La Presentación del Señor

LECCIONARIO V. 2 de febrero. La Presentación del Señor

Lecturas La Presentación del Señor.

2 de febrero La Presentación del Señor

La fiesta de la Presentación del Señor, celebrada el 2 de febrero, nos invita a contemplar un encuentro lleno de luz y esperanza. Cuarenta días después de su nacimiento, María y José llevan al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para cumplir con la ley judía y ofrecerlo a Dios. Este acontecimiento, narrado en el Evangelio de Lucas (Lc 2, 22-40), nos revela aspectos esenciales de la fe cristiana:

El 2 de febrero es la Presentación del Señor, una festividad que también se conoce como “La fiesta del Encuentro” en las iglesias orientales. Este nombre resalta un aspecto fundamental de la celebración: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo.

La fiesta de la Presentación del Señor tiene un significado profundo. Es el encuentro del Niño Jesús con su pueblo y su presentación en el templo. Además, marca el día cuarenta desde su nacimiento, cuando se manifiesta al mundo. Aunque antes se conocía como la “Candelaria” o “Fiesta de la Purificación de la Virgen”, su enfoque actual es más bien en el Señor que en la Virgen María. Sin embargo, la tradición popular sigue vinculándola a elementos culturales y folklóricos, como la bendición de las candelas y la ofrenda de roscos de San Blas.

En esta festividad, recordamos el misterio del Hijo de la Virgen, consagrado al Padre y venido al mundo para cumplir fielmente su voluntad. Así, la Presentación del Señor nos invita a acoger la luz clara y eterna, correr al encuentro del Señor y llevar nuestra propia luz en este camino de fe


2 de febrero: La Presentación del Señor

PRIMERA LECTURA

Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis

Lectura de la profecía de Malaquías 3, 1-4

Así dice el Señor:

«Mirad, yo envío a mi mensajero,
para que prepare el camino ante mí.

De pronto entrará en el santuario
el Señor a quien vosotros buscáis,
el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.

Miradlo entrar
—dice el Señor de los ejércitos—.

¿Quién podrá resistir el día de su venida?,
¿quién quedará en pie cuando aparezca?

Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero:
se sentará como un fundidor que refina la plata,

como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví,
y presentarán al Señor la ofrenda como es debido.

Entonces agradará al Señor
la ofrenda de Judá y de Jerusalén,
como en los días pasados, como en los años antiguos».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 23, 7. 8. 9. 10 (R.: 10b)

R. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R.

SEGUNDA LECTURA

Tenía que parecerse en todo a sus hermanos

Lectura de la carta a los Hebreos 2, 14-18

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el, poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.

Palabra de Dios.

Aleluya Lc 2, 32

Luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

EVANGELIO

Mis ojos han visto a tu Salvador

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

—«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

—«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor.

O bien más breve:

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-32

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

—«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».

Palabra del Señor.


Lecturas del Leccionario V para el mes de febrero


error: Content is protected !!