Confesiones de San Agustín

Confesiones de San Agustín

Confesiones de San Agustín es una obra monumental en la historia de la literatura y el pensamiento cristiano, escrita entre los años 397 y 398. Este libro no es simplemente una autobiografía, sino una profunda reflexión espiritual y filosófica que narra la conversión de Agustín al cristianismo. A través de sus páginas, San Agustín explora los recovecos más íntimos de su alma, sus luchas internas y su búsqueda incansable de la verdad y de Dios.

Desde su infancia en Tagaste, una pequeña ciudad en el norte de África, hasta su establecimiento como obispo de Hipona, Agustín nos lleva en un viaje a través de sus experiencias vitales, marcadas por la inquietud, el pecado y la búsqueda de sentido. La obra se estructura en trece libros, cada uno de los cuales aborda diferentes etapas de su vida, desde sus primeros años hasta su conversión y bautismo en Milán bajo la guía de San Ambrosio.

Lo que distingue a «Confesiones» es su carácter introspectivo y confesional. Agustín utiliza su propia vida como un espejo para explorar temas universales como el pecado, la gracia, la naturaleza humana y la presencia de Dios en la vida del hombre. Es un diálogo continuo con Dios, donde cada recuerdo y reflexión se convierte en una oración, un acto de fe y un examen de conciencia.

Este libro ha ejercido una influencia incalculable no solo en la teología y la filosofía, sino también en la literatura posterior. Personajes como Francesco Petrarca y muchos otros durante el Renacimiento encontraron en las «Confesiones» una fuente de inspiración para explorar el mundo interior del ser humano.

Las «Confesiones» son, en última instancia, el testimonio de una transformación personal y espiritual. Agustín pasa de una vida marcada por la duda y el error a una existencia centrada en la fe cristiana y el servicio a los demás. Su obra no solo ofrece una ventana a la mente de uno de los pensadores más importantes de la antigüedad tardía, sino que también invita a los lectores a reflexionar sobre sus propias vidas y sobre la presencia de lo divino en el mundo.

«Confesiones» de San Agustín es mucho más que una simple autobiografía; es una obra maestra de la literatura espiritual que sigue hablando al corazón de los lectores contemporáneos, desafiándolos a buscar la verdad y a entender mejor la naturaleza humana y su relación con Dios.

Confesiones de San Agustín

Libro I
Confiesa San Agustín los vicios y pecados de su infancia y de su puericia, y da gracias a Dios por los beneficios que recibió de su mano en una y otra edad.

Libro II
Llora amargamente el año decimosexto de su edad, en que, apartado de los estudios, estuvo en su casa y se dejó llevar de los halagos de la lascivia, y se entregó a una vida derramada y licenciosa.

Libro III
Confiesa cómo en Cartago se enredó en los lazos del amor impuro, que leyendo allí el Hortensio de Cicerón, al año 19 de su edad, se excitó al amor de la sabiduría, y cómo después cayó en el error de los maniqueos. Últimamente refiere el sueño que tuvo su santa madre y la esperanza y seguridad que le dio un obispo acerca de su conversión.

Libro IV
Recorre los nueve años de su vida, en que desde el año 19 hasta el 28 enseñó retórica y tuvo una manceba, y se dedicó a la astrología genetliaca. Después se duele del excesivo e inmoderado dolor que tuvo por la muerte de un amigo, y el mal uso que hacía de su excelente ingenio.

Libro V
Habla del año 29 de su edad, en el cual, enseñando él retórica en Cartago y habiendo conocido la ignorancia de Fausto, que era obispo, el más célebre de los maniqueos, comenzó a desviarse de ellos. Después, en Roma fue castigado con una grave enfermedad: interrumpido por eso en la enseñanza de la retórica, pasó después a enseñarla a Milán, donde por la humanidad y sermones de San Ambrosio fue poco a poco formando menor concepto de la doctrina católica.

Libro VI
Cuenta lo que hizo en Milán en el año 30 de su edad, fluctuando en sus dudas todavía. Confiesa que San Ambrosio poco a poco le hizo ir conociendo que la verdad de la fe católica era probable. Mezcla también muchas cosas de Alipio y de sus buenas costumbres, y refiere el intento que él y su madre tenían de que tomase el estado del matrimonio.

Libro VII
Explica las ansias de su alma, que se fatigaba en la imaginación del mal; cómo llegó también a conocer que ninguna sustancia era mala; y que en los libros de los platónicos halló el conocimiento de la verdad incorpórea y del verbo divino, pero no halló su humildad y anonadamiento.

Libro VIII
Desechados todos los errores; encendido con los consejos de Simpliciano, con los ejemplos de Victorino, de Antonio, de los dos magnates y de otros siervos de Dios; después de una gran contienda y lucha con la concupiscencia, y una dificultosa deliberación; amonestado con una voz divina, y leídas las palabras de San Pablo en la Epístola a los romanos (cap. XIII, 13 y 14), se convirtió todo a Dios, imitándole Alipio y alegrándose mucho su madre.

Libro IX
Vase Agustín con su madre y los demás compañeros a la quinta de Verecundo. Renuncia a la cátedra de retórica y se ocupa en escribir libros. Después, a su tiempo vuelve e Milán, donde con Alipio y Adeodato recibe el bautismo. Desde allí dispone volverse a África en compañía de su madre y de los demás. Después refiere la vida de su santa madre y su muerte, acaecida en el puerto de Ostia. Finalmente cuenta piadosa y elegantemente su sentimiento y llanto, como amante y buen hijo de tal madre.

Libro X
Muestra por qué grados fue subiendo al conocimiento de Dios; que se halla a Dios en la memoria, cuya capacidad y virtud describe hermosamente; que sólo en Dios está la verdadera bienaventuranza que todos apetecen, aunque no todos la buscan por los medios legítimos. Después describe el estado presente de su alma y los males de las tres concupiscencias

Libro XI
A través de sus páginas, Agustín explora la relación entre el tiempo y la eternidad, ofreciendo reflexiones que han capturado la atención de teólogos y filósofos a lo largo de los siglos.

Libro XII
Este libro se distingue por su análisis detallado de los primeros versos del Génesis, ofreciendo una interpretación que va más allá de la literalidad para explorar las dimensiones espirituales y alegóricas de la creación.

Libro XIII
Constituye el cierre magistral de esta obra autobiográfica y teológica, donde San Agustín de Hipona culmina su introspección espiritual y reflexión sobre la creación divina.


Notas

1
En toda esta excelente obra habla el Santo inmediata y directamente con Dios; y así toda ella contiene una sola y continuada oración del Santo, y la comienza alabando a Dios, regla fija y constante, que todos los autores sagrados y profanos han seguido respectivamente sin excepción alguna. Esto mismo se observa en la Oración dominical, que es el modelo de todas las mejores oraciones, porque las tres primeras peticiones que incluye tienen por objeto la gloria de Dios, la extensión del culto y el establecimiento de su reino en todos los corazones. Y para alabar a Dios, San Agustín, desde el principio de sus Confesiones se vale de las palabras del salmo CXLIV, 3, en que David alaba a Dios considerándole como rey, como bueno, como misericordioso, como gobernador de todas las cosas y conservador de ellas; y como bienhechor y favorecedor de los hombres, a quienes incesantemente comunica grandes beneficios.

2

Alude el Santo al desorden de la concupiscencia, que testifica que somos hijos de Adán nacidos en pecado original, cuyo efecto es la rebeldía del cuerpo contra el espíritu.

3

Alude al mismo pecado original y a sus efectos, que son la ignorancia, la concupiscencia desordenada, la flaqueza, la malicia; y también todos los males del cuerpo, como la muerte, las enfermedades, los dolores y las demás molestias que, como dice Santo Tomás, no solamente son efectos de aquel primer pecado, sino también un claro testimonio de que somos hijos de Adán y Eva, que pecaron quebrantando con soberbia aquel precepto que les impuso Dios y apeteciendo ser semejantes a Él cuanto a la ciencia del bien y del mal: con cuya soberbia nos precipitaron a la multitud de miserias por las cuales suspiramos incesantemente en este valle de lágrimas. Con lo cual nos incita San Agustín al aborrecimiento del pecado, principalmente de la soberbia, pues todos los trabajos y penalidades de esta vida son otros tantos testimonios de que Dios aborrece y castiga los pecados, y determinadamente el de la soberbia.

4

Nos pone el Santo delante nuestro último fin, que es Dios, a quien debemos adorar, servir y amar, y ordenar a esto mismo toda nuestra vida: porque nos hizo Dios para sí, y nuestro corazón no puede hallar descanso sino en Dios.

