados,
sin caricias ni besos,
sometidos, muchas veces, a maltratos y abusos.

Y en tantos otros niños
que tienen satisfechas sus necesidades básicas, pero carecen de lo fundamental: una familia,
el amor de sus padres,
la compañía y el cariño de sus hermanos.

Pero sobre todo, María,
me estremezco al pensar
en tantos niños y niñas que no llegan a nacer
porque su padre y su madre los rechazan
desde el momento mismo que saben de su existencia, y los asesinan sin clemencia
provocando el aborto.

En esta Navidad,
fiesta de la vida y del amor,
yo quiero poner entre tus brazos,
junto a Jesús,
a todos los niños del mundo que sufren
y a aquellos que nunca podrán reír ni cantar.

Acógelos con tu bondad y tu ternura, apriétalos contra tu corazón, bendícelos,
y pide a tu Jesús

que haya entre nosotros
personas capaces y decididas
que luchen con amor
por los derechos de todos los niños y niñas del mundo, incluyendo los no nacidos.
Amén.


5. A NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES, VIRGEN DE LA ESPERANZA

Virgen María,
Madre de la soledad,
Señora del silencio.
Comparto tu dolor, siento tu pena, unida a ti, callo,
elevo mi corazón a Dios,
y espero…

Virgen María,
Madre de la soledad,
Señora del silencio.
Hoy, triste y acongojada, repito contigo
tu «SÍ» de Nazaret y de Belén,
acepto contigo la Voluntad del Padre,
aunque no la comprenda,
aunque llene mi alma de dolor y mis ojos de lágrimas,

aunque sienta que en ello y por ello, se me va la vida. En el fondo de todo dolor, de todo sufrimiento,
hay siempre una esperanza.
Vendrán días mejores, así lo creo.

Días de luz, días de Vida.
Eso es, Señora, lo que espero.

Virgen María,
Madre de la soledad,
Señora del silencio.
No sé por qué pasó lo que pasó, no lo entiendo.
Sólo tengo preguntas sin respuestas,
Pero, igual que tú, no me pregunto, sólo creo y espero… No intento responderme,
para el dolor es difícil hallar una respuesta,
Por eso espero.
Dios sabe lo que hace y por qué lo hace.
Dios sabe todo.
Dios saca bienes de los males porque es bueno.
En Dios todo es amor,
y del amor nace la luz, nace la vida,
nacen el bien, la belleza, la alegría, la paz.

Virgen María,
Madre de la soledad,
Señora del silencio.
Tu corazón de madre te lo dice,
y el corazón de una madre no se engaña. Tu fe de hija de Dios Padre te pide creer, y la fe mueve montañas.
Por eso yo, contigo, estoy segura
de que aunque parezca el fin, no es el fin.

Por eso yo, contigo, siento que sucederán cosas, cosas maravillosas.
Por eso yo, contigo, creo, amo y espero… ¡Virgen de la esperanza!

Amén.


6. A NUESTRA SEÑORA DE LA RESURRECCIÓN: ¡ALÉGRATE MARÍA!

Llénate de gozo,
¡Alégrate, María!
Hay una gran noticia para ti.
La más bella noticia que alguien pueda escuchar. La más grande noticia de ahora y de siempre: Jesús, tu hijo, y el Hijo de Dios Padre,
el Salvador del mundo y de los hombres,
ya no yace difunto en el sepulcro oscuro y frío. ¡El sepulcro ahora está vacío!
Jesús ha escapado
de las horribles sombras de la muerte.
¡Ha resucitado! ¡Ha renacido!
¡Ha vuelto a tener vida!
Una Vida que es nueva y para siempre.

Llénate de gozo,
¡Alégrate, María!
Seca tus lágrimas.
Ilumina tu rostro con tu dulce sonrisa. Canta, exulta, regocíjate.

Ya viene a saludarte Jesús, tu hijo amado. Dios Padre recibió su sacrificio,

y ahora le ha devuelto la vida renovada, lo ha llenado de honores y de gloria, porque fue fiel y cumplió su tarea,
y en la cruz del dolor y el sufrimiento, con fe, con humildad y con amor,

ha vencido la muerte y el pecado
que destruyen al hombre, su mejor obra.

Llénate de gozo,
¡Alégrate, María!
Canta, exulta, regocíjate.
También tú tienes parte en la victoria inmensa de Jesús porque dijiste “Sí”, muy claramente,
movida por tu humildad de creatura
y tu amor de hija buena,
cuando Dios te pidió que fueras parte
de sus planes de amor para los hombres.
Mantuviste tu entrega sin pedir nada a cambio. Esperaste contra toda esperanza.
Fuiste siempre amorosa y sencilla.
Guiaste a Jesús por el camino recto,
y estuviste a su lado silenciosa y amante,
hasta que, lleno de amor y sufrimiento,
exhaló su último suspiro en la cruz del Calvario.

Llénate de gozo,
¡Alégrate, María!
Jesús, tu hijo, y el Hijo de Dios Padre,
el Salvador del mundo y de los hombres,
ya no yace difunto en el sepulcro oscuro y frío.
¡El sepulcro ahora está vacío!
Ha escapado de las sombras horribles de la muerte.

¡Ha resucitado! ¡Ha renacido!
¡Ha vuelto a tener vida!
Una Vida que es nueva y para siempre. Amén.


7. ORACIÓN DE UN ENFERMO O UN ANCIANO,
A NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

Madre de los dolores,
Virgen del sufrimiento,
Señora de la pasión y de la cruz.
Con mi corazón adolorido, unido al tuyo, te pido que me des el dulce regalo
de estar conmigo y acompañarme
en esta etapa tan difícil de mi vida.

Tú que fuiste testigo de los horribles sufrimientos de tu Hijo Jesús, en la cruz,
ayúdame a soportar con amor y entereza de ánimo, todos los dolores físicos y emocionales,

derivados de mi situación de enfermedad (o de vejez), que estoy padeciendo,
y que tantas veces me hacen perder la paciencia
y las ganas de seguir viviendo.

Alcánzame de Dios la gracia que tú tuviste,
de seguir creyendo en medio del dolor y a pesar de él, porque muchas veces siento que mi fe flaquea
y que mi esperanza ya no existe.

Ayúdame a aceptar con amor y sin reproches, todo lo que he perdido a causa de mi situación; lo que antes hacía y ya no puedo hacer;
lo que antes era para mi familia y mis amigos, y ya no soy;

lo que antes me hacía sentir satisfecho y orgulloso de mí mismo
y ya no tengo.

Ayúdame a valorar adecuadamente
este momento doloroso de mi vida,
y a aprovecharlo al máximo
para acercarme con más intensidad a Dios,
de quien me he alejado tantas veces por el pecado, pero a quien siempre he amado con corazón sincero, en medio de mis debilidades y mis limitaciones,

y a pesar de ellas.

Madre de los dolores,
Virgen del sufrimiento,
Señora de la pasión y de la cruz. Sé tu mi fuerza.
Sé tú mi refugio.
Sé tú mi consuelo y mi auxilio. Ahora y en la hora de mi muerte. Amén.


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