LECCIONARIO V. 25 de enero. La Conversión del apóstol san Pablo
Lecturas La Conversión del apóstol San Pablo.
El 25 de enero, la Iglesia Católica celebra la Conversión de San Pablo, un acontecimiento crucial en la historia del cristianismo. Este evento, narrado en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, relata la transformación radical de Saulo de Tarso, un perseguidor de cristianos, en Pablo, un apóstol y predicador incansable del Evangelio.
Un encuentro inesperado: Saulo, un fariseo celoso de la ley judía, se dirigía a Damasco con la intención de arrestar a los cristianos que allí se encontraban. En el camino, una luz resplandeciente lo cegó y una voz le dijo: «¿Saulo, por qué me persigues?». Este encuentro inesperado con Cristo resucitado lo dejó postrado y confundido.
Un cambio radical: Tras este evento, Saulo quedó ciego durante tres días y experimentó una profunda transformación interior. Ananías, un discípulo de Jesús, le impuso las manos y le devolvió la vista. A partir de ese momento, Saulo, ahora Pablo, se convirtió en un ardiente defensor del cristianismo.
Un apóstol de las naciones: Pablo dedicó su vida a predicar el Evangelio a lo largo del Imperio Romano. Sus viajes misioneros lo llevaron a fundar numerosas comunidades cristianas en Asia Menor y Grecia. Sus cartas, que forman parte del Nuevo Testamento, son una fuente invaluable de doctrina y teología cristiana.
Un legado perdurable: La conversión de San Pablo es un ejemplo de la gracia transformadora de Dios. Su celo apostólico y su pasión por el Evangelio siguen inspirando a los cristianos de hoy. Su legado continúa vivo en la Iglesia Católica, que lo reconoce como uno de sus apóstoles más importantes.
25 de enero: La Conversión del apóstol san Pablo
PRIMERA LECTURA
Levántate, recibe el bautismo que, por la invocación del nombre de Jesús, lavará tus pecados
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 22, 3-16
En aquellos días, dijo Pablo al pueblo:
—«Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran.
Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Yo pregunté:
«¿Quién eres, Señor?».
Me respondió:
«Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues».
Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz.
Yo pregunté:
«¿Qué debo hacer, Señor?». El Señor me respondió:
«Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer».
Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco.
Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo:
«Saulo, hermano, recobra la vista».
Inmediatamente recobré la vista y lo vi.
Él me dijo:
«El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados»».
Palabra de Dios.
O bien:
Te dirán lo que tienes que hacer
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 1-22
En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.
En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
—«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Preguntó él:
—«¿Quién eres, Señor?».
Respondió la voz:
—«Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer».
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión:
—«Ananías».
Respondió él:
—«Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo:
—«Ve a la calle Mayor, a casa de Judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista».
Ananías contestó:
—«Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre».
El Señor le dijo:
—«Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:
—«Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo».
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. Comió, y le volvieron las fuerzas.
Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios. Los oyentes quedaban pasmados y comentaban:
—«¿No es éste el que se ensañaba en Jerusalén contra los que invocan ese nombre? Y, ¿no había venido aquí precisamente para llevárselos detenidos a los sumos sacerdotes?».
Pero Pablo se crecía y tenía confundidos a los judíos de Damasco, demostrando que Jesús es el Mesías.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 116, 1. 2 (R.: Mc 16, 15)
R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
O bien:
Aleluya.
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R.
Aleluya Cf. Jn 15, 16
Yo os he elegido del mundo, para que vayáis y deis fruto,
y vuestro fruto dure
—dice el Señor—.
EVANGELIO
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 15-18
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
—«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Palabra del Señor.
Lecturas del Leccionario V para el mes de enero