5

De la inmensidad de Dios se infiere rectamente que está en todas las criaturas; y que no puede ser algo lo que no esté en Dios. Lo cual se explica con el ejemplo que usa el mismo Santo (lib. 7, c. 5) diciendo que toda criatura respecto a Dios es como una esponja en el mar: pues el mar está en ella penetrándola por todas partes, y ella está en el mar que la contiene.

6

La doctrina de este capítulo y la del precedente nos obliga a contemplarnos siempre y en todas partes en la presencia de Dios, para que en todas partes le temamos como justo, y le amemos como bueno.

7

Ocultísimo, porque su divinidad no se nos manifiesta y obliga a contemplarnos siempre y en todas partes en la presencia de Dios, para que en todas partes le temamos como justo, y le amemos como bueno.

8

Explica el santo doctor en estas y en las siguientes palabras el amor con que Dios busca nuestras almas y premia nuestras obras sin tener necesidad de nuestros bienes, para lo cual usa el Santo estas locuciones metafóricas, tomadas del amor y deseo de las riquezas.

9

Llaman los teólogos obras de supererogación aquéllas que no caen debajo de precepto, ni hay obligación de hacerlas; pero como éstas también se hacen con los auxilios de la divina gracia, cuando Dios las premia, son dones suyos los que corona y premia.

10

11

Nació en 13 de noviembre del año 354.

12

Los antiguos, según dice San Isidoro (lib. II, Oríg. cap. 2), dividían la vida del hombre en seis edades, esto es, en infancia, puericia, adolescencia, juventud, varonía o gravedad y vejez. La infancia comprendía los siete primeros años desde que nace el hombre y la puericia los siete siguientes. La adolescencia comprendía otros catorce años y se extendía hasta los veintiocho. La juventud se concluía a los cincuenta años. La varonía o gravedad (que es la edad media entre juventud y vejez) duraba hasta los sesenta años. Y últimamente la vejez, que no tiene más término que la muerte.

13

Es doctrina del santo doctor, y la repite muchas veces, que de los mismos pecados de los hombres se suele Dios servir, ya para castigo de otros antecedentes, ya para humillar a los soberbios, ya para otros fines de su ocultísima y justísima Providencia. Así, en el capítulo XII de este mismo libro, dice el Santo: Tu vero... errore omnium utebaris ad utilitatem meam: meo autem (scit. utebaris ad poenam meam). Ita de non bene facientibus tu bene faciebas mihi. Jussisti enim, et sic est, ut poena sua sibi sit omnis inordinatus animus: pero del error que cometían todos aquellos, os servíais para mi provecho y del que yo cometía..., os valíais para mi castigo. Así, Señor, de los que no hacían bien, hacíais bien para mí: y de mi mismo pecado formabais justamente mi castigo. Porque Vos habéis dispuesto (y se cumple puntualmente la orden) que todo corazón desordenado sea verdugo de sí mismo.

También en el libro II de La Ciudad de Dios, cap. 17, dice el Santo: Deus sicut naturarum bonarum optimus Creator est, ita malarum voluntatum justissimus ordinator: así como Dios es óptimo Criador de todas las cosas buenas, así es también justísimo ordenador de todas las voluntades malas; de donde se infiere que la mente de San Agustín en este capítulo X de las Confesiones es la misma que en los lugares citados, y en otros muchos que pudieran citarse; y en todos enseña constantemente el Santo que de las cosas buenas es Dios no solamente ordenador, sino también autor y criador; pero de los pecados, errores y vicios solamente es ordenador: peccatorum tantum ordinator; no porque los mande, sino porque primeramente los permite y luego los ordena a los fines que tiene determinadas su altísima Providencia, que tuvo por mejor sacar de los males bienes, que dejar de permitir que hubiese males: Melius judicavit de malis bene facere, quam mala nulla esse permittere, que dice el santo doctor en el Enquiridión, caps. 29 y 27.

14

No era permitido a los catecúmenos hacer ellos sobre sí la señal de la cruz, ni tampoco tomar por sus manos la sal que se les daba durante el estado de catecúmenos; sino que esto lo recibían de mano de los ministros catequizantes. Tampoco se les permitía aprender ni rezar el Símbolo de la fe, ni la oración del Padre nuestro; solamente se les cantaba uno y otra, y se les explicaba algunos días antes de recibir el Bautismo; pero se les daba la sal misteriosa y bendita siempre que se les examinaba; y antes y después de recibirla, les hacía muchas veces la señal de la cruz con este orden: En primer lugar el padrino y la madrina, en segundo un acólito, en tercero el padrino, en cuarto otro acólito, en quinto el padrino, en sexto otro tercer acólito, en séptimo el padrino, en octavo un presbítero y en noveno lugar el padrino. La Iglesia romana había establecido fuesen siete estos exámenes o escrutinios que se hacían de los catecúmenos, en reverencia de los siete dones del Espíritu Santo: comenzaban el miércoles de la tercera semana de Cuaresma y se acababan en uno de los días de la Semana Santa; y solamente después del séptimo y último escrutinio era cuando se les explicaba la primera vez el símbolo de los catecúmenos, y desde entonces se les llamaba Competentes.

15

Como se dijera: Esto nacía de lo caduco y frágil de mi vida, porque siendo el hombre compuesto de alma y cuerpo, tiene diversas y contrarias inclinaciones. Y, como dice el padre J. M., carne y espíritu aquí se deben tomar en el mismo sentido que cuando dijo nuestro Salvador: El espíritu está pronto, pero la carne es flaca: Spiritus quidem promptus est, caro autem infama. (Matth. XXVI, 41).

16

Esto que dice aquí San Agustín se vio claramente cumplido, con gran provecho de los estudiantes cristianos, en tiempo del emperador Juliano Apóstata. Sintiendo éste y deseando impedir que los profesores cristianos, explicando a sus discípulos el poeta Homero y otros autores gentiles, les hiciesen ver lo ridículo de la religión pagana, publicó dos leyes: por la una excluyó de toda cátedra y enseñanza a los cristianos; y en la otra prohibió a los cristianos estudiantes no solamente la entrada en los colegios públicos, sino también la lectura de los autores profanos. Entonces los hombres más hábiles y sabios entre los cristianos, como San Gregorio Nacianceno, Apolinar, Orígenes y algunos otros que estaban muy versados e instruidos en toda clase de letras, compusieron en prosa y verso infinidad de tratados sobre todas materias, y los pusieron en manos de los jóvenes cristianos, por donde ellos aprendían todo cuanto era necesario y conducente para pulir e ilustrar su entendimiento, para ejercitar la memoria y para formar su corazón, sin el riesgo de beber con la doctrina la ponzoña del vicio. Pues esto mismo que consiguieron entonces los cristianos, compelidos de la persecución, se pudiera conseguir mejor en todo tiempo, como dice aquí San Agustín.

17

Prosigue quejándose de la costumbre de enseñar a la juventud por aquellos autores profanos y peligrosos; explicando la fuerza de la costumbre en la metáfora de un río, que con su impetuosa corriente lo arrastra todo: pues también todos los hombres se dejan llevar de la costumbre, sin poder resistir el ímpetu y fuerza de su corriente.

18

Continúa la metáfora de un río, que hace ruido con las piedras que conmueve dándose unas contra otras; y así también los hombres que se llevan de la costumbre de enseñar y leer aquellos poetas, dan voces y claman diciendo que allí se aprende a hablar bien, etc.

Esto es, alborotados los hombres, que siguen tu corriente.

19

De aquí puede colegirse el perjudicial engaño que padecen los que juzgan que son cosas leves, de poca consideración y consecuencia, las mentiras, los engaños, los hurtos y otros delitos que suelen hacer los muchachos, pues como dice San Agustín, estos mismos vicios crecen también con ellos, y los practican en materias más importantes y dañosas cuando son mayores.

20

Esta interrupción comenzó en las vacaciones del año 369 y acabó en las del año 370.

21

Entiende por Babilonia el mundo, que por la mucha confusión de sus errores, pecados y miserias es una Babilonia.

22

Llama San Agustín nada al hurto, a la mala compañía y a todo lo que es pecado y malo, porque en doctrina del Santo, el mal no es cosa positiva, sino privación del algún bien, y toda privación es nada.

23

Llegó a Cartago hacia final del año 370.

24

Alude en esto a la amistad que tomó con una mujer al año siguiente de su llegada a Cartago, teniendo él diecisiete años de edad, y en este mismo año murió su padre, Patricio.

25

Éstos eran los maniqueos, cuyo jefe fue un persa, que antes se llamaba Urbico o Cúbrico y después tomó el nombre de Manés: cuyo nombre daba a entender su locura (pues Manés en griego quiere decir furioso); pero sus discípulos, como dice San Agustín en el libro de las Herejías, herejía 46, duplicando la n de su nombre, le llamaron manniqueo, para que significase el que vertía manná: Mannichoeum, quasi manna fundentem.

Cayó Agustín en manos de los maniqueos el año de 374 y estuvo enredado en sus errores por espacio de nueve años, como él mismo repite en varias partes. Pero a los veintiocho años de su edad, que era el año de 383, fue cuando le acabó de disgustar su doctrina, y los dejó y despreció.

26

El primero y principal error de los maniqueos era acerca de la naturaleza divina. Lo primero que enseña Manés era que había dos principios entre sí contrarios y coeternos, y que eran dos sustancias: una del bien y otra del mal. 2.º Que cuando ambas sustancias pelearon entre sí, se mezcló el mal con el bien. 3.º Que de esta mezcla fue de donde Dios, o la naturaleza del bien, fabricó y formó el mundo. 4.º Que esta luz corporal, que se extiende infinitamente, mezclándose en todas las cosas luminosas y lúcidas (entre las cuales también cuentan a nuestras almas), es la misma sustancia y naturaleza de Dios. De donde se sigue que ya nuestras almas, ya las demás cosas lúcidas y luminosas, eran trozos de la sustancia divina.

De los elementos enseñaba también varias extravagancias fabulosas. Lo primero, que los elementos eran dobles, cinco buenos y cinco malos. 2.º Que los cinco primeros fueron producidos por la naturaleza del bien y los cinco segundos por la del mal. 3.º Que de aquellos buenos habían dimanado las virtudes santas y de estos otros malos los principios de las tinieblas. 4.º Que los elementos malos eran éstos: El humo, las tinieblas, el fuego, el agua y el viento, a los cuales se oponían los cinco buenos, de este modo: al humo el aire, a las tinieblas la luz, al fuego malo el fuego bueno, al agua mala el agua buena, al viento malo el viento bueno. 5.º Que para pelear con los elementos malos, fueron enviados desde el reino y sustancia de Dios los elementos buenos, y en aquella pelea se mezclaron los unos con los otros. 6.º Que en el elemento del humo nacieron los animales de dos pies y, entre ellos, también los hombres: en las tinieblas los que andan arrastrando; en el fuego los cuadrúpedos; en las aguas los animales que nadan; y en el viento los que vuelan.

27

En este enigma entiende aquí San Agustín la secta maniquea, en que cayó engañado por las razones que refiere en este capítulo y en el siguiente, y por otras que se pueden ver en Tillemont, tomo 13, capítulo VIII.

28

Entre los innumerables desvaríos de la doctrina de los maniqueos era uno el atribuir a las plantas vida sensitiva; y que así no se podía cortar o arrancar fruto, rama u hoja de algún árbol o planta sin que se les causase algún dolor o sentimiento, y que tampoco era lícito el arrancar las espinas o hierbas malas de una heredad, por lo cual abominaban la agricultura, con ser la más inocente de las artes, porque era rea de muchos homicidios y hacía muchas muertes. San Agustín en el libro De Haeresib., haer. 46.

29

Se distinguían en dos clases los maniqueos: los unos se llamaban electos o santos, los otros auditores u oyentes. Los primeros eran aquéllos que habían adelantado tanto en su locura, que pudieran ser ya maestros de ella y estaban firmes y constantes en su error. Los segundos eran los que, no hallándose todavía instruidos en aquella doctrina, estaban como vacilantes y dudosos en ella, y eran discípulos u oyentes de los otros, y como catecúmenos de aquella secta: en esta clase y orden estuvo San Agustín, sin haber pasado nunca a la otra clase de los efectos.

30

Habiéndose mezclado entre sí el bien y el mal en aquella batalla que tuvieron, decían que era necesario limpiar y purificar el bien separándole del mal, con quien estaba mezclado. Y esta purificación y separación fingían ellos que se hacía de diversos modos: 1.º Por la virtud divina en todo el mundo y sus elementos. 2.º Por los ángeles de luz se purificaba la sustancia del bien que estaba mezclada y como atada en la sustancia del mal en los demonios. 3.º Por los electos, que comiendo, libertaban una parte de la sustancia buena y divina que estaba mezclada con la mala, y como atada a los manjares y bebidas, las cuales partículas de la sustancia divina, mediante la masticación y digestión hecha en el estómago del electo, se libertaban y desataban, y ellos exhalaban o respiraban aquellas partículas, que unas eran ángeles y otras eran almas. 4.º Esta purificación del bien no la podían hacer sino los electos. 5.º A los auditores u oyentes se les perdonaban aquellas muertes (que precisamente habían de hacer en las plantas, siendo labradores), porque daban de comer a los electos, que purificaban la divina sustancia. Y así los electos ni labraban los campos ni cogían los frutos, sino que era la obligación de los oyentes el traerles todo lo necesario. 6.º Pero esta purificación no la hacían comiendo carnes, porque decían que cuando mataron a aquel animal, huía de la carne la divinidad que había antes en ella, fuera de que aquella carne muerta, decían, no era digna de purificarse en el estómago de los electos, los que también se abstenían de todo vino y mosto, porque era la hiel del príncipe de las tinieblas. 7.º Decían, por último, de sus delirios, que todo cuanto de divina sustancia se purificaba en todo el universo lo recogían y juntaban los ángeles y lo ponían en dos naves, que eran el Sol y la Luna, y lo llevaban al reino de Dios, a quien pertenecía.

Todos esos desatinos me ha parecido conveniente declararlos, porque sirven para entender mejor algunos lugares del Santo en esta obra; de los mismos y de muchos más trata el Santo en el libro que intituló: De los errores de los maniqueos.

31

De aquí se infiere que Agustín había vuelto de Cartago a Tagaste, donde vivía entonces, aunque de esto no habla expresamente. Todo el tiempo que pasó desde su vuelta de Cartago hasta que Santa Mónica tuvo este sueño, como su madre no le permitía estar en su casa ni en su compañía, le llevó a su casa aquel rico ciudadano de Tagaste, Romaniano, y le estimó tanto y le dio tan grandes muestras de amistad, que servían y respetaban a Agustín como al mismo dueño de la casa.

32

Estos nueve años que aquí y en otras partes dice San Agustín que estuvo en el error de los maniqueos deben contarse de modo que finalizasen cuando se disgustó tanto con las respuestas que le dio Fausto, que era el más célebre de los maniqueos, lo cual fue en el año 383. Así se infiere que comenzó a seguirlos en el año 373 ó 374, a los diecinueve o veinte años de su edad, y poco después de haber leído el Hortensio de Cicerón. Así Tillemont, Hist. ecclesiast., tomo 18, página 23.

33

Los sacó muy aventajados, insignes y famosos, como fueron Licencio y su hermano, hijos de Romaniano, su protector y amigo Eulogio, que le sucedió en la cátedra de retórica; San Alipio, etc.

34

En tiempo del Santo se daba el nombre de matemáticos principalmente a los astrólogos judiciarios, que también llamaban planetarios, porque hacían sus predicciones observando los planetas, y genetliacos, porque pronosticaban la vida, costumbres y sucesos del infante observando la situación que tenían los astros en el instante del nacimiento. Contra los cuales habla el Santo más abajo en el libro VII, cap. VI; en el libro V de La Ciudad de Dios, y en otras partes, impugnándolos con solidez y eficacia. También los condena el Derecho canónico, cap. II de Sortilegio; el Concilio Tridentino, Índice libros prohib., reg. 9, y Sixto VI, en Bula particular contra astrólogos, y también el Derecho civil, ley 9, códice 1, 18. Pero en nuestros días no se toma el nombre de matemáticos en este sentido, generalmente hablando, sino que significa los que estudian y profesan la aritmética, geometría, astrología lícita y otras artes que se llaman matemáticas.

35

Éste era el Vindiciano, de quien vuelve a hablar después, en el libro VII, cap. VI.

36

No han entendido o no han explicado bien este pasaje nuestros traductores: como quiera, debe suponerse que el joven habría antes manifestado deseos de recibir el Bautismo.

37

Vid. lib. II, Retract., cap. VI.

38

En las ediciones interiores a las del padre J. M. se lee de otro modo este pasaje, pues dice: Etenim omnia senescunt, et omnia intereunt; pero en la citada edición, que es conforme a los mss., se añade la negación: Et non omnia senescunt, et omnia intereunt. Seguimos esta lección, ya por ser más conforme a los mss., ya porque nos parece más absoluta y universalmente verdadera. La cual sentencia puede entenderse de dos modos: el uno es aplicando la negación a la primera parte de la sentencia, y no a la segunda, haciendo entonces este sentido: No todas las cosas se envejecen (porque muchas acaban antes de envejecerse), pero todas acaban. El otro es aplicando la negación a toda la sentencia, y entendiéndola de las criaturas espirituales, v. gr., de los ángeles y del alma racional, que no se envejecen ni acaban, y también de los cielos, aunque materiales y corpóreos.

39

De los tres más comunes géneros de diversiones o juegos públicos que tenían y usaban los romanos y que se comprenden en el nombre común y general de espectáculos, hace aquí mención San Agustín. Primero habla de los que corrían caballos, que se hacía en el circo, y por eso también se llamaban circenses estos juegos; luego nombra a los que peleaban con diferentes fieras, lo cual era en el que llamaban anfiteatro y, finalmente, a los histriones o representantes que hacían sus representaciones en el teatro. Todos estos sitios eran entre sí muy divertidos, así como los fines a que servían y los sujetos que en ellos se empleaban. Lo que hace más al caso por ahora para mejor inteligencia del Santo es que todos ellos los ejecutaban personas viles e infames entre los romanos, porque los dos primeros los ejecutaban solamente los esclavos, los gladiadores y los reos condenados a muerte. El espectáculo del anfiteatro o lucha con las fieras se daba al pueblo romano –dice el padre J. M.– para acostumbrar y familiarizar con la sangre los ojos de los espectadores, y hacerlos así crueles y feroces, inspirando en los jóvenes una grande emulación y deseo de hacer otro tanto como aquéllos que eran aplaudidos y alabados cuando triunfaban de aquellas fieras. Dice que eran todos infames entre los romanos, porque los histriones o representantes no lo eran entre los griegos, antes bien eran entre ellos muy distinguidos y honrados, porque representaban las acciones y hazañas (fingidas o verdaderas) de sus héroes y sus dioses; y como dice el mismo San Agustín, era sentencia de los griegos: Que si aquellos dioses debían ser adorados, aquellos hombres debían ser honrados. Si dii tales colendi sunt, profecto etiam tales homines honorandi sunt (Lib. II, De Civ. Dei, cap. XIII.).

40

Las vueltas de los septentriones son las siete estrellas que componen aquel signo que los astrónomos llaman Ursa major y el vulgo llama El Carro, y da vueltas alrededor del polo ártico.

41

Los libros en que casi consistía toda la ciencia de Manés los heredó éste, con los demás bienes, de su esposa (que era una persiana viuda y rica, de quien él había sido esclavo); de los cuales fue autor un tal Escitión Escita, quien tuvo por discípulo a Terbinto, el cual murió en casa de aquella señora viuda y le dejó aquellos libros de su maestro. Recogiolos Manés y les añadió muchas fábulas y desvaríos, arrogándose el título de autor de ellos. Éste fue el principio de la secta de Manés y el fin de él fue morir desollado vivo hacia el año 278.

42

Esta palabra Santos se toma muchas veces, en la Sagrada Escritura, para significar todos los que de algún modo están dedicados al culto de Dios: así unas veces significa solamente los fieles, otras los legos que hacían profesión de seguir una vida más austera y pura que los demás, ya significa los religiosos, vírgenes y viudas consagradas por estado a vivir en continencia, ya también los clérigos destinados al ministerio de los altares.

43

Todos los fieles de la primitiva Iglesia (a excepción de los pobres) contribuían al sacrificio de la misa, mediante la ofrenda de pan y vino que llevaban al templo, y se ponía todo sobre el altar, de lo cual solamente se consagraba una parte, reservándose todo lo demás para el sustento de los pobres y de los ministros de la Iglesia. Se tenía gran cuidado de poner en un catálogo los nombres de los que hacían estas ofrendas y se leían públicamente y en voz alta antes de la consagración. Y esto, dice San Agustín, practicaba todos los días su santa madre, sin dejar un día nunca ni faltar jamás al sacrificio de la misa.

Bien pudiera también entenderse en este pasaje lo que algunos entendieron probablemente, esto es, que no hablaba aquí San Agustín precisamente de las oblaciones u ofrendas que hacía Santa Mónica determinadas al sacrificio de la misa, sino de la ofrenda que se hacía para los pobres, llamada ágapes, como se verá después en el libro VI, cap. II.

44

Ya se ha dicho anteriormente que los oyentes entre los maniqueos eran como los catecúmenos entre los cristianos, y así no estaban enteramente instruidos en todos los misterios de su secta, porque todavía no estaban incorporados o no hacían un cuerpo con ellos; por lo cual no eran propia y verdaderamente maniqueos sino aquéllos que se llamaban electos.

Así, cuando dice que se juntaba y trataba con los maniqueos, no sólo con los oyentes, sino también con los electos, da a entender que les oía sus pláticas, doctrinas y lecciones como uno de sus discípulos, pero nunca llegó a ser de los electos, y verdaderamente maniqueos, como él mismo testifica en el libro De utilitate credendi, cap. I.

Entre los electos había trece llamados maestros, uno de los cuales presidía a los demás, y todos ellos juntos ordenaban a sus obispos, que tenían el número fijo de setenta y dos. Estos obispos se hacían de los electos, como también los presbíteros y diáconos, a quienes escogían los obispos y los ordenaban. Como los electos pasaban por raza o estirpe sacerdotal, iban a misiones y suplían por los obispos, presbíteros o diáconos, o les ayudaban en sus respectivos ministerios.

Maniqueo había instituido un método de vida a los electos, que les era muy penoso y duro, porque su ley no les permitía comer ni carne ni huevos, ni leche, ni peces, ni tampoco beber vino. No les era permitido, aunque fuese para su sustento, arrancar una hierba, cortar una hoja de un árbol, ni coger de él fruto alguno arrancándolo con su mano. Ayunaban rigurosamente los domingos y lunes, en reverencia del Sol y de la Luna; y por estos ayunos los distinguían y reconocían los cristianos. Hacían profesión de guardar continencia y de abstenerse de tomar baños, por lo que andaban pálidos, consumidos y desfigurados; pero era porque ellos se procuraban artificiosamente un exterior penitente y mortificado, aunque en lo oculto tenían una vida muelle, delicada, regalona, deliciosa y muy desarreglada: eran muy dados a mujeres y no observaban ninguno de sus estatutos, como San Agustín les echa en cara muchas veces en sus escritos. No hablo de sus misterios y ritos, en los cuales la impureza y la abominación habían llegado a su colmo.

45

Como David en este versículo 4 del salmo CXL usa de la palabra «electos», cum electis eorum, se la apropia a sí con gracia y hermosura San Agustín, para acusarse de que comunicaba con los electos de los maniqueos.

46

El dudar de todo, y enseñar que todo era dudoso, es lo que siempre se ha atribuido a la secta de los académicos, si bien privadamente creían que el descubrimiento de la verdad estaba totalmente en la percepción de los sentidos. Pero no se atrevían a decirlo, temiendo que los epicúreos, y otros filósofos semejantes, convirtiesen en veneno este principio y máxima, que según ellos era la llave de la verdadera filosofía. De todo lo cual da noticia el mismo San Agustín en la epístola 1, en la 113, y en los libros que escribió contra los académicos. Arcesilao, filósofo griego, que floreció trescientos años antes de Jesucristo, fue el príncipe y cabeza de esta secta, que intentó reducir el método de disputar al modo del de Sócrates, no afirmando ni estableciendo nada, pero impugnándolo todo, como dice Luis Vives sobre el cap. XII del lib. VIII de La Ciudad de Dios de San Agustín.

47

Símaco es aquel célebre personaje de la ciudad de Roma cuyos escritos se han conservado y llegado a nuestros tiempos, el cual por su nacimiento ilustre, por sus empleos honoríficos y por su talento y elocuencia había sido escogido por la nobleza de Roma para que hiciese frente a los progresos del Cristianismo y se opusiese a la destrucción de los ídolos; pero de él triunfó gloriosamente San Ambrosio.

48

Todo esto me parece dio a entender San Agustín diciendo: Imperita etiam evectione publica. Véase la edición del padre J. M. y a Budeo.

49

San Agustín permaneció en Cartago desde el principio del curso del año 377 hasta cerca de las vacaciones del año 383; conque estuvo enseñando allí retórica por espacio de seis años; y así en Roma estuvo solamente algunos meses, pues en el año de 384 fue cuando salió de allí para Milán.

50

La ida de Santa Mónica a buscar a su hijo fue por la primavera del año 385.

51

Alude al sueño, y a lo demás de que se habló en el lib. V, cap. IX.

52

Santa Mónica, como en la primitiva Iglesia acostumbraban hacer todos los fieles (a excepción de los que eran muy pobres), seguía en Milán la costumbre que tenía en África de llevar a la iglesia pan, vino y otros manjares, de lo cual se formaba el ágape o convite de los pobres; costumbre que observaron todas las iglesias de Oriente y Occidente, practicada en los primeros siglos por todos los cristianos y dimanada de los mismos apóstoles. Y, según San Gregorio Nacianceno, por tres motivos se hacían estos convites: en los días del nacimiento, en los de las bodas y en los de los entierros. De estos convites se comenzó a abusar, y en diversas iglesias se fueron quitando poco a poco. San Ambrosio los había prohibido en su tiempo, según prueban de este pasaje de San Agustín los autores que tratan de esta materia, y detenidamente Julio Selvagio, en el lib. III de sus Antigüedades cristianas, cap. IX, núm. 35.

53

La institución de estos juegos es casi tan antigua como la fundación de Roma, pues en el día que Rómulo robó a las Sabinas, instituyó estos juegos, que se llaman circenses por el lugar en que se tenían, que era un sitio no perfectamente redondo, sino ovalado, de suerte que fuese más largo que ancho. Estaba rodeado de gradas, que se levantaban las unas más que las otras, para que todos pudiesen estar sentados y ver los juegos y espectáculos sin estorbarse los unos a los otros. Aquí luchaban unas veces hombres a caballo, otras los púgiles a pie, otras los gladiadores reciarios, etc. Véase lo que se dijo en el lib. IV, cap. XIV, nota 36*.

____________________

* [«nota 1» en el original (N. del E.)]

54

En Tagaste, donde San Agustín y Alipio habían nacido, fue creado obispo Alipio en el año 394, según el cómputo de Baronio, y se puede colegir de la epístola que en este mismo año escribió San Agustín a San Jerónimo. Fue Alipio el compañero más amado y amante de San Agustín en toda su vida, y como por seguir a Agustín se hizo maniqueo, por seguirle también se hizo cristiano, y a un tiempo recibieron el bautismo; le siguió y acompañó cuando se retiró a las cercanías de Milán; después le acompañó a Tagaste y a Hipona, y finalmente vivió y murió no haciendo los dos más que un alma y un corazón. De él habla siempre San Agustín con singulares elogios y está puesto en el catálogo de los Santos, y reza de él toda la Orden de San Agustín en el día 16 de agosto.

55

Hacia fines del año 381 fue San Alipio a Roma y salió de allí acompañando a San Agustín el año 384, conque dos años más que nuestro Padre San Agustín estuvo en Roma San Alipio, y en ese tiempo fue cuando le sucedió lo que de él refiere nuestro santo Padre acerca de sus adelantamientos en los estudios, afición en los espectáculos, etc.

56

Este espectáculo, originario de Etruria, les era muy delicioso a los romanos. Siempre en él había derramamiento de sangre humana y muertes de los que caían heridos, si los espectadores no les daban la vida, clamando y gritando para que no los acabasen de matar. Llegó a dividirse Roma en dos partidos o facciones, apasionándose unos y declarándose por los luchadores que llamaban reciarios, o tracios, y otros por los mirmilones, que eran dos suertes de luchadores que había. Y aunque los unos y los otros fuesen la gente más vil y baja y las heces de la república, llegó a estar la maldad tan aplaudida y la inhumanidad y barbarie tan patrocinada, que no solamente el vulgo y populacho, sino también la gente distinguida, la nobleza y los mismos emperadores se declaraban partidarios de alguna de aquellas dos facciones, como se refiere de Calígula y Tito, que se declararon a favor de los tracios o reciarios, y de Domiciano, que era apasionado de los mirmilones.

Como era tan grande la crueldad que se ejecutaba en estos espectáculos (pues se mataban los hombres unos a otros y se criaban, alimentaban y adiestraban para esto), siempre se tuvo por malo el asistir a tan cruel diversión, de que debían no sólo abstenerse, sino huir con horror todos los cristianos. Teodorico, rey de los godos, la prohibió y quitó enteramente.

57

Éstos son los efectos que natural y necesariamente causan las diversiones crueles y sanguinarias, que son tan extremadamente opuestas a la blandura, piedad y compasión que debe hallarse en los corazones cristianos.

58

Por aquel tiempo se usaba todavía escribir con un punzón de hierro, bronce u otro metal en unas tablillas que estaban enceradas, y en ellas con facilidad escribían. Éstas eran las que Alipio tenía en la mano cuando le sucedió este lance que refiere nuestro Santo.

59

Esto es, el grado de catecúmeno.

60

Romaniano, paisano, amigo y bienhechor suyo, como se dijo en el capítulo XI del lib. III, es a quien dedicó los tres libros que escribió contra los académicos, y el De vera Religione. Hace mención Agustín de las excelentes prendas que tenía Romaniano al principio de los lib. I y II contra los académicos. No obstante, sabemos que había un hombre poderoso y rico, cuyo nombre no se sabe, que perseguía a Romaniano y no le dejaba gozar de toda la tranquilidad que pudiera prometerse por sus circunstancias.

61

Aquí se ve claramente que San Agustín era del número de toda aquella multitud de autores antiguos que dijeron y creyeron que Epicuro había colocado la suma felicidad en los deleites de los sentidos; no obstante que algunos han querido disculparle, diciendo que colocaba la felicidad en el deleite del alma, que no estuviese acompañado de dolor ni pena alguna. Pero San Agustín y todos los antiguos dijeron lo contrario, y aun el poeta llama a un voluptuoso: Epicuri de grege porcum.

62

Comenzaba entonces el año 31 de su edad.

63

Unde igitur mihi malè vello, et benè nolle?, dice el Santo. Como antes deja dicho que el hacer una cosa contra su voluntad y con repugnancia suya más propiamente era padecer que hacer, en el malè velle explica el mal de la culpa, y en el benè nolle el mal de la pena, que justamente se padece contra la voluntad propia, en castigo del otro mal de la culpa, que se hizo por su propia voluntad. Así nadie malè velle quiere decir querer malamente y pecando, o injustamente querer alguna cosa; y el benè nolle quiere decir que justamente, bien y ordenadamente padece y sufre aquella repugnancia de no querer alguna cosa, y hacerla como por fuerza (que más es padecer que hacer), y esto en justa pena de su voluntad injusta.

64

Aunque en la hipótesis que se hace San Agustín diga: Per infinita retrò spatia temporum, por infinitos espacios de tiempos anteriores; no se ha de imaginar que antes de la creación hubiese tiempo alguno; que esto no puede establecerse en doctrina del Santo, ni tampoco puede imaginarse, porque el tiempo es una de las cosas que pertenecen a la creación y efecto de ella. Así, diciendo el santo por infinitos espacios de tiempo, bien da a entender que habla de la eternidad, que precedió a la creación y que como infinita duración abraza todos los tiempos, y virtualmente en todos ellos. Así, en el capítulo XV, dice que Dios no comenzó a producir las criaturas post innumerabilia spatia temporum.

65

Véase el cap. III del lib. IV.

66

Estos libros vinieron a sus manos en el año 385, de los cuales dice después que estaban traducidos por Victorino, célebre profesor de Roma. En otra parte dice que estos libros le trocaron enteramente, y que eran como preciosos bálsamos de la Arabia, de los cuales cayendo algunas gotas sobre las centellas que tenía él en el corazón, acabaron de encenderle y abrasarle.

Antepuso San Agustín los platónicos a los demás filósofos, porque disputando de la Santísima Trinidad, y especialmente del Verbo divino, no se apartaron mucho de la verdad cristiana, como el Santo dice en el libro X de La Ciudad de Dios, capítulos 1 y 19; añadiendo que, mudando solamente algunas cosas, fácilmente se podían concordar con las verdades cristianas.

67

Con esta alegoría explica la doctrina de los platónicos acerca de la multitud de dioses, en lo cual, como Esaú, vendieron y perdieron la primogenitura o primacía de la sabiduría, imitando a los israelitas, que dieron adoración a un becerro. Pues este manjar es el que dice que no quiso comerlo, sino que lo desechó. Véase el libro 8 de La Ciudad de Dios, capítulos 12 y 18, y en el libro 10, el capítulo I.

68

Quiere decir que se dedicó a coger de los libros de los filósofos lo que tenían de bueno y provechoso para convencer su espíritu, y hacer que adelantase más y más en el conocimiento de Dios y de la verdad.

69

Eran de allí, esto es, de la Grecia.

70

Obispo que fue de Laodicea, en Siria, y se apartó de la Iglesia por los años de 376; contra cuyos errores escribieron casi todos los Santos Padres griegos y latinos de su tiempo. Enseñó que el Verbo tomó un cuerpo sin alma.

71

Era obispo de Sirmio en el Ilírico y por los años 345 renovó la herejía de Sabelio y Paulo Samosateno, enseñando que Cristo era hombre puramente y no Dios.

72

San Simpliciano fue enviado por San Dámaso a Milán, para que ayudase a San Ambrosio, recién electo obispo de aquella iglesia. Era muy sabio, había hecho muchos viajes para instruirse en varias materias y no cesaba de leer y de estudiar. San Ambrosio le dedicó varias obras suyas; y le sucedió a San Ambrosio en el obispado, al cual fue promovido en el año 397. Era grande la fama de su virtud y sabiduría, como insinúa aquí San Agustín, y se conoce tan bien porque los concilios de África y de Toledo no determinaban cosa alguna de importancia sin haberla tratado y consultado antes con San Simpliciano. Murió lleno de años y méritos por el mes de mayo del año 400. Toda la religión agustiniana reza de él en el día 13 de agosto.

73

Sobre las noticias y elogios de Victorino, que refiere aquí San Agustín de boca de San Simpliciano, puede añadirse lo que refiere San Jerónimo, que en el libro de los Escritores eclesiásticos, dice que se llamaba C. Mario Victorino, que era africano de nación y que enseñó en Roma la retórica en tiempo del emperador Constantino, y hacia los últimos plazos de su vida se hizo cristiano, admirándose Roma, y alegrándose la Iglesia, como dice San Agustín. Escribió varios libros contra los arrianos, y también unos comentarios sobre las epístolas de San Pablo.

74

En el texto latino, dice el Santo: Omnigenumque deum monstra, et Anubim latratorem, que es puntualmente el verso de Virgilio: Omnigenumque deum monstra, et latrator Anubis. Y le llama latrator, porque Anubis en lengua egipciaca es lo mismo que perro en lengua castellana; y debajo de la figura de perro adoraban a Mercurio, como dice Servio sobre el citado verso de Virgilio (Aen., 8). Otros explican de otro modo esta fábula, diciendo que Anubis era un famoso capitán hijo de Osiris, que siguiendo a su padre en las expediciones que hizo (como de Hércules se dice que iba cubierto de la piel de un león), «él se cubrió con la de un perro, y le tenía por su divisa»; y que de aquí provino que los egipcios diesen la preferencia al perro entre los demás animales de que ellos formaban su apoteosis; pero que perdieron esta preferencia cuando, habiendo Cambises hecho matar y arrojar al dios Apis, fue el perro el único que se lo comió. No obstante, perseveró el culto del perro en Cinópolis, que era la ciudad capital (y quiere decir ciudad de perros), que estaba consagrada a aquel animal, y sus habitantes conservaban un fondo considerable, de donde se sacaba para el sagrado alimento de los perros, como dice Diodoro Sículo, libro IV.

75

Los romanos, y generalmente todos los gentiles, creían que cada reino, cada estado, cada provincia, cada ciudad y, en una palabra, cada lugar, estaba bajo la protección de algunas deidades particulares, que velaban para su conservación. No obstante, los romanos peleaban contra todos aquellos reinos, ciudades y pueblos, los sujetaban y triunfaban de ellos, y por consiguiente triunfaban de aquellos dioses que eran protectores de aquellos lugares, y se tenían por vencedores de ellos. Sobre cuyo supuesto se funda la sátira que les hace a los romanos San Agustín ya en este capítulo, diciendo que Roma suplicaba y ofrecía sacrificios a aquellos mismos dioses contra quienes había peleado en otro tiempo y a quienes había vencido, y ya también en el libro I de La Ciudad de Dios, cap. III, donde los satiriza del mismo modo, haciéndoles ver la inconsecuencia con que procedían en sus idolatrías, pues les atribuían poder para defenderlos a ellos, cuando no lo habían tenido para defenderse a sí mismos de ellos ni para defender aquellos pueblos de quienes se suponían protectores, y habían sido vencidos y avasallados por los romanos. Con lo cual se entenderá bien todo este pasaje de San Agustín, que se les haría oscuro a los que no tienen alguna tintura de mitología.

76

Como en aquel tiempo no se daba el Bautismo, por lo común, sino en los sábados de la vigilia de Pascua y de Pentecostés, aquellos que habían de recibirlo eran obligados a dar antes su nombre, para que se les pusiese en la matrícula de los que habían de ser bautizados, y el obispo y clero hiciesen con ellos aquellas diligencias preparatorias, exámenes, escrutinios y ceremonias que se usaban, como se ha insinuado en el cap. IX del lib. I, y se dirá más abajo.

77

La ciencia de Victorino y sus escritos, sus discípulos y la estatua que se había erigido para su memoria en la plaza de Trajano le hacían sumamente célebre y famoso. Él profesó la retórica en Roma, no solamente bajo el imperio de Constantino, como se ha dicho antes, sino también en el imperio de Constancio y de Juliano Apóstata. El tratamiento que se le daba era el de clarísimo, título que no se daba sino a los senadores y a las personas de la primera distinción y clase.

78

De este mismo sentir es San Jerónimo, diciendo que el Apóstol tomó entonces el nombre de Pablo para memoria del triunfo grande que había conseguido, mediante la gracia y favor de Jesucristo Señor Nuestro, convirtiendo a la fe al dicho Paulo Sergio, procónsul de la isla de Chipre, lo cual sucedió en el año 45 de Jesucristo. Otros dan otras razones para que tomase el nombre de Pablo, que se pueden ver en Baronio, al año 36 de Cristo.

79

Diciendo San Agustín que Ponticiano proeclare in palatio militabat, da a entender que tenía uno de los empleos más honoríficos de palacio. Porque primeramente se ha de suponer que entre los romanos todo oficio y servicio público se llamaba entonces militia, y el ejercerlo militare; y que solamente había tres géneros de servir o militar de este modo: el primero y más honroso era el militar o servir en palacio, y se llamaba militia palatina; el segundo era el militar y servir en todo lo concerniente a la guerra, y se llamaba militia castrensis sive armata; y el tercer género venía a ser el seguir la carrera de las letras, como leyes, artes, etc., y se llamaba militia cohortis sive togata, a cuya clase pertenecían los jueces, prefectos, presidentes, abogados, curiales y otros semejantes, como dicen Gotofredo y Valesio, citados por Selvagio, en las Antigüedades cristianas, lib. I, pág. 2, cap. IV, § III, n. 10. De donde infiero que Ponticiano, que seguía la milicia o servidumbre palatina, era uno de los sujetos más visibles y considerados de palacio.

80

En este monasterio fue donde Joviniano y otros compañeros de su impiedad estuvieron algún tiempo, disimulando con el nombre católico su maldad y cubriendo con el hábito de frailes sus perversas intenciones. Pero a poco tiempo, como dice Baronio, los arrojó de sí aquella santa casa, como el mar arroja los cadáveres a la orilla. Baron A. C. 382. También allí profesaron la vida monástica Sarmaciano y Barbación, que dieron mucho que sentir al gran padre San Ambrosio y al prelado de dicho monasterio, por la vida desarreglada que tenían y la mala doctrina que enseñaban.

81

Agentes de los negocios del emperador. No se ha de entender que fuesen semejantes a los que ahora llamamos agentes de negocios, porque éstos sólo tienen los poderes y hacen las veces de toda clase de personas particulares, pero el empleo de aquéllos consistía en llevar ellos mismos las órdenes del emperador y hacerlas obedecer y ejecutar.

Había cinco clases de estos agentes: ducenarios, centenarios, biarcos, circitores y caballeros. Véase al citado Gotofredo sobre el Cod. Theod., título I, página 164.

82

Es menester inferir de este pasaje que la turbación y aflicción en que se hallaba su alma en aquella lucha que tuvo consigo mismo en el huerto le obligaba a hacer todas estas acciones que aquí dice, y otras semejantes.

83

Hoy día se conserva en Milán la tradición de que el huerto donde San Agustín oyó la voz del cielo que refiere aquí es el mismo que tiene ahora la iglesia de San Ambrosio, o por lo menos éste es parte de aquél; y que la capilla que se llama de San Remigio está en el mismo sitio en que se hallaba San Agustín cuando oyó aquella voz.

84

Esta maravillosa conversión de San Agustín, que ha sido de tanta utilidad para la Iglesia, sucedió hacia los fines de agosto o principios de septiembre del año 386. Porque el mismo Santo dice más abajo (lib. IX, cap. II) que desde aquel lance hasta las vacaciones (de las vendimias, que serían por octubre) no faltaban más que veinte días. Por lo cual no sé qué causa tendría el autor del Martirologio Romano para poner la Conversión de San Agustín en el día 5 de mayo.

85

Hace aquí alusión el Santo a la visión que tuvo su madre, Santa Mónica, el año 373 ó 374, en la cual se le representó una regla en que ella y su hijo estaban, como refirió el santo doctor en el lib. II, cap. XI, núm. 20.

86

Alude el Santo doctor ya al salmo LXXXIII, 7, donde se dice: Beatus vircujus est auxilium abs te, ascensiones in conde suo disposuit, in valle lacrymarum; ya también al salmo CXIX, que es el primero de los quince que se llaman graduales, y son los que componen el Cántico de los grados que dice aquí San Agustín, y yo he traducido para explicarlo más, el cántico de los grados, que cantan los que suben hacia Vos, porque acostumbraban cantarse subiendo las quince gradas que tenía el templo de Salomón; cuya subida figuraba la que hacen los hombres de virtud en virtud para irse acercando a Dios, y en esto se ocupaban Agustín y sus compañeros entonces. También es verosímil que por aquel tiempo los rezase muchas veces con sus compañeros después de haberse convertido; y esto es lo que da a entender todo este pasaje, como dice Wangnereck.

87

No quería Verecundo abrazar el Cristianismo, sino siguiendo aquel método de vida que Agustín y los suyos habían proyectado, y libre de la compañía de su mujer; y como esto no podía ser viviendo ella, por eso decía que no quería ser cristiano sino de un modo que no le era posible.

88

Ya se dijo en el libro V*, cap. X, que uno de los errores de los maniqueos era negar que Cristo hubiese tomado verdadero cuerpo; error que ellos tomaron de otros herejes más antiguos, y particularmente de los docetas.

____________________

[«libro IX» en el original (N. del E.)]

89

Llámanse sacramentos preparatorios para el Bautismo los exorcismos, las señales de la cruz que se hacían sobre los catecúmenos, la sal misteriosa que se les daba, todo lo cual por ser cosas sagradas y misteriosas pueden llamarse sacramentos preparatorios, que es la frase con que también se explica el padre J. M.

90

San Gregorio Nacianceno en la oración fúnebre de San Cesáreo dice lo mismo, y casi con las mismas palabras que San Agustín: Vos, dice, descansáis en el seno de Abraham; sea lo que fuere aquel lugar feliz.

91

El Santo dice de Nebridio, que por Dios fue hecho ex liberto filius, en lo cual alude a las leyes de los romanos, que les permitían hacer de sus esclavos, libertos o libres (que no hay en castellano otra voz con que poder significarlo de una vez); y a éstos podían imponerles sus mismos nombres honrosos, contarlos entre su familia y hacerlos herederos de sus bienes en todo o en parte. Como a Nebridio le sacó Dios del error y servidumbre del demonio, que le tenía como esclavo, fue esto hacerle liberto o libre por el Bautismo; fue hecho de liberto hijo adoptivo, porque por la gracia consiguió la adopción de los hijos de Dios y herederos de su gloria.

92

A la quinta Casiciaco, que era propia de Verecundo acompañándole su madre, Alipio y otros, entre los cuales se han de contar su hijo Adeodato, Navigio su hermano; Trigecio y Licencio, paisanos y discípulos suyos; Lastidiano y Rústico, sus primos, y también Evodio, como él mismo dice en los libros De Ordine, De Vita beata y Contra Académicos. Durante su estancia en Casiciaco fue cuando vio el monasterio que había fuera de Milán, de donde volvió muy edificado del método de vida que tenían aquellos solitarios, como él refiere en el libro De moribus Eccles., 33.

93

Los primeros de que el Santo habla son los que acabo de nombrar en la nota anterior; estos segundos, que dice los compuso hablando consigo mismo, fueron los Soliloquios, que los escribió inmediatamente después de los otros citados.

94

Llama cedros a los filósofos para significar la soberbia y vanidad de sus doctrinas, por la mucha altura y elevación que tienen los cedros; dice que el Señor los había ya quebrantado para significar que ya no le llevaban la atención ni hacía caso de ellos, y alude a lo del salmo XXVIII, 5: Et confringet Dominus cedros Libani.

95

A vuestro Santo, esto es, a Cristo, que es por antonomasia el Santo, y el Santo de los santos.

96

Habla del enojo que concibió contra sí, después de haber oído toda la relación de Ponticiano, como se dijo en el libro VIII, capítulo VII.

97

San Agustín lee aquí victoriam.

98

En la Iglesia de Milán, y en otras muchas del Occidente, se llamaban competentes aquellos catecúmenos que, estando ya suficientemente instruidos, y reconocidos por de buenas costumbres, pretendían el Bautismo. A éstos les inscribían antes de la Cuaresma en un libro de registro que había para este fin: tenían que ir a la iglesia en aquellos días y horas que les señalaban para recibir allí nuevas instrucciones y sujetarse a nuevas experiencias y exámenes. San Agustín hace mención, aunque de paso, en el libro De Fide et operibus, de la atención, cuidado y respeto con que él oía y atendía las instrucciones de aquéllos que enseñaban los principios de la Religión cuando pretendía recibir el Bautismo y estaba en el grado de los competentes.

99

En el intervalo de tiempo que pasó desde su llegada a Milán hasta la Pascua del año 387, hizo y escribió algunas otras obras que las pasa en silencio: entre ellas fueron la de la Inmortalidad del alma, la de la Gramática, los principios de los Tratados de la Dialéctica, de la Retórica, de la Geometría, de la Aritmética, de la Filosofía y Sobre las categorías, etc.

100

Adeodato había nacido en el año 372, no teniendo su padre más que dieciocho años de edad; conque venía a tener Adeodato quince años, y su padre treinta y tres.

101

En 25 de abril del año 387.

102

La emperatriz Justina, que era arriana, perseguía a San Ambrosio porque no había querido ceder a los arrianos una iglesia; y estaba tan enconada contra él, que envió a su casa un asesino para que le matase, al cual, yendo a ejecutar el golpe, se le quedó yerto el brazo y sin movimiento alguno.

103

Éste fue el origen de la costumbre que siguió la Iglesia de Occidente de cantar himnos y salmos. San Ambrosio entonces compuso muchos himnos, que cantaban los fieles en la iglesia; y al mismo tiempo que servían a Dios de alabanza, a ellos les servían de consuelo en la dura y cruel persecución que padecían.

104

Fue este descubrimiento de los cuerpos de San Gervasio y Protasio a 17 de junio del año 386, según Mr. Tillemont, aunque Baronio lo aplica al año siguiente.

105

Como este suceso fue un año antes de que recibiese San Agustín el Bautismo, por eso dice que todavía no corría él tras la fragancia y aromas que Dios comunicaba a los fieles.

106

Con esta frase me parece quiere significar San Agustín la libertad con que ya respiraba su corazón, cuando antes oprimido suspiraba.

107

Este Evodio fue después obispo de Uzales, y se hizo muy ilustre por su virtud, por su ciencia y por los muchos y grandes servicios que hizo a la Iglesia. Este mismo es con quien habla San Agustín en el libro De quantitate animae, y en los De libero arbitrio.

108

En el poco tiempo que se detuvo en Roma, volviendo de Milán para África, escribió un libro De las costumbres de la Iglesia católica, otro De las costumbres de los maniqueos y el ya citado De la cuantidad del alma y los Del libre albedrío; de los cuales el segundo y el tercero dice que los concluyó estando ya en África.

109

La muerte de Patricio fue en el año 371, y habiendo quedado sola, tuvo más proporción para no perder de vista a su hijo Agustín y seguirle a Cartago, a Milán, a Casiciaco y a todas partes adonde él iba, hasta morir en Ostia con él a la cabecera.

110

En estos siervos entiende aquí San Agustín a los que en otras partes llama santos, por estar especialmente consagrados a Dios y dedicados a su culto, como los eclesiásticos, los religiosos, las monjas.

111

Con esta misma expresión explicó el amor extremado que tenía a aquel amigo que se le murió en Tagaste, de quien habló en el libro IV, capítulo VI; pero aunque retracta aquella expresión, y le parece demasiada hablando del amor de su amigo, no la retracta ni modera hablando del que tenía a su santa madre.

112

Dice el Santo doctor que Dios le ha mandado que sirva a sus hermanos, aludiendo a lo que Su Majestad dijo por San Lucas (XXII, 26): El que sea el mayor entre vosotros, hágase como el menor; y el que fuere presidente y prelado, hágase y pórtese como el siervo y ministro de todos. Así San Agustín, aun siendo obispo, cumplía exactísimamente este precepto y no mandaba, sino que servía a sus clérigos, a sus frailes, a todos sus inferiores y súbditos.

113

Lo que ya soy, esto es, lo que ya he adelantado en la virtud; y lo que soy, esto es, lo que todavía me falta para enmendar y perfeccionar. Esto mismo lo dice de otro modo al principio de este capítulo en aquellas palabras: lo que por vuestra gracia he adelantado para acercarme a Vos, y... cuanto me estorbe el peso de mi corrupción. Pero los traductores no han explicado bien el quis jam sim, et quis adhuc sim del texto.

114

Anaxímenes se engaña. Este filósofo, que florecía durante el cautiverio de los israelitas en Babilonia, enseñaba que el aire es infinito y que era el principio y causa de todas las cosas, aun de los mismos dioses. Fue discípulo de Anaximandro y maestro de Diógenes y de Anaxágoras, como dice el mismo Santo en el libro III De Civitate Dei, capítulo II.

115

Aunque el Santo doctor conoció y adoptó las especies que se llaman intencionales de las cosas corpóreas, y las admitió en los sentidos externos e internos, no admitió especies inteligibles de las ciencias y artes, y otras cosas espirituales que, en sentencia del Santo, están impresas en nuestra alma y como congénitas con ella.

116

Es sentencia del Santo doctor que las cosas inmateriales las conocemos por sí mismas con conocimiento propio e intuitivo, no menos que las cosas sensibles. Por esto dice (libro IX, De Trinit., cap. III): Así como nuestra alma recibe por los sentidos del cuerpo las noticias de las cosas corporales, inmediatamente y por sí misma tiene las que pertenecen a las cosas incorpóreas.

117

Ésta es una hermosa y elegante etimología del verbo cogitare, y ciertamente es la propia, porque el pensar consiste en juntar y combinar muchos conceptos, para que así podamos formar nuestros juicios y discursos. Por lo que a la primera operación del entendimiento, que llamamos simple aprehensión o concepto, no le conviene con toda propiedad el nombre de cogitación o pensamiento, porque no es colección de varios conceptos, sino uno único y solo.

118

Platón llamó también a la memoria estómago del alma, pero aunque sirve mucho este ejemplo para explicar el asunto de que trata aquí San Agustín, el mismo Santo dice que no convienen en todo estómago y memoria, sino que en parte se pacen y en parte se distinguen.

119

Es muy verdadera esta sentencia y muy frecuente en San Agustín, que dice muchas veces que Dios es la vida de nuestra alma, como nuestra alma es la vida de nuestro cuerpo; y así como faltando el alma al cuerpo, muere éste, así faltando Dios al alma, se muere ésta. Véase el sermón XIII de San Agustín, De Martyribus.

120

En el capítulo XVII de este libro.

121

Aquí no se toma la continencia por la castidad, que hace que el hombre se abstenga de toda delectación venérea, sino más generalmente por aquella virtud que es, según Santo Tomás (2.ª, 2.ª, q. 155, a. 1 c.), por la cual resiste el hombre a todos los deseos malos y desordenados. Lo cual todavía no es virtud perfecta, sino como un principio e incoación de las virtudes, y por eso es propia de los que comienzan a servir a Dios.

122

San Agustín refiere en el libro De dono perseverantiae que leyendo en Roma un obispo en presencia de Pelagio estas mismas palabras de San Agustín: Da quod jubes, et jube quod vis, y admirándolas como un excelente modo de pedir a Dios, Pelagio se alteró tanto contra el obispo, que estuvo cerca de perderle el respeto. Pero ello es cierto que contienen un método fácil, pronto, sólido y cristiano de hacer oración a Dios en cualquiera dificultad que hallemos en la observancia de la ley diciendo con humildad y fervor: Dadme, Señor, lo que me mandáis y mandadme lo que queréis. Porque hemos de estar en que nosotros somos suficientes por nosotros mismos para lo malo, pero para lo bueno y para cumplir los preceptos de Dios, no somos suficientes por nosotros mismos sin la gracia de Dios que lo intima. Así como puede cualquiera cerrar sus ojos cuando quiere y dejar de ver; pero aun con ellos abiertos no podrá ver si no le ayuda y le acompaña la luz, como dice el mismo Santo doctor en el libro De gestis Pelagii.

123

Da motivo a esta versión el leer aquí San Agustín Cum absorpta fuerit mors in victoriam, y no en el sexto caso in victoria, conforme a la Vulgata.

124

Esto es lo que propiamente significa la voz crapula en este pasaje de San Agustín, y en el de San Lucas, cap. XXI, 34, a que alude el Santo. Y deba distinguirse entre lo que es ebrietas y lo que es crapula, como el Santo las distingue, diciendo: que la primera está lejos de él, y pide a Dios que no se le acerque; la segunda está cerca, y pide a Dios que se la retire, aleje y aparte de él.

125

Solamente a San Agustín se debe esta noticia que nos da del grande Atanasio, obispo de Alejandría, y que prueba la pureza grande de intención que deseaba aquel Santo que tuviesen los que asistían a los divinos oficios en la iglesia.

126

Para que Jacob bendijese a sus dos nietos Manasés y Efraím, hijos de José, los puso éste de modo que Manasés, que era el mayor, quedase a la derecha de Jacob, y Efraím, que era el menor, a la izquierda. Pero Jacob, cruzando las manos, puso su derecha sobre Efraím y la izquierda sobre Manasés, no obstante que José, padre de ambos, le advertía lo contrario. Esto fue porque Jacob, ilustrado con la luz de profecía, vio que el menor debía ser antepuesto y preferido al mayor, según la voluntad de Dios.

127

Hace alusión al himno de San Ambrosio que comienza así: Deus creator omnium, que se cantaba al acabarse la luz del día y a la entrada de la noche. También cita este verso en el cap. XXVII del libro X*, y refiere las dos primeras estrofas del mismo himno en el cap. XII del libro IX.

____________________

* [«libro XI» en el original (N. del E.)]

128

San Agustín entiende por concupiscencia de los ojos la curiosidad, o el excesivo y desordenado deseo de ver y conocer cualesquier cosas, y claramente explica cómo la concupiscencia de la carne, que comprende todos los deleites de los sentidos, se distinga de esta otra concupiscencia o curiosidad, que no solamente apetece conocer y experimentar las cosas suaves y hermosas, sino también las cosas feas, ásperas y horrendas. También Santo Tomás (1.ª, 2.ª, q. 77, a. 5) dice que se entiende por esta concupiscencia, ya el deseo de un saber y conocer desordenado, ya el deseo de las mismas cosas que exteriormente se proponen a la vista.

129

Alude primeramente al texto de Isaías, que dice de Luzbel que intentó poner su trono a los lados del Aquilón, y como éste es el aire que hay más frío entre todos, porque viene del Septentrión, por donde nunca anda el sol ni puede andar (sino en la fábula de Faetón), allí todo es oscuridad y frío, y así metafóricamente significa el reino de las tinieblas y a su príncipe el demonio; y por eso dice aquí con hermosa alegoría San Agustín, que los soberbios que siguen al demonio en el Aquilón, están sin luz de fe en el entendimiento, y sin calor de caridad en la voluntad, pues ni hay luz ni calor en el Aquilón o Septentrión.

130

Siguiendo el ejemplo y fundamentos del padre J. M. de la Congregación de San Mauro, de los caps. XXXVII y XXXVIII, de otras ediciones, hemos formado uno solo, porque así lo pide la conexión de la materia.

131

Éste es uno de los varios pasajes que en esta misma obra se pueden alegar en prueba de que favoreció Dios a San Agustín y Santa Mónica, comunicándoles algunas veces en esta vida la unión íntima de Su Majestad. Así, la descripción que en otras partes y aquí hace el Santo de este singular favor es admirable y le da a conocer por cosa sobrenatural. Lo que el Santo doctor dice, puede servir para enmendar los términos e ideas con que los místicos modernos explican la unión íntima con Dios, pues según la doctrina de San Agustín, no es más que un sentimiento extraordinario de amor de Dios y un exceso de dulzura, que si llegara a toda su perfección, sería una cosa que infinitamente sobrepujara a todo cuanto hay delicioso en esta vida. San Pablo, que lo había experimentado y que fue arrebatado al tercer cielo, no nos dijo más que San Agustín en este punto, como dice el padre J. M.

132

Estos tales fueron Pitágoras, Apolonio Tianeo, Porfirio, Proclo, Pselo, Máximo el Cínico, Juliano Apóstata y otros muchos, que siguiendo la doctrina de los caldeos y egipcios, creían que todos los entes sublunares habían sido puestos por el Creador del universo al cuidado de las potestades celestiales, que gobernaban a su gusto el principio, la duración y el fin de todas estas cosas de acá abajo; y que por medio de algunos sacrificios que se les ofrecían se hacían visibles y servían a los hombres de escala para elevarse y llegar hasta Dios.

133

En estas palabras vencedor y víctima alude el Santo a la etimología que tienen algunos del verbo vencer; pero en el latín se conoce mejor la alusión y hermosura que causa la cercanía de las voces victor y victima.

Por esto se entenderá mejor lo que añade San Agustín diciendo que Cristo Señor Nuestro fue sacerdote y sacrificio, porque uno y otro son derivados de sacrum facere, que significa consagrar alguna cosa a la Divinidad. Pero en castellano (ni en otro idioma fuera del latino) tampoco se conocen esta y otras alusiones que usa el Santo, porque distan casi tanto entre sí los sonidos de las voces como los significados.

🔊 Formato Audio extraído de albalearning.com
📜 Biografía de San Agustín en Wikipedia

Confesiones de San Agustín – Índice de Libros

error: Content is protected !!